Capítulo Catorce: Los juegos sangrientos
⚠⚠⚠ Trigger warning: Esta trama puede abordar temas o intentar envolver al lector en determinadas sensaciones que pudieran ser detonantes para aquellos que han tenido episodios fuertes de depresión o ansiedad, así como de abuso o violencia. Si este es tu caso, te pido que no continúes leyendo, porque puede ser contraproducente para ti. Tengo más historias en mi perfil que pueden gustarte :D. Recuerda poner como prioridad tu salud antes que el entretenimiento.
Si te sientes solo o necesitas hablar de tus sentimientos con alguien, he dejado números de atención psicológica para varios países en el primer capítulo :3. Ten presente que ir al psicólogo, no es algo malo o vergonzoso, por el contrario es bueno para cada uno de nosotros.
Finalmente había alcanzado el sitio de encuentro entre Oliver y ella, apresuró el paso al notar al niño sentado bajo el árbol en el que todos habían descansado la última vez.
—Lo siento —dijo ella llamando la atención del pequeño—. Esa mujer no me deja en paz.
—Tienes que hablar con ellos —señaló Oliver—. Todo se descontroló.
—¿Qué es lo que sucede? —preguntó Mundriak tomando asiento junto a su amigo.
—Michaella está muy rara y Eleanor, bueno, ella está arrepentida y muy triste...
—¿Por qué? —interrogó la chica confundida.
—¿No lo sabes? —dijo el niño colocando una mano sobre su rostro—. Maldita sea, para qué hacen esto si querían ocultarlo... Necesitamos ir a casa.
—Sabes que no tengo llaves. Sin mi madre, no puedo entrar ahí —indicó la muchacha—. Además, me prohibió hacer cualquier otra cosa por el asesinato de Tom. Tiene miedo de que me pase algo... ¿Está ocurriendo algo extraño?
—Claro que sí —respondió el niño girando los ojos—. Si no fuera así no te traería aquí. Mundriak, debes comprenderlos y, más importante, no debes tener miedo.
—¿Por qué habría de tenerlo?
Oliver sonrió levemente y le señaló el camino de regreso a la escuela. Ambos avanzaron con tranquilidad hacia el centro educativo al tiempo que el extraño clima y las perturbadas miradas de las personas los acompañaban.
Se sintieron satisfechos cuando lograron colarse al interior de la escuela sin que ellos pudieran notarlo y decidieron acudir al jardín principal a esperar el cambio de clase.
—Stacey —dijo una voz detrás de ellos en su camino a los jardines—, ¿por qué no estás en clase?
—¿Otra vez esa bruja? —preguntó Oliver mirando a la preocupada consejera—. Estoy harto de ella.
—Fui al baño —respondió la chica continuando su camino.
—Te acompaño de regreso a tu salón —expresó la mujer con desconfianza.
—Así estoy bien —respondió Mundriak apretando el paso. La consejera la alcanzó y no se despegó de ella hasta que llegó a la puerta del salón de clases.
—¿Por qué huyes, Stacey? —cuestionó la mujer tomando su hombro.
—¡Ya déjeme en paz! ¡Déjeme en paz! ¡Sí conocía a Tom y lo quería! ¡Él era mi príncipe azul! ¿Satisfecha? —gritó Mundriak desesperada, para su sorpresa, el profesor acababa de abrir la puerta del salón y todos los alumnos que en él se encontraban miraban a la chica y a la consejera divertidos.
Las risas nuevamente comenzaron, una tras otra, simulando la fuerza de un río que iniciaba débil y después arrastraba lo que fuera con la fuerza de su corriente.
La consejera miró a Mundriak con impotencia y después al profesor.
—Llegas tarde, Macey —expresó el hombre intentando disimular su risa. No era el único docente que compartía la opinión de sus compañeros.
Mundriak miró con tristeza hacia el salón, después, admiró con vergüenza al profesor y, finalmente, fijó sus ojos furiosos en la consejera.
Estaba tan enojada con ella que a duras penas podía enfocarla.
Comenzó a tomar impulso para salir corriendo, no sin antes volver a mirar a la mujer.
—Te vas a arrepentir —sentenció Oliver con amargura.
Mundriak salió disparada hacia los baños de mujeres. Se encerró en el cubículo y cerró la tapa del inodoro para poder sentarse sobre esta a llorar.
—Michaella tenía razón —expresó Oliver que se había sentado en el piso—. Toda esta gente es asquerosa.
—Lo sé —afirmó Mundriak entre sollozos—. Nunca he entendido por qué son así.
—Merecen la misma pena —dijo el niño mirando con complicidad a su amiga.
—¿Qué?
