Oscura Profecía Capítulo Seis
¿Por qué? Esa era la única pregunta que daba vueltas en mi cabeza. Estaba sentada sobre el césped en el patio trasero de la escuela, mientras Adam hablaba sin parar sobre algo que le había pasado el fin de semana. Para ser sincera, apenas lo escuchaba.
El sol brillaba en lo alto, calentando mi piel, y una brisa cálida acariciaba mis cabellos. Era el inicio de una nueva semana, y esperaba que transcurriera sin problemas.
—Ada, ¿estás siquiera escuchando lo que digo? —Adam frunció el ceño, interrumpiendo mi ensimismamiento.
—Sí —mentí.
Mentir se había vuelto tan común como respirar; lo difícil era hablar con la verdad.
El día anterior había sido tranquilo, demasiado tranquilo, como la calma antes de la tormenta. Suspiré pesadamente, atormentada por el sueño desagradable que me había dejado gritando en la noche. Me sentía al borde de la locura, mezclando la realidad con la fantasía.
La llegada de Orión solo complicó las cosas. Había algo en él, en su mera presencia y en su nombre, que emanaba peligro.
—¿Estás bien? —La mano de Adam acarició mi mejilla, sacándome de mis pensamientos.
Desvié la mirada, evitando sus ojos llenos de preocupación. Sentir su mirada así solo aumentaba mi sentimiento de culpa y miseria.
—Sí, Adam —respondí con frialdad, apartando su mano suavemente.
—¿Tus sueños? —Insistió.
—Por ahora no he tenido ninguno —mentí, mi voz sonaba distante.
—¿Estás segura? —Esta vez, intentó tomar mi mano.
—Sí, Adam. Siempre te cuento todo, ¿no? —Me alejé, incómoda.
—Eso es bueno, amiga —susurró.
No recordaba cuándo empecé a construir este muro entre nosotros, simplemente lo hice. Era como si estuviera en piloto automático, protegiéndome de algo que ni siquiera podía definir. Suspiré, sintiéndome más perdida que nunca.
En su tono se percibía la alegría que sentía por mí. La culpa seguía golpeando mi corazón, haciéndolo más pesado, mientras la ansiedad se apoderaba de mi cuerpo. Me levanté del suelo bajo la mirada atenta de Adam y sacudí mis pantalones.
—Vamos, es hora de la clase.
Caminé hacia el salón de clases con Adam siguiéndome de cerca. No recordaba cuándo había dormido bien por última vez; mis ojos pesaban por el cansancio. Cada noche era una lucha contra los sueños, que se volvían cada vez más frecuentes e intrusivos, entorpeciendo mi vida diaria.
Entramos al salón y nos dirigimos a nuestros asientos. Hoy tocaba clase de literatura con el profesor Smith. Fijé la mirada en la pizarra, esperando que el profesor llegara para comenzar la clase. Los murmullos de mis compañeros llenaban el aire como el zumbido de moscas molestas.
Un toque suave en mi hombro me sacó de mis pensamientos. Giré levemente para encontrarme con unos ojos celestes. Detrás de mí estaba Abbi, una compañera nueva en la ciudad y en el instituto.
—Ada, ¿tienes los apuntes de la clase pasada? —preguntó.
Abbi era hermosa, pelirroja natural, con rizos que le daban un aspecto salvaje; su piel estaba salpicada de pecas. Era menuda, pero eso la hacía parecer aún más delicada.
—Por supuesto, Abbi. Te los paso ahora mismo.
Rebusqué en mi carpeta y le entregué los apuntes con una leve sonrisa.
—Gracias, Ada. Me has salvado —dijo ella tímidamente.
—No hay de qué, Abbi. Si necesitas algo más, solo tienes que pedírmelo.
Me volví a acomodar en mi lugar, observando cómo Adam miraba la escena con una mueca en el rostro. Elevé una ceja en señal de interrogación silenciosa. Sacudió la cabeza sin decir una palabra, negando con gesto de desaprobación. Encogí los hombros, acostumbrada a las extrañas actitudes de Adam. Ya había aprendido a ignorarlas.
—¿Es en serio? —Gruñó Adam entre dientes.
