Capítulo 21

PRESENTE 21

—Necesito emborracharme. —Agarro una flauta de champaña de la bandeja que lleva un mesonero.

—Yo también. —Davina agarra dos y se baja una de un solo golpe.

—Debí hacer lo mismo —bromeo con el ceño fruncido de forma exagerada. Lo que quizás ella no sabe es que desde que llegué, y eso fue unas dos horas antes que todo el mundo, yo fui la primera en hacerle el control de calidad a la champaña.

Saboreo la bebida espumosa con más pausa que mi amiga. Contratamos el salón de fiesta de un hotel de lujo a una cuadra de Miami Beach como tal. Por fuera el edificio es el clásico arte decó de la zona, pero por dentro parece una cosa salida de la Quinta Avenida de Nueva York. Mármol, apliques dorados, alfombras color vino, candelabros de cristal. Lo mejor de todo es que el hotel se encargó de la decoración navideña, cosa que nos ahorró muchos dolores de cabeza.

Pero coordinar el buffet considerando las restricciones alimentarias de cada empleado de la compañía, asegurarse que haya suficiente alcohol para esta cuerda de borrachos, más el equipo de seguridad, los fotógrafos y camarógrafos, preparar los regalitos, y lidiar con mil preguntas tanto antes del evento como durante, creo que me hacen merecedora de varias botellas para mí solita.

—¿Vas a bailar? —Davina deja la copa vacía sobre una mesa y me observa de reojo.

—No. Mi plan es quedarme escondida detrás de esta columna toda la noche. —Apoyo la espalda contra la susodicha.

—Ah, porque Carter viene hacia acá y se le ven ganas de que te va a sacar a bailar.

—¿Qué? —Respingo. Lamentablemente no es echadera de vaina de Davina. Carter, en efecto, viene sorteando camino entre los comensales y bailarines. Aclaro mi garganta—. Pero, ¿qué te hace pensar que me va a sacar a mí? Aquí hay una mujerota despampanante.

Deslizo mis manos por el aire para señalarla y me pone una pose con manos a la cadera y un hombro levantado. Lleva un vestido rojo tipo Jessica Rabbit pero sin los guantes y un poco menos revelador. Eso sí, yo creo que Davina nunca ha mostrado tanta piel y he cachado a algunos empleados buceársela con ganas.

—Pues, gracias. —Retoca su hermoso afro con la palma de su mano—. Sin embargo, Carter es un poco más joven de lo que prefiero.

—Pero si a penas tiene tres años menos que tú. —Levanto una ceja.

—Y eso no importaría sino fuera porque a veces se comporta como un niño de veinte años.

—¿Quién tiene veinte años aquí? —Cierro los ojos brevemente ante el timbre grave de la voz de Carter que suena detrás de mí—. ¿Y por qué rayos le han dejado pasar los de seguridad?

Davina se carcajea.

Lentamente me doy la vuelta. Le he estado sacando el cuerpo a Carter desde lo que pasó en su casa el fin de semana pasado. No ha sido fácil gracias al pequeño detalle de que soy su asistente personal, pero me las arreglé para comer mi almuerzo sola todos los días y para pasar la menor cantidad de tiempo posible a solas con él en su oficina.

Él ha estado haciendo exactamente lo mismo. Es más, hasta trabajó desde su casa ayer.

Me extraña que me esté buscando ahora. A menos que pase algo.

—¿Hay algún problema? —Corro la mirada por todo el rededor, especialmente para no tener que verlo a él.

—¿Ah? No. —Hace una pausa—. Me di cuenta de que ambas llevan rato escondidas aquí y quería saber si quieren bailar conmigo.

—Somos demasiadas mujeres para ti solo —refuta Davina con expresión de pena ajena.

—Davina... —Le pelo los ojos. Esto es un poco subido de tono.

—Estoy totalmente de acuerdo. —Carter sonríe y tengo que clavar mis ojos en el nudo de su corbata a lazo para no entrar en combustión—. Entonces, ¿quién quiere bailar conmigo?

—Valentina —contesta Davina, y antes de que yo rechiste ella agrega—: Yo todavía necesito más champaña para desamarrarme los pies. Pero guárdame una pieza para más tarde.

—Por supuesto. —Carter inclina la cabeza levemente como si esto fueran los mil ochocientos, y luego extiende una mano hacia mí—. ¿Me harías el honor?

Podría decir que no. Sé que Carter no lo cuestionaría. Pero no tengo una razón obvia para rechazarlo. La fiesta lleva ya varias horas en apogeo, y no es como que tengo alguna tarea más de la que encargarme. Tampoco tengo una cola de gente invitándome a bailar. Y creo que a Davina le parecería más extraño si digo no, gracias. Ella sabe que Carter y yo nos llevamos muy bien.

