Capítulo 37

PRESENTE 37

Muchas cosas cambian tres meses después. Carter está libre del yeso y cumpliendo su fisioterapia a cabal. Bolton Consulting sobrevive la auditoría y Amy y Lauren pierden sus trabajos. Justo después de eso, Josh anuncia que va a abrir su propia empresa y contrata a Lauren como su asistenta personal.

Entre tanto revuelo en la empresa, Carter se mantiene ocupado en mantener la operación a flote. Lo bueno es que no pierde clientes en el proceso. Lo mejor es que tiene a una empleada a la que solo le tiene que pagar en besos por un tiempo corto.

Tres de mis entrevistas resultan en ofertas de trabajo, entre ellas la del bufete de abogadas. Acepto esa oferta tan rápido que casi se me olvida negociar salario, sobretodo por la sorpresa de que me quisieran contratar después de cómo terminó la entrevista.

—Y por último, hay algo que quiero saber —comentó Melanie Johnson, la que ahora es mi nueva jefa—. Si tu experiencia en Bolton Consulting fue tan enriquecedora, ¿por qué renunciaste?

—Porque me enamoré de mi jefe —contesté con toda sinceridad. Obviamente no le iba a relatar todo el culebrón, pero admití mi culpabilidad en el tema sin maquillarlo. Sé que no cometí un crimen y que tomé medidas casi enseguida, pero eso igual no borra lo que pasó.

Luego de varias semanas ya trabajando para Melanie, y sobretodo después de conocerla mejor y saber que tiene tremendo sentido del humor, me atreví a preguntarle por qué me contrató a pesar de todo el asunto con Carter.

—Porque sabía que no íbamos a tener ese problema —contestó con una carcajada—, y además, tu honestidad me impresionó mucho.

Ha sido difícil trabajar para ella solo por dos razones. La primera, el volumen de trabajo deja al de Bolton Consulting en pañales, y si con ese llegué a desmayarme una vez, qué se puede esperar de este. Me la paso exhausta y los fines de semana lo único que quiero hacer es tomar largas siestas junto a Carter mientras él trabaja horas extra para cubrir el puesto vacante de Josh desde la cama.

Y la segunda, porque básicamente solo puedo ver a Carter los fines de semana. Lo extraño cada instante de mi día, incluso cuando estoy con él porque eso significa que uno o dos días después no voy a estar físicamente a su lado. Mensajes de texto y llamadas entre reuniones, y llamadas de FaceTime por las noches, no reemplazan lo conveniente que era tenerlo en la habitación de al lado todos los días.

Soy una novia melosa y lo sé. Me pasaba lo mismo con Gustavo.

Mi cumpleaños treinta y siete cae en día de semana y paso al menos una quincena quejándome al respecto. Pero con todo y que Carter y yo nos sentimos como dos ancianitos de ochenta años del cansancio, acordamos que vamos a cenar los dos solos esa noche. Paso todo el día tan eléctrica con las ganas de verlo e ignorar los platillos para comerme su boca, que mis compañeras y mi jefa se burlan de mí.

—Mi amor, mi vida, my rey —es mi saludo cuando me monto en la nueva Urus de Carter. Me lanzo sobre él, mis brazos rodeando su cuello, y lluevo besos sobre su cara.

—Pero, ¿y esto? —Carter ríe como si le hiciera cosquillas—. ¿No debiera ser yo el que te caiga a besos?

—Después de la cena. —Le asesto uno grande y sonoro en sus labios y me separo—. Hola.

—Hola. —Muestra una sonrisa medio embelesada—. Feliz cumpleaños, amor mío.

—Muchas gracias. —Peino su cabello con mis dedos—. Le advertí a Melanie que mañana puede que llegue tarde a la oficina.

—Qué pensará esa mujer de mí. —Carter sacude la cabeza pero me planta otro beso cálido en mi boca. Nos detenemos a saborearlo un momento y sus manos ciñen mi cintura con una fuerza deliciosa. Él rompe el beso para murmurar contra mis labios—: Vamos a llegar tarde.

—¿Y si nos saltamos la cena y vamos directo al regalo?

—Paciencia, mi reina. —Otro beso en una esquina de mis labios y luego en la otra—. Te prometo que te va a gustar todo lo que te tengo preparado.

—Está bien. —Me hago la afligida pero tomo mi asiento y me pongo mi cinturón de seguridad.

Hubo una vez después del accidente, cuando ya Carter podía manejar de nuevo, que me dio un ataque de pánico. El detonante fue otro casi accidente, cortesía de un conductor descabellado de esos que abundan en Florida. Desde ahí, Carter ha desarrollado un hábito de distraerme lo más posible. La táctica uno es de montar tanta cháchara que ni cuenta me de del pasar de las calles. De pronto arrancamos y de pronto llegamos a destino. La otra estrategia es que mantiene una mano sobre mí. Se podría argumentar que eso hace que conducir sea mucho menos seguro, pero si yo estoy en calma, los dos estamos en calma.

