Capítulo #15: ''Verdades ocultas''

27 de agosto de 2023. Ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Día 177 de 365.

Hoy es el cumpleaños de Manuel: veinticinco años, un cuarto de siglo. Tal vez le sucede como a mí, enfrentando una crisis de la mediana-mediana edad.

«¡Que no existe tal cosa!»

Te juro que es real.

Es un poco más de la medianoche, tengo el teléfono en la mano, su chat abierto. Tenemos esta tradición en donde somos los primeros en felicitar el otro en su cumpleaños, pero está todo tan ¿raro? ¿incómodo? entre nosotros en la actualidad que no sé qué hacer.

«Ay, déjate de joder tanto. Si querés saludarlo por su cumple, hazlo. No tiene nada malo.»

Supongo que no, ¿verdad?

YO:

Felices veinticinco años, viejo, un cuarto de siglo.

Un par de minutos más tarde, su estado cambia a "en línea". Los nervios crecen cuando leo el "escribiendo..."

MANU:

JAJAJAJAJA

Sigues siendo un año mayor.

YO:

Cállate :c

«Te la devolvió.»


MANU:

JAJAJAJ, gracias Mags.

Me diste un bonito regalo.

YO:

¿Recordarte que estás un año más cerca de estar con San Pedro?


MANU:

Tu mensaje. Extrañaba un montón ver una notificación tuya en mi teléfono.

Es cierto. No nos hemos hablado ni visto en la última semana. No desde que soltó ciertas declaraciones en mi habitación. Y si a eso le suman los meses anteriores en donde tampoco hablamos, esta debe ser nuestra primera conversación telefónica en casi medio año. Estuve tentada a escribir y llamar varias veces, sin embargo, no lo hice.

Y él tampoco lo hizo. Sé que es para darme mi espacio, cosa que realmente agradezco. Me ha permitido tener un tiempo para pensar.

«No necesitas un tiempo; todo lo que realmente haces es pensar, o sobre pensar más bien.»

YO:

Bueno, bueno, pero no te pongas sentimental.

¿Algún plan para hoy?

MANU:

Mis padres están fuera de la ciudad, vuelven mañana, así que supongo que me quedaré en mi casa, pediré pizza y veré alguna película.

YO:

Oh bueno, suena como un buen plan, espero tengas un lindo día Manu.

Tarda un par de minutos en responder, y cuando finalmente lo hace, me rompe el corazón.

MANU:

Gracias Mags, vos también c:

Me embarga un sentimiento de culpa. Siempre consideré los cumpleaños de Manuel como un desafío personal, un momento para superar el año anterior con una preparación aún mejor. Este año, sin embargo,  (por las razones que son de público conocimiento) no planeé nada especial. 

Además, no sabía que sus padres estarían fuera y que tendría que pasar su cumpleaños solo.

¡Pobre!

«Maggie, recuerda, tienes que ser fuerte.»

¡Lo sé! No es como que vaya a ser nada al respecto.

Me levanto del sillón en donde he estado sentada hasta el momento y voy apagando las luces para irme a acostar.

Coloco la cabeza en la almohada y cierro los ojos.

«Qué orgullosa estoy, Maggie. Eso es, todo en plan normal, sin tener que sobre pensar todo.»

Abro los ojos de golpe.

¿Y si le hago una chocotorta?

«¿Qué?»

Es su postre favorito, y no cuesta mucho. Podría hacerle una y pasársela a dejar por la tarde. No tengo que quedarme o hacer un gran espectáculo al respecto, y así, al menos tendría una torta de cumpleaños.

«Me parece que hablé muy pronto.»

¡Eso! Me levantaré relativamente temprano e iré por los materiales para hacerle la torta. Sencillo.

Cierro nuevamente los ojos con una sonrisa tonta en el rostro. ¡Qué buenas ideas que tengo, che!

«Ay, Dios.»

Me levanto alrededor de las nueve de la mañana, preparo el desayuno, me cambio y, como me prometí anoche, salgo a comprar los materiales para hacerle la chocotorta.

O al menos eso intento.

Pero se me atraviesan un par de decoraciones para colocar encima de la torta que tuve que comprar. ¡Oh, vamos! ¡Son de Spiderman! Es su superhéroe favorito.

Pero ahí me quedo. Juro no compro nada más.

¿Ven que bueno es mi autocontrol?

«Claro Margot, lo que tu digas.»

Son pasadas las doce y media cuando vuelvo al departamento. Coloco las bolsas sobre la encimera de la cocina. Tengo que ponerme a armar la torta.

Estoy por empezar a sacar las cosas de las bolsas cuando el sonido de un mensaje entrante en mi teléfono llama mi atención. Lo tomo y sonrío al ver de quién se trata.

ANDRÉS (MI BRISKO AMIGO):

Con los buenos días, mi Brisko amiga.


