Capítulo 5

"Rutina"

Marcus Meyer

Estoy exhausto, he corrido por más de media hora en el parque que ya siento los pulmones de fuera. Troto hasta la recepción del edificio, y lo primero que ven mis ojos es a Oliver, pero después me doy cuenta que no es él, sino su hermano Omar.

Quiero pasar de largo sin prestarle atención, pero éste mi interrumpe cuando presiono el botón del elevador. Ambos nos adentramos al mismo tiempo, y para cuando me quito los Airpods, habla:

—Hola, hola traidor —saluda.

Imbécil.

Aprieto los labios, mirándolo después con una sonrisa que seguramente si fuera mujer se mojaría las bragas.

—A mí también me da gusto verte —le digo.

Me recargo en la pared, al fondo del elevador. Tengo la curiosidad por saber qué hace Omar aquí, pero me desisto a preguntarle. Además, a mí que me importa. Tanto él, como su hermano, pueden irse al carajo.

—En serio, sabía que Charlotte era una perra...

Suelto un suspiro. Claramente su estúpido comentario me ha hecho enojar y él lo sabe. A eso se dedica, a provocar a la gente con su supuesta honestidad.

—¿Siempre lo has pensado? —le pregunto —. ¿O eso sucedió cuando prefirió casarse con tu hermano? —bromeo.

Aunque en realidad lo que menos hago es bromear cuando la insultan. Si, ambos la jodimos, y me frustra que solo ella se lleve el resto de la culpa cuando el error fue de los dos. Aunque nunca lo consideré un error después de haber traicionado a mi "amigo".

—Imbécil —susurra —, yo fui quien la rechazó.

—Mmm... —me rasco la barbilla como si estuviese dudando de su palabra —, eso no fue lo que me contaron.

Las puertas se abren, y éste sale de la caja metálica.

—Salúdame a la preñada de Mercy —dice, volviéndose hacia mi cuando sale al pasillo.

Entrecierro los ojos, y agradezco que las puertas se hayan cerrado para no verle la maldita cara llena de satisfacción.

Prefiero no ver su rostro.

—Pendejo —susurro.

Abro la puerta del apartamento, Mercy se escucha en la cocina y yo trato de comportarme cariñoso con ella cuando me ve. Me acerco, dejándole un vasto beso en los labios. Le sienta bien el embarazo, siempre usa vestidos ajustados que la hacen realzar su vientre abultado.

Sigo sin poder procesar que seré padre. Estoy a nada de cumplir treinta, y me sigue sabiendo amargo el que vaya a tener un hijo.

—¿Cómo te ha ido hoy? —me pregunta, al mismo tiempo en el que pone un plato de sopa en la encima donde he tomado asiento.

—Bien, ya sabes, mucho trabajo —le respondo.

La dignidad que perdí en el club me sigue fastidiando. Estaba ebrio, comiéndome la boca de una mujer castaña dispuesta a follar conmigo y no pude hacerlo. Ni por más que dijera su maldito nombre y pensara que era ella, pude follarme a la bailarina exótica.

Ceno, tratando de despejar mi mente de esos pensamientos cargados de morbo. No quiero ni pensarlo, nada más de hacerlo mi mente viaja a las escenas candentes que Charlotte y yo protagonizamos infinidad de veces.

—Estas muy callado —escucho la voz de Mercy.

Volteo a verla, le esbozo media sonrisa y le dejo otro casto beso en los labios.

—Estoy algo... estresado —respondo, levantándome de la mesa y recogiendo el plato —. Iré a mi despacho, necesito avanzarle al trabajo pendiente.

Ella asiente. En eso no miento, lo del hotel en playas mexicanas me ha dejado estresado. No dejo de revisar el contrato y otra vez siento la daga en mi cuello lista para degollarme. Si Mark se entera de esto lo primero que veré será el infierno al que me mandará.

Me encierro en las cuatro paredes. Me quito la corbata desabotonándome después la camisa blanca dejándola entreabierta. Tomo asiento en la silla giratoria, me recargo en el respaldo y comienzo a ponerme caliente con las imágenes que rondan en mi mente. «Quisiera correrme».