—Sólo un pequeño recordatorio de que la suerte no siempre está de su lado —respondió mostrando una mirada maliciosa a su creadora.
—¿A qué te refieres? —preguntó la chica limpiando sus lágrimas.
—Vamos, no hay que quedarnos de brazos cruzados —argumentó conduciendo a Mundriak fuera de los sanitarios.
El pequeño siguió su camino hasta la bodega que desembocaba en la salida posterior de la escuela. Oliver movía cajas, revisaba muebles y recorría con la mirada cada recoveco hasta encontrar lo que buscaba.
—Lo sabía —dijo levantando una de las pequeñas cajas con satisfacción—. Debían guardar herramientas por alguna parte.
—¿Qué es lo que haces? —preguntó Mundriak con una sonrisa que ocultaba su nerviosismo.
—Acompáñame —señaló el niño atravesando la salida de la escuela.
Oliver dobló a la derecha como si estuviera totalmente seguro de lo que hacía. Mundriak lo seguía de cerca sin comprender lo que estaban a punto de intentar. Los ojos de la chica se abrieron un poco al notar que se encontraban en el estacionamiento de la escuela, ¿qué podrían estar haciendo ahí con las pinzas que había tomado Oliver?... ¡Santo cielo!
—No quiero hacer nada de lo que podamos arrepentirnos —dijo Mundriak mirando con miedo al pequeño.
—No lo será —respondió Oliver con confianza al tiempo que se acercaba al bonito auto blanco en el que la consejera llegaba todos los días—, porque no nos arrepentiremos.
—¿Qué quieres hacer?
—Esa tonta nos ha estado molestando, además, hoy provocó que todos se rieran de nosotros —explicó el pequeño inspeccionando el auto de cerca—. Tiene que recibir una advertencia o creerá que puede burlarse así de fácil.
—Oliver... —expresó débilmente la chica.
El niño logró abrir el cofre sin que se activara la alarma y empezó a golpear cada elemento, suavemente, con las pinzas.
—Mi padre me enseñó todo acerca de autos, no debes preocuparte —respondió el chico soltando una pequeña risa—. No fallará.
—¿De qué hablas? —cuestionó la chica con la voz entrecortada.
Oliver terminó de trabajar con la herramienta y miró a su creadora con una fresca expresión de satisfacción.
—En ocasiones, las personas necesitan una lección solo para recordar lo que son. Ellos no han dudado en darte esas lecciones a ti, ¿por qué tú dudas en darle una a ellos?
—Yo...
—Basta, ya está hecho —concluyó el pequeño tomando a Mundriak de la mano—. Qué aburrimiento, vamos a algún lado.
—No quiero más problemas... Podemos ir a la biblioteca el resto del día, eso estaría bien —dijo la chica soltando su mano.
—Como quieras.
No podía explicar qué era exactamente lo que sentía incorrecto, pero algo en la mirada de Oliver le indicaba que, probablemente, no estaban haciendo lo correcto. ¿Qué es lo que había hecho en el auto de la consejera?
Si bien era cierto que detestaba que se estuviera entrometiendo todo el tiempo en sus asuntos, bueno, aquello tampoco era una razón para hacerle algún mal... ¿O sí?
El día escolar acabó más rápido de lo que Mundriak pensaba. Oliver se la pasó aburrido en las mesas, mientras que la muchacha tomaba uno tras otro libro de interés general de la estantería, aprovechando que la bibliotecaria solo le había prestado atención al entrar para anotar su registro.
El auto de Mary llegó puntual. La mirada de la mujer ocultaba una sincera preocupación. Mundriak dio un vistazo a su alrededor antes de subir al auto. Por primera vez en mucho tiempo, Mary no era la única adulta que acudía a la escuela puntualmente y ansiosa por largarse de ese sitio.
Una oleada de padres de familia miraba por las ventanas o aguardaba por sus hijos con los brazos cruzados y los dientes bien apretados.
La muerte de Tom había provocado mucho, desde que su madre se mordiera el labio todo el camino de regreso a casa, hasta mares de personas caminando con trajes negros y enormes ramos de flores para la familia Hill.
Oliver le avisó a Mundriak que todos la esperarían en su habitación en cuanto terminara de comer. Esos alimentos parecían haber compartido el luto general, su insípido sabor acompañaba la triste voz de la reportera que cubría la noticia en la televisión.
Ella jamás hubiera imaginado que algo así sucedería.
—Tardaste demasiado —replicó el niño en cuanto la muchacha atravesó la puerta de su habitación
—¿Y los demás? —preguntó Mundriak acomodándose junto a su amigo.
