El duende Kiper


Amar era mucho más sencillo cuando tenías nueve años y lo único que debías hacer para mantener feliz a una niña era jugar con ella en el receso escolar, besarla en la mejilla, darle cosas bonitas en su cumpleaños e ir a su casa una que otra tarde para estudiar o hacer tarea juntos. Lena te amaba mucho, y solo bastó su entrada a la adolescencia para que esa boca ávida que tenía entre las piernas te exigiera lo imposible.

La primera vez que la viste fue en tu primer día de clases en la escuela primaria. Ella estaba sentada en el último lugar de la última fila del salón de clases, charlando con su compañera de enfrente. Hacía muchos ademanes al hablar y su tono era muy alto. No guardó silencio ni siquiera cuando entró la profesora, y fue la primera a la que regañó. Cualquier otra niña sin duda se hubiera cohibido, pero ella miró a la docente a los ojos en todo momento, estoica. Eso llamó mucho tu atención.

Elena Kiper era una niña de cejas pobladas y corto cabello negro con las puntas curveadas. Sus grandes y malignos ojos azules le daban la apariencia de un duende travieso que se la pasaba haciéndole bromas a los demás. Y en cierto modo, eso era verdad; muchos niños le tenían miedo por lo brusca que era y no había un día en el que no colmara la paciencia de la profesora. Los citatorios de su madre se volvieron tan frecuentes que la veías llegar despreocupada y con un café frío en la mano. Tú te divertías contemplando a Lena desde cierta distancia y no le hablabas mucho. Era ruidosa y molesta para casi todos, pero eso no quitaba que era bonita. Muy bonita.

En tercer año, durante la clase de medio ambiente, la profesora empezó a formar equipos para elaborar un cartel sobre el reciclaje. Sentiste un escalofrío cuando mencionó el nombre de Lena justo después del tuyo. Mañana empezarían junto a otros tres compañeros. A la salida los escuchaste quejarse sobre tener que trabajar con alguien tan problemático como ella. Sin duda iban a tener el peor cartel de todos.

No dejaste de pensar en Lena en todo el camino a casa en el bus. Te ponías nervioso solo con un breve contacto visual, ¿cómo se suponía que iban a trabajar juntos?

Ya en casa fuiste a ducharte, te pusiste un pijama y calentaste en el microondas una de las tantas comidas congeladas que había en el refrigerador. Tu madre llegaría en unas dos horas. Comiste despacio viendo el televisor, mas tu mente estaba en otro lado. Solo le bastaría a Lena hablar contigo por unos minutos para darse cuenta de que te gustaba y sin duda se burlaría de ti y quizá hasta te humillaría frente a todos. Aunque, ¿qué más daba? De todos modos no tenías amigos. Te llevabas bien con todos, pero hasta ahí. Más bien lo único que te daba miedo era que Lena lo supiera.

Al terminar te dispusiste a hacer tus deberes escolares en la mesa de la cocina, y por fin fuiste capaz de pensar en algo más que ese duende risueño. Tu madre llegó con el rostro soñoliento y lo primero que hizo fue preparar café.

—¿Qué tal tu día, amor?—dijo ella sentada en la mesa, aún con su chaleco del supermercado puesto. Tenía varios pines coloridos en él.

—Mamá, creo que me gusta una niña.

Tu madre dio un largo sorbo a su taza de café.

—Siempre eres muy directo, Leo—dijo—. ¿Qué niña es?

—Elena Kiper, la que se peleó con una niña de quinto grado en el patio durante el festival de verano.

—Es un demonio en miniatura.

—Lo sé, me da mucho miedo a veces. Pero también me gusta. No sé porqué.

—Bueno...es muy bonita, tal vez eso tiene que ver. Es normal que te empiecen a gustar las niñas.

—No quiero que ella lo sepa.

—Y no lo sabrá si no se lo dices. No te preocupes por eso.

—Es que creo que se va a dar cuenta.

—Solo limítate a hacer tu trabajo y verás que no se va a dar cuenta. Esto es temporal, Leo, después van a gustarme muchas otras niñas, niñas que sí son buenas.

Eso bastó para hacerte sentir mejor.

—Gracias, mami.

Para ese entonces todavía considerabas que tu madre era una mujer normal. Una madre como cualquier otra; sabia, dulce y abnegada. Te daba la dosis de cariño adecuada, y no la veías triste o desanimada a pesar de trabajar tanto. Cada que entras en restrospectiva llegas a la misma conclusión: tu entrada al mundo del modelaje fue lo que terminó de torcer su relación. Tu madre hizo mal al renunciar a los hombres en cuanto tu padré los dejó, y debió aprovechar tu éxito para rehacer su vida emocional, no obsesionarse contigo. Extrañas aquellos tiempos en donde las cosas eran más sencillas.

