Capítulo IX | Descubrimiento


Los Reductos del Templo y de Erhlung fueron capturados por los japoneses después de aquel ataque, así como la Colina Namakoyama. La única que no pudieron conseguir fue la muy codiciada Colina 203. Por más que las tropas japonesas intentaron avanzar, los rusos se encargaron de frenarlos a como diera lugar. Finalmente, el Ejército Imperial Japonés desistió luego de haber perdido 3,500 hombres en aquella batalla.

Un par de semanas después, Hyoga reanudó las visitas a la trinchera que Shun custodiaba, con la esperanza de que no lo hubieran transferido a un nuevo puesto en los recién obtenidos reductos.

—Me preocupé porque no venías, pensé que algo te había ocurrido—reclamó el japonés al ver llegar al rubio.

—Quería esperar a que todo se calmara un poco —respondió Hyoga—. Estamos reforzando la seguridad en la 203.

—¿Qué hay ahí que es tan importante?

Hyoga se acercó y pegó su frente contra la de Shun. —Una vista espectacular.

El castaño rió ligeramente. Luego, dirigió la conversación a un rumbo más lúgubre.

—No quiero que volvamos a encontrarnos así, en una batalla. Prefiero morir antes que apuntarte con un rifle.

Hyoga lo alejó un poco para poder mirarlo a los ojos.

—No digas eso. Sabíamos que era inevitable. Si algún día tienes que apuntar tu arma hacia mí, hazlo. Dispara.

—Estás loco. —Shun lo empujó un poco, no quería escuchar nada al respecto.

—No, Shun —alegó Hyoga, recuperando los centímetros que Shun lo había hecho retroceder—. Si alguien te viera, te acusarían de traición o espionaje. No conozco muy bien sus leyes y costumbres, pero sólo existe un castigo para los traidores.

—Lo prefiero antes que mancharme con tu sangre.

El ruso apartó algunos mechones castaños de la cara de Shun. Era joven, pero bastante necio. Algo que le gustaba de él.

—Yo prefiero morir por tu mano que por cualquier otra.

Hyoga cerró aquella declaración con un beso.

—Hay que vernos en nuestro lugar la próxima semana, ¿puedes?

Shun negó con la cabeza. —Shiryu comienza a sospechar. Será mejor que paremos por un rato.

Hyoga asintió, algo decepcionado. Lo entendía, era el acuerdo al que habían llegado, pero le desanimaba no poder encontrarse con Shun en la arboleda; necesitaba estar con él a solas y en plena luz del día, más aún después del semejante encuentro que habían tenido hace unas semanas.

Suspiró antes de despedirse. —Debo irme.


º・**。᪥。**・º


A la mañana siguiente, Shun tomaba el desayuno con una sonrisa en los labios.

—Hoy estás de buenas —convino Shiryu—. Un gran cambio, considerando que estuviste raro estas dos semanas.

—Tuve una buena noche de sueño —aclaró Shun, ensanchando su sonrisa.

—¿Cómo? Tuviste guardia anoche, ¿no?

—Sí, pero cuando Jabu me relevó dormí como un bebé.

—Por cierto, yo seré tu relevo las próximas semanas. Cubriré a Jabu, al parecer estará ocupado o algo así.

Seiya frunció el ceño. —Estamos a la mitad de una guerra, ¿qué cosa tan importante tiene que hacer?

Shiryu se encogió de hombros. —El General Kido no me lo dijo, sólo que Jabu no estaría disponible.

Shun no le dio importancia al asunto. Jabu era un bruto, si podía dejar de verlo cada noche de por medio en sus guardias, no le importaba en absoluto.

—Cabo Amamiya, correo.

Shun tomó alegremente la carta que el soldado le ofrecía.

—¡Es de Ikki nii-san! —exclamó, abriendo el sobre con ilusión—. ¡Vendrá en unos días!

—¿De verdad? —preguntó Seiya, amontonándose para poder leer la carta.

—¿Mandarán a su tropa aquí? —secundó Shiryu.

Shun negó con la cabeza. —Sólo vendrá él con el General Kita por unos cuantos días. Se reunirán con Nogi y el resto de los generales.

—¿Los mismos días que Jabu estará "ausente"? —añadió Seiya, insinuando que algo pintaba extraño.

Justo como la carta indicaba, Ikki llegó a Port Arthur junto con el General Kita y otras personalidades provenientes de Tokio.

