Capítulo 18
Las cosas entre León y Ariana pasaron a convertirse en una especie de ritual.
Cada noche que transcurría, la castaña bailaba en el escenario del Moonlight, derrochando sensualidad y erotismo, y dejando a todos y cada uno de los hombres boquiabiertos y un tanto alterados.
León se bebía una cerveza mientras observaba el numerito.
Hasta el momento había conseguido controlar sus celos y la furia que sentía al ser testigo del efecto que ella ocasionaba entre el género masculino.
Mientras ninguno de ellos le tocara un solo pelo no habría problema alguno. Caso contrario que sucedería si se les ocurría acercársele más de lo estrictamente permitido.
El mexicano no trabajaba más en el establemiento, pero estaba ahí para cuidar de ella. Había pasado de ser guardia de seguridad, a convertirse en una especie de guardaespaldas.
Y le encantaba maldición, le encantaba protegerla, estar ahí por si lo necesitaba, llevarla él mismo a su departamento cuando fuera su hora de salida. Esperar la señal que los dos habían acordado, y después... Ah, después hacerla suya hasta el amanecer.
Así era como habían estado transcurriendo sus noches y hasta que el sol apareciera, hasta que se llegara la hora en la que él debía marcharse y volver a su propia casa.
–Eres tan hermosa, nena...– León se endurecía contra la corriente eléctrica que lo recorría cada vez que la tocaba, le susurraba en todos y cada uno de sus encuentros porque en verdad necesitaba que lo creyera, que no había mujer que tuviese mayor belleza que ella.
Y así era como la hacía sentirse. Se sentía una diosa.
Le encantaba la manera en la que ese hombre, su amante, parecía volverse loco de deseo por ella.
–Oh, León...– gemía descontrolada.
–Y sabes tan bien... tan dulce...– lo excitaba tanto que no lo dejaba pensar en nada que no fuera aplacar aquel fuego en sus venas que lo consumía tortuosamente.
Ariana se clavó las uñas en la palma de la mano cuando el éxtasis que el mexicano le proporcionaba creció como un tsunami. El deseo creció hasta convertirse en llamas, un doloroso e intenso latido que provocó que cada pulsación de su corazón resonara entre sus muslos.
Estaba desnuda, León la había desnudado, sus pechos subían y bajaban con profundas respiraciones y rápidos jadeos. Tenía las piernas abiertas y estaba sentada encima de su tocador.
Totalmente dominada por las sensaciones, ella se retorció y gimió bajo las caricias de la lengua masculina.
No dudó ni por un momento que la ahogaría, pero no por ello dejó de anhelarlo y de suplicarle.
Tenía al hombre más viril y sexual devorando su femineidad. Placer era todo lo que podía sentir cuando estaba con él, oh y se lo hacía alcanzar en sus términos. La hacía correrse con un frenesí salvaje. La ponía a cien.
León estaba a mil. Simplemente con verla se ponía duro al instante, pero el tenerla así, hundiendo su lengua en la profundidad de su ser, sintiendo aquella intensa conexión y alcanzando a tocar la magia, desesperado por abrirla aún más, acariciándola con la boca y aspirando su olor embriagador. Un aroma a excitación que emanaba de ella, se filtraba en sus fosas nasales y lo convertía en un semental en celo con la mente en un solo objetivo... follarse a la mujer, colmarla de placer hasta que fuese insoportable para ella.
La castaña se mordía los labios, abría y cerraba los ojos, alcanzando a observar fragmentos del hombre que tenía la cabeza enterrada ahí donde era más mujer, utilizaba una mano para sujetarla de las caderas, y con la otra se acariciaba el pene endurecido arriba y abajo, una y otra vez, con mayor fricción y velocidad.
Aquello la hizo excitarse mucho más. Gimió descontrolada y brevemente fue azotada por el insano pensamiento de bajar la boca hacia su rígido miembro y... ¿Hacer qué? ¿Sería algo bueno? ¿A León le agradaría? ¿A ella le agradaría? No tenía la menor idea, pero se moría por intentarlo, la lujuria iba en aumento.
La bestia dentro de León gritaba de anhelo, intentaba ponerle nombre a todo lo que necesitaba de aquella mujer pero era imposible. No había palabras para describirlo.