Al día siguiente, en la escuela, te esforzaste en lucir lo más serio posible cuando los equipos se juntaron para empezar a trabajar. Para tu mala suerte Lena puso su pupitre justo a tu derecha, y sentiste un nudo en el estómago al captar su aroma a galletas de chocolate y perfume de flores.

—¿Qué ideas tienen?—preguntó Lena al equipo.

—Podríamos dibujar un bote de basura y decorarlo con recortes de las revistas que trajo Ivan—dijo Anna, una de las más creativas en el equipo, tomando una de las revistas del pupitre de Ivan.

—Suena bien, pero creo que falta algo.

El resto del equipo intercambió miradas, quizá sorprendidos por lo seria y concentrada que lucía el demonio Kiper. Ella siempre solía tomar el rol de líder en proyectos de equipo y nunca faltaban las discusiones, pero quizá hoy era la excepción.

—Podríamos poner el bote de basura en un parque, junto a un niño y una niña—dijiste, mirando a los ojos a Ivan.

—Buena idea, Leonid—respondió Lena, volteando a verte. Sus ojos se encontraron y sentiste el impulso de salir corriendo y encerrarte en el baño de hombres.

—Yo podría dibujar el parque, los árboles y a los niños—dijo Anna.

—Olezka y yo podemos recortar para el collage del bote de basura—dijo Ivan.

—Me parece bien—Lena se dirigió a ti una vez más—. ¿Eres bueno coloreando?

—Sí, eso creo.

—Bien. De eso nos encargaremos tú y yo.

"Tú y yo". Qué bien sonó eso.

—Está bien.

El equipo puso manos a la obra y, conforme pasaron los minutos, te sentiste más y más cómodo junto a Lena. No era tan inquieta como de costumbre, tal vez ya estaba madurando. Una vez habías oído a Anna decir que los niños son bruscos y bobos hasta que son adultos porque maduran muy lento. Lena, al ser una niña, ya estaba tranformándose por dentro. Tú nunca fuiste brusco, pero no dejarías de ser bobo hasta los treinta.

¿Qué pensará Lena de mi?, pensabas mientras la veías de soslayo colorear los troncos de los árboles. ¿Le pareceré muy bobo?

El cartel estaba quedando mucho mejor de lo esperado. El timbre sonó cuando aún faltaba colorear las manzanas.

—Yo puedo llevármelo si quieren—dijiste—. Puedo terminarlo en mi casa.

—Son muchas manzanas—dijo Lena—. Vas a tardar mucho, ¿estás seguro?

—Sí. No tengo hermanos menores, así que nadie va a distraerme.

—Podría ir a tu casa y ayudarte si quieres.

Abriste los ojos a toda tu expresión. Lena sonrió, y por un instante ese habitual brillo maligno regresó a sus ojos.

—Tendrías que pedirle permiso a tu mamá, Elena.

—No hay problema con eso. Papá está en el trabajo y vuelve hasta la noche.

—Oh. Bueno, en ese caso...está bien.

Salieron juntos a tomar el bus y no dijeron ni una palabra durante el camino. Miraste a Lena mientras contemplaba el paisaje en la ventana. Se veía preciosa con su bufanda tejida roja y el cabello moviéndose por el leve viento helado.

—Qué bonita casa—dijo Lena cuando abriste la puerta y la hiciste pasar.

El aparamento era pequeño y estaba escasamente amueblado, pero te sentiste halagado por lo que dijo de todos modos.

—¿Qué te gustaría comer?—le preguntaste mientras dejaban las mochilas sobre una de las sillas en la mesa de la cocina—. Hay pollo con puré de papas, tocino y jamón con verduras o deditos de queso y salchichas.

—Me encanta el pollo con puré de papas.

—Muy bien.

Sacaste dos bandejas del congelador y calentaste primero la de ella. Cuando tu comida estuvo lista, te sentaste frente a Lena en la mesa.

—Creo que nuestro cartel es el mejor—dijo Lena—. ¿Verdad?

—Sí. No creo que los demás sean tan coloridos.

—Hicimos un muy buen trabajo.

Largo silencio. Ambos se limitaron a comer con la mirada fija en las bandejas y, en cuanto terminaron, pusieron manos a la obra. Terminaron en poco más de dos horas y tu madre los encontró enrollando el cartel.

—Oh, hola señora—dijo Lena, dándole una sonrisa—. Lamento venir sin haber avisado, es que no terminamos el proyecto en la escuela.

—Llámame Polina, y no te preocupes, me alegra que lo hayan terminado. ¿Quieres quedarte a tomar té o jugo?

—Me encataría, pero debo irme. En una hora ya no circulan autobuses.

—Te acompañaré a la parada—dijiste, y ambos salieron del apartamento. Lena te tomó del brazo mientras caminan y no pudiste evitar sentirte tenso.

—¿Pasa algo?—te preguntó.

—No, estoy bien. Gracias por venir a ayudarme.

Lena sonrió. Esta vez lucía gentil, más como un hada que como un duende.

—Somos un equipo.