«¡Cheee! ¡Si es el Andrés!»

YO:

Con los buenos días, mi Brisko amigo.

¿Qué tal el Sur? ¿Muchas Brisko amigas por ahí?

ANDRÉS (MI BRISKO AMIGO):

JAJAJAJAJ

¿Qué pasa? ¿Celosa?

Llegué anoche.

Estoy cerca de tu casa ¿Quieres pasar un rato juntos?

Ya lo extrañaba.

«Extrañábamos.»

Sí, esto que se fuera dos semanas de gira al Sur por el lanzamiento de uno de sus nuevos cuentos, la verdad es que no me convence.

«De verdad, que egoísta, el abandono.»

Eso es lo que yo digo.

YO:

Dale, avísame cuando estés abajo así te abro.

ANDRÉS (MI BRISKO AMIGO):

C: Dale

Ah, Maggie.

YO:

Dime

ANDRÉS (MI BRISKO AMIGO):

Solo hay una Brisko amiga.

YO:

Me vas a poner sentimental.

ANDRÉS (MI BRISKO AMIGO):

Te dije hace meses que se llama Camila y que uno de estos días te la presento.

Lo mato.

YO:

Te odio.

ANDRÉS (MI BRISKO AMIGO):

Yo también te quiero, nos vemos en un rato c:

Media hora más tarde, le estoy abriendo la puerta del departamento. No lo dejo ni hablar cuando ya he rodeado mis brazos alrededor de su cuello y lo abrazo con fuerza.

—Te extrañé —expreso sin ningún tipo de tapujo.  —Nos conocemos hace tan poco y ya eres una de mis personas favoritas en el mundo.

—Y yo a vos, loca —responde con una risa. Me separo de él.

Lleva puesto un gorrito celeste en donde esconde esos rulos indomables, y sus anteojos de siempre, debajo de los cuales están sus muy lindos ojos verdes.

Señala algo en su costado, me fijo, tiene una bolsa bajo el brazo: —Traje para hacer hamburguesas.

«Este hombre sí que sabe cómo llegar al corazón de una mujer.»

Por lo menos al mío.

—Me leíste la mente, estoy muerta de hambre.

Andrés sonríe mientras deja la bolsa que trae al lado de donde puse las que traje. Al notarlas, frunce el ceño, confundido: —¿Y todo eso?

Dejo escapar una bocanada de aire.

—Es el cumpleaños de Manuel hoy.

Ahora hay todavía más confusión en su rostro.

«Pobre, lo último que él sabía era que el pibe estaba perdido en acción hace meses.»

En mi defensa, no hemos tenido mucho tiempo de hablar en la última semana; él ha estado muy ocupado.

«¿Solo él?»

Entienden mi punto.

—Tengo mucho que contarte.

Estamos sentados en la pequeña mesa de dos puestos al lado del sillón, recién terminamos de comer.

—Así que en resumen, vuelve después de meses, transformado y casi como un militar, diciéndome que me ama — digo, mientras suelto una risa nerviosa. — Y yo no puedo creerle, simplemente no puedo.

Se queda callado unos segundos, como procesando. Reconozco esa mirada, es la misma que vi en Patricia después de haberle contado.

—Vamos — dice mientras se levanta y yendo a la cocina coloca los platos sucios en la bacha — , te ayudo a preparar la torta.

—¿Eso es todo lo que dirás?

—Por el momento, sí.

Quiero decir algo, pero prefiero callar.

«En realidad, una idea muy inteligente, para variar, Maggie.»

—De acuerdo — me levanto también y me pongo a sacar los materiales de las bolsas.

Después de unos quince minutos de silencio, el ambiente en la cocina comienza a llenarse con sonidos sutiles: el dulce de leche deslizándose en el bol y el crujido de las chocolinas al ser sumergidas en el café. La cocina parece una zona de guerra, con platos y vasos desordenados en la bacha. Mientras Andrés se concentra en diluir el dulce de leche, yo trato de organizar los ingredientes para la torta, moviéndome torpemente entre el quilombo que armé.

Lo intento, pero no puedo ser organizada mientras cocino.

Andrés está distraído. Tiene algo rondando en su cabeza; aunque mentiría si dijera que sé qué.

—Supongo que, desde mi perspectiva, tenés dos opciones: o le das una oportunidad o no le das ninguna —dice en un tono bajo.

¡Ajá! ¡Sabía que tenía alguna opinión guardada!

—Por alguna razón, no lo veo tan fácil... —respondo, usando el mismo tono que él —. Me siento atrapada en una tormenta, sin saber qué camino tomar. Tengo miedo de que cualquier decisión que tome sea la equivocada y que nunca encuentre mi camino de vuelta.

