Capítulo 46: Juego de intereses (Maratón 4/4)

CAPÍTULO 46: JUEGO DE INTERESES

No hay más alianzas que las que trazan los intereses.

Antonio Cánovas del Castillo


La silueta del rascacielos que daba alojamiento a aquella cadena hotelera que no solo se podía encontrar en Madrid sino que también tenía representación en la mayoría de las capitales mundiales, se dibujó detrás de la ventanilla del coche en el que viajaba Sabina.

Había cumplido al pie de la letra con las indicaciones de Sr. Había hablado con su subordinado advirtiéndole sobre la inminente puesta en escena de la revolución que durante tanto tiempo parecía haber estado fraguándose y, además, había regresado de nuevo a la central tal y como su jefe le había indicado en el escueto pero conciso mensaje que le había mandado. Poco tiempo llevaba en aquella empresa pero había demostrado con creces que se había entregado por completo a su causa. Unos cuantos días más y despejaría que cualquier duda que pudieran tener de ella. Unos días más y podría quitarse la máscara delante de su hija, le contaría toda la verdad y dejaría aquella farsa en la que se encontraba metida.

Sin embargo, cuando estaba a punto de entrar en el aparcamiento subterráneo del hotel sus ojos se detuvieron sobre una de las pantallas del edificio colindante. Todos y cada uno de los días que había pasado al lado de aquel rascacielos vecino siempre había visto la pantalla que colgaba de su fachada principal ocupada con cualquier tipo de spot publicitario o evento social o cultural que fuese a tener lugar en la capital. En cambio, en aquel momento, una imagen bien distinta se formaba sobre los pixeles del panel. Parecía la retransmisión de un accidente por los escombros y el humo que se podían distinguir detrás del reportero que cubría la noticia pero solo cuando pudo leer en la parte inferior de la pantalla el mensaje que iba apareciendo sintió como si todo el mundo se le viniera encima. No se trataba de un accidente cualquiera, ni tampoco en una ciudad desconocida para ella. Aquellas imágenes llenas de horror y masacre se estaban registrando a apenas unos pocos kilómetros de distancia, en el aeropuerto de la capital, provocadas precisamente a la hora que ella misma, tal y como Sr le había ordenado, le había anticipado a su subordinado, el jefe de la Unidad de Emergencias.

De forma inmediata su mente empezó a atar cabos al tiempo que los latidos del cuerpo en el que se encontraba comenzaban a acelerar su ritmo.

"No puede ser posible" pensó aterrada. "¿Esta es la gran rebelión social a la que Sr se refería? ¿Un atentado en el mismísimo aeropuerto?".

—Bueno, Sabina, cuéntame... ¿Qué tal tu primer día de nuevo en el mundo físico? —El recuerdo de aquel hombre de cabello cobrizo sentado en el sillón de su despacho no tardó en aparecer en su mente. En ese momento solo llevaba unas horas en aquel cuerpo pero le habían permitido salir a dar una pequeña vuelta por la ciudad.

—Muy bien, la verdad. No podía estar más contenta de estar de nuevo entre la gente —le había contestado ella—. Aún me parece increíble que haya podido regresar. No creo que haya nada en el mundo que pueda hacer para agradecerte lo suficiente esta segunda oportunidad que nos estás ofreciendo a tantos de nosotros.

—Supongo que ahora es cuando tendría que decir eso de que verte a ti feliz es mi mayor recompensa pero... Lamentablemente no puedo hacerlo —Aún no se le había olvidado el vuelco en el estómago que sintió cuando le escuchó pronunciar aquellas palabras. Parecía que allí tampoco se regalaba nada sin esperar algo a cambio.

—Haré lo que sea con tal de seguir viviendo en este cuerpo —le soltó sin pensarlo demasiado. Desde el principio ya sabía que no requeriría demasiado tiempo el contactar con su hija y cumplir con su verdadero propósito. Solo necesitaba que pensara que era una incorporación fiel pero en cuanto se le presentase la ocasión escaparía de aquel lugar. Sin embargo, en ese momento, cuando tenía frente a ella las imágenes de una masacre de esas dimensiones sabía que quizás había tomado la peor decisión de toda su existencia.

—Vaya, a ti no te hace falta ni siquiera ponerte a prueba —le había dicho su superior entre risas—. Tú sola te ofreces.

—No dudo de tus buenas intenciones, Sr. Quizás por eso me fíe tan a ciegas —Precisamente en ese instante sabía que lo peor que podía hacer era dejar que el más mínimo resquicio de desconfianza pudiera observarse en su actitud. Por ello no había dudado un segundo en seguirle su juego de la mejor manera.

—En eso te daré la razón. Mis intenciones son buenas, Sabina —le había confirmado su jefe—. No solo se trata de haceros volver a la vida sino de organizar una gran revolución social que ponga punto y final a los problemas que afectan a las almas hoy en día.

