Capítulo 15

Asahi

Hemos acabado por fin con los exámenes. Me quito las gafas que guardo en la mochila con el resto de las cosas y estiro mi cuello a ambos lados, masajeando las contracturas. Me levanto de mi asiento, dispuesto a iniciar las vacaciones de invierno.

Me despido de mis compañeros y me encamino hacia la salida. Mi novia, sí, mi novia —no puedo evitar una sonrisa tonta—, me escribió diciéndome que me esperaba afuera, por lo que acelero mis pasos para acortar el tiempo de separación. Ya fue mucho estar tantos días solamente a mensajes.

Aunque cada uno fue recibido como agua en un desierto.

Una vez en el exterior, encuentro su menuda figura envuelta en un gran abrigo en un rincón y dejo que mis piernas den las zancadas necesarias para llegar a ella.

—¡Ya estoy! —Beso su mejilla—. Te extrañé, Nomi.

Me gustaría usar otros apelativos, como "cariño" o "linda", como hace Hotaro con China, que le dice "solcito", pero no me atrevo. No todavía.

—Yo también. Mucho.

Nomi sonríe y me obsequia el rubor que adoro. Estira sus manos protegidas por una suave lana hacia mí y noto que tiene una pequeña caja de cartón rosado con el rótulo de una pastelería cercana.

—T-te traje algo. Para felicitarte por los exámenes.

—No hacía falta.

—Las novias hacen estas cosas. Y soy tu novia.

—Sí, lo eres —sonrío feliz por ello—. La novia más bonita y dulce que existe.

Se enciende más y yo quiero apretarle esas mejillas preciosas.

Me muestra lo que hay en el interior, descubriendo un cupcake con un corazón de caramelo encima de la crema y un cartelito de chocolate que dice "Felicitaciones!"

Es muy, muy, muuuuuy, linda. La adoro.

—Gracias, Nomi. Se ve delicioso.

Estoy por agarrar mi recompensa cuando somos interrumpidos intempestivamente por Hotaro, que aborda a mi novia con un abrazo sorpresivo por la espalda.

—¡Hola Nomi!

Ella grita con horror. Un grito que me hiela la sangre. Se aparta de mi amigo como si fuera un peligro tóxico dando un salto hacia mí, dejando caer el pastelito al suelo. Lágrimas se desbordan de sus bonitos ojos y sus manos se aferran a mi ropa. La envuelvo con mis brazos y me doy cuenta de que está temblando.

Hotaro y Chinatsu —que venía detrás de él—, quedan como yo, convertidos en piedra por el desconcierto.

—Nomi, ¿estás bien? —susurro contra la cima de su cabeza enterrada en mi pecho, pasando mis manos por su espalda para tranquilizarla—. Respira, Nomi. No pasa nada.

—¡Qué bruto que eres, Hotaro! ¡No debes acercarte a alguien de esa manera! Menos a Nomi.

—Yo... de verdad. No pensé que se asustaría tanto. Lo siento. Nomi, no lo volveré a hacer.

China se agacha, recogiendo los restos de mi premio y lo mira con pena.

—Lo lamento, Nomi. El pastel se estropeó.

—No fue mi intención. De veras. Compraré otro.

Hotaro está desolado por la culpa.

Nomi, ya más repuesta, sale del refugio. Busca mis ojos y se los entrego con todo mi amor, dándole una sonrisa aterciopelada que le dé seguridad. Seco sus lágrimas con mis pulgares enguantados y cuando me devuelve un intento de sonrisa, se voltea, manteniendo su cuerpo contra el mío.

Sé que no es momento de pensar en eso, pero no puedo evitar sentir un regocijo en mi interior porque Nomi me use como escudo.

Mi novia enfoca las manos de China con la caja y la masa rotas, y luego a Hotaro, que parpadea detrás del cristal de sus lentes.

—Estoy avergonzada por mi reacción. Perdóname Hotaro. Sé que solo era un juego y yo exageré. Es que... —frota sus guantes—. No me gusta que me sorprendan por la espalda.