Andrés levanta la vista y sus ojos se encuentran con los míos por un momento, pero rápidamente vuelve a bajar la mirada hacia el bol. Sus dedos temblorosos giran lentamente el dulce de leche.

—No siempre todo va a ser color de rosa, Maggie —comenta, con un tono que revela mucha sabiduría, sabe de lo que está hablando.

Y tal vez con más seriedad de la que estaba esperando. Paralizada en la misma posición, no soy capaz de sacar la galleta del bol de café que puse en remojo.

— Pero eso no significa que la tormenta durará para siempre. —continúa —. A veces, hay que afrontar aquello que nos asusta, para encontrar la claridad.

—¿Qué querés decir? —pregunto, mi voz apenas un susurro. Saco la galleta arruinada del bol y la tiro en el tacho de basura, luego coloco otra.

Andrés se queda en silencio por un par de minutos, una tristeza profunda se refleja en sus tiernos ojos verdes. Sé que esto va más allá de mi indecisión, porque mi amigo pareciese no saber en dónde soltar el peso de lo que parece ser una carga inmensa.

—¿Te acordás que hace un tiempo te conté de mi mala ruptura? —pregunta, el temblor en sus manos se intensifica por algunos segundos. Dándose cuenta sacude un poco sus manos y vuelve a su tarea. — ¿La razón por la que decidí que el amor no es para mí?

Asiento.

—No fue exactamente una ruptura —responde. Me quita la cuchara y sigue sacando las galletas del café para colocarlas sobre la torta.

—No te sigo.—comento con confusión . —¿Qué pasó Andrés?

Andrés suspira. No dice nada por algunos minutos y cuando finalmente lo hace su voz que suele tener toques agudos, es tan gruesa que casi no lo reconozco:

—Mi prometida murió hace casi tres años, Maggie. Fue en un accidente de auto. Estaba embarazada de seis meses.

Me siento de repente mareada, como si el suelo se desvaneciera bajo mis pies. El ambiente, que ya de por sí es frío, parece volverse aún más helado. Habría esperado cualquier cosa menos eso.

Sin embargo, él no muestra ninguna emoción, sigue colocando las galletas como si hablara del clima.

—Yo manejaba... íbamos a una exposición de mis cuentos en provincia. Había un auto extraño... no paraba del golpear el nuestro y... —continúa antes de carraspear, como si necesitara aclarar su voz—. Los exámenes toxicólogos determinaron altos grados de alcohol y drogas en sus sistema, murió en la escena del accidente. Yo... terminé con algunos golpes que me tuvieron en el hospital unos días, pero ella murió en el acto junto a nuestro hija.

—Andrés... —pongo una mano en su hombro, y finalmente levanta la mirada. Sus ojos están llenos de lágrimas.

—Se llamaba Cecilia, la mujer más hermosa que conocí en mi vida —varias lágrimas caen sin que pueda detenerlas—, viví los mejores cinco años de mi vida con ella. Fue mi primer amor... Y más que eso, el amor de mi vida.

Es cuando todo comienza a cobrar sentido: la insistencia de sus amigos para que volviera a salir, a experimentar cosas, por qué le afectó tanto el embarazo de Patricia, por qué no quiere volver a enamorarse.

Siento cómo se me parte el corazón. Lo abrazo fuerte y él se deja abrazar.

—Lo siento tanto, Andrés —susurro en su oído.

—Lo sé —se separa un poco y trata de forzar una sonrisa—. Sos una persona increíble, Maggie. Creo que tu amistad es lo mejor que me ha pasado en estos últimos tres años.

Mis ojos se humedecen, mi corazón se rompe al escucharlo. Él también significa mucho para mí: no se cómo, ni cuando, pero se me ha metido en la piel, en el alma. Y no porque haya algo romántico en el medio. Es su amistad, tan pura y real: es la magnífica persona que es. El habernos encontrado, es seguro, también de las mejores cosas que me han pasado.

Andrés carraspea antes de continuar:

—Si tenés la oportunidad de amar de verdad, tenés que tomarla, Maggie —se seca unas lágrimas que se le escapan—. Cuando llegue el momento de partir, ¿no sería lindo poder pensar que vivimos plenamente?

—Pero... —mi voz tiembla— ¿y si es demasiado bueno para ser verdad? ¿Y si me lastima?

—Entonces, al menos te diste la oportunidad... Es mejor llorar por haber vivido que por no haberse atrevido.

«Y por eso él es el escritor.»

—Y Maggie —agrega—, aunque sea sólo un poquito, si en el fondo no creyeras en las palabras de Manuel, no estaríamos los dos acá en medio de la cocina preparando su postre favorito porque está de cumpleaños.

«Tiene razón.»

—Andrés...

—Escuchame, Margot —se ajusta los anteojos que están a punto de caérsele—, si todo sale mal, siempre podemos casarnos si llegamos solteros a los cuarenta, ¿te parece? Así nos aseguramos de no morir solos y devorados por los ratones.