—¿Una revolución? —Había repetido ella incapaz de contener su sorpresa ante aquella repentina revelación.

—Al menos es así como a mí me gusta llamarla —le había respondido Sr esbozando una inocente sonrisa— Pero no te preocupes, el trabajo que necesito que hagas no es nada complicado.

Sin duda su jefe había sabido enmascarar bien el verdadero objetivo que parecía esconderse detrás de la llamada "Revolución" pero era ella también la que había preferido no hacer nada para evitar conocer más detalles. Ni una sola pregunta más salió de su boca ese día, ni tampoco en los sucesivos. Solo se había limitado a cumplir con las tareas que le mandaba, a moverse de un sitio a otro para intercambiar mensajes con otros miembros de la empresa. Aunque también era cierto que jamás se había imaginado que pudiera estar tramándose una masacre así. Se imaginaba una manifestación a gran escala, quizás incluso con violencia, pero nunca un atentado.

Sabina bajó la mirada hacia el volante incapaz de observar esas aterradoras imágenes un segundo más. Al fin y al cabo ella había sido tan cómplice de aquello como cualquier otro empleado de los que trabajaban en esa cadena hotelera. Sin embargo, si había llegado hasta allí no iba a ser para rendirse sin antes cumplir con el propósito que le había hecho aceptar ese trato. Por mucho que le doliera la injusticia de la que acababa de ser partícipe, debía aprovechar el caos que el ataque había generado para hablar de una vez por todas con su hija y poner fin así a su misión.

La mujer bajó la ventanilla y sacó del bolsillo de su americana la tarjeta de identificación necesaria para acceder al parking del hotel. "Solo unas horas más" se dijo para sí. "Después podremos poner punto y final a toda esta locura".

***

Irene no pudo evitar sobresaltarse al darse cuenta de que la voz que le acaba de hablar procedía del propio muchacho que tenía delante de ella. Había abierto los ojos y la miraba con extrañeza.

—Tú no quieres ingresar en este centro del demonio —continuó hablándole con un hilo de voz—. Tú estás aquí por otro motivo, ¿no es cierto?

—Necesito que me ayudes —le confesó la muchacha sin andarse con rodeos.

—Pues estás bien jodida si crees que este despojo de persona puede ayudarte en algo —le soltó él con acidez mientras esbozaba un intento de sonrisa—. Soy yo el que necesita que le saques de este infierno cuanto antes. Por si no lo has notado, me acaban de dar un buen chute de esa mierda que nos obligan a consumir mañana, tarde y noche. Este no es un centro de desintoxicación, todo lo contrario. De aquí no sales por esa puerta si no te han inflado a drogas antes. Lo tengo más que comprobado.

—Pero eso no puede ser... —le respondió Irene—. La gente que sale de aquí ocupa puestos de trabajo importantes, nadie querría contratar a un drogadicto por muy bien que le recompensaran a cambio. Sería cuestión de tiempo que el trabajo de esa persona se pusiera en entredicho.

—Puede resultar increíble y más viniendo de un depravado mental como lo que ahora mismo seguro estaré aparentando, pero es totalmente cierto. De hecho solo hay una persona que es la que contrata inicialmente a esos supuestos rehabilitados. Después lo que haga con ellos lo desconozco pero a él no le importa lo más mínimo incorporar a su empresa verdaderos zombies drogatas. Es más, cuanto mayor sea su dependencia más pronto salen de aquí. Eso también lo tengo comprobado. Ahora dime... ¿me vas a sacar de este antro de mierda?

—¿Te suena el nombre de Héctor Luján? —le preguntó la joven sin molestarse ni siquiera en contestarle.

—¿Qué obtendré a cambio? —le replicó él con sequedad. Su cuerpo se debatía entre la consciencia y la inconsciencia pero algunos destellos de lucidez seguía regalándole su mente.

—Mi promesa de que te sacaré en cuanto pueda de aquí. Y ahora dime si le conocías o no—le dijo Irene sintiendo cómo se le agotaba poco a poco la paciencia. Era cuestión de tiempo que alguien entrase en la enfermería o que preguntaran por ella en el pasillo. No podía permitir que la pillaran hablando con aquel muchacho, más aún sabiendo todo lo que él sospechaba y de lo que parecía estar tan convencido.

—No me convence ese "en cuanto pueda". Acabo de contarte lo que está pasando aquí dentro. Si aún no he acabado como cualquiera de mis compañeros es porque no he dejado de actuar durante todo este tiempo. Pero ahora que esos hijos de puta ya conocen mi engaño no descansarán hasta verme convertido en otro de sus zombies —la agitación del chico era cada vez mayor al igual que su voz comenzaba a aumentar de tono. Estaba verdaderamente muerto de miedo.

