𐙚 capítulo 32
advertencias: humor absurdo, chaelisa y otras parejas. capítulos cortos.
—Roseanne Park y Lalisa Manoban, tienen derecho a guardar silencio.
—¡Ni que hubiéramos cometido un asesinato!
—¡Cállate si no quieres que te pegue con mi porra, chica!
Enfurruñada, Lisa se sentó sobre el asiento de metal que la celda tenía, cruzándose de brazos antes de hacer una mueca al sentir su mejilla hinchada y labio partido. Rosé, frente a ella, miraba la pared con una expresión en blanco, ignorándola completamente, sin demostrar alguna señal de dolor a pesar de tener un ojo negro y una mordida en el cuello.
¿Cómo habían llegado allí?
Bueno, luego de que Lisa se hubiera lanzado sobre Rosé, ambas se pusieron a pelear en el suelo ante la atónita mirada de sus amigos. Minnie quiso meterse a detenerlas, pero MiYeon la sujetó para que no la golpearan debido a que tanto como Lisa y Rosé estaban peleando brutalmente. Jennie comenzó a hacer barra mientras TaeHyung ponía una expresión de reprobación y JiSoo comía unas papas fritas que le quitó a la persona de al lado.
No contaban con que en el local también estuvieran comiendo unos policías, por lo que las dos chicas terminaron siendo separadas y metidas a un carro policial bajo la excusa de haber arruinado un buen almuerzo.
Iban bastante tranquilas con la decisión de los dos policías, hasta que TaeHyung salió del local y les gritó con evidente malicia mientras las subían al carro:
—¡Quizás ahora si pasen tiempo juntas!
Lisa enloqueció y se negó a ser subida, por lo que batallaron bastante tiempo para meterla dentro del auto, en tanto Rosé trataba de huir aprovechando la distracción.
La situación empeoró cuando llegaron al edificio policial, pues las metieron a la única celda vacía y Lisa empezó a protestar.
—No sé de qué te quejas —dijo de pronto Rosé—. La que le hizo daño a la otra fuiste tú, no yo. Yo debería querer estar alejada de ti.
Lisa apretó su mandíbula, desviando los ojos, pero no dijo nada.
Uno de los policías se acercó, abriendo la celda.
—Pueden realizar una llamada —Rosé se enderezó, saliendo del lugar—. ¿No vas a hacer la llamada, chica?
La de cabello rosa (a estas alturas casi rubio por la falta de cuidados) se quedó quieta, sabiendo que las palabras no iban para ella.
—No tengo a nadie a quien llamar. —respondió Lisa sin moverse, con la voz hueca.
Rosé siguió caminando.
Luego de haber soportado los gritos de su madre, sus chillidos histéricos cuando le dijo que tenía que ir a buscarla al cuartel policial, volvió a la celda, encontrándose con que Lisa ahora miraba el techo, silbando una melodía.
Se sentó a su lado, notando enseguida cómo se tensaba.
Hubo un momento de silencio entre ellas.
—No tenías que ser así de cruel. —dijo repentinamente Lisa con la voz rota.
Rosé miró la pared sin mostrar expresión alguna.
—¿Acaso mentí? —su tono era duro—. ¿Acaso no eres una niña cobarde y orgullosa?
Lisa bajó la vista, sintiendo su corazón roto al oír las frías palabras de Rosé, pero dándole la razón por haber actuado de esa forma. Sin embargo, no lo dijo.
—Tú lo eres también. —susurró de pronto Lisa.
—¿Disculpa?
—Orgullosa. Lo eres —Lisa comenzó a llorar—. Quería que me amaras. Quería que me lo dijeras. ¿Por qué nunca lo hiciste?
Rosé quería ser cruel y decirle que ella no decía cosas que no sentía. Pero eso sería exceder un límite que no iba a cruzar nunca en la vida.
Una cosa era ser dura con Lisa porque se equivocó. Lo otro, era ser desalmada.
—Te lo demostré. —gruñó Rosé, girándose a mirarla.
—No lo entiendes —Lisa también la miró—. A veces demostrarlo no es suficiente. A veces es necesario decirlo.
Rosé recordó, entonces, lo que le había pedido Ten antes de morir. Que le dijera a Lisa que era preciosa, porque ella no creía que lo fuera, y si se lo decía repetidamente... Entonces Lisa iba a creerle.
Recordó también que le había prometido a Ten cuidar de su hermana menor.
Se sintió demasiado triste de pronto, incapaz de sostenerle la mirada a Lisa, y volvió sus ojos a la pared.
Lisa no dijo algo más.
Una hora después, la celda fue abierta otra vez.
—Te vienen a retirar, chica. —le dijo el policía a Rosé.
Rosé se puso de pie, viendo a su mamá acercarse de forma presurosa, e hizo una mueca.
Las cosas con su mamá seguían tensas, duras, debido a lo que había hecho ella. Rosé no sabía si en algún momento la iba a poder perdonar, pero no estaba enojada. Su rabia había desaparecido hace mucho, ahora sólo estaba cansada.
—¿Qué fue lo que pasó, cariño? —le preguntó su mamá con voz preocupada.
Rosé no dijo nada, girándose hacia Lisa.
—Ponte de pie —le ordenó—. Te irás a quedar a nuestra casa unos días.
No se quedó para oír su respuesta, sino que salió caminando a paso rápido, sintiendo su corazón latiendo de forma acelerada.
Notó, sin embargo, que Lisa la estaba siguiendo.
De alguna triste forma, sabía que Lisa la iba a seguir para toda la vida.
¡Gracias por leer!
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