Capítulo 7

"Cuba – Parte I"

Charlotte Harrison

Viernes, el día más esperado de la semana. Un día cualquiera para mí por ser mi cumpleaños, pero el favorito de mis dos mejores amigos. Recuerdo el primer año en el que nos conocimos, Izan me organizó una fiesta con sus amigos y algunos míos. Fue una locura, terminamos ebrios en la azotea de un hotel.

En fin...

Camino directo a mi oficina con una maleta en mano. Hemos decidido irnos saliendo de la oficina, y llevar la maleta no era una opción, sino una obligación.

Lo primero que veo cuando abro la puerta es un florero con rosas rojas (mis favoritas), sobre el escritorio. Camino hasta éste último para tomar la nota entre mis dedos, leo el pequeño mensaje a puño y letra que dice: ¡Feliz cumpleaños, a la mejor mentora!

Sonrío y aspiro el aroma que invade mi oficina.

—Julián —digo, al sentir los pasos de alguien tras de mí.

—¿Te gustaron? —pregunta.

Me giro quedando frente a él, éste me da un abrazo seguido de un "Feliz Cumpleaños". Julián y yo nos hemos liado un par de veces —sin nada de sexo, solo toqueteos—. También hemos salido a comer y... eso me hace recordar que hace unos días vi a una de las gemelas.

—Me encantaron, muchas gracias —le respondo.

Lleva consigo dos cafés, me entrega uno, y comienzo a sentirme un poco mal por ello recriminándome por haberlo besado aquel día, y por estarlo besando estos últimos días. Si, somos compañeros de trabajo, pero también sé que yo no quiero nada serio con él.

—Ya no es necesario que me traigas café Julián.

—Lo sé, simplemente lo quise hacer.

—Te lo agradezco.

Le doy la espalda caminando hasta mi lugar en el escritorio. Julián toma asiento y comienza a explicarme todo lo relacionado al sistema nuevo para el club de strippers. No me quejo por el nombre que el abogado ha decidido ponerle al club. Hasta cierto punto me causa gracia que haya hecho, y duda interna del porque le ha puesto ese nombre.

—¿Y qué harán hoy? —pregunta Julián antes de salir de mi oficina.

—Tenemos los boletos reservados —respondo —, nos iremos a Cuba unos días así que...

Me encojo de hombros, acomodo algunos papeles sueltos en el escritorio y Julián sigue hablando.

—Espero la pases bien, y disfruta, es tu cumpleaños —sonríe.

—Si, trataré. Sobre todo porque me la pasaré por lo menos ocho horas en un avión —me río.

—Pero valdrán toda la pena cuando estés disfrutando de tus vacaciones.

—Tal vez.

Me quedo en la misma posición, de pie junto a mi escritorio. Julián se acerca hasta donde me encuentro y el ambiente comienza a tornarse caliente. Dejo que lo haga, que se me acerque y cuando lo hace me atrae hacia él tomándome de la cintura.

—¿Te irías sin despedirte de mí? —pregunta, acercando sus labios a los míos.

Sonrío con picardía.

—Sí, no somos nada y no tengo porque darte explicaciones —suelto con una sonrisa.

Julián se ríe. Estampa sus labios con los míos en un beso que se vuelve urgido. Tengo tiempo sin follar y la entrepierna se me moja con un simple beso, y aunque se me ha pasado por la mente el follarme a Julián, he desistido de la idea. No quiero que esto pase al siguiente nivel y crea que con él quiero algo más.

Jadeo cuando me restriega el miembro en el abdomen. Sus manos parecen tentáculos cuando recorren cada parte de mi cuerpo. Echo la cabeza hacia atrás cuando pasa sus labios por mi cuello y... el sonido de su móvil lo interrumpe.

—Joder —gruñe.

Me suelta, busca el móvil en los bolsillos y responde la llamada. Ni siquiera me pregunto quién será. Después se disculpa conmigo saliendo algo molesto de la oficina. «Seguramente algo salió mal en el trabajo».

Dos horas más tarde tengo a Izan y a Nay en mi oficina con expresión emocionante en sus rostros. Sé a lo que vienen, no sé qué trabajo le habrá hecho mi amiga al príncipe encantador para que nos haya dejado ir a los tres. Bueno, al menos a mí y a ella al mismo tiempo, porque lo que Izan hizo fue pedir vacaciones con un mes de anticipación, y cuando por fin se decidieron a donde iríamos es que Nay habló con Derek por las dos.