—Shh —le mandó callar Irene mientras miraba con preocupación a la puerta—. ¿Es que quieres que me descubran a mí también? Puede que no te de mucha confianza pero en este instante solo me tienes a mí y si quieres salir de aquí no te queda más remedio que fiarte.

—Coge la libreta que antes me querías robar —le indicó dirigiendo la vista hacia el bolsillo de su pantalón.

Irene no dudó en sacar aquel pequeño cuaderno del uniforme que llevaba. Sin esperar ni siquiera a recibir alguna otra indicación abrió la libreta deseando que allí dentro se encontrara la pista que tanto ansiaba. Cuando sus ojos se toparon con los monigotes y bocetos que allí había dibujados no pudo sino maldecirse por dentro por haber sido tan ilusa.

—No estoy para bromas chaval, ni tú tampoco deberías estarlo si es cierto todo lo que me has contado —le respondió con enfado, soltándole la libreta sobre el estómago con furia—. Creo que ya he perdido demasiado tiempo contigo. Será mejor que me marche.

Pero antes de que pudiera alejarse apenas unos metros de su camilla, el muchacho detuvo sus movimientos con una frase que salió de él como un mero susurro.

—Héctor fue uno de los primeros en entrar conmigo pero también uno de los que encabezaron la lista de los rehabilitados.

—¿Le conociste? —La sorpresa de Irene fue más que evidente. Como mínimo debían haber pasado dos años desde que aquel hombre estuviese allí. Si no le fallaba la memoria, Vera y él acababan de celebrar su segundo aniversario de noviazgo.

—De vista, pero en el fondo eso es lo máximo a lo que podemos aspirar estando en este centro. No dejan que socialicemos con el resto de internos, de hecho, intentan que pasemos el menor tiempo posible juntos.

—Entonces supongo que no sabrás quién pudo ser el que lo contratara una vez salió del centro...

—Supones mal —sentenció el chico dirigiendo la vista hacia el techo de la habitación—. Pero está visto que mi arte no te ha convencido y que lo único que te puedo ofrecer solo te hará perder más el tiempo.

Irene emitió un largo suspiro sabiendo que quizás había sido demasiado impulsiva tirándole aquel cuaderno sin ni siquiera tener la certeza de si algo más podían ocultar esos trazos de lápiz.

—¿Qué es lo que quieres que vea en esa libreta? —Le preguntó cogiéndola de nuevo y mirándola con algo más de interés.

—Gracias tendrías que dar a que soy un maravilloso dibujante —le soltó sin modestia alguna—. Página 5 por detrás, por favor.

Irene ignoró la primera parte de su contestación y se fue directa a la página que le había indicado, notando cómo sus esperanzas estaban depositadas de nuevo en aquel trozo de papel. La quinta hoja estaba encabezada por varios bocetos inacabados de personas vestidas con el que aparentaba ser el uniforme de los trabajadores de aquel centro. Sus rostros estaban totalmente desdibujados pareciendo más monigotes que personas. En cambio, cuando pasó la página y sus ojos se posaron en el revés de aquella fina hoja de papel, descubrieron el verdadero talento de aquel muchacho que la miraba intentando anticiparse a su reacción.

—¿Quién es este? —Se interesó ella sin despegar la vista del retrato de ese hombre de cabello largo y con esos ojos que parecían querer salir de ese folio plano e inerte.

—Ese tipo de ahí es el único interesado en contratar a los engendros que salen de este centro —le respondió el chico con seriedad—. No tengo la menor idea de por qué quieres saber sobre el paradero de Héctor, pero si alguien puede estar relacionado con él es ese hombre.

De repente, se escucharon voces acercándose a la habitación en la que se encontraban, hablando entre sí sobre el mal comportamiento que había mostrado el muchacho y las medidas que debían aplicarle para erradicar aquella actitud.

—Mierda... —el nerviosismo se hizo más que evidente en Irene. Debía salir por la otra puerta antes de que entrasen en la enfermería.

Miró por última vez el boceto y sin pensárselo dos veces lo arrancó de la libreta de un solo tirón.

—¿Pero qué...? —Le echó en cara el chico controlando su enfado para que no le hiciera alzar la voz y le acabara gritando a pleno pulmón por lo que había hecho.

—Lo siento, pero necesito llevármelo. Te prometo que... —comenzó a excusarse ella mientras le metía de nuevo la libreta en el bolsillo del pantalón y se dirigía hacia la puerta.

—No te molestes. Solo quiero escuchar de tu boca una única promesa —la interrumpió el muchacho siguiéndola con la mirada—. Y ya sabes a cuál me refiero.

—Acabaré con toda esta farsa. Eso dadlo por hecho —le aseguró Irene antes de salir de la habitación y cerrar la puerta tras ella.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top