Sombras

Finalmente el invierno ha llegado a la ciudad. No sé la fecha, pero siento un frío más intenso atravesando las paredes de mi habitación mientras maquillo mi cara. Es difícil hacerlo con una sola mano libre y con nada más que un plato de aluminio como espejo, pero me pinto todos los días. Me pinto porque quiero llevar mi verdadera cara, pero también lo hago porque quiero que ella me vea sonreír. Hoy es martes después de todo.   

Cuando Sophie viene a verme, mi semana gris se llena de color y vuelvo a sentir la música en mi interior. El cielo me concede un día por cada mil noches. 

La sala común se llena de visitantes. Por primera vez no tengo que observar desde mi ventana. Estoy aquí aunque con las manos esposadas y con un guardia a mi lado, esperando a alguien. Comienzo a entender que ese el tesoro más preciado que un hombre pueda poseer… tener a alguien a quien esperar.

Mi corazón se acelera al verla entrar por la puerta. Hoy trae un abrigo negro, más grueso que el café que lleva en otoño. Sus manos están cubiertas por un par de guantes y una bufanda roja alrededor de su cuello ilumina su cara. Sus ojos me buscan entre las demás personas y al encontrarme sonríen. Me levanto en seguida y Sophie me saluda con un abrazo que mis manos esposadas no pueden devolver.   

Antes de poder decirnos una sola palabra, el guardia me toma del brazo y me guía hacia la oficina de la Dra. Kane. Mi día de visita es distinto al de los otros internos. La única razón para permitirme recibir una visita es que acceda a los interrogatorios. Sophie me acompaña y se queda esperándome afuera. No le permiten entrar, pero sé que me mira a través de la ventana. Sé que está ahí y que si hablo tendré veinte minutos con ella al terminar. Ese es el trato. 

Nunca me gustaron estas sesiones. No sé como responder a las preguntas que me hacen porque no sé qué es lo que desean oír. La doctora graba nuestras conversaciones. Todo lo que digo queda registrado. A mi derecha el guardia me vigila atentamente. Cualquier movimiento que haga, por más mínimo que sea, es interpretado como una amenaza. No me siento como el diablo, pero para ellos lo soy.

La doctora Kane revisa algunos documentos y toma notas pero no logro descifrar su letra. Tiene todos mis registros sobre la mesa en aquel archivador que lleva mi nombre. Caso 4478. Los papeles que contiene saben más sobre mi pasado de lo que yo mismo sé. 

- Háblame de las sesiones que tenías con la terapeuta que veías.

- Qué quiere saber?

- Cuál era su propósito?

- No lo sé.

- Qué sucedía en esas sesiones?

- Hacía preguntas y me daba recetas. No le interesaban las respuestas. Yo iba por las recetas.

- Veo aquí que tomabas siete medicamentos diferentes, en su mayoría antidepresivos.

- Así es.

- Te sentías mejor?

- No sentía nada. 

- Habían momentos en los que te sentías mejor?

- Cuando veía a Sophie.

- Entiendo. Dirías que en esos momentos te sentías feliz?

- No lo sé. No entiendo bien esa palabra.

- Cómo describirías tus sentimientos cuando estabas con ella?

- Me sentía vivo.

- Sufrías de depresión?

A veces las personas tienen tristeza en su interior de la misma forma en que tienen el cabello negro o los ojos cafés. Simplemente la tienen. Por lo que sé, la tristeza siempre ha sido parte de mí… como una sombra. Existe sobre la tierra algún hombre que pueda separarse de su sombra? Esa tristeza me saludaba cada mañana al despertar y se acostaba conmigo por las noches. Bailaba a mi lado, reía con mis chistes y lloraba con mis lágrimas. Espiaba por encima de mi hombro cuando escribía mis pensamientos y me miraba a los ojos a través de cada espejo y cada ventana. La tristeza ha sido mi compañera al andar por las calles de la ciudad y me ha prestado consuelo al sentarse a mi lado cuando estaba caído. Es ella la única que ha visto cada rincón de mi oscuridad. No le temo, pues la conozco y se ha vuelto mi amiga. Incluso en este momento está sentada a mi lado y sus palabras, al igual que las mías, también quedan inmortalizada en los registros. Hasta cuando estoy con Sophie, ella está sentada entre nosotros y en esos momentos me sonríe porque a veces la tristeza puede tener tanta belleza. No todas las lágrimas son amargas.  

- Arthur?

- Si?

- Pregunté si sufrías de depresión.

- Creo que eso es lo que dice mi registro.  

- El día en que le disparaste a los tres hombres en el subterráneo ya no estabas tomando tus medicamentos. Correcto?

- Así es.

- Por qué dejaste de tomarlos?

- Se suspendió el servicio social. No pude obtener las recetas.

- Cuántos días llevabas sin ellos?

- Algunos ya se habían acabado, otros no. No recuerdo exactamente.

- El día del hecho, te sentías diferente a causa de la ausencia de los medicamentos?  

- Me sentía igual que siempre. 

- Tuviste alucinaciones, ataques de ansiedad o pánico repentino?

- No. 

