35: Axer cambia de estrategia

Axer Frey

Cuando Axer despertó, al menos por una minúscula cantidad de tiempo indebido, estaba sonriendo.

La tranquila comodidad que sentía teniendo a su gato de Schrödinger entre sus brazos, pronto pasó a transformarse en una presión atenazante en su pecho. El terror ascendía por la punta de sus pies a la vez que su cerebro se oxigenaba, ganando lucidez, perdiendo la vulnerabilidad del sueño.

Se apartó de la chica en su cama con sumo cuidado de no despertarla y se detuvo a verla de pie a su lado, con una mano en el cabello mientras ideaba una solución que no acabara por estropear todo lo que había avanzado hasta entonces.

Recordó la devoción con la que ella le había acariciado el cabello, la manera insólita en la que invocaba el sueño con esa simple acción y el poder de sus ojos apasionados y nerviosos sobre los del depredador, y un deseo impulsivo de tenerla siempre cerca lo invadió... hasta que le vio los pies.

Ella no solo estaba tendida en sus sábanas blancas con la ropa que había usado durante todo el día sin haberse bañado antes, sino que tenía los zapatos subidos al colchón.

No es como si estuviesen llenos de pantano, puesto que la chica había llegado ahí gracias al chófer, pero para Axer era como si le hubiesen subido un hormiguero a la almohada.

Con miedo de empezar a hiperventilar, le quitó cada zapato, dejándola en medias y botando estos en la papelera tal cual haría luego con las sábanas. Ya le compraría otros a la chica.

Avanzó al baño luchando por no comenzar a correr. Tenía que dominarse, ser más fuerte incluso que su ansiedad, que las voces de su cabeza, la presión en su pecho y el temblor de sus extremidades. Cerró la puerta detrás de él, respirando al compás de los números del 1 al 5 y luego de vuelta.

Se deshizo del pantalón holgado que se había puesto para dormir, y luego de su ropa interior, dejando estas dobladas en la papelera del baño.

Abrió la ducha. En situaciones normales se bañaría con el agua caliente a todo dar, pero no esa vez. En una oportunidad tan inusual como esa, Axer necesitaba cualquier cosa menos lo caliente.

Se metió debajo del chorro de agua fría dejando que esta corriera desde las hebras de su cabello y se deslizara por cada curva de su cuerpo en tensión.

Pegó los puños a las baldosas blancas, con sus brazos doliendo por la manera en que sus músculos contraídos se negaban a relajarse. Evitaba ver hacia abajo, hacia donde estaba su gran problema inesperado por el que tanto se martirizaba. Debió haber sido más profesional, eso no debió haber pasado.

Pasaban los minutos y el agua fría seguía sin surtir efecto en su inconveniente. Axer estaba contrariado, con una desesperación abrumadora, le costó una intensa batalla mental decidirse a llevar su mano a su entrepierna para verificar el estatus del problema.

Era mucho más duro de lo que se había temido.

Tragó en seco con su mano alrededor de su miembro, sufriendo por el dolor y la necesidad que lo maltrataban.

Tenía que hacer algo al respecto, y no debía castigarse por ello. No era débil, ni irracional, ni poco profesional. A cualquier hombre le pasaba, ¿no? Era una respuesta natural de su cuerpo que no iba ligada a ninguna rama de su prodigiosa mente.

Con aquel racionamiento en mente se tranquilizó un poco más, sin embargo seguía sin surtir remedio sobre la traba entre su mano.

Inhaló profundamente, aumentando la presión en su agarre, y cerró los ojos para concentrarse...

Aterrado por la imagen que acudió a su cabeza, desistió de su idea y metió la cara debajo del chorro helado de agua, restregándose los ojos, el cabello y el cuello.

¿Qué le había hecho esa chica para aparecer en sus pensamientos de esa forma?

Por desgracia, tendría que descubrirlo, porque si no salía en ese instante del baño iba a perder un día más para avanzar en su proyecto.

Así que volvió a dirigir la mano a su entrepierna, horrorizado con la manera en que seguía hirviendo a pesar de la baja temperatura del agua. Respiró atribulado mientras su mano se deslizaba de la base hacia la punta en una lucha por no pensar en nada, más que en la urgencia de acabar con ese problema.