Lo confirmo, recordando sus sobresaltos cuando no conocimos por un par de simples "holas".

Hotaro se inclina dos o tres veces, tan rápido que es gracioso. Lo suficiente como para que Nomi ría por lo bajo. Temo que las gafas salgan volando.

—Soy un tonto, un tonto. Puedes golpearme si quieres. Perdón, perdón, perdón.

—Ya pasó. —Sacude su mano—. De verdad.

—Si quieres, le pego yo por ti —añado.

Me mira por encima de su hombro y su rostro más animado me devuelve las pulsaciones detenidas.

—Nada de golpes. Hoy es motivo de celebración. Hemos terminado los exámenes.

—Muy bien. ¿Qué les parece si vamos todos a comer algo por ahí? —propongo. Todos aceptan y tomo la mano de mi novia—. Hotaro invita.

—¡Hey! —protesta acomodándose los lentes y reímos—. Bueno, lo merezco. Al menos sé que Chii y Nomi no comen mucho. El que me da miedo eres tú, Asahi.

Entorno mis párpados en un gesto afilado.

—¿Y qué hago con esto? —Señala Chinatsu, todavía con la víctima en sus palmas.

—Yo me lo como.

No llegamos a detener a Hota, que se zambulle los trozos desplomados en la boca, llenando sus mejillas.

—¡Cómo puedes hacer algo así! ¡Qué asco!

—¿Qué? —habla Hota de forma inentendible, escupiendo migas—. Feguía en la cafa. No focó el fuelo.

De repente, una risa, sí, una risa preciosa y centelleante sobrepasa la mano que oculta la boca de Nomi. Se ríe tanto, que la mano termina cayendo y se sujeta con ella el estómago, ya que la otra la tengo apresada en la mía.

Otra vez nos paralizamos, pero en esta ocasión, es para contemplar la primera risa real de Nomi. Aparece ante nosotros la chica alegre que estaba oculta en ella.

Mi chica.

Intercambiamos miradas entre los tres y sonreímos por este maravilloso milagro.

Se me remueve el pecho, donde subo mi mano automáticamente, porque sé a ciencia cierta, que quiero verla reír más veces.

Siempre.

Cada día.

Y si es por mí, mejor.

Haré que la próxima vez sea por mí.


Estamos regresando en un frío atardecer a la casa de Nomi. Como buen novio que soy, la acompaño con los dedos enlazados. Prácticamente me resulta imposible no estar así con ella.

En el camino cruzamos el parque al que tengo entendido Raito y Makoto suelen venir. A veces, con el resto de los Sakuragi. Veo los columpios iluminados por las farolas y un impulso sale de mí.

—Ven, Nomi. Sígueme.

No le doy mucha opción cuando la llevo conmigo. Pero no parece molestarle porque suelta una risita que me enloquece.

—¿Qué quieres hacer, Asahi?

—Esto.

La siento con cuidado en el columpio y doy la vuelta. Le beso la coronilla y doy un primer empujón.

—¡Asahi! —grita. Pero es un grito de alegría—. ¡Más alto!

—Como digas, pastelito.

Empujo más. Y ella grita más. Se encoge en el asiento, pero no deja de pedir más altura. Y se lo concedo. Por momentos creo que le dará un ataque de pánico, porque aprieta las piernas y las manos. La imagino oprimiendo sus párpados.

Grita y ríe.

Estoy haciendo que ría.

Dejo de columpiarla y me poso a su lado hasta que se detiene y voy al frente. Respira agitada, con el rostro que estalla de color. Tiene una sonrisa que no le entra en la cara y es toda mía.

—¿Te gustó?

—¡Me encantó! Especialmente... ser tu pastelito —susurra.

—Lo eres. Porque eres dulce... y porque tu risa de hoy surgió por el pastelito destrozado.

—¡Ay, no! Qué vergüenza.

Se cubre el rostro, pero yo le aparto las manos con suavidad. Y me quedo contemplándola enamorado.