Si hubo alguna vez un hombre en el planeta tierra que se sintiera en el paraíso, ese era él.
Ariana estalló en un orgasmo maravilloso. Arqueó su cuerpo como ofreciéndose por completo, su mirada permaneció, y emitió un último grito que retumbó en las cuatro paredes de la habitación.
Transcurrieron segundos hasta que los dos pudieron recuperar sus respiraciones.
León no pudo creerse lo hermosa que lucía ella en ese instante.
Agitada y cubierta de una fina y exuberante capa de sudor que aplastaba algunos de sus sedosos cabellos a su sien, los ojos intensamente marrones, las mejillas ruborizadas.
–Maldita sea– susurró él. –Eres preciosa– entonces subió hasta sus labios atrapándolos en un largo y apasionado beso, dejando que probara su propio sabor.
La llama de su deseo se disparó. No podía esperar, lo necesitaba ya mismo, a todas horas.
•••••
Muy temprano por la mañana, León, Gonzalo y Alex se encontraban desayunando en el IHOP más cercano del vecindario donde vivían.
Mientras León degustaba de un desayuno completo y su humeante e infaltable taza de café matutina. Reía divertido mientras escuchaba la conversación entre su hermano y su hijo.
–Te lo digo en serio, sobrino, tienes que hacer lo que te gusta, de otro modo estarás desperdiciando tu vida–
–Esta es la primera cosa en la que estoy de acuerdo con tu tío– le dijo León en acuerdo.
Alex escuchaba atentamente mientras devoraba sus waffles con maple.
–¿Ves lo que digo?– Gonzalo alzó los brazos con complacencia. –Es por eso que mañana mismo voy a presentar mi carta de renuncia en la oficina donde acaban de contratarme–
León casi se ahogó con su café.
–¿Llevas dos días en tu nuevo empleo y ya estás pensando en renunciar?– no se lo pudo creer.
–No estoy pensando en renunciar, Leoncín, ya lo tengo decidido. Mañana a primera hora imprimiré la hoja–
–Bueno, Alex, ya te he dicho que no escuches todo lo que dice tu tío. Ya sabes que a veces actúa como un loco–
–Un loco que no piensa ser infeliz encerrado diez horas en una oficina. Yo soy un alma libre y así lo seré por siempre–
–¿Y qué piensas hacer ahora que estarás desempleado?–
–Quizás pregunte si hay vacantes en el Moonlight– bromeó Gonzalo.
Por segunda vez, León se atragantó con lo que bebía.
–Era broma, hermanito–
Muy a su pesar, León rompió a reír.
–¿El Moonlight no era donde trabajaste durante tu descanso de la policía, papá?– preguntó Alex curioso.
–Sí, ese mismo– concedió.
–Yo creo que tu papito hizo más que solo trabajar ahí, Alex–
–Joder, Gonzalo, ¿no tienes un mejor tema de conversación? ¿Qué me dices de tu vida amorosa? ¿Ya convenciste a esa recepcionista guapa para que acepte una salida contigo?–
–Pues no, no la he convencido. Que disque tiene novio, pero yo ya le dije que no soy celoso. Tú sabes que hasta ahora ninguna se me ha resistido, y tarde o temprano esta pollita caerá– la realidad era que a dicha recepcionista le encantaba la atención que Gonzalo le daba.
León hizo ademán de mirar su reloj de muñeca.
–Pues yo creo que ya es más tarde que temprano, pero mucha suerte–
–JA JA, qué gracioso, Leoncito. Esta chica se me está haciendo la difícil pero así me gusta más el reto–
–Yo creo que deberías dejarla en paz–
–Lo haría si ella me lo pidiera pero la cosa es que se la pasa el tiempo entero coqueteándome, y yo me quedo donde sé que soy bienvenido– le guiñó un ojo travieso.
León rodó los ojos y se dirigió enseguida a su hijo.
–Te lo digo en serio, Alex, jamás escuches los consejos de este demente–
–Tío Gonzalo es muy gracioso, por eso las chicas lo adoran–
–¿Escuchas eso, hermanito? El cachorro sabe bien lo que dice– chocó palmas con su sobrino. –Y yo sé que el día que te ceda el lugar como el conquistador de la familia, le traerás honra a tu tío favorito–
–Creo que tendré que fallarte, tío. Yo no soy bueno conquistando chicas–
–¿Pero qué dices?–
El adolescente se hundió de hombros.