La importante reunión era ni más ni menos que del Kokuryūkai, para discutir información relevante y ver por qué demonios la toma de Port Arthur estaba tardando demasiado, y si la sociedad secreta podía hacer algo para acelerar la conquista del puerto.

Al General Kido se le había ordenado que reclutara a un joven o dos que pudieran auxiliar a la Sociedad del Dragón Negro, y así, utilizar al chico a su favor para conseguir Port Arthur de una vez por todas. Jabu había sido el elegido, pues Kido había quedado impresionado por su valor en la batalla de Namakoyama.

La carta de Ikki era, entre muchas otras cosas, para asegurarse que el "joven recluta" —como lo había llamado Kita— no era su hermano menor.

Cuando terminó la reunión, Ikki se encontró con Shun.

—¡Nii-san! ¡Qué gusto verte!

—Digo lo mismo, y sobre todo me alegra ver que sigues en una pieza —saludó Ikki con una sonrisa, alborotando el cabello de su hermano.

—Eso intento. ¿De qué era la reunión?

Ikki se sorpendió por lo directo de la pregunta.

—Nada emocionante. Compartir estatus y esas cosas.

Shun asintió ligeramente con la cabeza. —¿Y para qué querían a Jabu?

Ikki frunció el ceño. —¿Lo conoces?

—Es un pesado, y mi relevo en las guardias nocturnas.

Ikki meditó su respuesta unos instantes y luego se encogió de hombros. —En estas reuniones a veces necesitamos a cabos comunes que le hagan de mozos o lleven el papeleo.

Shun soltó una carcajada. Acto seguido, Ikki lo tomó por los hombros.

—Shun, si Kido o Jabu te piden hacer algo extraño, no lo hagas, ¿me lo prometes?

Shun quedó confundido por la extraña petición.

—¿A qué te refieres?

—Algo... turbio o... incorrecto. —Los hermanos se miraron fijamente unos momentos—. Sólo promételo, ¿sí?

—De acuerdo... lo prometo.

—Capitán Amamiya, el General Kido lo necesita. —El soldado saludó a Ikki y aguardó a una distancia prudente para escoltarlo.

Ikki suspiró. —El deber llama, espero verte antes de regresar a Manchuria.

Shun asintió con una sonrisa. Acto seguido, Ikki se acercó a su hermano y lo abrazó con fuerza.

—Cuídate.

Shun tardó en reaccionar, su hermano no solía dar abrazos con frecuencia. No le molestaba en absoluto, sólo le pareció curioso. Correspondió la muestra de afecto de su hermano y lo rodeó con los brazos, apretándole ligeramente.

—Tú también.

Era un abrazo que recordaría por siempre.


º・**。᪥。**・º


Shun se encontraba en su estación en la trinchera. Si sus cálculos no le fallaban, Hyoga tenía la noche libre y debería ir a verlo.

Nunca supo si había esperado poco o mucho, pues perdió la noción del tiempo pensando en la extraña petición —y posterior reacción— de su hermano.

Cuando el rubio llegó, Shun se sobresaltó un poco.

—¿Te asusté?

Shun negó con la cabeza. —Estaba en otro lado.

Hyoga se acercó, recargó su rifle cerca de Shun y tomó su rostro entre sus manos.

—¿Te traigo de regreso?

Shun rió. —Sí, por favor.

Se sumergieron en un beso profundo; mariposas revolotearon en el estómago de Shun cuando Hyoga lo jaló hacia él, y la piel del último se erizó cuando sintió las manos de Shun sobre su pecho, agarrando con fuerza su gimnastyorka.

Mil sensaciones invadían al japonés cuando besaba a Hyoga: un placer infinito acompañado de un sentimiento de desesperación terrible. Se sentía tan bien estar junto a él, pero tenía que ser siempre alejado de todos, en la arboleda o bajo la protección de la oscuridad nocturna. Sentía su pecho a reventar de éxtasis, pero era incapaz de demostrarlo y dejarlo salir como era debido.

No sólo amaba a otro hombre, sino al enemigo. Aquello que hacían estaba mal, pero el pecado se engrandecía con la guerra. No sólo era homosexual, ahora también un traidor. Quizás una o dos personas podrían dejar pasar lo primero, pero la traición, nunca.

Ambos estaban tan entretenidos con los labios del otro que no se percataron que era hora del cambio de turno.