Pasamos el transcurso a destino conversando sobre cómo nos fue el día de hoy, y con su mano en mi muslo. Hoy me puse un vestido color rosa y el muy pillo de mi novio levanta la falda mientras estamos parados en un semáforo en rojo, y planta su mano muy descarada y posesivamente en mi piel... al tope de mi muslo. Eso garantiza que voy todo el camino muy distraída.

Gracias a eso solo me doy cuenta de que llegamos a su casa cuando literalmente Carter estaciona el carro y aparta su mano.

—¿Ah? —Pestañeo como quien despierta de una siesta—. ¿La cena es aquí?

—Va a ser especial, te lo aseguro.

—No, si no me estoy quejando. —Le lanzo una sonrisa pícara—. Más bien me parece genial. Si tenemos toda la casa solo para nosotros, podemos cenar desnudos.

Carter se ahoga con su propia saliva.

—Rayos, ¿por qué no se me ocurrió esa idea? —Se da golpes en el pecho para componer su respiración.

—¿Eso significa que no vamos a estar solos? —deduzco y saco mi labio inferior en un puchero.

—Mujer, déjame sorprenderte.

Okay, okay.

Nos agarramos de las manos al bajarnos del carro. Eso también ha cambiado en estos últimos tres meses. Nos vemos mucho menos pero cuando lo hacemos, es con confianza. Qué importa quién nos vea.

Carter abre la puerta y espero... no sé qué, pero ciertamente no es ver su casa igual de pulcra que siempre y con todo exactamente igual. A sabiendas de mi confusión, Carter me conduce hacia el fondo, a través de las puertas que dan para el patio, y la sorpresa se hace aparente sobretodo cuando decenas de voces gritan precisamente eso.

—¡Sorpresa!

El patio de Carter es una explosión de rosado. Desde que le confesé que es mi color favorito, él ha ido poniendo toques color rosa por aquí y por allá. Un nuevo jabón de tocador olor a rosas. Una taza de café en color rubor. Ahora, todo el patio es globos, cintas, flores... y todo es del rosado más delicado y lindo.

Pero eso no es nada comparado a los invitados. Están desde mi madre, mis amigas, sus familias enteras, los padres de Carter, Davina, e incluso mi nueva jefa. ¿En qué momento se escapó de la oficina como para llegar antes que yo, y que no me diera cuenta?

No. Estoy segura de que Carter agarró el camino más largo. Y a la vez aprovechó para agarrar otras cosas también.

—Guao —es lo único que atino a decir.

—¿Entonces? —Carter me sonríe con todos los dientes y sus ojos brillan de alegría.

—Es perfecto. —Le doy un beso que no escandalice a los niños presentes.

Ewwww —exclama Cooper con una risotada.

—Feliz cumpleaños, mijita bella. —Mi mamá me agarra en un abrazo de osa de esos que cortan la circulación—. Que Dios te bendiga. Te mereces todo esto y más.

—Gracias, mami. —Respiro profundo varias veces para no ponerme a llorar como una bebé.

Luego vienen mis dos amigas de la infancia y mi hermana, que inmediatamente empiezan a echarme vaina sobre lo perfecto que es mi novio para mí y como todas ellas tenían razón incluso antes de que yo lo admitiera.

—Sí, sí. Hasta cuándo van a seguir dándome lata con eso. —Pongo los ojos en blanco pero de forma exagerada, porque en realidad no me molesta que hayan estado en lo correcto.

—Nunca vamos a parar de darte lata —confirma Dayana, meneando las cejas.

—Acostúmbrate porque esto va a seguir incluso cuando tengamos noventa años. —Bárbara levanta un hombro.

—Yo no soy tan inmadura. —Valeria se cruza de brazos—. Pero más vale que yo sea la dama de honor.

—¿Ejquiusmi?

—Que no, voy a ser yo.

—Momento —anuncia una tercera voz y Davina se une al círculo—. Yo fui la primera en aplicar para esa posición.

—Si siguen así se la doy a Martina —amenazo.

—¿Sí? —La aludida en seguida se acerca brincando de la emoción.

—Esto está muy bueno y todo pero, Valentina, hace falta tu atención —interrumpe mi jefa, y señala a algo detrás de mí.

Uno a uno todos dirigen su atención a ese mismo punto, y cuando veo a Tomás sonriendo de oreja a oreja sé que mi regalo está justo detrás de mí.

Me doy la vuelta y casi me desmayo.

Carter está en una rodilla y levanta una cajita hacia mí con algo brillante.

Menos mal que alguien me agarra por los hombros porque sino me desvanezco. Quién sea que es va a ser mi dama de honor.

—Valentina...

—Carter. —Abro los ojos de par en par. Los dirijo al suelo, para asegurarme que de verdad está arrodillado en la pose clásica de proponer matrimonio. En efecto. Luego levanto la mirada a la cajita. ¿Un diamante rosado en una banda de oro amarillo?