–Bueno, yo... Siempre me quedo congelado cuando alguna de mis compañeras de clase me habla–
–No, no, no, no, no– Gonzalo negó. –¿Cómo me dices eso, Alexander? Es inaceptable–
–Déjalo en paz. Él se acercará a las chicas cuando se sienta listo– inquirió León.
–Pues yo creo que ya debe estar listo. Escucha esto, Alex. Ya estás galán, tienes los genes Navarro en tus venas, así que por esa parte no debemos preocuparnos. La cara viene de agencia– chasqueó la lengua. –Quizás pronto se llegue el tiempo en que empecemos a entrenarte en el gimnasio, pero de eso nos ocuparemos más tarde. Ahora, aquí lo importante es tu personalidad, y sobre todo el trato que les das. Elige a una, sonríeles, un guiñito de ojos, miradita coqueta, al día siguiente actúas como si no existiera, pero después llega con algún detalle para ella. Te aseguro que la tendrás comiendo de tu mano–
–Cierra la boca, Gonzalo. Mi hijo cree que eres lo máximo, y no dudará en seguir tus ridículos consejos–
–Esperanos tantito, León, ahorita volvemos contigo–
–Ya déjate de estupideces Gonzalo. Sólo lograrás confundir a Alex–
–Yo sólo quiero que disfrute más su vida–
–¿Cómo tú que andas de fiesta en fiesta? Olvídalo–
El chico rió.
–Vaya, como me hubiese gustado tener un hermano. Adoro la relación que tienen, y también con tía Cam–
León soltó un suspiro.
–Alex...–
Él le sonrió tiernamente.
–No tienes que decir nada, papá. Yo sé bien que las cosas no funcionaron entre mamá y tú, y no pasa nada. Soy muy feliz con lo que tengo. Los amo mucho–
Con su mano grande y morena, León acarició la mejilla de su cachorro. Siempre estaría agradecido por tenerlo en su vida. Era un hombrecito maravilloso.
–Te amo, campeón–
–Awww– Gonzalo se unió al abrazó extendiendo los brazos en ambos. –Hacen que me den ganas de tener a un pequeño Gonzalito–
–Quizás ya sea tiempo de que sientes cabeza– concedió León. –Pero primero necesitas conseguir una cita para el próximo San Valentín– el cual sería ese mismo viernes.
Gonzalo se hundió de hombros.
–Yo no me preocupo por San Valentín. De hecho no pasaré solo ese día, sino que alguien la pasará sin mí–
León rodó los ojos pero más risas se escucharon en la mesa.
Pronto pagaron la cuenta y se prepararon para salir del restaurante.
–Iré al cajero por efectivo. ¿Los busco en alguna tienda?–
–Me marcas–
–Va que va– Gonzalo se alejó de ellos e inició su camino en busca del ATM.
–Mamá no debe tardar en venir a recogerme– dijo Alex de pronto mientras miraba la hora en su celular. –Pero me gustaría comprarle algo. Su cumpleaños es el miércoles–
–Entonces vayamos en busca de algo lindo para ella– le sonrió León y juntos se encaminaron a la tienda de regalos.
Alex se fue directo a los relojes. Su madre era gran aficionada de aquellos accesorios.
León por su parte se distrajo con algunas nimiedades.
Mientras miraba los estantes llamaron su atención algunos osos de peluche. Una muñeca en especial, de rostro hermoso y hebras de cabellos castaños.
Le recordó demasiado a Ariana, pero la tierna imagen de una preciosa niñita abarcó toda su mente.
De pronto se encontró sonriendo, y la idea de comprarla para ella lo ilusionó demasiado. Se sorprendió deseando ver la dulce carita emocionada de Gianna.
–¿Qué te parece este, papá?– la voz de Alex lo interrumpió trayéndolo de vuelta a la realidad.
–Está muy bonito, cachorro–
–Sí. Lo mejor es que puedo comprarlo yo mismo. Estuve ahorrando todo el mes–
León se fijó entonces en el precio... $25 dólares.
