Un Café Espresso

Vannesa Sweether

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Hora: 3:37 PM

Lugar: "Casa de Elías"

Elías tenía a una hermosa desconocida de sedosos cabellos morados tomando una ducha en su propia casa... y todo como consecuencia de un desafortunado accidente.

Todavía la idea no acababa de digerirse en su cabeza, y aún así permanecía completamente palpable y real. Del mismo modo, resultaba ser el ejemplo perfecto de cómo una situación se puede salir de control, sin importar cuán sinceras o ingeniosas fuesen sus ideas; pues, en última estancia, estaba siendo consumido por una vergonzosa culpabilidad.

Pero, ¿cómo llegaron a tal extremo?

Una hora antes.

Tanto que Elías se esforzaba por mantener un semblante de seriedad y no parecer patético, y sin embargo ahí estaba; mordiéndose las uñas y completamente ansioso por la llegada de su nueva acompañante, la cual, por cierto, llevaba más de 20 minutos de retraso.

En esta ocasión, su aplicación de citas le había soltado un match inesperado.

<<Encantadores ojos marrones, cabello rizado de color morado y todo perfectamente unido por unos carnosos labios que se curvaban hacia arriba en forma de sonrisa. >>— Recordar aquel perfil incluso producía en él cierta descarga de adrenalina y misticismo, aunque claro, derivado de la pura curiosidad.

Esperó por otro par de minutos, hasta que su sala de estar bailó al ritmo de unos decididos golpes en la puerta principal, quienes se encargaron de romper el silencio. Su visita había llegado al fin.

Todo estaba aparentemente preparado para la salida que tendrían. Por lo menos en la mente de Elías, era un plan perfecto: Una vez dentro de la casa, se aseguraría de ofrecerle a la joven un café —no importaba cuál, pues él poseía vasto conocimiento en el área barista, creyéndose capaz de preparar hasta la mezcla más exigente—, y acto seguido, decidir qué rumbo tomaría esa cita. Tal vez algo relajado, tal vez algo enérgico, todo quedaba entregado a su elección, sin que ella lo supiese.

No obstante, una realidad diferente fue la que se presentó ante él esa tarde.

Sin decir una sola palabra acerca de su inminente retraso, Vanessa Sweethear se adentró en aquella casa con aires de incertidumbre. A plena vista, la muchacha no dejaba nada que desear en cuanto a la belleza física que prometían sus innumerables fotos, y de hecho, eso era algo que Elías debía reconocer; fuese en una simple imagen o en la vida real, sin duda era una mujer atractiva.

Su precioso cabello rizado se veía un poco afectado por el mal tiempo, y ni aún así había perdido ese característico volumen que lo hacía llamativo ante la vista de cualquiera.

Sin embargo, ni bien se acomodó en uno de los sillones acolchonados de la estancia y fue abordada por la típica pregunta de: ¿Te gustaría algún tipo de café en específico?, se dio cuenta rápidamente de que ese no iba a ser un encuentro como el que ella se imaginaba.

<<Un momento...>> —Se cuestionó, jugando de forma despreocupada con uno de sus rizos y observando a Elías de arriba a abajo—. <<Cuando él me explicó que viniese a su casa para "tomar un café y hablar"... ¿¡Lo decía de forma literal!? >>

La muchacha tuvo ganas de golpearse la frente, pero victima de su propia estupidez. Estando acostumbrada a usar esa aplicación como un medio para tener encuentros casuales por diversión, y en donde todo el mundo hablaba con clave: —"Netflix and Chills", "Noche de películas"—, de repente encontrar a alguien que le propusiera algo tan común, la dejaba asombrada y decepcionada a partes iguales.

Siendo ese el caso, y sin saber muy bien cómo actuar después, decidió encogerse de hombros y seguir la corriente. ¿Era necesario pedir un café? ¿Acaso ese hombre no tenía ninguna otra bebida en su casa? Resultaba imposible de pensar. Aún así, acabó pidiendo un café espresso.

Al mismo tiempo, Elías afinó el oído, acató la orden desde su cocina, y con implementos en mano, comenzó a prepararla. Él no quiso demostrarlo entonces, pero había quedado un poco fascinado con la elección de esa joven.