Fruncí el ceño, sin entender a qué se refería, hasta que lo vi. ¿Era una broma, verdad? ¿Este hombre también nos daría clases de literatura? Junto a él estaba la directora, una mujer de mediana edad con el cabello gris recogido en un rodete. Su rostro arrugado mostraba una sonrisa mientras observaba al profesor con fascinación. No podía creer que incluso la directora estuviera encantada con él.
—Alumnos —la voz de la directora sonaba áspera por la edad—, el profesor de literatura ha dejado la institución, así que hasta que encontremos un reemplazo, el Profesor Dagger se encargará de ustedes.
Mi corazón empezó a latir más rápido, golpeando con fuerza mi pecho. Estaba desconcertada, sin poder creer que tendría que soportarlo no solo en la clase de historia, sino también en la de literatura. ¿Acaso se había comprado los títulos? Me reí ante mi propio pensamiento, eso era imposible.
—Bueno, los dejo con su profesor.
La directora salió del salón, dejándonos con Orión. Él me miraba de una manera que no sabía cómo interpretar, con sus ojos verdes brillando y una mueca de disgusto en los labios. Carraspeó antes de hablar.
—Chicos, vamos a hacer algo, cambien de compañero.
Su declaración cayó como una bomba. Nadie se movía, renuentes a cumplir la orden. Mordí mi mejilla interna hasta que sangró, sintiéndome ansiosa. Siempre habíamos sido Adam y yo, nadie más del curso me hablaba. Desconocía el motivo, seguía siendo un misterio para mí.
—¿Son sordos? Les dije que cambien de compañero —mencionó, sin obtener respuesta.
Sonreí internamente al notar un pequeño tic nervioso en su ojo. Estaba perdiendo la paciencia; el silencio era abrumador, nadie quería cambiar de compañero y eso solo lo hacía perder más los estribos.
—Lo entiendo, parece que les falta comprensión, así que haré los cambios yo mismo.
Mi boca se entreabrió ligeramente, sintiéndome ofendida. Sutilmente nos había llamado estúpidos. Noté que todos estaban molestos por su comentario; se reflejaba en sus rostros.
—Bien, Jones —la nombrada levantó la mirada—. Ve a sentarte con Fix.
Un suspiro de alivio escapó de mis labios. Con tantos compañeros en el curso, podría haber terminado emparejada con alguien mucho peor. Aunque no conocía a Abbi, parecía ser una buena persona.
A mi lado, Adam fulminaba a Orión con la mirada. Su mandíbula tensa y su expresión de enfado proyectaban una imagen aterradora. Estaba presenciando una faceta suya que nunca antes había visto, una que desconocía por completo. Con su apariencia inofensiva y su naturaleza amigable, verlo actuar así me dejaba perturbada. No parecía razonable que se enfureciera tanto por un simple cambio de compañero.
—No —respondió mi amigo con una ferocidad que me asustó.
—¿No? No creo que tengas el poder de decidir aquí —replicó Orión con desdén.
Tragué saliva con dificultad; el ambiente se volvió tenso de repente, y la mirada de Adam se oscureció. Miré nerviosamente al techo, rezando para que Adam volviera a ser su yo habitual; esta nueva personalidad suya me inquietaba. Toqué su brazo ligeramente, como advertencia, pero él se apartó de mí como si mis manos fueran veneno. Me dolió.
—Va a tener que obligarme —lo desafió.
—Con gusto lo haré, ricitos —respondió Orión con una sonrisa altanera.
Sus ojos brillaban de rabia mientras avanzaba hacia Adam con paso firme. Una vez cerca, agarró su brazo y lo arrastró con una fuerza descomunal, haciéndolo levantarse y derribando la silla en el proceso. Todos los presentes tenían la boca abierta, con expresiones de horror; conocían a Adam y no podían entender su extraña actitud. Nadie se atrevía a intervenir. Yo tampoco; me sentía igual de paralizada.
Avanzó hacia su escritorio con Adam a rastras. Podían ser del mismo tamaño, pero Orión lo llevaba como si no pesara nada. Adam se movía incómodo y finalmente se soltó de su agarre, retrocediendo unos pasos. Orión se giró para enfrentarlo. Ambos se miraban con odio, desafiándose el uno al otro a dar el siguiente paso. Si las miradas pudieran matar, ambos ya estarían muertos. Era absurdo; parecían dos niños peleando en el patio de recreo.
—¡Alguien vaya a buscar a la directora! —ordenó Abbi con voz firme, rompiendo el silencio que había caído sobre el salón.