Emma se iría de espaldas en cuanto lo viera. Ella solamente usaba cosas costosas y de marca. Seguro haría algún comentario de dicho reloj, y con ello lastimaría los sentimientos de su hijo, porque lastimosamente así era aquella mujer. No tenía filtros, no se preocupaba por nada ni nadie que no fuera sí misma.
Exhaló.
–¿Por qué no vas a comprarme un helado en el puesto de afuera, y mientras tanto me das el dinero y yo voy a la caja a pagar? Así le pido a la chica que le ponga una envoltura adecuada–
Alex asintió gustoso sin sospechar el plan de su padre. Le entregó los veinticinco dólares y sin más salió hacia el Dairy Queen que se encontraba a las afueras.
–Eh, señorita– prontamente León llamó a una de las dependientas. –¿Podría devolver este al estante?– le regresó el reloj que Alexander había elegido. –¿No tendrá alguno de mayor valor que se le parezca?–
–Claro que sí. Están en esta parte– la empleada le pidió que la siguiera y le mostró.
León los observó todos. La mayoría estaban arriba de los $150 dólares. Seguía siendo demasiado barato para el gusto de Emma, pero al menos lo aceptaría de buena gana. Joder, más le valía que lo aceptara.
–Me llevaré el dorado que tiene destellos rosados–
–El rose gold– la empleada sonrió complacida de atender a un hombre detallista.
–¿Y... podría envolverlo para regalo? Algo rosa estará bien–
–Estoy segura de que a su esposa le encantará–
–Sí, claro, mi esposa– murmuró León de mala gana, entonces recordó la muñeca que llevaba en su mano. Se sobresaltó al hacerlo y después se lo entregó a la joven mujer. –Agregue esto a la compra. La quiero envuelta también por favor–
Sin más, pagó por el obsequio, dio las gracias y salió del local. Encontró a Alex devorando un cono de nieve con cubierta de chocolate. Lo vio extenderle un Blizzard de nuez.
–Ah, a mamá le fascinará su regalo– exclamó el adolescente emocionado.
–Sobre el reloj, hijo...– León carraspeó. –Tuve que cambiarlo. La señorita me dijo que ese que habías elegido traía un defecto de fabrica, pero el que elegí es igual y más bonito–
–Está bien, papá. Confío en tu buen gusto– asintió Alex en acuerdo y rapidamente metió la caja a su mochila. Luego frunció el ceño al ver que su padre llevaba un obsequio más. –¿Y eso para quién es? ¿Para tía Cami?–
León carraspeó y de repente empezó a ponerse nervioso.
–Eh... es una muñeca– le mostró.
Alex mostró una sonrisa confundida.
–¿Una muñeca?– rió.
–S...sí, sí, una muñeca. Es para la hija de una compañera del trabajo, muy querida. Es una niña muy mona. ¿Te parece mal que quiera obsequiarle algo?–
–Claro que no, papá. Está bien que tengas amigas y que te agraden sus hijas o hijos, oh y que quieras obsequiarles juguetes y eso–
Ah, su hijo era maravilloso. El moreno agrandó su sonrisa.
¿Le agradaría a Alex la idea de tener algún día una pequeña hermanita?
Estaba seguro de que aceptaría a Gianna, y que la adoraría tanto como él ya la adoraba.
Se encontró deseando entonces, y con todas las fuerzas de su alma, formar una familia con Ariana. La sola idea lo hacía llenarse de ilusiones.
Su sonrisa se borró en cuanto vio aparecer a Emma.
Por el contrario, Alex se emocionó y corrió a abrazarla y darle un beso en la mejilla.
Mientras se dejaba abrazar por el chico, la rubia mantuvo su mirada fija en el moreno que tenía enfrente. Le dedicó una mirada apreciativa y no hizo nada por esconder lo que revelaba su expresión.
León le seguía gustando, mucho más de lo que le había gustado cuando los dos habían sido un par de jovencitos. A su parecer, el hombre era como los buenos vinos, mientras más transcurría el tiempo, se ponía mejor. Era increíblemente atractivo. Su piel morena la atraía, también la barba que aparecía a diario aunque se rasurara cada mañana. Los ojos verdes le parecían fascinantes pero era su evidente virilidad lo que en verdad la hacía volverse loca de lujuria.
–¿Cómo estás, León?– preguntó, su voz siempre exquisita.