Tengo un millón de tambores azotando en mi pecho. Bajo la tenue luz eléctrica amarillenta, Nomi luce hermosa. Con el pasar de los días, su rostro adulto ha ido rejuveneciendo, abandonando la seriedad y melancolía que le conocí. Y me puedo otorgar el mérito por ello.

No me pesa hacerlo. Lo tomo con orgullo.

Especialmente después de la música de su risa.

Las yemas de mis dedos se vuelven mariposas, sobrevolando sin tocar los delicados rasgos de Nomi, que estira su cuello y cierra los ojos, con sus largas y espesas pestañas cayendo sobre sus pómulos. Sé que me espera. Que anhela mi toque, como con nuestro primer beso.

Caigo en su hechizo y aparto algunos mechones desordenados, pasándolos por detrás de sus orejas. No me detengo ahí. Controlo los nervios que siempre me embargan ante su cercanía y rozo sus cejas con mis pulgares. Avanzo hasta terminar de cubrir con mis palmas su rostro.

Me aproximo más, inclinando mi torso hacia ella. Puede que después me duela la cintura, pero habrá valido la pena.

Mi nariz toca la suya.

Sabe qué sigue.

Mis labios se apoyan suaves sobre los suyos y todo hormiguea en mi cuerpo. Hormigas eléctricas. Ardientes.

Envuelvo su boca con la mía y tomo valor para avanzar más. Para buscar un poco más. La punta de mi lengua inexperta roza sus labios, probando el sabor residual del té de menta que bebió hace rato. Los toco pidiendo permiso.

Y se me abren, recibiéndome anhelantes, y yo siento que llego al cielo.

Me atrevo a más y la tomo entre mis brazos, levantándola del columpio. Ella ahoga contra mi boca una exclamación de sorpresa, aferrándose a mí, pero no deja de corresponder mi beso. Lo sigue. Me deja explorarla y la bebo.

Con un lento baile de nuestras lenguas, nos conocemos con ternura y devoción.

Podría quedarme besándola en todas mis vidas.

Termino con un último roce juguetón formando círculos sobre su boca ahora sonriente y despacio la aparto lo suficiente para que no perciba el duro bochorno que generó nuestro contacto en mi organismo. Temo que la espantaría.

—Te quiero Nomi. Y no quiero dejar de besarte. Ni de mimarte.

Sus iris se ponen brumosos y oscilantes, con el temblor de las luces sobre nosotros.

—También te quiero, Asahi. Y puedes besarme y mimarme todo lo que quieras.

*

Tuvimos una navidad con algunos copos de nieve. Su blanca magia fue el broche de oro para una fiesta que nunca antes disfrutamos Makoto y yo como con los Sakuragi, Shoma, China y Hota. Aiko colocó la estrella en la cima del abeto; encendimos las luces navideñas que ambientaron ese magnífico y cálido hogar e intercambiamos regalos.

Así quisiera todas las navidades a partir de ahora. Con risas y alegría.

Y amor.

Inspiro profundo, recibiendo en mis pulmones el frío de este día. Treinta y uno de diciembre. También lo pasaremos todos juntos, porque nos hemos vuelto familia.

Vuelvo a llenarme de aire y me pierdo en el cielo blanco sobre el santuario donde Hotaro, Makoto y yo esperamos al resto para rezar por un nuevo año y comprobar nuestra próxima suerte.

—Estás feliz.

—Para qué negártelo, hermano. Lo estoy.

Makoto ríe a mi lado y revuelvo su cabello.

—Mira, ahí vienen nuestras chicas, y el resto del batallón. —Con Shoma sobresaliendo, tanto por su estatura con respecto al pequeño grupo como por su cabello rubio entre tanto mar negro, es fácil de distinguir—. Nadie se atrevería a meterse con ellas con semejantes guardaespaldas.

Río.

—¡Hotaaaaa!

China se lanza a los brazos de su novio, casi cayendo por el kimono rojo que limita sus movimientos. Por mi lado, busco a Nomi, que a diferencia de China, viste el mismo de la Kobe Luminarie. Uno que se nota usado, pero que le queda hermoso. Su reluciente cabello recogido está decorado a un lado por los dos boches con forma de flor de cerezo que le obsequié en navidad y que combina con su ropa.