«Un anillo. Y de compromiso», me digo para mis adentros, en caso de que la imagen no se registre con claridad.

—Valentina —repite Carter con más firmeza—. Todos aquí presentes sabemos lo que ambos hemos sobrevivido para llegar aquí, y ambos sabemos que en la vida las oportunidades, los finales felices, y el tiempo mismo no están garantizados.

Muerdo mi labio y asiento. Es un dolor que compartimos.

—Por eso no quiero esperar más por nuestro final feliz. —Carter inhala profundo y declara—: Quiero vivir el resto de mi vida contigo. Despertar cada mañana a tu lado. No soltar tu mano para nada, ni para comer.

—Esto se puso raro —murmura Diego cortando el silencio y causando risotadas.

—Bueno, con excepciones lógicas. —Carter le lanza una mirada de amargura.

—Déjalo que de su discurso lindo, que vos también tuviste el tuyo —le devuelve Bárbara a su marido.

—Adelante, Carter —anima Tomás.

—Gracias. —Mi novio se aclara la garganta y vuelve a posicionarse con gallardía—. Como decía, que me quiero casar contigo.

—¡Sí! —contesta mi madre.

—¡Mami! —Levanto mis manos—. Que es mi novio, no el tuyo.

—Yo sé, pero es que te estáis tardando mucho. Estaba era contestando de tu parte.

—¿Y si me quiero dar mi postín? —Cruzo mis brazos.

—Es verdad —Carter agrega con seriedad—, la decisión es de Valentina. Aunque estoy dispuesto a rogar.

—No te hace falta, tontuelo. —Suspiro como si estuviera cansada, disimulando la felicidad que explota en mi pecho. Doy dos pasos adelante y, en medio de vítores y silbidos, me arrodillo para rodearlo con mis brazos y respondo solo para sus oídos—. Que sí. Mil veces sí. Quiero que seas mi familia, Carter.

—Ya lo soy. —Él besa mi cabeza—. Pero esto lo va a hacer oficial.

—¿Qué dijo, que no oí nada? —pregunta Salomón.

—¡Que sí! A ver si te limpiáis los oídos, me hacéis el favor —repunta su esposa.

El alboroto sigue a nuestro alrededor mientras Carter toma el anillo de la cajita. Sus manos tiemblan y las mías también. El anillo me queda perfecto, y me pregunto en qué momento lo midió. O quizás mi madre o alguna de las muchachas lo ayudó.

Pero creo que la sorpresa más grande llega cuando, haciendo las rondas de felicitaciones por aquí y por allá, Carter y yo nos topamos con Cooper y Martina. O mejor dicho, ellos dos se nos atraviesan en el camino.

Y se chocan las manos como si hubieran anotado un gol.

—Buen trabajo, Cooper.

—A ti, tú fuiste la mente maestra del plan.

—¿El qué? —Intercambio una mirada con Carter pero él tampoco tiene pinta de que sabe de qué carajo hablan los peques.

—A nosotros fue a los que se nos ocurrió juntarlos —declara Martina agarrándose las manos por la espalda.

—Bueno, a Martina —aclara Cooper—. Ella vio el potencial hace como dos años y armó el plan.

—¿Ah, sí? —Levanto mis cejas—. ¿Hace dos años?

—Sí. —Ella asiente—. Mami me contó cómo Carter casi se muere de la angustia después de que te desmayaste, y supuse que estaba enamorado de ti.

—Tenías razón —admite Carter con total tranquilidad.

—Así que le pedí a mami y a las tías que me ayudaran a juntarlos. Y luego Cooper se sumó al plan.

—Eso fue después de la pelea en la prepa —agrega el chamo con la misma sonrisa malévola que me regaló cuando su padre y yo le dijimos que estábamos saliendo juntos, y ahora entiendo por qué—. No sé, algo de verlos juntos ese día me hizo pensar que no estaría mal si te convertías en mi nueva mamá.

Se cae mi quijada. La de Carter también.

—¿Esto fue un plan? —repito anonadada.

—Sí —confirma Bárbara, entrelazando su brazo con el de su hija—. Prácticamente todos aquí presentes estuvimos involucrados.

—Esa puerta de la alacena no se trancó sola, ¿verdad? —demando y no se oye nada.

—Por cierto, la puerta de mi oficina también tiene un problema —comenta Carter—. ¿Vamos a ver si nos encierra?

—Asco. —Cooper arruga la nariz. Quizás cometimos un error en haberle dado la charla de las abejas y las flores hace dos meses.

—¿Viste? —Dayana le menea las cejas a su marido—. Yo te dije que estos dos terminaban juntos porque sí.

No puedo evitar echar la cabeza para atrás y soltar la carcajada más grande de mi vida. El primero en sumarse es Carter y un instante después, la algarabía es ensordecedora. 

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