Pero mientras más repeticiones hacía, mientras la presión y la velocidad aumentaban con una mano pegada de la pared y el agua corriendo como dedos helados por la espalda de Axer, a este más le costaba no ver a la chica con la que había estado jugando ajedrez, le costaba no pensar en la adrenalina que sentía cuando estaba cerca de ella, esforzándose más de lo usual por seguir su ritmo, por leerla.

Le costaba no pensar en la emoción nociva que se apoderaba de él cada vez que ella lo retaba, o en la magnética atracción que existía en su respiración entrecortada mientras ella acostada en una mesa dejaba que él la devorara delante de todos.

«Estabas jugando a lo mismo que todos, lo hiciste porque tenías que hacerlo», se dijo, pero no todo su cuerpo parecía creérselo.

Porque el solo recuerdo del sabor de la chica en su lengua, de la tentación absoluta que había sido estar a punto de besarla y que ella lo rechazara arrojándolo al borde del abismo, con solo repetir en su cabeza la manera en que ella parecía agradecer sus dedos alrededor de su cuello, lo tenían complaciéndose con una velocidad y necesidad que podía ser dañina.

Le costaba trabajo mantener la respiración con la actividad física a la que se estaba sometiendo, chorros de agua le corrían por el rostro mientras de su boca abierta en su totalidad escapaban jadeos atribulados.

Sus caderas se movían al ritmo de su mano, del brazo pegado a la pared parecía que sus músculos tensos iban reventar, su espalda se arqueaba con el recuerdo de una voz que le recorría la espina dorsal...

Jaque mate, Frey.

«Mierda, Nazareth», musitó al borde de un acantilado de placer. Y se regañó, claro que lo hizo, porque ese era el nombre que tenía reservado para desestabilizarla a ella, no a sí mismo.

Mientras vaciaba todos sus problemas sobre el charco de agua de la ducha, imaginó todo lo que podría hacerle a la chica en su cama y fuera de ella, y agradeció que ese solo haya sido un momento de debilidad irrepetible. La naturaleza de sus pensamientos no era ni decente ni convencional; por el bien de ella, más le valía no caer en sus brazos.

Salió con una toalla alrededor de la cintura y otra secando su cabello. La intrusa seguía durmiendo en la cama como si no acabara de escaparse a los pensamientos de Axer para maltratarlo hasta que no quedara nada de él.

La odiaba. Nunca había odiado a una persona de esa forma tan obsesiva, sintiéndose incapaz de renunciar al daño que esta le hacía.

Volvió a vestirse con ropa cómoda para estar en su casa y se acercó a la mesita de noche donde los lentes del gato de Schrödinger descansaban.

Axer sonrió, recordaba con sabor amargo lo mucho que le perturbaba cada vez que volvía a encontrarse con ella y no llevaba puestos sus lentes. ¿Por qué? ¿Es que deseaba dañarse más la vista? ¿Disfrutaba de los dolores de cabeza? ¿No podía pagar unos nuevos? Al final decidió que, sin importar el motivo, él pondría fin a aquella tortura que implicaba mirarla sin lentes cuando sabía que los necesitaba.

Vio también que junto al teléfono estaba el celular de ella. No necesitaba encenderlo, no cuando podía pagarle a los informáticos que trabajaban para Frey's empire y pedirles que entraran al dispositivo, como hizo aquella vez que sospechó que esta chica lo estaba acosando en redes. Y no solo en redes, su galería demostraba un seguimiento perturbador desde antes de que Axer empezara a fijarse en la existencia de esta chica. Ella se escudó diciendo que solo lo había hecho para cumplir un reto típico de escuela, pero... ¿Axer le creía?

Habría sido mucho más sencillo si se hubiese tomado el tiempo de revisar sus redes y su mensajería a profundidad, habría podido dar respuesta a más de una pregunta que lo carcomía. Pero a Axer no le gustaban las cosas fáciles, a él le apasionaban los juegos en los que cada uno tiene un único movimiento por turno, juegos en los que hay que pensar.

Axer podía seguir, monitorear y controlar a Sinaí de forma absoluta e infalible, y él quería que ella lo supiera —por eso le dejó las señales de que su teléfono no era seguro, y de que sabía mucho más de ella de lo que era sensato—, pero, por más que alardeara, él no jugaría así. ¿Quería someterla? Absoluta y completamente, no pararía hasta ser el único ganador. Pero no iba a hacerlo con su dinero, sino de la forma en que ella lo estaba enseñando a jugar.