Asiento, devolviéndole la sonrisa.

—Me parece un plan perfecto.

En eso, se escuchan tres golpes en la puerta. Ambos damos un paso hacia atrás, sobresaltados.

—¿Margot? ¿Estás ahí? Soy yo, Manuel.

La puta madre.

¡Qué mierda!

¿Qué hace acá?

¿Pero... ¿por qué?

Mi  mirada se cruza con la de Andrés y, entendiendo la súplica en ella,  corre a terminar la torta, ponerle rápidamente las decoraciones,  guardarla en la caja que he comprado para ella y luego en la heladera.

«La verdad, es que tienes muy buenos amigos, Mags.»

«Y ya a estas alturas deberías saber que el pibe aparece en la puerta cuando menos lo esperas, es como su sello personal.»

Cierto.

«Por lo menos ya superaste toda esa etapa de los asesinos seriales.»

¡Sí, claro... superada!

—¿Mags?

¡Mierda, Manuel!

Me acerco hasta la puerta y la abro.

Y mi mirada se encuentra con la de sus muy hermosos ojos.

Yo moriré y mi último pensamiento serán esos ojos azules.

«Si fuese cualquier otra persona, diría que es una exageración, pero tratándose de ti, lo creo por completo.»

—¡Hola! ¿Qué haces acá? — saludo, mi voz un tanto aguda, intentando no entrar en pánico.

—Vine a verte un rato — responde con dulzura, mientras yo le hago un espacio para dejarlo pasar.

Es ahí cuando noto un pequeño detalle, pequeñísimo en realidad: Manuel está usando un esmoquin.

—Perdona que haya venido sin avisar — se disculpa, acariciando mi rostro en la mano.

¿Cómo es que me llamo?

—No pasa nada — contesto, perdida en su caricia.

Un fuerte carraspeo nos devuelve a la realidad, y ambos giramos hacia la puerta de la cocina. Andrés está allí, observándonos con una sonrisa pícara.

¡Ay, Andrés!

«En serio, Maggie, vas a tener que ir a que te revisen la memoria. Andas más perdida que un elefante en un centro comercial.»

¿Qué estaría haciendo un elefante en un centro comercial?

«¡Exacto!»

Lo sé.

—Buenas  tardes — saluda Andrés acercándose a nosotros. Manuel se tensa a mi  lado. Esta, en verdad, es una situación bastante incómoda.

Verán, yo nunca he tenido muchos amigos, por mucho tiempo fue sólo a Manuel. Luego, se añadió Patricia al pequeño repertorio, y ahora Andrés. Así que entiendo por qué la presencia de Andrés en mi casa podría parecerle rara a Manuel.


«Puede ser que piense que es el chico con el que le dijiste que estás saliendo.»


Mierda. No había pensado en eso.

—Un placer, Andrés Iacobelli — dice, extendiendo la mano hacia Manuel.

Manuel, un poco incómodo, estrecha la mano de Andrés.

—Manuel González, un... — duda un poco antes de añadir — amigo de Margot.

Amigo.

Qué extraña forma de describir nuestra relación.

—Lo sé, he escuchado hablar mucho sobre vos — responde Andrés, soltando la mano de Manuel.

—Extrañamente yo no mucho sobre vos. — comenta Manuel, mirándolo con curiosidad.

Entre Manuel y Andrés hay una tensión palpable, podría cortarse con tijera. Tienen una especie de duelo de miradas, que no estoy muy segura de que me agrade.

—Bueno, ya Andrés se iba, ¿cierto? — pregunto, haciendo que ambos volteen a mirarme. Avergonzada,  le dedico a Andrés una mirada suplicante, como si dijera "por favor, luego te compensaré".

A lo que él me responde con una de "y me la debes grande".

—Sí, me están esperando. —responde, siguiéndome el juego.

Camino junto con Andrés hasta la puerta, a una distancia prudencial de Manuel.

«Vives en un sitio muy chico, Maggie.»

¡Lo sé!

Cuando Andrés está por salir, en un impulso, tomo su mano. Voltea a verme con confusión.

—Vos también te merecés permitirte vivir, mi Brisko amigo. Estoy segura de que eso es lo que ella hubiese querido.

Sus ojos vuelven a nublarse un poco:

—Lo sé — dice —. Y es algo que estoy queriendo practicar más desde que nos hicimos amigos. Gracias.

—Gracias a vos.

Andrés le echa un vistazo de reojo a Manuel, quien intenta disimular muy bien el querer escuchar nuestra conversación:

—Me parece que realmente lo está intentando — habla en voz baja, dificultando que Manuel lo entienda —. Pero yo se la pondría difícil, Maggie. Si al final resulta ser él quien te hace sufrir, no te preocupés, yo lo mato.