Apoyo los pies en el escritorio, cierro los ojos recordando la humedad de Charlotte en mi polla. Me desabrocho el pantalón, bajándome después el bóxer y comienzo a masajearme el miembro recordando su boca en él. Jadeo, el ritmo que llevo me hará correr y...

—Cariño, tomaré un ducha... ¿se te ofrece algo más?

Abro los ojos.

Me guardo el miembro, levantándome después de la silla. Abro la puerta y tomo a Mercy de la mandíbula forzándola a que me bese. Lo hace. Después, con cuidado, la encamino a la ducha de nuestra habitación.

¡Maldita sea!

Si, soy descarado por follarme a Mercy pensando en otra mujer, pero así soy.

Jadea, y no dudo en quitarle el vestido rosa ajustado que lleva puesto. Se lo quito, y después me apodero de sus pezones rosados que me incitan a morderlos y lamerlos en cuanto los veo. Vuelve a jadear. Me ayuda a quitarme la ropa, y ya en la ducha abre el grifo, mirándome con las pupilas dilatadas, pero yo la giro de espaldas a mí dejando que caiga el agua tibia sobre nuestros cuerpos. Paseo mis dedos sobre su clítoris tomándola de un seno, y ella deja escapar un gemido que estaba conteniendo. Se sostiene de la pared con ambas manos, y mi glande busca su sexo para sentir el alivio que quiere. La penetro con fuerza.

—Joder, Marcus... —jadea.

—Ábrete más —le ordeno, y obedece.

Vuelvo a arremeter con fuerza apretándola de las caderas, trazando círculos a cómo puedo en su clítoris con mi mano derecha. Jadea y dice mi nombre. Me muerdo el labio inferior, cierro los ojos y me dejo llevar por la humedad de ella. Después de unos minutos la siento correrse y yo me libero uniéndome a ella.

(***)

Mi vida comienza a convertirse en una rutina que temía. Vuelvo a levantarme, otra mañana más en la que salgo a trabajar y pienso si salir temprano o tarde de la oficina.

—Beso —me pide Mercy cuando estoy por encaminarme a la puerta.

Me regreso a ella, dándole un beso en el que juego con su lengua. La tomo del pelo estirándolo hacia atrás. Veo sus ojos verdes, y me pregunto por un instante que color de ojos tendrá el bebé cuando nazca.

—¿Vendrás a cenar? —me pregunta.

—No lo sé cariño, tengo demasiado trabajo y...

—Está bien, aquí estiraremos esperándote —dice, tocándose el vientre.

El pecho se me remueve al no hacerle cariño alguno. Sé que los bebés sienten y escuchan nuestras voces aun estando en el vientre, y ni siquiera me he dignado a hacerle un mimo o algo al pequeño que invade el vientre de Mercy.

Le sonrío, tocando el bulto endurecido que es su vientre. Me bajo con lentitud a éste dejándole un casto beso.

—Nos vemos en la noche campeón.

Es lo que me sale decirle de la nada. Y de pronto, como si hubiese escuchado patalea.

—Mierda —susurra Mercy, acariciándose.

El sentimiento de culpa me reprende provocándome un nudo en la garganta. Trago duro tratando de asimilar la emoción que no expreso frente a ella, y vuelvo a besar el vientre sobre la tela del vestido.

—¿Y si es niña? —inquiere Mercy.

—Será niño, estoy seguro —le digo.

Salgo a toda prisa del apartamento sintiéndome culpable. No merece éste trato, no merece que yo sienta que ésta relación la estamos forzando, y es por eso que, en cuanto nazca tendremos que separarnos lo quiera ella o no.

Subo al coche dirigiéndome hasta la oficina. Mi pésimo humor se ha apoderado de mi mañana que cuando llego lo primero que hago al ver a Jen fuera de su lugar es gritarle. La mujer se sobresalta, corriendo hasta su lugar. Si no fuese buena en su trabajo ya estuviera en la calle, ya la hubiera corrido desde el día cero en el que llegó alardeando que era la amiga de la esposa del dueño.