—¿Te atragantaste con su pe...?

—¡Izan! —exclamo antes de que termine la oración.

—¿Qué? Se le ve la cara de arpía.

—Cállate... —responde Nay con una sonrisita en los labios —. Es obvio que lo hice, en su oficina, le bajé los pantalones y...

—¡Nay! Por Dios —la interrumpo a ella —, omite los detalles por favor.

—Yo sí quiero los detalles —prosigue Izan, levantando su mano derecha.

—Te los cuento en el avión, que mujer pura y santa ya habló.

Rodeo los ojos. Después salimos los tres juntos hasta el elevador. Izan llama un Uber para que nos lleve hasta el aeropuerto y decidimos esperarlo en la recepción. Ya no vuelvo a toparme con Julián, lo cual agradezco porque la forma en la que nos miramos da mucho de qué hablar. Sobre todo después del beso que le planté frente a la becaria que tiene ahora él.

Después de una hora llegamos al aeropuerto de la ciudad con dos horas de anticipación. Esperamos sentados dialogando de cosas sin sentido, Izan cuenta una que otra experiencia que ha tenido la dos veces que ha ido a Cuba, y vuelve a decirnos que es un lugar lindo. No lo dudo, nunca he ido y ésta será la primera vez igual que la de Nay.

Comienzo a sentirme emocionada, pero mis ánimos decaen cuando recuerdo el último viaje que hice con Oliver. Miami, me llevó al lugar que siempre había querido visitar.

Suelto un suspiro con pesadez. Me sigue carcomiendo la consciencia por lo que le hice al hombre con el que hasta ahora sigo casada. No se lo merecía, pero mi amor por él se redujo a un cariño que le tendré solamente, porque desgraciadamente me enamoré de su mejor amigo, y éste no me eligió a mí.

—Pasajeros con destino a Cuba... —vocifera la mujer.

Los tres nos miramos, sonreímos y... ¡Esto será una maldita locura!

(***)

Salimos en la mañana, y llegamos por la noche. Los tres caminamos entre los pasillos del aeropuerto. Hemos quedado de vernos con una amiga de Izan que ha conocido en redes sociales. Por un lado me alegro de que Nay e Izan volvieran a ser los mismos después de sus encuentros, sin embargo, en ocasiones noto a mi amigo algo molesto cuando mencionamos a Derek.

Salimos a la intemperie, el clima es bueno y un tanto caluroso, lo cual agradezco.

—¡Dios mío! Ya necesitaba éste clima en mi cuerpo —dice Nay.

—Por acá chicas.

Seguimos a Izan, quien se encamina a una mujer que se encuentra junto a dos Chevrolet clásicos color menta. Ella es de su estatura, cuerpo esbelto, piel morena y cabello rizado. Sonrío cuando recibe a mi amigo con un fuerte abrazo. Después Izan se vuelve hacia nosotras, acercándose con la mujer. Ésta nos sonríe mientras nos saluda e Izan nos presenta.

—Ellas son mis dos mejores amigas, Nay —señala a mi amiga —, y Charlotte.

—Hola, mucho gusto —la saludamos con entusiasmo.

—Bienvenidas, mi nombre es Mercedes —responde con su bonito acento.

—Muchas gracias por recibirnos en tu casa —le agradezco.

A lo que sabemos por Izan, la familia de la mujer se dedica a rentar habitaciones en un pequeño edificio situado a unos cuantos minutos del Capitolio Nacional de la Habana Cuba. Segundos después, nos adentramos a los coches, Nay y yo en uno; Izan y Mercedes en otro. En el que vamos lo conduce un joven de pelo castaño. No alcanzo a verlo del rostro, pero le resto importancia cuando enciende el motor y me dedico a ver el lugar en el que nos encontramos.

El cansancio me gana. Cierro los ojos por un instante sin darme cuenta que hemos llegado. Nay me despierta indicándome que salga del coche. Abro los ojos somnolienta, y abro la puerta para salir. El edificio parece ser antiguo, en color amarillo opaco. Volteo a todos lados, nos encontramos cerca de un parque central que a estas horas de la noche se encuentra desolado.