–¿Qué tal, Emma?– asintió él un tanto incómodo.
–¿Eso es para mí? ¿Acaso recordaste mi cumpleaños?– inquirió ella al ver el regalo en sus manos. Arqueó una ceja expectante.
León se demoró en responder.
Por fortuna Alex salió al rescate.
–No, mamá. El tuyo lo tengo yo– le sonrió contento.
–Oh– Emma intentó disimular su decepción. –Claro. ¿Por qué habría esperado algo de ti?– le preguntó directamente a su ex.
–Espero que disfrutes mucho tu cumpleaños–
–Lo haré. El fin de semana me espera un delicioso viaje a Los Cabos–
–Me refería al miércoles, Emma, con nuestro hijo haciéndote compañía– el tono de León fue de molestia.
–Desde luego que será un cumpleaños extraordinario con nuestro Alex– mientras lo decía tomó la cabeza del chico y la acunó en su pecho. –¿No es así, mi cielo?–
–Sí, mamá. Será un día fantástico– asintió él.
–¿Ya estás listo para marcharnos?–
–Sip– respondió Alex sujetando las correas de su mochila a los costados.
–Entonces márchemonos ya– Emma colocó sus lentes de sol e inició su camino.
–Nos vemos el viernes en la tarde, cachorro. Te amo–
–Yo también te amo, papá– padre e hijo se abrazaron. –Adiós, tío Gonzalo– de igual modo se despidió de su tío quien recién llegaba, y entonces Alexander corrió para poder alcanzar a su madre.
León los observó marcharse.
Gonzalo soltó un silbido de alivio.
–¡Mierda! Pero qué gusto me da saber que Cruella se ha marchado y no tuve que verle su horrenda cara–
A decir verdad, Emma era una mujer muy bella. Su belleza era clásica y aristocrática, sin embargo Gonzalo no podía ver nada de aquello en ella. La despreciaba y la había despreciado desde el primer momento en que León se la había presentado a la familia. Para nadie era ningún secreto que jamás habían congeniado. Incluso el día en que se habían separado, se había encargado de llevar a su hermano mayor a festejar por haberse librado de "aquella víbora ponzoñosa" como la había llamado en ese entonces.
–¿Sabes? No te lo conté pero hace un par de noches tuve la horrible pesadilla de que tú y ella se reconciliaban y... ¡Agh!– se estremeció de horror. –No, no, no... ¡Joder!–
León rió con ironía.
–Sabes que eso jamás ocurriría, Gonzalo– de eso estaba más que convencido. Emma era parte de su pasado. Además nunca la había amado.
–Pues será el sereno pero necesitas encontrarte una mujer para que jamás vuelvas a poner tus ojos en esa arpía–
León se hundió de hombros.
–Quizás ya la encontré–
Gonzalo lo miró boquiabierto.
–¡¿QUÉÉÉÉÉ?!– una enorme sonrisa se dibujó en su rostro abarcando todo el espacio de oreja a oreja. –Yo lo sabía– empezó a decir emocionado. –Yo sabía que te traías a una pollita por ahí escondida– vociferó sonidos de triunfo y apretó las manos expresando del mismo modo. –Vamos, vamos, tienes que contarme. ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿La conozco? ¡Vamos, dime!–
–No pienso decirte nada–
–¿Pero por quéeee?– insistió Gonzalo.
León no estuvo dispuesto a ceder. Y un cuerno que le iba a contar.
Volvió a negar.
–Maldición, Leoncito. Soy tu hermano, yo quiero saber. ¿Acaso no piensas presentárnosla?–
–Quizás, pero todo a su debido tiempo. Primero tengo que conquistarla–
–No me digas que se está haciendo la difícil–
–Algo hay de eso–
–Pues eres mi gallo, mano. Yo sé que podrás con esta pollita. Nadie se resiste a un Navarro– le guiñó el ojo. –¿Y qué? ¿Eso es para ella?– preguntó Gonzalo refiriéndose a la caja de regalo.
León la miró durante unos cuantos momentos.
>Es para su hija<
–Algo así– respondió.
Gonzalo volvió a gritar de emoción.
