Capítulo #5 : ''Libre''
21 de marzo del 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 18 de 365.
ANDRÉS IACOBELLI:
¿Qué hiciste qué?
YO:
Bueno, bueno, no te molestes. Tampoco fue para tanto.
ANDRÉS IACOBELLI:
Ya ni sé por qué te ponés tan paranoica con los asesinos seriales, vos misma los llamás a las puertas, o todavía mejor te les presentás en las de ellos.
Por lo menos décime que usaron protección.
YO:
Y tendré poca experiencia en el ámbito, pero no soy estúpida.
ANDRÉS IACOBELLI:
Permíteme dudarlo.
YO:
:c
La confianza que hemos ganado en el plazo de una semana tan solo manteniendo conversaciones por mensaje me impresiona. Disfruto hablando con él; es como tener un amigo con el que puedo compartir todo sin necesidad de enfrentarme a él en persona.
«No todavía, al menos.»
¿Qué?
«Vos seguí con lo tuyo, nos preocuparemos del resto luego.»
Bueno, bueno.
ANDRÉS IACOBELLI:
Bueno, ya que pasó la parte del sermón...
Dale, contá.
¿Cómo estuvo?
Y contame todo, eh.
«JAJAJAJA»
Este pibe empieza a recordarme a Patricia, tal vez debería presentarlos.
YO:
No pienso darte detalles, boludo JAJAJA
ANDRÉS IACOBELLI:
Pierde el sentido entonces de ser un match sin ningún interés romántico ¿Para qué estoy entonces si no es para hablar de tus aventuras sexuales con desconocidos? Pues bueno, ya que no confiás en mí, tendré que irme y dejar todo así.
«Está como para actuar en telenovelas.»
El protagónico le daría sin pensarlo.
YO:
Sos un dramático.
ANDRÉS IACOBELLI:
¿Y funcionó?
YO:
¡NO!
ANDRÉS IACOBELLI:
:c
Cierro el chat con Andrés y miro el reloj: las dos y media de la tarde. Estoy recostada en mi cama, recién despierta después de la que ha sido una muy buena noche.
«Una muy buena, énfasis en el muy.»
A medida que el calor de los sucesos de la madrugada se apodera de mí, siento cómo mis mejillas se sonrojan. Una emoción indescriptible me recorre, como un cosquilleo que no puedo ignorar. Como en una película, los recuerdos se proyectan y no puedo dejar de verlos. Me pregunto si realmente permití que todo eso sucediera, si no se trata de un sueño.
«Y sí, vaya que lo permitiste. Lo que no sé es cómo es que todavía puedes caminar.»
El roce de sus labios sobre los míos. Sus dedos acariciando mi cuello, mis piernas, mi...
«Y encima de todo, dejaste a la gente sin sus detalles.»
¡Ey! Me da penita, no suelo ser así.
«Te permitiste salir de tu zona de confort Maggie, no te avergüences de ello, por lo contrario, siéntete orgullosa.»
Y por más extraño que suene, es cierto. Nunca en mi vida me permití algo parecido. Una locura. Salir un rato del lugar en donde todos a mi alrededor esperan encontrarme y simplemente vivir. Es una ducha refrescante, como un despertar, un nuevo comienzo.
Una nueva Maggie.
Y está bien, para que lo entiendan, les daré algunos detalles.
«ESAAA»
Habíamos entrado al departamento de su amigo y sin pensarlo comenzó a besarme, sus labios chocando con los míos con desesperación, con urgencia.
Sus manos bajaron por mi espalda, buscando el final de mi remera. Suspiré al sentirlas pasar por debajo, una mezcla entre la excitación y los nervios me dominaba.
—Están frías tus manos —susurré. Él sonrió.
—¿Tenés frío? Te ayudaré a calentarte.
En un abrir y cerrar de ojos mi remera había desaparecido. Sus besos se movían rápidamente desde mis labios hacia mi cuello, mientras sus manos se deslizaban por mi espalda con urgencia palpable.
Temblores recorrieron mi cuerpo; quería tocarle, pero no sabía cómo. Solo había estado con una persona, y fue hace años. Esta experiencia era diferente.
¿Dónde debía tocarle? ¿La cara? ¿Las piernas? ¿Estaría bien sacarle la remera también?
Tal vez había sido un error venir en primer lugar, no servía para este tipo de cosas.
Estaba sobrepensando. De nuevo, como siempre. Mientras que Santiago ya se había abierto paso hasta mis piernas y sacado mis zapatillas para facilitar el poder liberarme también de mi pantalón.
Y en segundos quedé tan solo en ropa interior.
Me tensé un poco y él debió haberlo percibido, separándose de mí y mirándome fijamente:
—Maggie, es un encuentro de una noche... no hay ''buenos'' o ''malos'' acá, déjate llevar.