—¡Andrés!

—Te quiero, Brisko amiga — me atrae hacia él en un cálido abrazo.

—Te quiero, Brisko amigo — respondo en sus brazos. Al separarnos, me da un beso en la mejilla.

—Te escribo, ¿sí? — asiento.

—Nos vemos pronto.

Dicho esto, sale por la puerta.

La casa queda en silencio durante unos minutos, y la sensación de su cercanía es tan intensa que siento que mis latidos se aceleran. Él coloca ambas manos alrededor de mi cintura y me abraza con ternura.

Respiro hondo, disfrutando de su aroma. Luego, me vuelvo para mirarlo.

—Hola, Mags, te extrañé —dice, con esa sonrisa dulce que siempre me derrite.

Mientras lo observo, me doy cuenta de lo atractivo que se ve con el esmoquin. Aunque, para ser sincera, él siempre ha tenido ese efecto en mí, sin importar qué lleve o no puesto.

«Maggie»

¡Ay si, perdón, me distraje!

No me culpen. Desde la última vez que lo vi usando un traje formal, han pasado años.

Ahora lo recuerdo, fue en la boda de mi mamá con Fabián.

Me pregunto a dónde irá o de dónde viene.

—Hola — respondo con timidez, sintiendo cómo la familiaridad de su saludo me resulta extraña. No es que no haya existido antes, sino que la confesión de Manuel del otro día ha hecho que todo tome otro significado. A pesar de esto, todavía no estoy segura de creerle del todo.

—Y entonces... — carraspea, parece estar por sonrojarse. ¿Está nervioso? — Este pibe, Andrés... ¿es con quien sales?

Reprimo una risa. ¿Celoso?

Descarto la idea. De seguro es mera curiosidad.

«Sin embargo, podríamos usar esto a nuestro favor.»

Interesante.

—¿Pasaría algo si fuera así? — pregunto viéndolo fijamente, con mi mejor cara de "yo elijo con quién juntarme".

—No... sólo quería... — tartamudea — nada importante.

Me río.

—No — respondo, no queriendo perderme ninguna de sus reacciones — Andrés y yo solo nos hemos hecho muy buenos amigos.

«¡Ey! Tendrías que haber dicho que sí...»

Espera tantito.

Su semblante empieza a relajarse un poco, así que añado:

—El chico con el que salgo se llama Santiago, es dueño de un gimnasio cerca de acá.

«JAJAJAJA, está de foto esa cara. ¡Buena esa, Maggie!»

A veces siento que no me dan suficiente crédito.

—Entiendo... bueno, yo... venía a traerte algo — señala un paquete en su mano, uno que hasta el momento no había notado.

¿Así que omitir el tema es la estrategia? Perfecto, ya veremos.

Observo el paquete en su mano:

—¿Y eso?

—Un regalo, para vos.

Eso sí que no lo vi venir.

— ¿Para mí? No es mi cumpleaños. Si mal no recuerdo, es el tuyo.

—Es un regalo atrasado de cumpleaños — dice encogiéndose de hombros — ya que no te di nada en el tuyo.

Me tiende el paquete.

Dudo un par de segundos, pero lo tomo. La caja es grande y negra, decorada con un hermoso moño verde, como mi color favorito.

Camino hasta el sillón, con él siguiendo mis pasos. Me siento y, con cuidado, voy abriendo la envoltura.

—¿Y a dónde vas tan bien vestido? — pregunto sin mirarlo, mientras saco el lazo. — ¿Alguna cita?

«Ahora mira quién parece celosa.»

—Con vos, si me aceptás.

¿Qué?

Volteo a verlo. Ahí está ese brillo en su mirada.

—No puedo, tengo que trabajar hoy.

«Mienteees, me haces daño y luego te arrepientes...»

¡Shh!

—Sé por buenas fuentes que tenés franco.

¡La mato a Patricia, se los juro!

—En  realidad fue Francisco — responde con una sonrisa, adivinando mis  pensamientos — . Pero no creo que querás matarlo y dejar a tu futura sobrina sin padre. No serías tan cruel.

Rayos, detalles.

Todo sea por Margot Junior.

«JAJAJAJA.»

—Bueno... — digo nerviosa — Aunque si es en un lugar elegante, no tengo nada para ponerme.

—Ya me encargué de eso. — Se sienta junto a mí, señalando la caja  —Ábrelo y verás.

Mi mirada pasa un par de veces de la caja a él,  hasta que finalmente me decido por abrirla. Y al ver lo que hay en su  interior, lo que parece una lluvia de meteoritos recorre mi cuerpo  entero, no dejando nada intacto. Mi visión se cristaliza, mientras toco  la tela suave y sedosa del vestido que está frente a mí: verde claro,  con las mangas cortas y corte en V, sin dejar de lado la hermosa falda  de tul. Se parece mucho al...

