21. Una llama prendida
Lisa en la foto(L)
LISA
Después de todo un día de papeleos y llamadas que no parecían acabar, al fin volvía a casa con intención de ponerme el pijama más cómodo de mi armario y pedirme una pizza barbacoa de esas que te hace darte cuenta que la vida es maravillosa.
Arrastraba literalmente los pies por el suelo, subiendo en ascensor ya que los últimos resquicios de fuerzas que me quedaban me servían para estar de pie. Rebusqué las llaves dentro de mi bolso no muy ordenado, que más que un bolso parecía un mercadillo.
Tras unos cuantos minutos y abrirse la puerta del ascensor, tomé las llaves de casa y abrí rápidamente, liberando mis pies de aquellos zapatos tan elegantes y bonitos como incómodos
"¡Malditos tacones!"-Pensé mientras los veía volar por el salón.
Me despojé de mi conjunto de "secretaria perfecta" tan ceñido y escotado que no paraba de atraer las miradas masculinas en todo el maldito día.
"Creo que voy a tomarme una temporada de celibato"-Pensé mientras rememoraba el maldito día de miraditas que había pasado. Lo cierto es que cada vez les tomaba más asco a los hombres. A pesar de no ser precisamente una monja y no hacerle ascos a acostarme con alguien de forma esporádica si la ocasión lo requería, admitía que ese mundo superficial cada vez me atraía menos. Necesitaba una temporada sola para mí; no quería más montañas rusas en mi vida.
"Me bastaba ahora con el problema de Cassidy, demasiada acción para mi pobre corazón"
Tras refrescarme dándome una ducha rápida, me puse lo más cómodo que encontré, el típico conjunto de "este fin de semana no salgo". Al ser viernes tocaba noche de pizza y lo que surja, así que cogí el móvil y encargué mi pizza barbacoa de mi sitio preferido. Como siempre, el camarero que me atendía me indicaba que no tardarían más de 20 minutos, por lo que puse la mesa, recogí las toallas y puse a lavar la ropa del día.
Me quedaban casi 10 minutos por lo que encendí la tele buscando una buena película con la que amenizar mi cena de soltera que tanto necesitaba. Adoraba esos momentos tranquilos lejos del mundo exterior, admitiendo que era maravilloso ir con las pintas que me daba la gana sin importar lo más mínimo.
Después de quedar empanada mirando la pantalla, miré el reloj y me di cuenta que habían pasado casi 30 minutos desde que llamé a la pizzería, ¿Se habían retrasado?
Pero antes de marcar de nuevo al teléfono, escuché a dos voces hablando en el descansillo de mi casa; la voz parecía ser del repartidor.
Abrí la puerta y vi al repartidor hablar con alguien; era el vecino de al lado por lo que, al escucharlos hablar me di cuenta que el chico se había equivocado con la entrega.
Salí al recibidor y dije en voz alta:
-Disculpen, la entrega es para mí-Le dije al repartidor que parecía bastante avergonzado por su error.
- ¡Ay lo siento mucho señorita!, es que soy nuevo y la ruta me la conozco lo justo...
-No te preocupes, quédate con el cambio-Le dije con una sonrisa amable.
El chico se marchó con una cara de alivio que me hizo reírme suavemente, pobrecito...
Entonces me giré para ver al vecino y entonces, el corazón se me paralizó, amenazando con caérseme mi cena de las manos. Era él... ¡Era él!¡Y vivía a mi lado!¡Y le había hecho un regalo, un ridículo regalo!¡Mierda...!
La cabeza comenzó a nublarse y la vergüenza invadió la felicidad y la burbuja de tranquilidad que tenía a mi alrededor. Aquel hombre me recordó perfectamente ya que de la sorpresa pasó a mirarme con una expresión realmente relajada marcada con una sonrisa tan radiante que necesitaba gafas de sol para mirarle directamente.
Entonces mi enorme boca comenzó a soltar palabras que ni pensé:
-Ehmm...hola... ¿Quieres cenar conmigo?, hay cena de sobra.
¿Le pregunté lo que creo que le pregunté? ¿Soy imbécil o qué?
Entonces aquel chico que pensaba que iba a volver a su casa asustado por pregunta tan directa, me respondió de una forma muy amable:
-Me encantaría, de hecho, no sabía qué cenar. Si te parece pido algo más para los dos y así compenso el invitarme a tu casa.
Comencé a reír y a agradecer tal caballerosidad. Él se me acercó con intención de presentarse formalmente dándome dos besos en la mejilla, calentándome varios grados.
"A la mierda mi celibato"
-Soy Sebastián Jones, soy nuevo en la ciudad. Agradezco mucho tu regalo; has sido muy amable conmigo que estoy tan perdido en una ciudad tan grande.
-Yo Soy Lisa Parker y soy la indicada para guiarte por la gran selva de la ciudad. Si necesitas algo no dudes en pedirlo-Le dije con la mejor de mis sonrisas.
Le dije que pasara dentro para que se pusiera cómodo. Él tomó su teléfono y pidió algunas cuantas cosas más, ¿Enserio sería capaz de comer todo aquello?
Al verme mirarlo con sorpresa, al colgar comenzó a reírse:
-Tengo mucho apetito Lisa, no puedo remediarlo.
-¿Y dónde lo metes?-Le pregunté con descaro; mi lengua seguía emitiendo frases para que cualquier buen chico saliese corriendo.
Sebastián comenzó a reírse a carcajadas lejos de salir huyendo; cada vez me gustaba más ese chico tan mono y adorable.
-Digamos que la genética y el ejercicio hacen milagros-Dijo guiñándome el ojo.
"Tú sí que eres un milagro"-Pensé para mis adentros.
-Bueno, si te parece nos tomamos algo y comenzamos a comer mientras viene el resto de las cosas, ¿Te parece?
-Me parece estupendo, ¿Comemos en el sofá? Hay una mesa de café para colocar la cena, así podemos estar más cómodos.
El pensar que aquel monumento de hombre se iba a sentar a mi lado, me hizo darle un trago a mi bebida debido a mi sequedad de boca. Aquella noche parecía estar sacada de mi más perversa imaginación, pero ¿quién era yo para no aprovechar?
Asentí y movimos todos los cubiertos y nuestras bebidas a la mesa del salón. La película que había puesto, seguía en curso, por lo que nos sentamos juntos mientras que mirábamos la tele en silencio. Admitía que era agradable tener a alguien de vez en cuando en casa y más si era alguien como Sebastián. Me quedé mirándolo mientras que la vista de él miraba la pantalla de la televisión. Entonces, él se giró de pronto pillándome mirándolo de forma descarada. Su mano se posó en mi mejilla cortándome la respiración:
-Por cierto, Lisa, estoy encantado de conocerte, ¿Ves cómo tenía razón?, te dije que nos veríamos más.
Ambos comenzamos a reír y chocamos nuestras cervezas en señal de brindis por aquella premonición cumplida. Aquel hombre era realmente agradable y aquella noche no quería que terminara nunca.
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