Nada se le daba mejor que preparar una mezcla de origen italiano.

<<El café espresso solo podía representar el lado más pesado de alguien. Sin embargo, todo tenía una razón de ser, y lo mejor, si él indagaba más en el tema, podría llegar a descubrir algo cautivador —reflexionó inconscientemente mientras extraía una bolsa a medio acabar de su despensa—. ¿A lo mejor podría llevarla a un lugar que le recuerde su infancia? Era una posibilidad, pero tendría que hacerle varias preguntas. >>

Mientras tanto Vanessa, inquieta e incómoda, observaba hacia todas direcciones, intentando encontrar algo en esa sala lo suficientemente interesante como para centrar su atención en lo que esperaba por su dichosa bebida. En el transcurso, su mirada recayó en su mismo conjunto, acción que la hizo soltar un pequeño suspiro.

De haber sabido que sería así la cita, habría puesto mucho más empeño en vestirse para la ocasión, pues llevaba puesto un atuendo bastante sencillo, con lencería incluida. Según su lógica: ¿Por qué molestarse en más, cuando a fin de cuentas toda esa ropa iba a terminar en el suelo?

Aunque bueno, no era tan malo. Al menos ella no se había metido de lleno en la casa de un potencial asesino o agresor, hasta donde sabía.

<<Incluso eso hubiese resultado más interesante...>> —Pensó con picardía, antes de empezar a mascar un chicle.

A las mujeres, por lo general, se les suele advertir todo el rato acerca de ciertas situaciones o costumbres que deben evitar, por miedo a que algo malo les pueda ocurrir, siendo ligar por internet una de esas tantas.

Pues bueno, Vannesa Sweether se encontraba en un punto en su vida donde dichas prohibiciones le daban igual. No quería reprimirse de hacer eso que tanto le gustaba por temor, ¿dónde quedaba la gracia entonces? Además, tantos años aprendiendo defensa personal habían logrado dar frutos, convirtiéndola en alguien más segura de sí misma, hasta el punto de saber como voltear varias situaciones de peligro y hacerlas jugar a su favor, y todo aquello sin abandonar el lado juguetón que tanto la caracterizaba.

Sonrió con suficiencia y mantuvo esa expresión hasta que su compañero regresó de la cocina, acompañado de dos provocativas y humeantes bebidas. Acto seguido, le entregó la taza con el líquido más oscuro, haciendo que un encantador y concentrado aroma inundara sus fosas nasales, pero ella apenas reparó en ello, pues tenía la vista posada sobre Elías.

Desde su opinión personal, él ciertamente resultaba ser un hombre de buen ver; alto, con pómulos marcados, labios carnosos, y que desprendía un aura singular que atraía la curiosidad de todos a quienes conocía, y por lo visto, Vannesa no fue la excepción.

<<No lo tenía previsto... —admitió, dando un trago de café—, pero quizá algo bueno salga de una conversación entre nosotros dos, total, ¿qué puedo perder?>>

Sin quererlo, la chica puso el listón demasiado arriba..., llevándose una desilusión a los pocos minutos, cuando las preguntas de Elías se habían vuelto tan triviales que ocasionaron en ella un abandono total, al punto de que únicamente le respondía usando monosílabos.

Y es que, ¿cómo culparla? Al inicio de aquella tarde recorrió las calles de la ciudad en dirección a la casa de Elías, y solamente tenía claro el deseo de experimentar emociones nuevas y prohibidas que la sacaran de su zona de confort, y ahora se negaba rotundamente a dejarse vencer.

Suspiró y apretó los puños disimuladamente por encima de sus muslos. Quizá iba siendo hora de cambiar de estrategia, si pretendía llegar a alguna parte con su acompañante. Un malicioso plan, esa sería la crema que se encargaría de endulzar lo que hasta ahora se percibía como una amarga cita.

—Debería regresar a mi casa —se apresuró a decir sin mayor dilación, mientras se colocaba de pie ante la mirada atónita de Elías, al cual no dio tiempo ni a procesar lo que ocurría.

—¿Por qué? —Quiso saber él. La taza de té se le tambaleaba entre los dedos.