El detalle hace saltar un latido de mi corazón.

—Hola, pastelito —susurro en su oído antes de depositar un beso en su mejilla fría. Disfruto de su risita.

Saludamos al resto, que hoy visten todos casual y bien abrigados por la nieve que ya se ha asentado en la ciudad.

—Muy bien grupo. Subamos para rezar. Ya hay mucha gente esperando, así que, no nos demoremos mucho.

Nomi se queda con los pies anclados cuando tiro delicadamente de ella y volteo, hallando un rostro serio.

—Yo... los espero aquí.

Todos nos miramos, pero aceptamos porque hemos ido conociendo a mi novia lo suficiente para saber que no sirve presionarla.

—Yo también. Vayan ustedes. Los esperaremos por aquí para cuando regresen. Asegúrense de no perder a los más pequeños. Hota, te hago responsable.

—¡Sí, señor!

—Idiota —río por lo bajo.

Cuando quedamos solos, llevo a Nomi a caminar un poco hasta un puente sobre un pequeño y helado riachuelo y nos quedamos allí.

—Por cierto. Hoy también luces hermosa con ese kimono.

—Gracias. —Hola sonrojo—. Era... de mi madre. Siempre me gustó mucho. Me permite sentirla cerca.

—¿Puedo preguntarte por qué no quieres subir al templo? ¿No tienes nada que pedir?

Tarda en responder.

—¿A quién? ¿Quién escucharía lo que tengo que decir? —espeta.

—Suenas resentida.

—Sí. Y no lo puedo evitar. Después de perder a mi madre y mis hermanos, es normal que no crea que haya alguien escuchando nuestras súplicas.

—Lo siento... Debe de ser muy duro. ¿Puedo saber qué pasó?

Me contempla de una forma tan desgarradora que lamento mi pregunta. Vacila, como si se debatiera hasta que decide abrirme por primera vez sus secretos. Me quedo en silencio, prestando atención a Nomi, que nunca ha revelado nada de sí misma.

—Hace seis años, mi madre estaba embarazada y murió al dar a luz. Fue en invierno. Uno muy crudo. El bebé tampoco sobrevivió. Después de ello, mi padre... —Su rostro se contorsiona de dolor y quiero detenerla, pero prosigue. Tiene el semblante rígido y su vista vuela lejos de donde estamos, con las manos apoyadas sobre la barandilla—. Mi padre se volcó a la bebida y nosotros nos tuvimos que hacer cargo de todo, llegando a sufrir muchas veces por no tener qué comer o con qué abrigarnos. Este kimono es un tesoro que Jun y yo protegimos para que no lo vendiera y obtuviera más alcohol. Fue difícil. Y hace casi un año... Vaya... un año ya —solloza—. Haru, que siempre fue frágil de salud, no sobrevivió al invierno. Fue... devastador.

Sus lágrimas no se contienen y ruedan por su cara. Mis brazos corren a envolverla en un apretón cálido que la reconforte. Desde su nido sigue hablando, quebrada.

—Odio a los dioses. No nos llevamos bien. —Su voz tan fría como el invierno a nuestro alrededor me resulta extraña en ella—. Decenas, no, cientos, miles de veces les rogué... Tanto. En tantas ocasiones. Y jamás me escucharon. Nunca... me salvaron —termina por murmurar.

La aprieto un poco más y su llanto se queda en mi pecho.

—Perdona Nomi. No quería hacerte recordar algo tan triste.

Se desprende de mí y me regala una sonrisa repuesta. Esa es mi Nomi volviendo a la vida.

—No te preocupes, esto no cuenta como lágrimas de tristeza provocadas por ti.

Río.

—Es bueno que lo aclares. Gracias. No me gustaría faltar a mi palabra.

Quedamos conectados, unidos en nuestras miradas.

—Gracias por contarme. Por abrirte conmigo y compartirme parte de tus penas.

