2. Desafiando a Russo

—Esto ya lo hablamos, Karen.

—Sí, pero...

—Cuando tomo una decisión, soy implacable.

—Eso díselo a tus empleados, Piero. Nos conocemos poco, pero lo suficiente como para que sepas que si yo lo sugiero, es porque lo considero una idea favorable.

—Se trata de tu hija.

—Con mayor razón aún.

Nunca se me dio lo de andar escuchando tras las puertas, sin embargo fingir que estoy junto al marco esperando a que me atiendan, es una buena excusa cuando la secretaria de Piero llega al despacho con papeles y me mira. Yo me alejo automáticamente de la puerta.

—Señorita, puede tomar asiento—me ordena encubriendo sus palabras en cordialidad.

—Estoy bien, gracias.

—El señor Russo la atenderá en cuanto esté disponible.

—¿Tengo que sacar audiencia para sacar turno con él? Aunque sea solo unos años mayor que yo, legalmente sería algo así como mi tío.

Ella abre la boca para objetar algo más, hasta que se da cuenta del vínculo con la mujer que acaba de entrar en la oficina.

—Comprendo, señorita. Pero estoy haciendo cumplir mi trabajo. Le pido que se aparte de la puerta, las conversaciones del señor Russo son privadas.

Trago saliva. ¿Qué clase de escena estoy haciendo? Ella no hace más que cumplir su trabajo, pero yo quiero saber de qué manera mi madre y su cuñado se disputan en este momento el futuro de mi vida, debería tener el derecho a participar.

—Sí, está bien—le contesto, tragando saliva y acercándome a uno de los sillones dispuestos.

Solo he visto a Piero dos veces en mi vida y ha sido gracias a los eventos familiares que nos unieron. En el compromiso de mamá y en la noche de bodas. De ahí en más, siempre ha tenido excusas demasiado superlativas como para ausentarse en navidades o en Día de Acción de Gracias. No es que haya sido imprescindible o que yo sea muy sociable, pero al menos tengo la cortesía de asistir, saludar, acompañar en lo que sea necesario.

Él, por su parte, sólo asistió a las dos celebraciones mencionadas un momento y se marchó. Escuché hablar a varias mujeres acerca de él, preguntando al respecto; de hecho, una de mis primas quiso saber si yo tenía su contacto personal de whatsapp. Ni loca. Tanto mujeres como hombres le miraron y algunas quisieron animarse a hablarle, pero se mostró sumamente reacio y no dio importancia a lo que escuchaba. Evidentemente no quería hacer buenas migas sino retirarse y huir gracias al móvil que no paró de recibir llamados durante el poco tiempo que estuvo en los eventos.

La puerta se abre y salgo de mis pensamientos. Observo en la dirección que mamá se aparece dejando atrás a Piero y corroboro que ha sido una conversación agitada. Si ese idiota no me quiere en su trabajo es porque yo tampoco estoy de acuerdo, así que eso espero que me comunique mi madre cuando acota:

—Ya puedes pasar, hija.

Suelto un resoplido. Estaba casi segura de que no iba a tener que hacer esto. Aún así trago saliva y me levanto, preguntándome cómo fue o en qué momento me pareció que sería buena idea acceder a que mi madre nuevamente quiera arreglar mi vida.

—No tiene mucho tiempo, ya hice yo la mayor parte del trabajo—me dice por lo bajo antes de sobrepasarla y entrar en el despacho de Russo.

No es que las palabras de mi madre me hayan hecho sentir muy útil, rara vez lo consiguen, pero en este momento ocupa mis pensamientos algo distinto que ponerme a discutir con ella.

—Cierra la puerta, por favor—me dice él en cuanto estoy dentro.

Su despacho es amplio, cuenta con un escritorio de madera lustrada, sillón ejecutivo y una enorme pantalla donde seguramente tiene sus videoconferencias de gente importante. A uno de los costados se expande una pared vidriada que le permite tener una vista privilegiada a la ciudad de Milán.

En su escritorio reposan papeles, una agenda y una notebook encendida. No consigo creerme la suerte que tuvo de nacer en cuna de oro como para poder montar el imperio que ha llevado a cabo y...bueno, no es que haya nacido en un contexto desfavorable económicamente, pero lo cierto es que intento diferenciarme y aprender a valerme por mí misma, haciendo lo que me gusta.

—Por favor, Minerva, toma asiento.

Vaya, se sabe mi nombre. Porque en la boda ni siquiera me saludó.

—Buenas tardes...señor Russo—. Trago saliva y tomo asiento en el sillón delante de su escritorio.

—Por favor, llámame Piero, no voy a incomodarte fingiendo cordialidad. Creo que la amabilidad corre de otra manera y no necesariamente en el uso de un apellido.

—Lo siento. Piero.

Me gusto cómo suena su nombre aunque por supuesto que no se lo digo. Sólo me quedo mirándole a los ojos. Dos gemas inmensas color esmeralda que miran con suspicacia. Su cabello es dorado, rapado a los costados, con un ligero degradé que se extiende por su barba y su mentón cuadrados. Sus labios son una fina línea rosácea que me obligan a tener que mirar hacia otra parte.