La mano de Carter es enorme comparada a la mía. Tiene callos en las palmas y en algunos dedos por las máquinas del gimnasio. Los crossfitters no creen en el concepto de guantes y más de una vez ha ido al trabajo con una mano vendada después de rasgársela en el gimnasio. Sus dedos son largos y esbeltos, y con todo y callos sus manos se ven elegantes.

Solo recuerdo haber agarrado una de ellas una vez. O mejor dicho, él tomó una mía para sacarme de un restaurante después de que tuve un ataque de pánico.

Esa vez no me importó. Ahora tampoco lo debiera.

Pero posar mi mano sobre la suya se siente monumental. El calor y la fricción de su piel más ruda contra la mía más suave me pone la piel de gallina.

—No me pises los pies —bromeo con voz un poco trémula.

—Tú sí me puedes pisar los míos —retorna Carter, halándome para seguirlo.

Hago contacto visual con Davina. Ella mueve una mano para animarnos a dejarla atrás, y no noto picardía en su expresión. Eso debe significar que no ha notado nada especial en este intercambio.

Carter hace de rompehielos, abriendo paso entre la multitud de empleados. Nadie nos para la mínima bola y no sé si es por el bar libre o porque dónde está Carter normalmente estoy yo.

Cuando llega a un claro, se da la vuelta y me atrae hacia él hasta que su otra mano queda en la curva de mi cadera. Carter no es que sea el hombre más alto de la concurrencia, pero yo soy bajita y podría poner mi cabeza en su hombro cómodamente... si estuviéramos en un mundo paralelo donde eso sea posible.

Mantiene una distancia considerable entre nosotros. El único contacto es nuestras manos unidas, la otra suya en mi espalda, y la otra mía en su hombro. Solo esto es suficiente para hacerme sudar. Siento los cabellos que han escapado mi peinado pegarse contra mi piel.

—Pensé que no ibas a aceptar bailar conmigo —murmura Carter a la vez que nos marca un ritmo suave al son de un clásico navideño de Frank Sinatra.

—Lo pensé —admito.

—¿Y por qué aceptaste?

—Creo que diría mucho más no hacerlo. —Trago grueso.

Sus ojos recorren mi cara. No tengo cómo ocultar el rubor que estoy segura inflama mis mejillas. Su atención brevemente pasa por mis labios y continúa bajando hacia mi vestido. Es negro, mi color usual, pero con unas lentejuelas delicadas que lo hacen brillar cuando me muevo. También es un poco más ajustado de lo que me hubiera gustado, pero según la pilla de mi madre, resalta todos mis atributos.

Carter no se detiene demasiado tiempo en ellos, es un caballero. En contraste, su mano en mi espalda me atrae ligeramente más y ahora si quedo pegada a él.

Inhalo con fuerza y levanto la mirada, pero la atención de Carter está puesta en algo detrás de mí. Otra pareja danza con demasiado ánimo y muy cerca, y caigo en la cuenta de que solo me atrajo más cerca para que no me golpearan. Intento poner distancia de nuevo y su mano me frena.

Vuelve sus ojos a los míos.

—Me has estado evitando —murmura.

—Tú también. —Sueno embobada, como si estuviera dormida o borracha.

—No sé cómo actuar normal.

Mierda, ¿por qué sus ojos son tan bonitos? Son profundos, con unas pestañas absurdamente largas, y aún cuando está serio parecen brillar con una luz interior que me atrae como imán.

—Yo tampoco. —Muerdo mi labio.

Error, eso lo hace mirarlos.

Aquí sí doy un paso atrás para que se acuerde de que tenemos audiencia.

Carter desgarra sus ojos de mis labios y los vuelve a levantar. Su mano se desliza por la circunferencia de mi cintura para permitir la distancia, dejando un rastro de fuego en mi piel a pesar del vestido de por medio.

—Pero tenemos que conseguir la forma —explico en voz baja—. Por eso me sacaste a bailar, ¿cierto?

—Digamos que sí. —Sus labios se estrechan una sonrisa ladeada. Se le esfuma casi tan rápido como aparece—. Creo que no me está funcionando. Mira.

Cualquiera que nos observe pudiera deducir que el brazo de Carter se ha cansado. Atrae mi mano hacia su pecho hasta que mi palma queda sobre su corazón. Late tan fuerte que parece una batería de banda de rock.

—Carter...