—Es el mismo vestido que llevé la noche de tu fiesta de graduación — susurro, casi en shock mientras saco el vestido de la caja. Esa noche significó mucho para mi relación con Manuel, para nuestra amistad pública. Cargada de muchas emociones, creo que es sin dudas, uno de los mejores recuerdos que tengo a su lado.

Respiro hondo un par de veces tratando de contener las lágrimas, no quiero que vea cuanto me afecta. Mis dedos temblorosos siguen explorando el vestido.

A mi lado lo siento a Manuel asentir y luego dejar un par de caricias en mi cabello.

«Este pibe no pone fácil la tarea de estar enojada con él.»

Esta nueva manía suya de ser cariñoso. Que no la deje nunca.

He ahí mi pensar irracional, el que todavía lo quiere con toda el alma.

—Sé  lo mucho que amabas ese vestido. Entonces, de hacer uso de muchos de  los contactos de mi madre, logré conseguir uno igual para ti. —sonríe —¿Serías mi cita hoy, Mags?

«En esta y en todas las que quieras por el resto de mi vida.»

Pero no puedo decirle eso.

«Pero... ¿por qué?»

—¿En serio querés que sea yo? — pregunto, mientras meto el vestido de nuevo en la caja. — No te creo que no haya alguna mina que te interese para hoy.

Manuel sacude la cabeza como si la idea fuera ridícula.

—No hay nadie más, Mags. — Dice con una sinceridad que me desarma. — Solo quiero estar con vos.

Suspiro. Uno largo, porque si dejo que mi parte irracional le gane a la racional, lo beso aquí mismo.

«¡Daaale!»

—¿A dónde vamos? — pregunto con curiosidad, sabiendo que ya perdí la batalla.

Sonríe, esta vez con algo más que nervios: esperanza.

—¿Eso es un sí?

Le sonrío de vuelta.

—Solo porque es tu cumpleaños.

—Gracias, Mags — dice y luego deposita un tierno beso en mi mejilla.

«Me muero»

—Pero no ignores mi pregunta. — cruzo ambos brazos por delante de mi pecho.

—¿Cuál?

«Y ahora se hace el pendejo.»

—¿A dónde vamos?

—Es una sorpresa.

—¡No me podés dejar así!

—Déjamelo a mí, ¿vale? —pide con dulzura   —¿Confiás en mí?

—Confío — respondo.

Aunque tal vez no debería, pero lo hago, como siempre lo he hecho.

—¡Listo! Anda a ponerte el vestido, que yo te espero acá. —me anima.

—Está bien —cedo mientras me levanto; me dirijo a mi habitación, cuando un pensamiento me hace detenerme — ¿Y si hubiera dicho que no? —pregunto— ¿qué hacías?

—Te habría propuesto cualquier cosa que te hiciera feliz. — dice Manuel, pasándose una mano por el cuello, nervioso. Todavía me sorprende verlo tan afectado.

—¿Y si la respuesta hubiese sido también no?

—Por vos, Mags, vale la pena intentar lo que sea.

«No, no la pone fácil.»

—Vuelvo  — respondo, tal vez igual o más nerviosa que él y sé que no pasa  desapercibido. Prácticamente corro hasta mi habitación y cierro la  puerta tras de mí.

Menos mal me duché por la mañana, ahora lo que toca descifrar es qué mierda voy a hacer con el desastre que llamo cabello.

Puse la plancha de pelo a calentar mientras intentaba vestirme. A ver... ¿Con sujetador o sin sujetador?

«Tienes más pechos que una modelo, con sujetador Maggie, haznos el favor.»

Bueno, bueno.

Me saco la ropa que llevo y seguidamente me coloco un sujetador verde (para que vaya a juego con el vestido) ¡Ah! Y también me parece que tengo unas bombachas que van.

«Dios mío, señor, ilumínala por favor.»

Cinco minutos más tarde ya tengo toda la ropa puesta. Falta solamente subirme el cierre por la parte de atrás del vestido, pero más tarde lidiaré con eso.

Los nervios se apoderan de mí. Quiero arreglarme rápido, pero quiero hacerlo bien.

«Que se joda, al final no dijo que teníamos una hora de llegada o nada por el estilo.»

Respiro hondo y me siento en la cama a plancharme el cabello. Menos mal que ya de por si es liso, de lo contrario podría haber pasado horas antes de llevarlo decente ya que esta mañana no me peiné.

«Por floja.»

¿Yo? Siempre.

Bueno, ropa lista.

Cabello listo.

Ahora, maquillaje.

Nunca me maquillo, odio hacerlo, nunca aprendí.

«Pero esta es una cita.»

Algo tengo que resolver.

Paren al mundo ¿en verdad estoy a punto de tener una cita con Manuel González?