Mercedes nos indica por dónde ir, los tres la seguimos después de bajar las maletas adentrándonos al edificio. Nos encamina a un pasillo medio iluminado de paredes amarillo opaco. Después, nos indica cual será la habitación de cada uno, situándonos a Nay y a mi juntas. Ambas sonreímos entre nosotras, y Nay me susurra al oído:

—Mercedes se quiere follar a nuestro amigo.

—Cállate Nay —respondo entre dientes.

Nos situamos frente a una puerta de madera con el número 217. Le agradecemos a la mujer, quien nos corresponde con una sonrisa, al mismo tiempo en el que se lleva a Izan por otro pasillo. El lugar huele un poco a humedad con esencia de canela.

Abrimos la puerta, recorro con la mirada la habitación donde yace un pequeño armario de dos puertas color café, con espejo de cuerpo completo incluido; dos camas individuales con sabanas amarillas y almohadones. También hay dos lámparas blancas situadas sobre buros de madera gastada, pero barnizada, y un pequeño cuarto de baño lo suficientemente agradable para una ducha rápida.

Aspiro el aroma. Me agrada ese aroma que desprende la habitación. Coloco la valija a un lado de la cama y...

—¡Me encanta éste lugar! —exclamo, aventándome de espaldas y con los brazos abiertos en una de las camas.

—Mmm, algo así... —dice Nay.

Ella es algo especial, pero sé que al final lo disfrutará.

Me quito la ropa frente a mi amiga, dejando solo la interior. Me meto entre las sabanas, y solo escucho la voz de Nay a lo lejos que me dice: "¡Báñate!". Lo cual ignoro, porque a los pocos segundos que cierro los ojos me adentro a un sueño profundo...

(***)

A primera hora de la mañana nos levantamos, tomamos una ducha y salimos a un pequeño comedor. Mercedes e Izan se encuentran platicando. Nay y yo tomamos asiento y nos disponemos a desayunar. La morena nos da una breve explicación de lo que haremos durante el día, y ahí es que nos damos cuenta que no pudimos habernos hospedado en un mejor lugar que éste. Tenemos todo cerca, lo cual nos agrada para ir a turistear durante el día.

Una hora y media después ya nos encontramos fuera del edificio. Caminamos hasta el parque central, admiramos la estatua de éste y Nay toma un sinfín de fotos. Después vamos al Capitolio Nacional el cual Mercedes nos explica que está hecho de mármol y madera, el cual afortunadamente sus puertas se encuentran abiertas para admirar la una de las estatuas más grandes del mundo.

—Ésta estatua mide diecisiete metros, es una de las tres estatuas más altas del mundo, su nombre es "La Republica"...

Mercedes sigue hablando sobre la historia de dicha estatua y el capitolio. Izan le pone toda la atención del mundo. Nay camina tras de ellos y yo detrás de Nay tomando algunas fotos. Después salimos de ahí siguiendo con nuestro recorrido hasta el convento de San Francisco, caminamos por las calles del lugar admirando sus rincones y recorridos, tocamos la barba de la estatua del "Caballero de Paris" que dice si lo haces algún día volverás a Cuba, lo cual me fascinaría por la experiencia que el recorrido nos va dejando.

El día transcurre rápido, andamos en los choches clásicos por al menos cuatro horas, llegando así hasta una de las playas. Izan hace mención de ello en otro coche sin descapotable, donde nos dice que vendremos de visita el día de mañana. Él va con Mercedes y yo con Nay.

Comenzamos a ver el sol ponerse, y decidimos volver al edificio.

—¿Qué les parece si salimos a un bar? —propone Mercedes.

—¡Si, por favor! Nos encantaría —contesta Nay.

—Bien, a las... —observa su reloj de muñeca —¿Nueve está bien?

Nay y yo asentimos. Caminamos hasta la habitación colocando las valijas en la cama para ver nuestros atuendos.

—Y... ¿Qué te parece Merces? —pregunta Nay, revolviendo su ropa —¿Crees que sea buen prospecto para Izan?

Me encojo de hombres y respondo:

—Se ve que es buena mujer, ¿no crees? —interrogo, mirándola de reojo.

No quiere aceptar que aun siente algo por Izan. Se encoge de hombros, pero no responde. Después toma su ropa metiéndose a la ducha. Busco y rebusco el atuendo que me pondré, y opto por un conjunto de top y una minifalda floreados en color rojo, con sandalias de tiras, altas y color blancas.