Les juro que seguía sin descartar la idea de que las personas podían leer mi mente, no podía ser que fuese yo tan fácil de leer.
«Déjate llevar.»
Dejarme llevar.
Santiago volvió a besarme los labios y pude sentir cómo en un toque abrió mi sujetador.
No podía quedarme tan en desventaja.
«A lanzarse a lo desconocido, que, si hay que arrepentirse, que sea después.»
Me separé de él, su mirada denotaba curiosidad. Yo misma terminé de quitarme el sujetador y lo dejé caer al suelo, mis pechos completamente expuestos para él.
Una corriente de adrenalina me recorrió entera. No tenía ni puta idea de lo que hacía, pero iba a pretender que sí.
Caminé con decisión hasta la primera habitación que encontré y me dejé caer sobre la cama.
Santiago me siguió. Y al verme, volvió a sonreír.
—No me parece justa esta situación —dije coqueta, sin poder creer que ese tono de voz haya salido de mí. Santiago enarcó una ceja—. Yo estoy semidesnuda y vos todavía llevás toda la ropa.
Eso lo hizo soltar una carcajada.
—Bueno, supongo que lo que es igual no es trampa, ¿no?
Se sacó la remera.
«Por Dios santo, que hombre tan bien hecho.»
Se dejó caer con cuidado sobre mí mientras atrapaba mis labios.
Nos encontrábamos en una especie de vaivén; podía sentir su zona íntima rozar con la mía, causando que un gemido involuntario saliera de mi boca. Lo que me esperaba debajo de ese pantalón era grande y estaba muy duro.
Dirigí mis manos hasta el botón de su pantalón y lo abrí sin pensarlo. Él entendió lo que quería y me ayudó a quitárselos, dejándonos a ambos tan solo con la parte inferior de la ropa interior.
Mi corazón latía desbocado; hacía tanto tiempo que no me sentía tan viva.
Lo sentí. Sus dedos recorriendo mi pierna, acercándose peligrosamente. La anticipación me hizo contener la respiración, y por alguna pizca de valentía, abrí mis piernas para él, permitiendo que deslizara mis bombachas de estrellitas (y sí, yo no sabía que iba a terminar en esta situación en mi defensa). Antes de poder procesar mi completa desnudez ante él, volvió a besarme.
«Ave María Purísima.»
Sus dedos acariciaron mis pezones, con una habilidad que para mí solo puede tenerla el mejor de los expertos. La excitación recorría cada parte de mi cuerpo.
Quería mucho más, aunque no sabía lo que era más.
Nunca antes había experimentado nada similar.
No sabía qué pedir ni cómo pedirlo. O si estuviese bien hacerlo.
Entonces lo hizo con sus dedos, algo que ni en mis mejores fantasías creía posible. Atravesando los pliegues de mi intimidad, casi como si fuese un juego, los introdujo en mi interior.
Primero fueron dos y luego se atrevió a tres.
La formación de lo que parecía ser un orgasmo empezaba a construirse. Y digo parecía, porque nunca antes había tenido uno.
Aunque Santiago posteriormente se encargaría de que lo tuviera. Y no solo uno.
El calor emanaba de cada parte de mi cuerpo, haciendo imposible respirar con normalidad.
Justo cuando estaba a punto de experimentar una de las mejores sensaciones de mi vida, sus dedos me abandonaron.
¿Qué?
Abrí los ojos y lo vi retirándose el bóxer. Mis ojos se encontraron de frente con la dureza que antes sentí a través de su pantalón.
—¿Estás lista para esto?
Sí, sí y mil veces sí.
«¡Eso Maggie!»
Bueno, creo que aquí es mejor dejar el resto a su imaginación.
«JAJAJAJ, que cruel»
¿Qué? No se molesten, tal vez algún día les cuente la historia completa; pero mientras, será un secreto que me guardaré para mí.
Después de eso (que en realidad fue todo bastante... ¿cómo decirlo? rápido), Santiago se fue con sus amigos y yo regresé a mi casa.
Este despertar, esta extraña sensación que no ha parado de crecer desde entonces, no es porque vaya a enamorarme, casarme y tener hijos con Santiago. Es posible que nunca más nos veamos en la vida.
Es más profundo que la idea del enamoramiento en sí. Se trata de mí y aprender a conocerme, entender dónde están mis límites y cuánto puedo forzarlos. Y sentirme libre una vez que salgo de ellos por un rato.
Porque esa es la mejor manera de describirlo. Libertad. Me siento libre.