De reojo vi a una joven rubia salir corriendo. Agradecí mentalmente que alguien fuera a buscar ayuda.
Observé cómo Adam tomaba distancia, preparándose para pelear. Había levantado el puño, dispuesto a llevar esto más allá. Mi cuerpo reaccionó instintivamente y, antes de darme cuenta, corrí para colocarme frente a él, usando mi cuerpo como un escudo humano para proteger a Orión. Esperaba que esto pusiera fin a la locura; estaba segura de que Adam no seguiría adelante con el golpe si yo estaba en medio. Pero estaba equivocada.
Me estremecí al ver que Adam no se detenía. Su mirada estaba fuera de control. No reconocía al hombre que tenía frente a mí. Adam jamás me golpearía; el que estaba frente a mí no era mi amigo, ni siquiera era la persona a la que consideraba mi hermano. No sabía quién era.
Levanté mi mano temblorosa hacia él. Mi piel sudaba, mi cuerpo se sentía tenso por la situación, y mis sentidos estaban alerta y agudos.
—¡DETENTE! —grité con una voz imponente.
Sentí un picor intenso en mi mano, mientras mi garganta se inflamaba como si hubiera pasado por una corriente de fuego ardiente, sentía que me quemaba como mil demonios, y me costaba respirar. Una sensación desconocida se apoderó de mí, haciéndome retroceder. Con la mano sobre mi pecho, sentía punzadas constantes golpeando mi corazón, y las lágrimas brotaban de mis ojos sin control. ¿Estaba muriendo? Todo parecía indicarlo.
Lo último que vi fue a Adam cayendo unos pasos lejos de mí. Escuchaba a Orión llamándome, pero no podía responder. Miré a mi alrededor mareada; luego, todo se volvió negro.
Cuando abrí los ojos, me sentía desorientada y confundida. ¿Qué había pasado? Me di cuenta de que estaba en la enfermería de la escuela. Me senté en la camilla, sintiendo un dolor pulsante en mi cabeza.
—No deberías moverte —dijo una voz grave a mi lado. No necesité voltear para saber quién era.
—¿Qué me pasó? —pregunté, sintiendo una punzada de ansiedad.
—¿No lo recuerdas? —preguntó con curiosidad.
—Lo último que recuerdo es que Adam iba a golpearme. Después, todo se vuelve borroso; no puedo recordar.
Recordar que Adam había estado a punto de golpearme me hizo sentir una mezcla de miedo y tristeza. Una lágrima se deslizó por mi mejilla.
Escuché los pasos acercándose hacia mí, y mi corazón empezó a latir más rápido. Llevé la mano a mi rostro, intentando secar mis lágrimas antes de que me viera llorando.
—Ada, no llores —dijo con voz suave, acercándose más.
—Es fácil decirlo; no sabes cómo me siento ahora mismo.
—Claro que lo sé, Ada.
Sus manos se posaron suavemente en mis mejillas, limpiando mis lágrimas con ternura. Cerré los ojos, permitiéndome disfrutar de su contacto.
—No vale la pena que te sientas mal por un idiota. Y eso te lo dice el rey de los idiotas —bromeó, haciendo que sonriera.
Pero cuando abrí los ojos, me encontré con su mirada llena de deseo, y sentí cómo el calor subía por mis mejillas. Aparté la mirada, alejándome de sus manos. Esto estaba mal.
—Deberías irte —susurré débilmente.
—Debería, pero no quiero.
—Por favor, vete, Orión.
Tenía que alejarlo de mí. Todo esto estaba mal, y no sabía cómo arreglarlo. Las cosas con Adam estaban en un punto crítico, y lo que pasó hoy no sería fácil de perdonar. Y luego estaba Orión, que me confundía, que me atraía de una manera que me asustaba. Algo en él era oscuro y peligroso, y sabía que si me acercaba, me consumiría por completo.
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¡Tenemos un nuevo capítulo! Estos días he estado algo mal y no me sentía con ánimos para escribir. Me sentía frustrada por eso, pero hoy me encuentro en mejor estado de ánimo, así que aquí tienen el capítulo. Espero que les guste. Cualquier comentario será bien recibido. Muchas gracias por darle una oportunidad a mi historia. Los aprecio mucho. De todo corazón, muchas gracias.🖤
Si les gustó este capítulo, no duden en comentar y votar. ¡Gracias!💫
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