Llegaron a la parada y esperaron junto a una señora cargando una bolsa de panadería y un adolescente con auriculares. Cinco minutos después vieron el autobús a lo lejos.

—Leonid—dice Lena.

—¿Sí?—respondes volteando a verla.

—¿Puedo contarte un secreto?

Ivan solía decir que las niñas solo se cuentan secretos entre ellas o los escriben en sus diarios. Eso le parecía muy cursi. ¿Sólo bastó una tarde para que Lena te viera como alguien tan confiable como una niña o un diario?

—Claro, no se lo diré a nadie.

Lena acercó los labios a tu oído.

—Me gustas—susurró, y después te dio un breve beso en la mejilla. El autobus se detuvo justo frente a ustedes y Lena, tras dirigirte su característica mirada pícara, subió sin agregar nada más.


Salir

La oficina minimalista de Annika es uno de los pocos lugares donde te sientes totalmente cómodo además de tu aparamento. En cada sesión te sientas de piernas cruzadas en el diván y la terapeuta te sirve café. A veces hasta olvidas que eres su paciente, pues te hace sentir como si fueras alguien muy cercano, como su hijo.

—Entonces—dice Annika—. ¿Qué te ha dicho Alisa al respecto?

Contienes un suspiro.

—Me ha intentado llamar varias veces y no contesto. Y la estuve evadiendo en la sesión de la semana pasada. Sé que estoy haciendo mal y que lo correcto sería disculparme porque está muy herida y actué como un idiota pero el solo pensarlo me aterra. Siento que estoy teniendo un retroceso; de nuevo me he convertido en ese adolescente triste, confundido e impotente que sufrió por años cuando Lena lo dejó. He sabido sobrellevar mejor el abandono de Yulia pero creo que no he olvidado del todo el de Lena.

—¿Sigues pensando que tienes la culpa?

—No. Bueno, de vez en cuando pienso que la tengo, pero tras pensar mucho llego a la conclusión de que no la tengo porque así nací y no puedo cambiar ese aspecto de mí. Si lo intentara de nuevo solo sufriría como en mis primeros años con Lena. Alisa no tiene ni idea de mi sexualidad así que era de esperarse que actuara así, además teníamos ese acuerdo tácito donde yo siempre acepté que nos besáramos al bailar en los clubes nocturnos. Ella estaba convencida de que eso me gustaba, por eso quiso ir más allá. Tarde o temprano iba a pasar.

Bajas la mirada al café que sostienes en tus manos.

—Siempre tengo altas y bajas emocionales—dices—. Pero últimamente casi siempre estoy abajo. Ya no me satisface el trabajo, ni la academia, ni siquiera pasar tiempo con madre. Y cuando salgo para distraerme y pasarla bien con mis amigos de la agencia suceden cosas como lo de Alisa.

—Vas a salir adelante de esto, así como lo hiciste antes.

Esbozas una leve sonrisa. Annika siempre habla con mucha seguridad, y cuando dice que las cosas estarán bien es porque así será. Ha sido tu psicóloga desde que tenías quince años y nunca te ha defraudado.

—Lo primero que tienes que hacer, tal y como lo dijiste, es hablar con Alisa—dice—. Son muy buenos amigos y solo bastará que aclaren las cosas para que todo vuelva a la normalidad.

—Está bien, lo haré—respondes, intentando sonar decidido—. ¿Y respecto a mis bajas emocionales?

—Es normal que pases por eso al estar expuesto a tanto estrés y situaciones que te hacen volver a los peores momentos de tu pasado. Lo que necesitas ahora es dedicarte tiempo a ti, desconectarte por un tiempo. Podrías aprovechar tus vacaciones para eso.

—¿T-Te refieres a viajar y esas cosas?

—Bueno, eso ya depede de ti. ¿hay algo que hayas querido hacer y lo has pospuesto por el trabajo o la academia?

—Pues...he querido perfeccionar mi español conversacional desde hace tiempo. Suelo hablarlo con mis amigos de la clase, pero quisiera algo que retara mis habilidades. Creo que podría tener conversaciones con españoles o gente latinoamericana por la red, o quizá citarme con alguno aquí en la ciudad. Creo que sería divertido. En mi trabajo he ido varias veces a América pero no suelo hablar mucho con los demás. Tú más que nadie sabes que a pesar de lo que hago me cohíbo mucho al charlar con desconocidos...

—Sí, pero has mejorado eso con el tiempo.

—Un poco.

—Entonces, ¿qué es lo que harás?

Reflexionas por unos segundos. De pronto los dos problemas no te parecen tan grandes.

—Iré a algún café tranquilo con Alisa para hablar con ella y aclararle por qué me puse así. Luego me haré una cuenta en Tomodachi y me citaré con extranjeros.

—¿Tomodachi?

—Una aplicación para buscar amigos o pareja. Sergey la usa.

Annika sonríe.

—Estos chicos de hoy—dice tras un suspiro—. Tienen una aplicación para todo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top