—¡Deje de estas perdiendo el tiempo! —espeto —. Dígame que pendientes tenemos hoy, no quiero imprevistos como ayer.

—S... si señor Meyer —carraspea, tecleando en su iPad —. Hoy el día está tranquilo y la única reunión que tiene es la cita con el abogado Brandon Leister —dice.

Se me olvidó posponerla.

—Cancélala y dile que le llamo en cuanto pueda —asiente.

—Bien señor, es todo. No hay más pendientes por el momento. La junta con los mexicanos se canceló —comenta —, la han pospuesto para la siguiente semana.

—Bien, súbame un café por favor y que nadie me moleste.

Asiente, saliendo después de mi oficina a toda prisa. Pero la tranquilidad es interrumpida por Lorenzo que entra sin anunciarse.

—¡Buenos días! —saluda.

—Que tiene de buenos.

—¡Oh! Creo que alguien amaneció de mal humor —se burla. Después se sienta frente a mi escritorio —. Bien, ¿Qué haremos el día de tu cumpleaños?

Suelto un bufido. Lo había olvidado. Soy de esas personas raras que no les gusta festejar su cumpleaños, porque solo me recuerda a cuando descubrí a Mark engañando a mi madre en el cuarto de billar que se encontraba en nuestra antigua casa. Si, el tipo estaba follando con la mejor amiga de ella. De tal padre, tal hijo.

—Nada, ya lo sabes.

—¡Oh, vamos hermano! Cumples treinta, vas a tener un hijo con la mujer de tu vida —sarcasmo... —, y además sigues en forma. Mira que dicen que después de los treinta el metabolismo cambia, para ser francos se dice que uno engorda. Así que cuidadito.

Niego riendo.

—¿De dónde te apagas? Ya sabes que no me gusta festejarlo.

—Y dale con lo mismo... deja tus traumas para los adolescentes y olvídalos.

No le respondo. Le hago una seña para que se esfume de mi oficina y obedece.

—¡Estoy, harta!

Escucho la voz de una de las gremlins. ¿Quién será? ¿Dilsea?

Levanto la mirada. Estoy de pésimo humor asi que no le respondo, opto por seguir trabajando revisando los últimos ingresos de los hoteles. El personal de administración sigue haciendo bien su trabajo.

—Aunque sea dígnate a preguntarme porque, Marcus.

—¿Por qué? —pregunto sin ganas.

¡Error! La mujer no se calla, solo escucho párrafos inaudibles quejándose se Dominica y mi padre.

—¿Y bien? ¿Qué haremos en tu cumpleaños? —pregunta.

—Ya te dije que no me gus...

—¡Marcus! Cumples treinta, casi el doble que yo.

—Te llevo doce años, no es para tanto.

—Mis padres si que se tardaron en crearnos...

Sigue hablando, no se calla. En realidad, nunca lo hace. Siempre habla y critica a medio mundo. No digo que se crea superior, porque hasta eso, es una chica humilde, pero es estresante estarla escuchando.

—Y los aborrezco, en serio. Odio a la gente racista.

—¿Y quién no? —contesto.

—Por cierto... vi a tu ex amante.

Trato de volver la mirada cuando dice aquello. Y digo trato, pero me vale mierda. Levanto la mirada enarcándole una ceja a mi hermana.

—¿A sí? ¿Dónde? —pregunto, como si le restara importancia cuando vuelvo la mirada a la portátil.

Dilsea se recarga en el respaldo de la silla.

—Con un hombre —contesta encogiéndose de hombros.

Mis manos se vuelven un puño cerrado. Carraspeo la garganta tratando de mitigar las ganas que tengo de bufar al escuchar su comentario.

«¿Con un hombre? ¡¿Por qué mierda sale con otro hombre?! ». Tranquilo Marcus, tranquilo. Nunca he sido un hombre que diga le pertenece una mujer, simplemente por el hecho que se pertenece a sí misma y eso me agrada, la seguridad en las mujeres con las que salgo. La maldita confianza, es lo que me importa y no solo que se la tenga a sí misma, sino, tener la confianza suficiente como pareja. Desafortunadamente eso me gusta en las mujeres y Tessa lo mandó al carajo cuando me enamoré de ella sabiendo que Oliver también se la había cogido. Ella lo prefirió a él. Y no, claramente no me gustó porque Oliver es todo lo que no soy yo: detallista, amable, sincero y hombre de una sola mujer. Cosa que nunca he sido yo.