«Pues si mamita ¿De qué se trata todo el libro si no?»

De mi superación personal.

«Ya quisieras.»

La puta madre, voy a tener una cita con Manuel.

Manuel, el chico del que he estado enamorada pues desde antes de la pubertad.

«Ajá, dinos algo que no sepamos.»

La madre.

«No creo que la señora Candela merezca ser mentada tanto, pobrecita.»

Ay Dios.

«Todo irá bien Maggie.»

Voy a morir.

«Puede ser, pero por los menos inténtalo antes.»

Cierto.

Corro hacia los cajones de mi mesita de luz y lo vacío por completo sobre la cama. Si mal no recuerdo para mi cumpleaños mi mamá regaló algo de maquillaje, así que tiene que estar por aquí en el algún lado.

¡Lotería! Un lápiz labial rojo, algo de rímel y polvo. Con eso re zafo.

Me siento nuevamente en la cama y como puedo hago un intento por maquillarme utilizando la cámara de mi teléfono como espejo, y, la verdad no sale tan mal como pensé.

«Claro, si te limpiaste tres veces la cara hasta que te salió bien.»

Las voces interiores de hoy en día señores y señoras, no te dejan ser felices.

«Somos la parte honesta.»

Lo mismo.

En fin, el asunto es que me veo decente y parece que justo a tiempo porque en lo que término de darle los últimos retoques a mi rostro (si, por cuarta vez) se escuchan unos golpes en la puerta.

— ¿Todo bien? —la voz de Manuel del otro lado.

«Ay hombres, nunca en la historia de la humanidad han sabido como esperar.»

— ¡Si! Ya casi estoy.

A ver, que falta...miro mi atuendo y me doy cuenta de que no estoy usando zapatos.

La mierda.

No tengo zapatos formales.

Es decir, ¿para qué tenerlos? Nunca voy a sitios elegantes de todas formas.

Creo que la última vez que vi un par de tacones en mi placard tenía más o menos diecinueve o tal vez veinte años.

Es decir, unos seis años.

¿Ahora qué hago?

Un pensamiento interrumpe de manera brusca en mi mente cuando mi mirada se fija en mi par de zapatillas deportivas favoritas, las mismas están más que usadas, pero son re cómodas.

«No es algo que va mucho con el atuendo...»

Ese es exactamente el punto. Manuel dice amarme como soy, y la Maggie real, nunca ha usado zapatos con plataforma.

Entonces, si ya me maquillo y me coloco el vestido ¿No estaría bueno añadir un toque de la verdadera yo y ver que tal reacciona?

«Entiendo por dónde vas.»

Probablemente si algún profesional en la materia me viese ahora mismo, quisiese matarse.  Pero no me importa, hice lo mejor que pude.

Camino hasta el placard y me pongo las zapatillas sin medias.

¡Listo! Que bien me veo y lo más importante, me siento segura.

Bueno, ''segura'' entro lo que cabe. Suspiro. Mis manos están sudorosas.

«Todo irá bien Maggie.»

¿Cuántas veces me repetirás eso?

«Hasta que te lo creas.»

Todo irá bien.

Tal vez si me lo repito lo suficiente pueda convencerme de ello.

Abro la puerta de la habitación. Mis pasos son sigilosos, no queriendo que note mi presencia antes de tiempo; lo busco con la mirada hasta encontrarlo sentado sobre el sillón, con la vista sobre su teléfono, con el entrecejo fruncido ante lo que ve. 

Doy unos pasos hacia él y carraspeo suavemente para llamar su atención.

— ¿Y bien? ¿Qué te parece?

Levanta la vista y me observa. Durante lo que parecen ser unos segundos—¿o son minutos? — el único sonido en la sala es de nuestras respiraciones. Sus ojos me recorren con detenimiento, como si intentara descifrarme cual pintura en un museo. 

Mis dedos se aferran a la falda de tul mientras intento controlar el temblor en mi pierna, que hasta este momento no me di cuenta de que balanceaba. Finalmente, encuentro mi voz:  — ¿Qué pasa? ¿Tan mal está?

La pregunta parece traerlo de vuelta a la realidad. Levantándose del sillón con rapidez, se acerca a mí; sus ojos fijos en los míos.  

—No, no es eso...—susurra en un tono cargado de emociones — yo, yo... es solo que...—tartamudea —  estuve ciego...tanto, tanto tiempo —levanta una de sus manos, y con sus dedos coloca un mechón rebelde detrás de mi oreja—  . Siento que finalmente.. veo todos los colores que siempre ignoré —los pelos de mi piel se erizan ante su tierno tacto —. Estás hermosa, Mags.

«Fui y volví. El cielo es hermoso Margot, tan parecido a los ojos de Manuel»

Me sorprende cómo Manuel siempre se enfoca en mi cabello. No es que me moleste; en realidad, me gusta cómo me toca. Pero me pregunto qué es lo que realmente ve en él.