Oliver giró los ojos y señaló hacia la puerta del armario. La muchacha se levantó con cautela en cuanto escuchó unos sollozos provenientes del lugar. Colocó su oreja con mucho cuidado sobre la puerta para después deslizar su mano hacia la perilla.
—No lo hagas —advirtió el niño con seriedad.
—¿Es Michaella?
—Claro que no —respondió Oliver soltando una risa—. Oye... no lo hagas —repitió el pequeño notando cómo Mundriak giraba la perilla sin prestar demasiada atención.
No creía que la advertencia fuera demasiado en serio, así que terminó de abrir la puerta del armario.
Su corazón casi se sale del cuerpo cuando observó la escena frente a ella. Eleanor se encontraba en el suelo con el vestido que portaba vuelto harapos. Sus brazos lucían rasguñados y dejaban notar largos hilos de sangre que caían escandalosamente sobre la lamentable vestimenta. Sus ojos estaban desorbitados y rojos, mientras que la piel era de apariencia cetrina y venosa; parecía tan irreal.
—¿Qué no ves lo que es? ¿No ves lo que has hecho? ¿Por qué lo hiciste? —repetía la mujer una y otra vez, jalando nuevas partes de su vestido.
—Te lo dije —expresó Oliver cerrando la puerta de un golpe—. Yo te lo dije.
—Debiste advertirle con más decisión —dijo Michaella con seguridad.
Oliver y Mundriak clavaron su mirada en ella, pero la chica no parecía inmutarse de ninguna forma. Lucía un pequeño rasguño en la mejilla, lo cual no arruinaba para nada su impresionante belleza, y el gesto serio y fuerte.
—Michaella, ¿dónde has estado? —preguntó Mundriak confundida—. ¿Qué le pasa a Eleanor? Algo extraño sucede.
—Le tengo que decir —dijo Michaella mirando al niño—. Así que vete.
—Voy a asegurarme de que nuestro negocio quede terminado —anunció Oliver guiñándole un ojo a la muchacha.
El pequeño desapareció lentamente, dejando a las chicas solas. Michaella miró un segundo a Mundriak y después le indicó que se sentara.
—Antes que nada... quiero que sepas dos cosas —dijo la chica suspirando—. La primera de ellas es el final de mi historia.
—Yo lo conozco, Michaella —expresó Mundriak sonriendo con inocencia.
—Todas las historias...
—¡No debiste! ¡¿Por qué lo hiciste?! —gritó Eleanor interrumpiendo a Michaella.
—¡Ya cállate! —expresó la rubia colocando ambas manos en la puerta del armario—. ¡Vete a lloriquear a otra parte!
Los sollozos de Eleanor bajaron su volumen sin dejar de ambientar aquella extraña charla.
—Las historias, Mundriak... tienes que saber algo —expresó Michaella mirando a su alrededor, como si temiera que alguien la escuchara—. Ellas siguen.
—¿Cómo? —preguntó la escritora confundida.
—Es que es importante que conozcas cómo funciona todo esto...
—Michaella —interrumpió Flick que entraba a la habitación—, llevo todo el día buscándote.
—¿Qué quieres? —preguntó la rubia nerviosa.
—Quería encontrarte tan solo... ¿De qué hablan? —preguntó observando el desconcertado gesto de Mundriak.
—Cosas de chicas... ¿Nos disculpas? —expresó la rubia sin despegar los ojos de su creadora.
—No olvides de lo que hablamos, Michaella —dijo Flick amenazante.
—Nunca falto a lo que prometo —aclaró ella girando los ojos—. Ya vete.
El elfo la miró con fuerza antes de desaparecer. Michaella lucía extraña, algo estaba sucediendo y no había persona más confundida en el mundo, en ese momento, que Mundriak.
—Michaella...
—Escucha —dijo la chica sentándose junto a Mundriak—. Una vez que comienzas una historia, ella no se detiene.
—¿A qué te refieres?
—Ella sigue... Las historias siguen sucediendo y eso nos permite estar aquí ahora —dijo la rubia sonriendo con melancolía—. Todos estábamos en nuestra historia cuando fuimos llamados... Tú escribiste el inicio, Mundriak, el final lo sabemos sólo nosotros.
—¿Todos tienen historias que no conozco? —cuestionó la muchacha recibiendo una afirmación por parte de su interlocutora.
—Hoy tengo que contarte la mía —expresó la chica cambiando el semblante a uno que no reflejaba ni una pizca de fortaleza.
Mundriak tomó la mano de su personaje antes de que ésta tomara aire y comenzara a relatar.