Primera vez en varias semanas que lograba interesarse genuinamente por alguien, y todo iba a terminar de forma abrupta. Él no podía aceptarlo. Ya había podido percibir con anterioridad el desdén que su acompañante expresaba, pero confirmarlo fue aún más impactante, pues según lo que planeó, ese pequeño descanso para charlar era solo una cortina de humo para obtener la información del café y, después, proceder con la cita real.

Desestabilizado, empezó a buscar con agilidad cualquier excusa que sonase del todo convincente como para hacer que Vannesa cambiara de idea. A fin de cuentas, si ella quería irse, no podía retenerla por la fuerza, pero si aún quedaba una pequeña oportunidad para revivir su estrategia, sin duda estaba dispuesto a buscarla.

Valiéndose de mucha suerte, su cerebro comenzó a meditar frenéticamente hasta que en una de esas, como caída del cielo, dio con la aguja en el pajar y una oportunidad buena se le presentó.

Elías miró el café a medio terminar de su acompañante y, a juzgar por el tiempo que había transcurrido desde que lo sirvió, intuyó que se encontraba tibio. Así que, en un gesto de caballerosidad, se ofreció a recalentarlo en su microondas, sin esperar confirmación alguna.

Por otra parte, la joven permaneció en su lugar, limitándose a disfrutar del aprieto que había ocasionado. Incluso esbozó media sonrisa, y se permitió observar como Elías pasaba por detrás de ella sujetando la taza entre las manos y entonces, aprovechando el descuido del muchacho, lo empujó ligeramente hacia atrás usando las nalgas, con toda la intención de hacerlo tropezar... Sin embargo, le salió el tiro por la culata y, lo siguiente que supo; fue que su preciado corte de pelo se encontraba bañado en café, produciéndole una sensación pegajosa y por demás desagradable.

De repente, fue como si el panorama alrededor de esa habitación empezara a correr en cámara lenta, producto del shock. Elías se quedó con las manos extendidas en el aire y los ojos desorbitados por varios segundos, antes de seguir el olor a café que provenía de Vannesa.

Vuelta al presente.

Ya podrán intuir lo que ocurrió después.

Mientras Vannesa se duchaba, Elías esperó fuera del baño con la frente pegada contra la madera de la puerta.

Luego del accidente, el joven tuvo que lidiar con sentimientos encontrados: —pues la intención inicial que tenía de una cita se derrumbó frente a sus ojos—, mientras que la chica de pelo morado se hallaba bastante indignada.

¿¡Cómo no estarlo!?

No obstante, ella acabó reconociendo en silencio que todo había sido culpa suya y de sus provocaciones. Pero ya era demasiado tarde para confesar la verdad, y en su lugar, prefirió utilizar la situación a su favor e ir un paso más allá; haciéndose la víctima y consiguiendo que le fuera permitido ducharse. Elías aceptó, ¿Cómo podría rechazarlo?

—¿Quién era esa mujer? —Preguntó Vanessa, cerrando la llave del agua con un movimiento inseguro, poniendo fin a su ducha. Varias gotas tibias resbalaban por su cuerpo hasta perderse en el drenaje del suelo.

De camino al baño, ella no había podido evitar husmear con la mirada la decoración del pasillo en casa de Elías, centrando su atención en una fotografía colocada categóricamente para que fuese lo más llamativo de toda la pared. Dentro del marco se podía apreciar la imagen estilo vintage de una coqueta mujer de aproximados 25 años, la cual permanecía del otro lado de un mostrador y sonreía con sinceridad a sus clientes.

Indudablemente, la duda invadió y salió a flote en forma de pregunta. Elías vaciló antes de responder, sabiendo con exactitud a qué mujer se refería Vanessa.

—Mi madre.

A pesar de que los dos jóvenes se mantenían separados por cuatro paredes, aquella contestación se escuchó fuerte y clara, provocando un atisbo de nostalgia que se esparció como pólvora.

—Le sacaron esa foto... —Continuó Elías—, durante sus años de juventud trabajando como camarera. Era apasionante, la gente a menudo decía que ella desprendía un aura singular que atraía la curiosidad de todos a quienes conocía.

<<De tal palo tal astilla>> —pensó Vanessa, mordiéndose el labio. Guardó silencio, esperando a que el muchacho dijese alguna cosa más sobre su madre, pero él ya había cambiado de tema.