Todavía recostada en la cama, un par de risitas se me escapan. Perdida en mi pequeña burbuja, mi vista se desvía a las doce llamadas perdidas que tengo de anoche de un número desconocido. Mi mente se alinea hacia la persona de quien puede tratarse, sintiendo una punzada de culpabilidad.
«No vayas ahí Maggie, quédate un ratito más en la burbujita.»
Un ratito. Tan solo un ratito más no me hará daño.
Miro nuevamente la hora en el teléfono y me paro de un salto de la cama. Llegaré tarde a trabajar.
—¿Y volverás a verlo? —pregunta Patricia mientras yo acomodo unas bandejas en la cocina.
Tenemos rato conversando sobre mi noche de pasión.
«¿Noche? Hora y media más bien.»
¡Vamos! No me quites esto.
«Dale, te lo concedo...pero solo por esta vez.»
—No lo creo, bueno, no lo sé...—respondo trastabillando entre las palabras — pero aún si no nos vemos, ahora estoy más convencida que nunca que puedo darle un cambio a mi vida Pat —en mi voz hay alguna especie de destello de ¿esperanza? —. Ya no tengo que tenerle tanto miedo a avanzar.
Mi mejor amiga sonríe y se acerca a abrazarme:
—Estoy re contenta por vos, Maggie, en verdad —dice al separarnos—. Te lo dije, hay más en esta vida que solo quedarse sentada y esperar por Manuel González.
—Tienes razón.
Un carraspeo a nuestras espaldas hace que se me ericen todo el pelo en la piel.
Por favor Diosito, te lo ruego, que no sea quien yo creo que es.
—Veo que estás bien.
La puta madre.
«¿Qué querías? ¿Qué te enviara dos bendiciones en menos de veinticuatro horas? JAJAJ, que boluda.»
No sabía que hoy venía a trabajar y por la expresión en el rostro de Patricia se le olvidó comentármelo.
Me volteo y ahí está él. Con su uniforme puesto y una bandeja de platos sucios en las manos; sus ojos azules lucen tristes.
Sin quererlo me invade un sentimiento, uno muy parecido a la culpa.
¿Escuchó lo que estábamos hablando?
«¿Y qué importa eso Maggie? No es como si le debieses algún tipo de explicación ni nada por el estilo.»
Lo sé, pero...
No sale ninguna palabra de mi boca, no puedo hablar por más que lo intente.
Por suerte, Patricia viene a mi rescate.
«Ya tendrías que darle una medalla a estas alturas, pobre chica, de todas las que te ha tenido que salvar.»
— ¿Necesitás algo Manuel? —le pregunta en un tono formal, más como ''encargada del restaurante'' y menos como bueno, la Pat que conocemos.
Es raro verla en esa faceta.
—Venía a dejar esto —responde, levantando un poco las bandejas sucias en sus manos—, y a decirte que Francisco te necesita. Está en el salón de adelante; aparentemente, hay un problema con algún cliente.
— ¿Sabés qué pasó?
Manuel se encoge de hombros y de repente se escuchan gritos provenientes del salón.
—Voy a tener que pedirle que se retire —dice Francisco, visiblemente ofuscado.
—¡Y no me iré hasta que me den las aceitunas que vienen con mi pizza!
—Mire, señor, yo le voy a decir en dónde puede meterse las...
El rostro de Patricia palidece.
—Tengo que ir a atender esto...—pasa rápidamente al lado de Manuel que le ha dado lugar para que pasara, dejándonos a ambos solos en la cocina.
Sin decir nada pasa a mi lado y deposita las bandejas al lado de donde yo había colocado las otras; lo escucho suspirar.
Dios mío, te quiero. No dejo de quererte.
— ¿La pasaste bien? —pregunta de repente, sus ojos están fijos en el delantal, con el que se le limpia las manos.
«¿Pues sabes que sí? Tuvimos la mejor noche de sexo de...»
—Estuvo bien.
Sus ojos encuentran los míos; Manuel me dedica una media sonrisa.
—Lo consideraré como un avance.
— ¿A qué te refieres?
—Por los menos ahora me dirigís la palabra.
Pum, pum Pum pum
Mi corazón martillea con fuerza, signo delator que no ha dejado de quererlo; un impulso idiota de querer rodearlo con mis brazos y decirle que le perdonaría cualquier cosa me domina.
«Vos bien lo dijiste: impulso idiota.»
«No te permitas flaquear ahora Maggie.»
No puedo flaquear ahora.
—Pues no te acostumbres —logro responder, aunque con un ligero temblor en mi voz—, no es que me dé mucho placer hacerlo.
Su carita.
Mierda.
«Hasta a mí me dio dolor esa carita.»
—Entiendo —responde en un tono de voz bajo—. Bueno, no te molesto más... volveré a trabajar.