—Si, pasé a saludarla claramente —continua —, me presentó al chico. Muy chulito, por cierto.

—Que bien Dilsea, ¿no tienes tarea?

—¡Tranquilo hermanito! Todavía no termino. ¿Cómo me dijo que se llamaba...?

Trato de no hacerle caso, porque creo que estoy comenzando a pensar el mandar al carajo mi pensamiento razonable.

—¡Julián! Si, así se llama.

—Un becario cualquiera —respondo.

—No lo parecía, se veía muy... formal el tipo.

—¡Genial! Puedes irte.

—¡Ay, que amargado!

Se levanta de la silla haciendo todo el ruido posible. Sale, y por fin puedo soltar la maldita rabia contenida. ¿Tan pronto se olvidó de mí? ¡¿Tan pronto?!

—Decía quererme la maldita —murmuro.

Vuelvo a debatirme si llamarla, pero si no responde sería como la milésima vez que pierdo la dignidad.

La tarde se pasa de prisa, apenas si me levanté a comer. Afortunadamente el trabajo va en aumento, y aunque seguimos teniendo problemas con la nueva construcción del hotel en playas mexicanas, hemos decidido concretar una cita con Leonel Castillo y sus abogados.

La puerta de mi oficina suena, autorizo la entrada y es Jen.

—Señor, me retiro, ¿se le ofrece algo más?

Me quedo pensando.

—Si, mañana a primera hora agendame una cita con Derek Osuna la semana entrante por favor.

—Claro señor.

—Dile que tengo... quejas de su servicio.

—Pero no hemos tenido ningún inconveniente con...

La mujer guarda silencio cuando la escrudiño con la mirada. Me jode ser un jefe mandón, pero a veces se pasa con sus cuestionamientos cuando le pido algo.

—Cla... claro señor.

Diez minutos pasan, y decido salirme del edificio. Tengo tanto tiempo de no ir al Hotel Meyer, así que me decido a ir.

La tarde está fresca, y para cuando llego y aparco en el estacionamiento, veo un coche que conozco porque hace poco más de un año y medio que vino aquí de visita. Y no es que no piense que haya como mil coches iguales a ese, lo único que lo diferencia es el nombre que tiene en sus placas traseras. Sin embargo, lo ignoro rezando para que no me encuentre con esa persona en el bar del último piso.

Camino con paso decido mostrándome como lo que soy. Todos me miran de reojo porque me conocen y quizás piensen que voy a hacer auditoria y a inspeccionar si hacen bien su trabajo. La verdad es que si voy a eso, pero también voy por un trago.

Me adentro al elevador cristalino que se encuentra en el área de la recepción. Al abrir éste sus puestas, salgo caminando hasta la barra.

—¡Paulo! —exclamo el nombre del barman que se encuentra limpiando un vaso.

—Señor Meyer, que sorpresa —responde con un tono formal al verme.

—Lo sé, tenía tiempo de no venir.

—¿Lo de siempre? —me pregunta y asiento.

Vacía el líquido en el vaso cristalino con hielos hasta, la mitad. Le invito un trago al hombre. El bar del hotel siempre se llena a reventar por las noches, ya que no solo está permitido la entrada a los huéspedes. Afortunadamente aún es temprano.

La sangre se me calienta cuando me lo termino, pero lo que en verdad me remueve y marea es la voz sensual de la mujer que termina sentándose a mi lado. Conozco su acento británico porque lo escuché un tiempo atrás. Va de vestido rojo, caro y escotado de los senos, como siempre le ha gustado enseñar.

—Marcus, que sorpresa.

Volteo a verla con una sonrisa media. Piel blanca y pelo rojo natural.

—Tessa.

¡Hola, hola! 

Perdón por la demora mis Perversas ♥. ¡Pero esto se va a descontrolar a partir de yaaaaaaaa!

14/03/2022♥

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