Una hora más tarde salimos del edificio dispuestos a ponernos ebrios. Izan toma de la mano a Mercedes, quien viste sensual en un vestido color azul que le llega al muslo. Mi amiga va con un conjunto liso en color verde oscuro. Subimos los cuatro a uno de los coches. Mercedes maneja, Izan de copiloto y nosotras atrás. Hablamos de lo bien que la hemos pasado durante el día conscientes de que solo estaremos a lo mucho cuatro días aquí.

Al llegar, Mercedes aparca en el estacionamiento del lugar iluminado con lucecitas neón en color rosa y azul. Nos adentramos, pedimos una jarra de mojito la cual nos dura poco. Cenamos, volvemos a pedir más y escuchamos a quienes tocan música típica de Cuba. El ambiente se torna caluroso, sobre todo cuando la gente se levanta a bailar.

—¿Son bailarines? —le pregunta Nay a Mercedes.

Ésta se remueve en el banco y responde:

—No, acá bailan así.

—¡Joder! Necesito clases, ¡Parecen expertos! —exclama mi amiga.

Miro a todos lados, aplaudimos cuando terminan de tocar y bailar una canción. Después vuelven a lo mismo y Mercedes decide sacar a bailar a mi amigo. Éste se apena, algo extraño en él porque el maldito es un sin vergüenza, pero al final accede.

Trato de memorizarme algunos pasos, para imitar a los que bailan. Le comento a Nay que haga lo mismo y ésta, después de hacerlo decide levantarse a bailar con un chico que no dejaba de mirarla. Niego con la cabeza, dándole un trago enorme al vaso con mojito hasta terminármelo. Vuelvo a rellenarlo y le doy otro trago. El ambiente se vuelve más pesado, más caluroso y la gente baila sin parar. Me siento feliz en un lugar así donde todos derrochan felicidad.

Después, las tenues luces dejan entre ver a un hombre que no deja de mirarme. Se encuentra sentado a unas cuantas mesas de la nuestra. Lleva puesto un pantalón beige que parece ser de tela ligera, seguido de una camisa que parece ser blanca con botones desabrochados. Se le ve el pecho, el tipo se encuentra solo y sé perfectamente quien es. Se levanta, le da un trago a la cerveza dejando la botella sobre la mesa cuando parece ser que se la acaba. Trago duro, vuelvo a darle un trago al vaso de mojito hasta que se sitúa frente a mí.

—¿Bailas? —me pregunta, estrechando su mano hacia la mía.

No respondo, simplemente lo tomo de la mano.

Nos encaminamos a la pista de baile. Nay se me queda viendo sorprendida, al igual que lo hace Izan.

El hombre me toma de la cintura, mientras yo trato de seguirle el paso. Es un maldito experto bailando. Me recorre el cuerpo, la música calienta mi entrepierna cuando éste pega su rodilla en ella al bajarme con lentitud. Me endereza, me voltea de espaldas a él bailando al ritmo de la música latina y candente. El calor del lugar me enciende, y sé que él se encuentra exactamente igual de caliente que yo cuando sus dedos rosan mis muslos. Bajo con lentitud contoneando mi trasero a su entrepierna, y éste no duda en recorrer con la yema de sus dedos mis costados. Vuelve a tomarme de la mano, dándome una vuelta más pegándome a su pecho firme al mismo tiempo en el que me toma de la cintura y rosa mis labios a los suyos.

Sonríe cuando la canción se termina.

—Te dije que congeniábamos bien al bailar —dice con su imponente voz.

—Algo. —Respondo, encogiéndome de hombros.

—Para ser la segunda vez que me restriegas el trasero estuvo bien.

Imbecil.

—Sigo pensando que es un meñique —respondo con una sonrisa maliciosa.

La música vuelve a sonar. Giro sobre mi eje caminando hasta la mesa, pero Farid Leister me detiene tomándome del antebrazo. Me arrastra hasta su pecho.

—Ya quisieras tenerlo en tu boca.

—No lo creo, es más ni sentí nada ahora. ¿Ya me puedes soltar?

De un manotazo me deshago de su agarre. Camino hasta la mesa, sentándome en la silla tomando sirviéndome un mojito más.