— ¿Con todo y mis zapatillas? —inquiero, en un intento de distraerlo (y tal vez a mí, del efecto de sus palabras). Sin embargo, Manuel lo nota, me lo dice su sonrisa pícara.  

—Especialmente por las zapatillas —responde, su mirada descendiendo lentamente hasta mis labios. Luego suspira, con una seriedad  que es capaz de desarmarme —. Sos hermosa, Mags. Por dentro y por fuera, siempre.

«Bien, bien muchacho, vamos por buen camino.»

Y ya no puedo evitarlo, pues mis ojos se cristalizan.  —Pues vos tampoco te ves nada mal —comento, en un tono que pretende aligerar la tensión. — Cualquiera diría que hasta guapo. — esto último lo hace soltar una carcajada.  

— ¿Pensás que soy guapo? —pregunta, en tono burlón; golpeo su brazo. — ¡Auch! bueno, bueno... pero es que tengo que serlo, una dama tan hermosa como vos solo merece lo mejor de lo mejor. — añade, guiñándome un ojo. 


«Y en eso estamos de acuerdo.»

Me rio. Permito que rodee sus brazos alrededor de mi cintura, y descanso mi cabeza sobre su pecho, arrullándome ante el sonido de sus latidos. Esta especie de electricidad que parece consumirnos cada vez que estamos cerca del otro, me asusta, muchísimo. Esto —lo que sea que estemos haciendo — es terreno desconocido para nosotros.

Tal vez, sea hora de volver un poco a aquello que siempre hemos conocido. Me separo, con cuidado, una expresión seria reina mi rostro (que no puede ser otra cosa con fingida) y frunzo el ceño. 

—Y... ¿ya respondieron a tu solicitud? —pregunto, con sincera curiosidad.  Me doy la vuelta y camino hacia la cocina. Abro la heladera y saco la torta que Andrés y yo preparamos, guardándola en una bolsa de reciclaje.

— ¿Qué solicitud? —cuestiona, un par de minutos después, en lo que vuelvo a la habitación. 

—La del asilo... —digo con tono serio, deteniéndome como si algo me asustara de repente—. ¡No me digas que te rechazaron!

Manuel me lanza una mirada entre incrédula y divertida, pero no tarda en estallar en carcajadas.

Si, ya sabe exactamente lo que estoy haciendo. 

— ¡Che, es que no te imaginás lo que me dijeron! —exclama, con fingida preocupación mientras se deja caer de vuelta sobre el sillón. Lo miro, enarco una ceja — Que todavía no soy tan viejo y que puedo intentarlo después de los veinticinco años y medio. Pero me consuela saber que vos, con tus veintiséis, ya estás lista para mudarte cuando quieras.

Le enseño el dedo del medio, lo que provoca que su risa sea aún más escandalosa.

Un par de minutos más tarde sigue sosteniendo su panza, incapaz de dejar de reír. 

Sonrío, ahí estamos de nuevo, los antiguos Manu y Margot, los de siempre.

Me dejo caer a su lado en el sillón, soltando un suspiro aliviado. Mi cabeza, en una especie de modo automático, se deja caer sobre su hombro.

—Estamos viejos, Manu —comento, en voz baja.

—Estamos viejísimos, Mags —comenta con un suspiro dramático — . Pero... en serio, espérame para poder entrar al asilo, así nos dejan en la misma ala —levanta una de sus manos en mi dirección —. ¿Trato?

Estrecho su mano: —Trato.

Y ahí está de nuevo, esa corriente eléctrica. 

Solo quiero tenerlo cerca. No deseo nada más que su tacto, el roce de sus dedos con mi piel. Por lo que me sorprendo al susurrar: — ¿Me ayudarías con esto?

Me volteo para mostrarle mi espalda desnuda, por el cierre que no puedo alcanzar.

Mi cuerpo tiembla y espero que él no pueda notarlo, cuando sus dedos —tal vez igual de temblorosos —se deslizan con una lentitud que parece infinita, mientras me ayuda a subirlo. Es una tortura exquisita: todo lo que puedo pensar es en cómo quiero que me ayude a quitármelo, no a colocarlo.

Se aleja de mí al terminar, como si fuera alguna especie de cable de alta tensión.

— ¿Esto es absolutamente necesario? —pregunto, mis ojos están vendados. Vamos en un remis hacia quien sabe dónde —. Sabes que no me gusta la oscuridad.

Siento uno de sus brazos rodearme y acercarme hacia él, puedo sentir los latidos de su corazón lo que me tranquiliza.

—Te tengo Mags, prometo que nada malo pasará —susurra en mi oído.

«Ay, las cosas que hacemos por amor.»


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top