Se da la vuelta y comienza a caminar hasta la puerta. Pero entonces se detiene, ahí, justo en el marco; sus dedos juegan nerviosos contra la puerta plegable, como si no supiera si empujarla. Entonces, en un tono bajo cargado de una intensidad que me cala hasta los huesos, dice:
—Te extraño, Mags.
¿Cómo se respira? ¿Cómo hago para no extrañarlo con esa misma intensidad?
¿Cómo hago para no decírselo?
No puedo decírselo.
Los siguientes segundos me suponen eternos. Finalmente, después de dejar escapar una bocanada de aire, Manuel sale de la cocina. Y por un momento me pregunto si tal vez no estaré siendo muy dura con él.
15 de mayo de 2016. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
—No voy a poder —cierro de golpe la laptop frente a mí y me dejo caer en la cama—. Van a comerme viva.
Manuel, que hasta ese momento ha tenido la vista fija en la pantalla del televisor, voltea a verme. Vino a mi casa un par de horas atrás después de salir del colegio. Es miércoles, y los miércoles son noches de películas. Una tonta tradición que traemos desde chicos y de alguna forma logramos mantener. Sin embargo, ahí estoy yo, peleando con un trabajo que tengo que entregar para el viernes del cual no llevo ni la mitad.
Me siento muy mal por hacerlo esperar. Ha sido un tanto más difícil vernos desde que me gradué el año anterior. Los horarios de la Facultad me consumen y él actualmente está cursando su último año del secundario.
Me parece que era la primera vez que nos vemos en toda la semana.
—¿Por qué decís eso? —pregunta y se levanta para sentarse a mi lado.
—Deberías ver los trabajos que han presentado los demás, son increíbles —mis ojos se tornan cristalinos —. No estoy a la altura.
Pasa un brazo alrededor de mis hombros y me da un beso en la frente.
—Mags —esquivo su mirada—. ¿Podés verme? Por favor.
Gira con cuidado mi barbilla, forzándome a verle.
¿Será legal sentir tanto cuando ese par de ojos azules me miran?
—Uhmm —murmuro mientras seco las lágrimas.
—¿Qué es lo que siempre has querido estudiar...? Pero me refiero a desde que eras una nena.
Ya sé por dónde viene la cosa.
—Periodismo —respondo en un susurro.
—¿Qué? Perdón, no te escuché.
Lo odio.
—¡Periodismo! —digo ahora un poco más alto, haciéndolo reír.
—Ya, ya, ahora sí escuché —carraspea un poco antes de continuar—. Las cosas a veces no van a ser como quisiéramos, Mags. Algunas veces va a costar un poco, pero no por eso vamos a tirar la toalla de buenas a primeras.
—¿Y vos desde cuándo sabes dar buenos consejos? —me da un codazo—. ¡Auch!
—Sos la persona más inteligente que conozco. Si alguien puede con esto, sos vos.
Te quiero, te quiero, te quiero.
Mi abrazo lo toma por sorpresa, pero en un par de segundos, el calor de su abrazo me envuelve completamente, llevándose consigo la ansiedad y llenándome de tranquilidad. Levanta una mano y acaricia mi cabello.
—Gracias, Manu.—susurro, un par de minutos después.
—Bueno, bueno —dice separándose—. ¿Qué te parece si te tomás un pequeño descanso? —limpia una lágrima que todavía queda en mi mejilla—. ¿Qué peli vemos hoy?
Asiento.
—Pensaba que podríamos empezar con la saga de Harry Potter.
Me sonríe.
—Dale, vos ve poniendo la película, que yo voy por los pochoclos.
Sale rápido de la habitación, mi corazón late acelerado.
«Maggie, la peli.»
Cierto, cierto.
29 de abril de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
Día 57 de 365.
Miércoles.
«Maggie, vamos tan bien, no flaqueamos ahora.»
No es flaquear, es solo que...extraño a mi mejor amigo.
«¡Es exactamente lo mismo!»
Estoy acostada en mi cama. Parece la noche perfecta, con un balde de pochoclos en el regazo estoy por comenzar a ver una comedia romántica.
Pero no es perfecta. Y no es precisamente perfecta porque lo extraño.
«Que cosa tan complicada es la nostalgia. Pero eres más fuerte que esto Maggie, no puedes retroceder.»
No voy a volver a donde estaba antes de comenzar todo esto, lo prometo.
«Ay...»
Tomo el teléfono y desbloqueo el número que he estado con todas mis fuerzas intentado ignorar.
No lo pienso y marco.
«Yo no sé ni para que me molesto.»
Uno, dos, tres tonos.
¿Y si no responde?
«Tal vez sea para me....»
— ¿Mags?
«Mierda.»
—Hola...
—Que lindo es oír tu voz.
«Aiuda.»
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