— No te sirvas eso —dice, quitándome la jarra.

Lo escrudiño con la mirada, al mismo tiempo en el que le pide otra jarra a una dependienta que pasa caminando.

—Pero que haces...

—Uno nunca sabe cuándo quieres poner estúpido a alguien.

Después de unos segundos comprendo lo que dice. La dependienta trae otra jarra y él me sirve en un vaso nuevo el mojito.

—Gracias.

—De nada, me debes la vida... ¿Cuál era tu nombre?

Vuelvo a mirarlo de mala manera.

—Es obvio que lo sabes, ¿te refresco la memoria? Es el mismo que le pondrás a tu club de strippers.

Suelta una carcajada.

—El mejor nombre ¿no crees? —sonríe.

Bueno, al menos su sonrisa es linda.

—¡Leister, hombre! ¿Qué haces por acá? —llega Izan, saludándolo.

Nay sigue bailando con unas chicas y un par de chicos que tocan los instrumentos. Mercedes saluda a Leister cuando Izan se la presenta, y ambos entablan una conversación que decido ignorar al ver a la mayoría bailando. Debo confesar que la presencia de Leister me ha sacado de quicio. No sé qué mierda hace aquí, y las copas de más están comenzando hacer su efecto. «¿Estaría bien preguntarle?».

Leister se despide de mi amigo y su acompañante, menos de mí. Ni siquiera me dice el típico adiós con la mano, y eso hace que me pique la curiosidad por saber qué hace aquí. Me levanto del banco, caminando tras de él.

—¡Ey! —exclamo, cuando veo que se va caminando por toda la banqueta.

Éste no voltea. Maldito. Vuelvo a gritarle, al mismo tiempo en el que lo sigo, pero sigue sin voltear.

—¡Leister! —exclamo, y se detiene.

—Andale, ese si soy yo —dice cuando se voltea hacia mí —. ¿Dime, que se te ofrece bonita?

Y entonces, me quedo en blanco. Me le quedo mirando recordando el baile de hace un rato. La piel me quema, a pesar de que estoy afuera sigo sintiéndome caliente por la bebida y por lo caluroso del ambiente.

—¿Qué... que hace por acá? —pregunto, mirándolo a los ojos.

Enarca una ceja, como si estuviera dudando en responder. Me muerdo el labio y...

—Háblame de tú, es extraño que no lo hagan fuera de horario laboral —responde.

—Bien.

Me quedo sin palabras. Me siento una estúpida sin decir una sola palabra. «¿Por qué mierda me quedo callada?». Con Marcus nunca me quedaba callada.

—Ya, dilo. Di que quieres follar conmigo.

—¿Qué? —digo apenas en un susurro.

—Vienes, me sigues, ¿acaso me estas acosando? Por qué de ser así puedo llamar a la policía y...

—¿Es enserio? —lo interrumpo —. No te estoy acosando Leister.

—Pareciera. ¿Te gusto el baile? ¿Vienes por otro? —bromea.

—Imbécil.

Que tonta.

Me doy la media vuelta, pero entonces un par de brazos me aprisionan a la pared. Rosa sus labios con los míos, recorriendo con una de sus manos mi abdomen descubierto.

—Sinceramente ese baile me dejó caliente, ¿a ti no? —miento diciendo que no —. Ajá, por eso estas aquí, acorralada ¿no?

No deja de mirarme. El maldito no va a besarme y yo lo estoy deseando como si estuviera necesitando de un beso.

Entonces, me cuelgo de su cuello uniendo mis labios a los suyos, los cuales aprisiona. Me besa, metiendo la lengua para juguetear con la mía. Me sostiene de la cintura y el calor vuelve a invar en mi entrepierna que proclama atención de alguien. El corazón me martillea, y lo único que escuchan mis odios son nuestras respiraciones agitadas en la banqueta desolada de una calle completamente vacía. Me toma de los glúteos, magreandolos y metiendo después sus manos bajo mi falda. Gruñe cuando suelto un gemido, y deja de besarme.

—¿Quieres follar? Porque yo si —dice.

—No, ni siquiera me gustas —le respondo, volviéndolo a besar.

—Tu a mí tampoco pero tengo ganas.