Entonces, la pantalla del teléfono sobre la mesa de noche se encendió, revelando una llamada entrante.

Soto.

Axer era hábil en muchas cosas, pero su punto fuerte era su destreza para observar donde todos ignoran. El joven Frey no tenía dudas de la atracción de Soto hacia Sinaí desde que lo vio reaccionar en el juego de verdad o reto que compartieron. No debía molestarle algo como eso, pero por algún motivo ese hecho determinó en Axer si este chico le agradaba o no.

Tomó el teléfono, salió de la habitación sin cerrar la puerta, y atendió la llamada.

—Monte —saludó el chico al otro lado del teléfono.

—¿Por qué le dices Monte?

Un largo silencio se extendió al otro de la línea. Axer había acentuado su acento a consciencia para que al receptor no le quedara duda de quién le había atendido la llamada.

—¿Está ella cerca? —preguntó el chico apellidado Soto sin contestar la pregunta de Axer.

—No, lo siento, ya se fue y olvidó su teléfono aquí en mi casa.

Otro silencio, Axer sonreía abiertamente por aquel acontecimiento tan conveniente.

—Si quieres que le deje algún mensaje puedes decirme tranquilamente —añadió Axer en tono cordial.

El chico al otro lado de la línea bufó y para el ruso no fue complicado imaginarse su cara bañada con una capa de humor infinito, una sonrisa de arrogancia tatuada en los labios e indiferente diversión exhumada de sus ojos. Detestaba cada parte de su rostro de solo recordarlo.

—No, gracias —atajó Soto sin demostrar ningún tipo de malestar o irritación—. No dejo mensajes, soy más de ir a su casa y decirle las cosas a la cara.

Axer no tenía duda de que el muchacho se estaría riendo de él, y eso le provocó ardor estomacal.

—De ser así, tal vez deberías dejar de llamar, ¿no? —espetó Axer—. No siempre es el caso, pero alguna vez podrías interrumpir algo.

—Vaya...

—¿Qué? ¿A qué viene esa entonación de lástima? —inquirió Axer, obstinado de lo impredecible que podía llegar a ser el tal Soto.

—No es lástima, es sorpresiva decepción.

—¿Y a qué viene?

—A ti, a tu actitud. No sé... —Axer casi lo imaginaba encogiéndose de hombros—. Puede que sea mi culpa y no tuya. Te tenía idealizado. Tu inteligencia y perfección me daban la impresión de que serías un poco más seguro de ti mismo, pero eres ese tipo decepcionante de persona que quiere conseguir a una chica intimidando a todo el que, en su opinión, es competencia.

Axer tuvo el impulso de colgar la llamada, fue una urgente necesidad. Y fue ese deseo irracional lo que le esclareció la situación: había caído tan bajo que ni podía reconocerse en la voz de quien pronunció las palabras dichas durante la llamada. Y no porque él no sería capaz de actuar de esa manera, sino porque sus actitudes reflejaban debilidad, falta de confianza y... celos. ¿Cómo podía sentir celos de alguien hacia quien no sentía un interés más allá del académico?

El simple hecho de que fuese él quien le señalara esa parte contradictoria de sí mismo hizo que le cayera el triple de mal. Entonces le parecía que la simple existencia del chico era insoportable.

Pero no colgó, porque de haberlo hecho se habría proclamado como perdedor. Y Axer Viktorovich Frey podía renunciar a una estrategia y reformular sus jugadas, pero nunca, jamás, perdía.

—Te equivocas conmigo de tantas formas, que no sabría por dónde empezar a corregirte. No quiero intimidarte, y si de alguna forma fuese cierto que he intentado hacer desistir de tu persecución a tu amiga, no necesariamente tiene eso que implicar que me interese ella.

—Pero... ¿qué? Espera, repítelo más lento que estoy reiniciando Windows.

—Qué pases linda tarde, Jesús.

Y entonces, Axer terminó victorioso y sonriente la llamada.

☆☆☆☆

Nota de una autora malvada:
Me estoy volviendo adicta a esta historia. ¿Y ustedes?

¿Qué se siente estar en la mente de Axer? ¿Qué les parece este personaje y su relación con Soto y Sinaí?

¿Qué tal el capítulo? ¿Quieren más?

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