Lleva puesto un saco elegante, camisa blanca prendida en el cuello bastante ancho y corbata negra a lunares blancos. Su perfume caro me llega hasta donde estoy sentada.

Su elegancia y atractivo no van a conseguir intimidarme.

—Sólo tengo dos preguntas que hacerte porque en cinco minutos tendré una reunión y quiero algo de tiempo para al menos respirar un poco, va siendo una mañana agitada.

—Trataré de ser acotada.

—En primer lugar quisiera saber qué crees que puede hacer una profesional de las bibliotecas en una mega empresa inmobiliaria y de la construcción. Aquí no clasificamos libros.

Trago saliva y le miro, sorprendida, a la vez enfadada. ¿Dónde llega la parte en que se retracta y me dice que ha sido una broma de mal gusto el haber empleado ese tono despectivo sobre mi profesión?

—No quiero que parezca que no creo que seas útil, pero quizá en la biblioteca de una escuela o dando clases en la universidad, realmente no sé qué quiere tu madre al pretender que debas entrar en mi empresa, aquí manejamos número más que palabras y no quiero juzgar tu trabajo, pero no creo que seas útil.

Me quedo boquiabierta y me tiembla la mandíbula en cuanto me animo a preguntarle.

—¿Y...cuál es...la pregunta?

—La primera es esa. Qué crees que puede hacer por mi empresa una bibliotecóloga. Podemos hacer la vista gorda y contratarte para que sirvas el café si es que no quieres ejercer tu títu...

—Tengo conocimientos en archivística y en procesamiento de información. Todos los documentos y la bibliografía que necesitas para redactar tus documentos se deben estar haciendo pagando a abogados quienes probablemente subcontratan a otros, inflando los precios a valores superlativos el trabajo que podrías hacer en una tercera parte del tiempo si tuvieses una persona idónea en tu personal. Además, he estudiado que, de acuerdo a las disposiciones legales y a los ingresos en el patrimonio de las personas de tu rango, deberías ofrecer un espacio viable culturalmente para la comunidad. Y no lo tienes, ¿o me equivoco? ¿Por qué no pensar en una biblioteca donde se cuente con los recursos para acelerar procesos de la misma empresa que seguramente deben estar distribuidos en las oficinas, perdiéndose datos gruesos en el camino? ¿Sigues pensando que sólo es cosa de clasificar textos?

Él me estudia mientras hablo lo cual me obliga a analizar cada una de las palabras que salen de mi boca mientras me ahogo con el tembleque de mi garganta que intento evadir a medida que le doy las razones por las cuales mi carrera y el poder de los libros supera cualquier expectativa que él y su rubro intente pormenorizar en mi repertorio.

Tras unos segundos de silencio, golpean la puerta.

—Sí—dice él.

La puerta se abre apenas:

—Disculpe, señor Russo que no llamé por el teléfono, la línea está congestionada nuevamente. Su reunión de las doce ya está aquí.

—Bien, Anna. Te agradezco.

—Con permiso.

Ella se retira y Piero da una mirada rápida a su ordenador portátil antes de volverse a mí:

—Tienes razón. Mi equipo está indagando en las alternativas de crear un centro cultural en el subsuelo. Hay espacio suficiente para distribuir en cuatro o cinco galerías de arte.

—¿No cree que estaría haciendo más de lo mismo, comparado con otras empresas del mismo rubro?

—Me gusta la manera en que razones. Es ese el principal motivo por el que aún nos encontramos indagando alternativas más...innovadoras. Y no encuentro que una biblioteca sea esa opción.

—A menos que hablemos de un centro cultural híbrido.

—¿Híbrido?

—Que implique varios rubros, donde la biblioteca sea un espacio más. ¿Hay alguna disciplina que le interese explotar? Que sea de su interés, aunque no necesariamente vaya acompañada del rubro de su empresa.

—No me desagrada que me tutees—me trae de vuelta a la realidad.

—Me siento cómoda así, gracias.

—Bien. Desde hace tiempo venimos investigando sobre Economía del Conocimiento. ¿Sabes lo que es eso?

—Por supuesto. Nuestra disciplina hace de la información un bien preciado.

—Entonces ya estamos hablando en el mismo idioma. Te sumaré al equipo que me asesora en el área. Son una agencia independiente, pero tú tendrás relación de dependencia bajo un cargo de asistente. Dispone de tus horarios, pero no faltes a las reuniones. Quiero reportes diarios.

—Por supuesto.

—Ha sido todo. Regresa mañana así les conoces y la gerente te presenta al equipo.

—Claro...

Intento no robarle más tiempo, pero me veo en la obligación de ello cuando le recuerdo:

—¿Y la...segunda pregunta?

Él esboza una media sonrisa y unas ligeras arruguitas se marcan en las comisuras de sus ojos:

—No hay. Sólo quería corroborar si te mantuviste atenta. Y has superado la prueba, Minerva.

Él extiende su mano.

Hago lo propio, estrechándosela y sintiendo su firme tacto.

—Ha sido un placer—le aseguro y salgo de su despacho llevándome disimuladamente la mano a mi rostro para sentir su delicioso perfume.


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#PieroRusso #TodoTuyo

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Hola, gente bonita! Ya vieron quién imaginan en tanto nuestro Piero Russo ideal?

para más info follow en instagram: @luisavilaok ♥

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