Siento una sensación extraña, y vuelvo a colgarme de su cuello permitiéndole que paseé sus manos por todo mi cuerpo. Cuando llega a mis bragas, estira el hilo de éstas. Después dirige su maravillosa mano hasta mi entrepierna trazando círculos en mi clítoris sobre la tela de las bragas.

—Mete tus dedos —imploro como una cualquiera.

—No —jadea —, pídemelo.

Niego.

Sigue con lo mismo torturándome. Suelto gemidos y jadeos. Muerdo sus labios y después recorro su cuello dejándole ligeras mordidas. Echa la cabeza hacia atrás.

—Nos verán, y nos encarcelaran —le digo.

Le acaricio el bulto que, para ser honesta de meñique no tiene nada.

—Joder, pídemelo —ahora es él quien lo dice.

—No —respondo jadeando.

Le rodeo la cadera con una de mis piernas, y es como si lo hubiese mandado al infierno porque me suelta. Me aprisiona en la pared. Los ojos dilatados de deseo nos delatan. Me toma de la mano, y juntos seguimos el camino restante de la banqueta. Mis tacones suenan en el asfalto.

—¿A dónde vamos? —le pregunto.

—A mi habitación, ahí me lo pedirás.

Suelto una carcajada. Estoy consciente que lo haré, pero molestarlo es aún mejor.

Nos adentramos a un edificio color blanco parecido al mismo en el que nosotros nos hospedamos. Subimos a lo que parece ser el segundo piso, situándonos después a una puerta sin número. No le tomo importancia, simplemente me espero a que abra la puerta, y cuando lo hace me deja entrar primero.

No detallo la habitación, ésta se encuentra con solo una lámpara encendida y una cama matrimonial. Leister me empuja de espaldas a la cama, aprisionándome en la misma cuando se me trepa encima. Me abre de piernas, y yo vuelvo a besarlo al sentir la dureza de su miembro en mi entrepierna, la cual refriega una y otra vez.

—No te conozco —jadeo cuando direcciona sus labios a mi cuello.

—Yo a ti tampoco —responde, bajándome el top liberando mis pechos —. Joder.

Se lame los labios. Después éstos viajan a mis pezones erguidos. Siento el calor de su lengua en ellos y suelto un gemido disfrutando de la sensación. Estoy húmeda, y sentir las ligeras mordidas que da en ellos hacen que me retuerza con el dolor placentero que siento.

—Pídemelo —vuelve a insistir.

—Nunca...

Lo siento esbozar una sonrisa cuando posiciona su boca en mi cuello.

—Imploraras bonita —dice apoderándose de mi boca.

Sus dedos viajan a mi entrepierna, levantando mi falta hasta la cintura dejándome expuesta con solo unas diminutas bragas. Después, Leister se levanta y opta por recargarse en la pared junto a la ventana.

—Dilo.

—¿Por qué quieres que lo diga? —respondo frustrada —. Es obvio que quiero, ¿no me ves?

Sonríe con malicia. Mi deseo se convierte en enojo, así que me levanto de la cama y tomo el top que se encuentra sobre ésta. Trato de colocármelo al mismo tiempo en el que camino hasta la puerta.

—A dónde vas ricura —dice, tomándome del antebrazo.

—Me largo, yo no estoy para andar implorando —respondo tajante, tratando de soltarme.

Leister suelta una carcajada, pero no me suelta. Al contrario, me arrastra hasta la cama tomando asiento sobre ésta, al mismo tiempo en el que se desabrocha el pantalón. Me quedo mirando anonadada, como si nunca hubiese visto la polla de hombre. Se deshace de los pantalones haciéndolos a un lado cuando se ha quitado los zapatos.

—¿Mira esto? —dice, tomándose el miembro, masajeándolo de arriba hacia abajo con la mano izquierda.

Trago duro, queriendo por un momento ser la mano que lo sacude. Siento una presión en el vientre, quisiera correrme ahora más que nunca. Entonces, camino hacia él quitándome las bragas para cabalgarlo. Sigo mirándolo a los ojos, y no dudo en morderme los labios cuando siento su polla adentro.

—Rico... —susurro.

Leister gruñe sin decir palabra. Después me besa y yo lo cabalgo como si nunca hubiera follado en la vida. Siento un alivio al saciar mis ganas de sentir a alguien dentro de mí. Me muevo de adelante hacia atrás haciendo fricción con mi clítoris y su pelvis, sintiendo ese fuego abrazador que extrañaba, aunque lo extrañase de alguien más.