–¡Bien! ¡Bien!– le aplaudió y golpeó su hombro como camaradería. –¡León, este juego es tuyo! ¡Ve por ella y mete un touchdown como los grandes!–
•••••
Ariana a veces se preguntaba cómo sería su vida si no hubiese tenido a Gianna.
La realidad era que siempre había estado sola.
Su mamá la había abandonado en algún momento entre su nacimiento y sus primeros cinco años. No tenía ni un solo recuerdo de ella. Ninguno. Y su padre... Flavio Butera jamás le había dado ni un poco de cariño. Ni una pizca. Todo lo contrario. La había abusado física y emocionalmente. La había golpeado e insultado hasta el cansancio haciendo de su vida un infierno, hasta el momento en el que había salido huyendo de su casa, creyendo que lo había asesinado.
Y todo aquello no había sido nada comparado con la pesadilla que había vivido junto a Pete Davidson. Sin embargo Ariana pensaba que de entre todo aquello, el cielo la había compensado con el maravilloso ser que era su pequeña.
Gianna lo era todo para ella, y no podía imaginar una vida en la que no la tuviera a su lado.
Cada vez que la miraba se concentraban todas las ilusiones que tenía, y que había tenido cuando también había sido niña.
Estaba decidida a que su hija tuviera una vida distinta a la suya, a que cumpliera sus sueños y fuese feliz. Eso era todo lo que le importaba.
Amaba cada segundo a su lado, y eso mismo era lo que pensaba mientras ambas caminaban tomadas de la mano rumbo a la escuela.
A unos cuantos metros se observaban los niños que salían ansiosos de sus clases en compañía de sus padres.
–¿Cómo te fue hoy, mi amor? ¿Aprendiste muchas cosas?–
Gianna asintió. Era muy inteligente y lo aprendía todo con rapidez. Había empezado a relacionarse un poco más con sus compañeritos, pero aún así seguía negada a hablar.
Ariana no la presionaba.
–Wow. Me alegro mucho, Gigi. Eres increíblemente lista–
Las dos continuaron su camino cuando alguien no esperado se atravesó impidiéndoles el paso.
–¿Qué tal?– les sonrió. Era el padre de Bobby.
Inmediatamente la expresión de la castaña cambió. Encontrarse con el señor Owen era lo último que hubiese querido. Siempre se portaba como un maldito acosador, ni siquiera era capaz de mirarla a la cara, su mirada se concentraba siempre en sus pechos, y en ese momento no fue la excepción. De pronto ella sintió el fuerte deseo de abofetearlo pero sabía que hacerlo ahí frente a la escuela y frente a todos los compañeritos de Gianna y demás padres de familia, sería fatal. Apretó las manos para resistir el impulso.
–Buen día. Nos vemos– le respondió mordazmente. Ya no le importaba sonar grosera cada vez que él se le ponía enfrente. Intentó rodearlo y seguir su camino pero de nueva cuenta el sujeto se interpuso.
–Espera, espera. ¿Por qué siempre tienes prisa por marcharte? Sólo quiero charlar contigo. Que tengamos un momento agradable– sonreía como si de verdad fuesen amigos o algo por el estilo.
Ariana sentía tanta repulsa hacia él que no podía creerse que no se diera cuenta. O quizás sí lo hacía pero no le importaba.
–Tengo muchas cosas que hacer, señor. No puedo perder mi tiempo– le dijo tajante.
–Vamos, espera un poco. Yo imagino que debes vivir una vida muy dura. Madre soltera y encima tener que trabajar tantas horas para poder sobrevivir...–
El comentario la confundió pero entonces otra cosa más llamó la atención de Ariana. Miró fijamente a Bobby, quien se sujetaba del pantalón de su progenitor, ya que el muy insensato ni siquiera se dignaba en darle la mano. El pobre niño estaba sucio de la ropa y manchado de la carita. Resultaba obvio que no era un papá demasiado atento. Sintió pesar por el pequeño y por el hombre en el que se convertiría teniendo a aquel sujeto como ejemplo a seguir.
–Mi vida es algo que no es de su incumbencia– ella arrugó las cejas, estaba enfadándose verdaderamente.
–Pues yo creo que sí– insistió el señor Owen. –¿Sabes? Antes tu cara me parecía muy familiar. Cuando te veía por aquí mi subconsciente me decía que te conocía de alguna parte pero no lograba recordar de dónde–
Ante aquellas palabras todas las alarmas internas de Ariana empezaron a activarse.