Una sombra se cruza brevemente, pero se me escapa cuando me abraza y nos quedamos así, fundidos.


La noche la estamos completando con la famosa pijamada que Chinatsu quería y a la que Nomi cedió rendida. Demasiados ojos insistentes que no pudo vencer.

—¡Ya van a ser las doce! —chilla nuestra loca amiga y los más chicos la acompañan.

—¡Vamos a encender los fuegos artificiales!

Salimos todos al jardín con las bengalas y el bote con agua para apagarlas. Rápidamente, iluminamos el exterior con la pólvora de colores en nuestras manos.

Tenemos a todos aquí. Shoma y Jun, juntos, abrazados. Hotaro persiguiendo a China, que grita riendo. Makoto, Aiko, Raito y Ohime corren haciendo dibujos con la estela luminosa de las chispas.

Yo, estoy sentado en el escalón, empalagándome de tanta felicidad.

—¿Hay espacio aquí para una más?

—Para ti, siempre, pastelito.

Me envuelve con una manta que trae en una mano y se sienta delante mío como ya hemos hecho en otras oportunidades al ver películas o simplemente pasar el rato. Automáticamente, mis brazos se enroscan en su delgado cuerpo y acerco su espalda al máximo contra mi pecho. Mi calor se hace su calor. Beso la cima de su cabeza y aspiro su perfume.

He encontrado que esta posición, con ella entre mis piernas y recostada contra mi cuerpo, es uno de mis lugares favoritos en el mundo. Lo mejor de todo, es que puedo recrearlo prácticamente en cualquier sitio.

Es mi pequeño paraíso, porque puedo percibir la tibieza de su menuda anatomía, el lento respirar cuando está relajada o cómo se acelera si mis dedos y mis labios rozan algún recoveco sensible, tan inocente como una mejilla o el hombro, pero que me premia con un suspiro o un leve estremecimiento. Amo que mis dedos se entierren en su largo cabello negro como alas de cuervo y que sus brazos se enreden con los míos cuando los descansamos por delante de nosotros.

Me siento uno con ella. Tan natural como si siempre hubiéramos pertenecido.

Y aunque a veces estemos rodeados de hermanos y amigos, no dejamos de ser nosotros dos.

Los demás, son el complemento perfecto de nuestra escena.

Su voz me despierta de mi ensoñación con su melodioso tono.

—¿A tus padres no les molesta que no hayan pasado navidad y año nuevo con ellos?

—Padre no viene hasta febrero. Vive la mayor parte del año en Tokio por trabajo. Y madre... prefiere irse con sus amigas a algunas termas. No hemos celebrado las fiestas desde hace años. Makoto y yo solemos pasarla con Hotaro y sus padres.

—Entiendo. —Alza delante mío su bengala—. ¿Me lo enciendes, por favor?

—Por supuesto, mi linda novia.

Uso el encendedor como el encargado del fuego que fui para los niños. Las chispas brillan delante nuestro y ella los disfruta como otra niña más, dibujando delante mío cosas para que yo adivine hasta que se apaga.

—¡Diez! —Escuchamos a nuestra familia contar y los imitamos desde nuestro lugar—. ¡Nueve! ¡Ocho! ¡Siete! ¡Seis! ¡Cinco! ¡Cuatro! ¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! ¡Feliz año nuevo!

—Feliz año nuevo, Asahi —susurra contra mí, volteándose.

—Feliz año nuevo, Nomi. —Le devuelvo—. Mi deseo para este dos mil nueve, es que tengamos más momentos así tú y yo.

Mis ojos caen en sus dedos, que acarician la pulsera que me tejió hoy en una de las actividades que propuso Jun para jugar y que siempre cuidaré. Me sonríe de manera adorable, con sus iris resplandecientes, y elimina el pequeño espacio entre nuestras bocas para un beso tierno y enloquecedor.


*

N/A:

Comparto la imagen de los broches de pelo porque me pareció un detalle hermoso y delicado para nuestra Nomi y que mi amiga PinkDoll04 sugirió... Gracias!

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