Shiryu llegó justo a tiempo a la trinchera, la puntualidad usual del chico se convirtió en una maldición. Estaba completamente decidido a acercarse cuando escuchó algo. A alguien.

Y entonces lo vio.

Shun no estaba solo.

El pánico lo invadió, solo para ser reemplazado en cuestión de segundos por una confusión inminente y algo que se acercaba mucho a la decepción.

Efectivamente, Shun no se encontraba solo. Estaba con un joven.

Rubio. Europeo. Ruso.

Pero aquel no era el encuentro esperado entre un soldado japonés y otro ruso. Shun no estaba siendo atacado ni secuestrado, y tampoco estaba capturando al enemigo. Es más, ni siquiera parecía que estuviera en peligro para empezar. Estaban juntos —demasiado juntos—, unidos en un beso apasionante.

Shiryu afianzó el agarre de su rifle. Su sangre hirvió y estuvo a punto de apuntar y matar al rosuke que tenía frente a él. Luego se detuvo. Era Shun quien estaba ahí, y primero quería darle el beneficio de la duda.

Dio un pisotón en el suelo para alertar su llegada.

Shun pegó un brinco. Olvidó por completo que Shiryu tenía que relevarlo, y que era peligrosamente puntual.

Hyoga se quejó cuando Shun lo separó bruscamente.

—Es mi relevo.

—¿Ya tan rápido?

Shun le dirigió una mirada de desaprobación, ¿qué esperaba?

—Vete, ¡ya!

Hyoga tomó su rifle, pero antes de irse volvió a acercarse a Shun y lo tomó del brazo.

—Me encantan tus besos.

Shun abrió los ojos completamente estupefacto. Hyoga sonrió ante esa reacción y depositó un beso en su mejilla.

El castaño esbozó una sonrisa boba. —¡Ya vete!

Justo cuando Hyoga desapareció en la oscuridad, Shiryu apareció por detrás.

—¿Quién era?

Shun quedó helado. ¿Qué acababa de decir? Acaso... ¿los había visto?

Se giró lentamente; en su interior agradecía que era Shiryu quien los hubiera pillado y no Jabu, al menos podía intentar razonar con él.

—¿Quién? —mintió Shun—. Aquí no hay nadie, sólo yo.

Shiryu resopló y avanzó decididamente hacia Shun.

—No me mientas. Los vi.

Shun intentó sostener la mirada, pero no pudo y la desvió al suelo.

—¿Qué tienes que decir a tu favor?

Shun lo miró cual niño regañado y no respondió. Era mejor ser diplomático si quería mantenerse en buenos términos con Shiryu.

—Shun, ya es horrible que sea un hombre, pero encima de todo, es un rosuke —recriminó Shiryu, alzando un poco la voz para sonar más firme—. ¿A eso vas cuando te desapareces? ¿A revolcarte con él?

El castaño intentaba controlar su respiración. Las palabras de Shiryu se encajaban en él como una daga.

Permanecieron en silencio unos instantes. Todo estaba dicho. Shun había admitido con su silencio que estaba enamorado de un chico ruso, y Shiryu había dejado en claro su posición ante eso. El castaño se decepcionó un poco, sabía que nadie aceptaría su amorío con un ruso, pero jamás imaginó que Shiryu tuviera problemas con sus preferencias sexuales.

—¿Dirás algo sobre esto? —se animó a preguntar Shun.

Shiryu frunció el ceño. ¿Eso era lo único que le importaba?

Shun aguardó expectante la respuesta.

—No.

El castaño sintió un enorme alivio al escuchar aquello. No obstante, celebró prematuramente.

—Pero tienes que dejar de verlo —declaró Shiryu con firmeza.

—¿Qué?

—Está mal, Shun. No puedes seguir reuniéndote con él.

—No puedes... —Fue interrumpido por Shiryu.

—Si lo vuelves a ver le diré a Kido y te acusarán de traición, o depravación como mínimo.

Shun lo miró suplicante y herido. Era la reacción que esperaba de cualquier fulano, pero no de él.

—Shiryu...

—Júralo, Shun. Hablo en serio.

Shun tardó en responder. No porque estuviera pensando en su respuesta, intentaba reprimir sus lágrimas.

—De acuerdo —contestó desganado y con la mirada decaída.

Shiryu asintió con la cabeza, poniéndole fin al asunto.

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