«Solo vas a follar. Placer mutuo». Me digo a mi misma.

Me azota el trasero, y cuando le quito la camisa veo el tatuaje en su brazo izquierdo el cual solo alcanzo a detallar un águila, gracias a las ganas que le tengo. Entre abro los labios y...

—¿Te gusta? —pregunta jadeando, cuando nota mi sonrisa.

—Se ve sexy en ti —respondo.

Me toma de las caderas, moviéndome de abajo hacia arriba penetrándome con fuerza. Siento el miembro hasta no sé dónde dentro de mí canal, miembro que me hace gemir con cada estocada que me da.

—Estas tan húmeda —gruñe, apoderándose de mis pezones —, ¿te cuidas bonita? Quiero correrme dentro de ese rico coño.

—Si... —jadeo, echando la cabeza hacia atrás, acariciándome los pezones.

—¿Sí que? —gruñe, apoderándose de mi cuello.

—Si me cuido, ¡joder, sigue!

Me abre las nalgas, llevando su pulgar a mi entrada anal. La estimula, y después me penetra con suavidad. Suelto un gruñido por el dolor, pero se me pasa al instante cuando es sustituido por el placer que se siente al mantenernos en esa posición. Después me alza cuando se levanta de la cama, rodeo las piernas a sus cadera tratando de que su miembro no se escape de mi coño.

Me miro en un espejo, observando lo bien que se ven nuestros cuerpos, ambos desnudos y completamente sudados. Leister me avienta de espaldas a la cama y...

—Boca abajo bonita —me lo pide con delicadeza en su voz.

Obedezco. Éste me toma de los glúteos con sus enormes manos, llevando después dos de sus dedos a mi sexo. Me penetra con ellos, y las miles de sensaciones se apoderan de mí queriendo expulsar el orgasmo contenido. Me retuerzo de placer cuando me muerde y azota mis glúteos.

¡Joder, si!

Me sostengo de las sabanas, y de la nada siento su miembro encajándose con fuerza en mi sexo.

—Joder —maldigo.

Enrolla mi pelo en su mano, me posiciona en cuatro y siento la dureza de su pecho recargarse en mi espalda. Con una mano me sostiene de la cadera, y con la otra me magrea los senos con fuerza.

—Tu maldito apodo te queda a la perfección —dice —: ricura.

Vuelve a penetrarme con fuerza, direccionando después sus dedos a mi clítoris. Estimula mi botón de nervios, pero eso ya no es necesario cuando estoy por correrme gracias a la polla de éste hombre.

—Dámelo... —me alienta a correrme.

—Mierda...

Me corro, soltando un gemido diciendo grosería y media hacia Farid. Éste me toma con ambas manos las caderas, arremetiendo con fuerza y mordiendo mi omoplato izquierdo hasta que siento el líquido dentro de mi canal.

En la habitación no se escucha nada, más que nuestras respiraciones agitadas. Me recuesto boca abajo, sintiendo por fin el alivio que tanto había estado buscando, pero que nadie más me lo había dado. Después siento las caricias en mi espalda, me volteo hacia él, y éste me mira con su sonrisa de malicia y sé que dirá algo incoherente.

—Ya, dilo —lo animo a que diga lo que sea que se guarda.

—Mejor me lo guardo.

—Como quieras.

Vuelvo a girarme para no verle el rostro. No sé ni cómo mierda me quité las sandalias, pero ya no están en mis pies, así que me acomodo en las sabanas. Cierro los ojos, quedándome dormida con un hombre que apenas si conozco, pero que he visto un par de veces, si no es que más en distintos lugares. Sin embargo, sus caricias me encienden cuando éstas llegan hasta mis glúteos, y decido voltearme mirando esa sonrisa de malicia y esos ojos color azul para tan solo decirle:

—Quiero más.

¡Feliz viernes erótico! JAJAJAJA

Éste capítulo está super largo, por lo tanto será divido en dos partes. La segunda la subiré en cuanto pueda, así que estén pendientes.

Gracias por el apoyo mis Pervers@s! Gracias a ustedes, seguimos creciendo :')

Espero les haya gustado que a mi no me gusta ¡A mi me encanta! ♥

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