—Siéntete libre de usar cualquiera de las toallas encima del lavamanos. Igual pensaba cambiarlas por otras nuevas.

Vannesa miró a su costado, solo para encontrar un puñado de por lo menos 4 toallas perfectamente dobladas, pero todas eran blancas. En seguida soltó un suspiro de protesta.

—Sí..., acerca de eso, evidentemente tenemos un problema —aclaró, llevándose una mano al húmedo pecho. Aún estando bajo la regadera cerrada de un desconocido, se negó a secarse el pelo con una toalla blanca. Hacer eso luego de teñirte el cabello era una pésima idea.

Elías entendió y, a regañadientes, se fue y regresó pocos segundos después con otra toalla posada sobre el hombro, esta vez de un color neutro. Dudó bastante, pero acabó entreabriendo la puerta del baño, y a través de esa abertura, usó su mano para extender aquel objeto de tela hacia el interior. De forma inconsciente, sus mejillas empezaron a ruborizarse.

Desde su perspectiva informal, Vannesa captó este gesto como algo sumamente encantador, a lo cual decidió responder, pero muy a su manera. Saliendo de la ducha, colocó los pies sobre las heladas baldosas del suelo y recorrió el poco camino que la separaba de la extremidad extendida del muchacho. Acto seguido, agarró de buena gana la toalla que le estaban entregando —asegurándose de que adrede los dedos de ambos se rozasen—, acción que provocó una sensación exaltada en Elías, quien dio un paso atrás.

La joven sonrió con picardía, satisfecha con esa reacción.

<<Tengo curiosidad por saber cuánto más puedo incomodarte... >>—Pensó.

—A-alcancé a salvar algo de tu café..., se está recalentando en mi microondas —comenzó a titubear Elías, rascándose la nuca. Todo en esa situación lo superaba por mucho—. Cuando termines de secarte puedes pasar por la cocina. Encontraré alguna forma para que puedas llevártelo a casa... —No terminó de hablar. Es más, casi se muerde la lengua al ver como Vannesa abría la puerta del baño de par en par, acabando así con el muro que los separaba. No se encontraba completamente desnuda..., o por lo menos no de la cintura para abajo, donde llevaba puesta una toalla. El resto de su cuerpo brillaba y se cernía orgulloso.

No dejaron pasar un solo segundo y se examinaron de arriba a abajo.

—Cierra la boca, hombre —se burló Vannesa, y él así lo hizo—. Odié hablarte a través de una abertura. Cuando dos personas conversan, deben verse a los ojos, ¿no te han dicho que es de mala educación no hacerlo? —Concluyó la frase recorriendo lentamente la suave curva de su cintura con la yema de sus dedos. Cuando se trataba de provocar, sin duda alguna, era algo que se le daba muy bien a esa muchacha.

Pero Elías no parecía tener ganas de dejarse achantar más tiempo, y se cruzó de brazos.

—También se considera mal educado lanzar miradas lascivas hacia los labios del hombre que está entregándote un café, como lo hiciste tú hace rato. —Le pico de vuelta, regalándole una intensa mirada que su acompañante gozó con éxtasis. Repentinamente, cualquier sonido que no proviniera de la respiración de alguno de los dos había pasado a un segundo plano.

—¿Se puede concluir entonces que somos un par de maleducados? —Ella avanzó un paso, y él no retrocedió. En su lugar, prefirió dejar que el delicioso aroma a jabón que emanaba de la chica le inundase las fosas nasales.

El panorama alrededor de ellos había cambiado a un ritmo desenfrenado y bastante deleitable.

Conclusión de la segunda cita: Vannesa acabó regresando muy tarde a su propia casa aquella noche. Había experimentado un final de tarde bastante agitado con Elías. No obstante, ella se considera una chica sin compromiso, por lo cual, será difícil que el destino vuelva a encontrar a estas dos personas. Pero nada es imposible...

<<El café espresso solo podía representar el lado más pesado de alguien. >>

Sin embargo, hasta la más complicada de las ideas de Elías puede verse afectada si le ponen delante a la persona correcta.

Elías sigue buscando su media naranja.

¿El próximo café que llegará a su vida..., también resultará así de ardiente?

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