- Dirías que te sucedía algo fuera de lo normal ese día?

- Perdí mi empleo.

- Por qué les disparaste a esos hombres?

- Porque me asaltaron. 

- Entiendo. Pero necesito determinar por qué reaccionaste de la manera en que lo hiciste. 

- Porque me asaltaron. 

- Dirías que estabas experimentando falta de claridad en tus pensamientos? 

- No.

- Sentías que estabas haciendo algo que en verdad no querías hacer? 

- No. 

- Es todo por hoy. Hablaremos la próxima semana. El estado te habrá asignado un abogado para entonces. 

Mis minutos con Sophie en la sala común son preciados y no quiero desperdiciar ni uno solo hablando sobre las preguntas de la Dra. Kane pero ella insiste en saber.

- Dicen que me darán un abogado y que veré a un juez en unas semanas.- le explico.

- Está bien, Arthur. Estaré aquí a tu lado y le ayudaré a tu abogado para que pueda defenderte.

- Pero Sophie…cómo puede un abogado defenderme si soy culpable? Nunca negué lo que hice. Por eso estoy recluido aquí, cierto? No entiendo. Qué quiere de mí un juez?

Sophie toma mis manos entre las suyas. Parece querer decirme algo. Pareciera estar buscando las palabras que le faltan.

- Tampoco lo sé. Pero lo resolveremos juntos. Lo prometo.

Sophie besa mis manos. Por qué hay lágrimas en sus ojos?

Hay otra clase de sombra que percibo. Pero esta no está a mi lado, sino encima de mí. Aparece solo a veces, apoyando su peso sobre mis hombros. No logro ver su rostro, no la conozco ni la comprendo pero la percibo. Oscura y silenciosa como una amenaza invisible. Mi otra sombra le teme, pues las dos no se parecen entre sí.   

- Sophie?

Sophie sonríe para mí. Yo conozco esa sonrisa, es de aquellas sonrisas que duelen sobre los labios. No es más real que esta que yo tengo pintada sobre mi cara.

- No pensemos en eso ahora, Arthur. Mañana es Navidad.

- Lo es?

- Si…

Las ventanas en esta sala son demasiado altas y estrechas. No logro ver más que un pedazo de cielo gris.

- Cómo se ve todo allá afuera?- pregunto.

Sophie se seca los ojos. Este lugar pone triste a las personas.

- Pues…se ve lindo.

- Ha nevado?

- Si… de hecho este año ha nevado más que nunca. Las calles están todas cubiertas de blanco.

- Hmmm. 

Cierro los ojos e imagino la escena. Siempre me ha gustado la nieve. 

- Hay luces?

- En todas las avenidas y todos los árboles.

- Y música? También hay música?

- Si…puedes oírla? 

Creo que sí. Entre el ruido lejano de los autos y los gritos de las personas creo que logro escucharla.

- Cinco minutos, señorita.- dice el guardia. Está a tan solo dos pasos de distancia de nosotros.

Sophie vuelve a tomar mis manos y las acaricia con sus dedos.

- Quería traerte un regalo, Arthur. Lo siento, no me dejan traerte nada.

- Descuida. Me traes todo lo que necesito. Quisiera estar contigo un minuto más. Pero no debes estar aquí hoy. Ve a casa, Sophie. Tu hija te espera.

- Tus manos siempre están frías.

Sophie se quita la bufanda que trae puesta y me la coloca alrededor del cuello. Tiene su aroma y su suavidad.

- Arthur…

- Mhm?

- Ya es hora!- interrumpe el guardia, acercándose a Sophie.  

- Debe llevarse eso.- le dice, señalando a la bufanda en mi cuello. - Las reglas son claras.-

- Pero tiene frío.

- Por favor entienda, señorita Dumond.- dice el guardia bajando la voz. - El interno ya ha intentado quitarse la vida. Este es un objeto tan peligroso como una soga.- 

- Lo siento…- dice mirándome con los ojos más tristes que he visto jamás y vuelve a quitarme la bufanda del cuello. 

- Está bien, Sophie. No te preocupes. No tengo frío.

- Ya es hora.- repite el hombre. 

- Solo un minuto, por favor, señor.- suplica Sophie, a punto de llorar.

- Arthur, dime qué puedo hacer por ti.  

La sombra sobre mis hombros se vuelve más pesada. Es como ver aparecer una nube negra sobre el horizonte. Tengo miedo y ni siquiera sé de qué.   

- Solo… quisiera saber la verdad sobre mi pasado. Quiero saber quién soy… para entender cómo llegué aquí.

- Se acabó la hora de visitas. Debe retirarse, por favor.

El guardia la toma del brazo pero Sophie no se mueve.

- Por favor, señorita. No lo haga más difícil.

Sophie ve a un segundo guardia aproximándose. Nuestro tiempo se acabó. 

- Dime cómo, Arthur.

- Los registros.- le digo al oído - Caso 4478.-

Los guardias la llevan hacia la salida y Sophie voltea a verme una vez más. Lo último que veo son sus labios repitiendo el número en voz baja y al verlos desaparecer tras la puerta blanca, lamento no haberme podido despedir con un beso.

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