—Ya lo lograré. —Asiente más para sí mismo que para mí—. Poco a poco. Con mucho esfuerzo. Pero necesito que te pongas una parka para ir a la oficina de ahora en adelante.

Bufo.

—Y tú ponte una capa de esas como las de la época medieval. Que no se te vean los brazos.

Pela los dientes con una sonrisa de esas que paran el tráfico. Yo suspiro con cansancio.

—Tampoco sonrías así. Es un acto criminal.

—¿Tú podrías no humedecerte los labios nunca más?

—Hecho. De ahora en adelante labios secos y escamosos para mí —acuerdo con falsa seriedad pero no le da risa. Su semblante se torna más serio.

—Entonces... ¿amigos como siempre?

Algo en mi pecho se retuerce y se expande por todo mi cuerpo hasta que no me siento cómoda en mi propia piel. Quisiera correr a casa, ponerme pijamas y meterme debajo de mis sábanas por dos días. Eso es exactamente lo que voy a hacer cuando logre escaparme de esta fiesta ridícula.

—Sí. —Mi voz es solo un hilo de fina—. Amigos.

Seguimos bailando la canción. Ahora ambos somos incapaces de hacer contacto visual y creo que un elefante cabría entre los dos.

—Disculpen —una voz familiar viene de la izquierda. Josh—. Valentina, ¿bailarías esta canción conmigo?

La mano de Carter parece ceñirse de mi cintura con más fuerza, o quizás lo he alucinado porque en realidad me deja ir.

En ese instante es que se me ocurre que sería muy buena idea que acepte la invitación. No sé qué tanto tiempo más iba soportar tan cerca pero tan lejos de Carter.

—Claro —contesto con una sonrisa radiante, posiblemente demasiado exagerada.

A medida que Carter se separa, mi mano baja de su hombro por el largo de su brazo. El desgraciado la toma para posarla sobre su antebrazo, como si yo necesitara ayuda para caminar dos pasos hacia Josh, y flexiona sus músculos como para recordarme de lo que me pierdo. Aprieto la quijada pero también aprieto su brazo. Dos pueden jugar este juego. Voy a memorizar el relieve de sus músculos así solo los tenga dos segundos en mi mano.

Hacen la transacción y ya cuando mi mano se aposenta en el brazo de Josh, éste se inclina para murmurar algo en el oído de Carter. Esos ojos marrones profundos se tornan hacia mí de nuevo y el músculo de su quijada brinca. Carter lanza una última mirada un poco hostil hacia Josh y se va en busca de... no sé, quizás Davina para la pieza de baile prometida.

—¿Qué fue eso? —le pregunto a Josh cuando quedamos solos.

Josh se encoge de hombros y arruga la cara.

—Te voy a sonar como un villano pero... tenía que recordarle a Carter cuáles son las reglas.

—¿Qué reglas? —pregunto en confusión.

La mirada de Josh es furtiva hasta que se acerca un poco más para susurrar en mi oído también.

—Si no los hubiera interrumpido, se hubieran empezado a comer a besos en esta pista de baile.

Me congelo.

Josh me da una palmada gentil en la espalda para que siga bailando. Mis pies trastabillan y si no fuera por la firmeza de sus manos, podría haberme caído.

No hay burla en su expresión. Tampoco detecto malicia. Sin embargo, su novia es Lauren, y lamentablemente eso no lo hace de confianza.

—Creo que has tomado demasiado ponche. —Levanto mis cejas como si estuviera sorprendida.

—Digamos que sí. —Sonríe antes de mirar alrededor—. Buen trabajo con la fiesta. Quedó todo muy elegante.

—De nada de parte de todo el comité de organización. Aceptamos agradecimientos en forma de bonos extra.

Eso le saca una carcajada a Josh que atrae algunas miradas, entre esas la de su cuaima. Y por supuesto se le ven ganas de asesinarme.

Siendo realistas, me sentía más vulnerable bailando con Carter frente a toda la empresa, pero genuinamente este es el momento de peligro verdadero y mi mamá no parió pendeja.

—Josh, muchas gracias por el rescate que en realidad no era rescate, pero te voy a dejar.

—¿Ya? Pero si no hemos ni terminado de bailar la misma canción. —Pestañea. Discretamente ladeo la cabeza hasta que él da con la visión de Lauren de brazos cruzados y rabia saliendo por sus poros—. Ah, como que ahora el que necesita rescate soy yo.

—Buena suerte.

—A ti también. —Me guiña el ojo y se aparta.

Agacho la cabeza y me escondo entre la gente para que Lauren no me siga la pista. Necesito conseguir una botella de champaña y una esquina donde pasar el resto de la noche.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top