—Cuando era niña, mi madre me dijo que si algo parecía demasiado bueno podría ser mentira —expresó la rubia con tristeza—. Lo que hice, Mundriak, no fue la mejor decisión. Creí que al... desaparecer a mis padres mi vida iba a ser un cuento. Solo éramos Thomas y yo, sin nadie más. ¿No hubiera sido mágico?
—Esa era la idea —dijo la chica recibiendo una sonrisa forzada.
—Pues no resultó así —respondió Michaella soltando una lágrima—. Las peleas aumentaron, las salidas de Thomas en la noche. El dinero se agotaba y los crímenes incrementaban su gravedad. Yo te juro que lo hubiera aguantado todo. Inclusive estar en la más putrefacta de las cárceles, mientras pudiera hacerlo con él... Pero eso fue imposible.
—¿Qué sucedió?
—Comenzó con una carta sospechosa, luego lápiz labial en su camisa o pétalos en el auto... Él no me quería, me atrevería a decir que nunca me quiso. Cuando se quiere a una persona no se le traiciona —argumentó Michaella limpiando sus lágrimas—. Cuando los vi abrazados en la calle, mi corazón se rompió en mil pedazos. ¿Sabes lo que es sentirte fuerte y de repente caer desde la alacena en donde solo eras un adorno? —dijo la chica tapando su rostro con ambas manos.
Parecía estar llena de tristeza y rabia a la vez. Mundriak la miraba con impotencia, le era difícil digerir todo lo que sucedía. Cuando pasaron los suficientes segundos para que se recuperara, Michaella quitó las manos de su rostro y volvió a tomar aire para continuar.
—No me dejó opción, Mundriak, él no lo hizo —explicó a la muchacha tomándola de las manos.
—¿Lo abandonaste? —preguntó la escritora recibiendo una negación por parte de Michaella.
—Yo no estaba consciente —explicó tomando el borde de su vestido con vergüenza—. Él me había hecho enojar mucho y... él había matado a mis padres, yo no sabía qué hacer.
—¿Quieres decir que tú...? —cuestionó Mundriak colocando una mano sobre su boca—. ¿Lo mataste, Michaella?
Después de afirmar con la cabeza, la rubia y hermosa chica se soltó a llorar en manos de su creadora. El corazón le dolía como a nadie cada que pensaba en esa historia y su rostro lo demostraba con macabros gestos de sufrimiento.
—Tranquila —susurró Mundriak tomándola de los hombros—. Yo no te juzgaré. Sé todo lo que viviste antes de eso.
—Mundriak... es que has sido como una amiga durante estos días y yo nunca había tenido amigas —sollozó Michaella mirándola con arrepentimiento—. Es por eso que a veces confundo las cosas y... Yo quería defenderte.
—¿Qué?
—Lo lamento tanto, se salió de mis manos, yo...
—¿Qué estás tratando de decirme? —preguntó Mundriak apartando a Michaella de ella.
—Eso era lo segundo que necesitas saber... Ayer fui a buscarlo —confesó la joven mordiendo su labio—. Ya no quería que se burlara de ti.
—Michaella... ¿qué fue lo que hiciste? —repitió la adolescente perdiendo toda la paciencia que había acumulado.
—Lo siento tanto —soltó la chica colocando sus manos en el cabello—. Perdóname, por favor.
—¿Tú lo mataste? —preguntó Mundriak mientras temblaba por la furia—. ¡¿Tú mataste a Tom?!
—Sí, sí, sí, perdóname, de verdad —expresó el personaje arrodillándose frente a la chica.
—Necesito.... Necesito un momento —dijo la muchacha apretando sus manos.
—Eleanor está mal, todo esto le recuerda a lo que hizo y Flick nos prohibió hablar contigo de la verdad...
—Es en serio, Michaella, déjame sola —repitió Mundriak mirándola con fuerza.
La rubia la miró desgarrada y comenzó a desaparecer lentamente.
Los sollozos de Eleanor seguían escuchándose en el armario. La chica caminó hacia él y se sentó en el suelo con la espalda recargada en la puerta.
Mundriak intentó mantenerse tranquila, pero la sola idea de que una de sus creaciones hubiera asesinado a alguien la perturbó demasiado.
¿Qué es lo que pasaría si alguien se enterara?
Las lágrimas empezaron a desbordarse de los ojos de Mundriak y sus sollozos incrementaron considerablemente, hasta que el sonido igualó al de Eleanor. Estaban en total sincronía, casi como gemelas y, en ese momento, sus corazones latieron al mismo tiempo.
—Eleanor —susurró la chica cuando sus lágrimas se habían agotado. La mujer solo gritaba y jadeaba de manera terrorífica—. Eleanor... —repitió la joven mordiendo su labio—. Estoy asustada.
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