𐙚 capítulo 35
advertencias: humor absurdo, chaelisa y otras parejas. capítulos cortos.
Lisa lo había arruinado una vez más.
Lo supo cuando echó sus cosas a la mochila de forma apresurada, saliendo del cuarto de visitas, pasando por afuera del cuarto de Rosé, y escuchando su gemido de dolor, su llanto.
Se quedó quieta, fuera de la pieza, su mano temblando, como si quisiera levantarla y golpear la puerta. Entrar y tomar a Rosé en sus brazos, pedirle perdón por su forma de actuar tan irracional, tan egoísta.
Lo que había hecho... Tratar de forzar a Rosé...
Siguió caminando, alejándose de los sollozos de Rosé y bajando las escaleras. Pero no esperaba encontrarse con la madre de Rosé en el comedor, sentada en el sofá con una expresión desoladora.
—Lisa... —murmuró la señora Park, negando con la cabeza.
—No diga nada —suplicó Lisa con la voz temblando—. Me alejaré, lo prometo, su hija ya no... Ya no seguirá sufriendo por mí.
La mujer hizo una mueca al escuchar sus palabras, poniéndose de pie.
—¿Qué pasó, Lili? —preguntó la señora Park de forma maternal, y Lisa quiso romper a llorar, porque recordó el abandono de su mamá, los abrazos dulces que le daba Ten antes de irse a dormir, la sonrisa de su papá cuando hacía algo bien.
Se sentía tan, tan sola...
Y Rosé pudo haberla aceptado para siempre, pero Lisa quería más, siempre quería más, y necesitaba desesperadamente que Rosé se lo dijera, le dijera cuanto la necesitaba, a pesar de que se lo había demostrado varias veces.
—Lo siento... —susurró Lisa dando un paso hacia atrás, saliendo de allí tan pronto como pudo. El aire nocturno y frío la golpeó y frotó sus mejillas, queriendo alejar las lágrimas que luchaban por escapar de sus ojos.
Comenzó a caminar de manera rápida, alejándose de esa casa y tratando de no pensar en esos meses con Rosé, en la sonrisa que le daba, en sus labios besándola con tortuosa necesidad, en sus ojos llenos de calidez y cariño cuando se miraban. En lo afortunada que se había sentido por ser la novia de Roseanne Park, aunque al principio hubiera sido una novia falsa, alquilada sólo para lograr que se relacionara más con la gente.
Rosé había estado con ella cuando Ten murió, cuando se sentía más desgraciada, y Lisa lo único que hizo fue alejarla porque temía que Rosé la dejara algún día por alguien mejor, por alguien que sí valiera la pena. Por alguien a quien realmente amara y se lo dijera todos los días.
Lisa ya no se merecía el privilegio de que Rosé la amara, no luego de lo que había hecho. La mirada rota de Rosé, sus palabras teñidas de odio y dolor fueron más que claras.
Llegó a su triste casa solitaria, y apoyó su frente contra la puerta, sollozando en voz baja.
Entonces, notó algo extraño: la puerta estaba entreabierta.
Lo que faltaba, que alguien entrara a robar a su miserable hogar. ¿Acaso su vida no podía ser más asquerosa?
Apretando sus labios en una mueca molesta, Lisa empujó la madera y entró a la casa, dispuesta a ponerse a pelear de ser necesario. Al menos, eso planeaba hasta que entró a la cocina y se encontró con el rostro de una mujer que no había visto en años.
—¿Mamá?
¡Gracias por leer!
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