No le gustó la dirección en la que estaba tornándose la charla y tampoco el tono cínico que estaba utilizando.
–¿A qué se refiere?–
Entonces las intenciones quedaron claras.
–Hablo de que ya he atado cabos sueltos, y he llegado a la conclusión de que eres Cat, trabajas en el Moonlight, mi lugar favorito en el mundo, por cierto– al señor Owen poco le importó decir algo como eso en presencia de su hijo. Encima sonreía como si estuviese orgulloso. El padre del año, sin duda.
La expresión en el rostro femenino fue de horror puro. Uno de los miedos más grandes de Ariana se estaba presentando ahí, en ese mismo instante y no podía hacer nada por evitarlo.
–Por tu cara sé que no me he equivocado. Además esas piernas que tienes...– con su sucia mirada la recorrió. –Es imposible que hayan dos pares como esas en el mundo. Son únicas, primor–
La castaña estaba estática, creyéndose que estaba viviendo una más de sus pesadillas pero no era así. Aquel detestable sujeto la había descubierto y no le estaba importando nada más que hacérselo saber de la manera más descarada posible.
No podía hablar ni moverse, aunque lo que debiera de haber hecho fue salir corriendo con su hija de ahí.
–¿No vas a decir nada?– el hombre insistió. –Yo deseo confesarte que soy tu más grande admirador. Y... si bien no soy millonario, me va bastante bien en el trabajo. Tengo el dinero suficiente para consentirte un poco, ya sabes, fuera de tu horario laboral. Me gustaría tener una cita contigo–
¡Oh, él no había dicho tal cosa!
Las mejillas de Ariana se encendieron de pura ira, de indignación, de desprecio por él y por todos los hombres de su calaña.
Estaba decidida a no dejarse vencer una vez más, a no dejar que la utilizaran más.
–Está loco si cree que voy a aceptar. ¡Déjeme en paz!– le exigió.
Pero él soltó una risa sarcastica.
–Creo que no estás entendiendo, primor. No estoy preguntando si quieres o no. Lo harás. Saldrás conmigo y después... utilizarás tus encantos para convencerme de no revelar tu secreto a todos en la escuela–
Ariana sintió el corazón en un nudo. Se sintió temblar a sí misma.
–No se atrevería...– susurró llena de terror ante la sola idea.
El señor Owen se hundió de hombros.
–No puedes culparme. Estoy un poco enamorado de ti, dulzura. Y creéme, haría cualquier cosa con tal de tenerte. Entonces, ¿paso por ti a las siete?–
Lágrimas amenazaron con salir pero ella fue fuerte y las contuvo. Apretó los dientes.
–¿Por qué hace esto?– su voz se quebró. –Por favor, déjeme en paz. No siga más con esto–
En su rostro vio que no estaba dispuesto a dar marcha atrás ante su petición.
–¿Dejarte en paz? Ah, eso no. Debo decir que me encantan tus dos facetas. Ya me sentía atraído por ti desde antes de saber que eras la misma mujerzuela que me tiene fascinado. Ahora que lo sé, no estoy dispuesto a dejarte escapar, ¿lo oyes? Te quiero para mí–
Ariana ya estaba asqueada. Lo despreció con todas sus fuerzas.
–¿Cómo puede decirme todo esto frente a su hijo y frente a mi hija? Puede irse olvidando de que acepte su invitación, si es que se le puede llamar invitación a la amenaza que acaba de hacerme. Jamás saldría con usted, ¿lo ha entendido? Jamás– no más miedo. No estaba dispuesta a sentir más miedo. Nunca más.
Él arqueó una ceja.
–¿Estás segura? Porque si no lo haces mis palabras no quedarán en amenaza. Le contaré a toda la sociedad de padres de familia la clase de mujer que eres, y la manera tan vergonzosa en que te ganas la vida, también se lo diré a los profesores, a la señorita Nancy, a la directora. Oh... ¿Qué crees que diría si se entera de que tiene inscrita en esta respetable institución a la hija de una puta?–
¿De verdad aquel patán se había atrevido a utilizar aquella desafortunada palabra frente a Gianna y frente a Bobby?
Los dos niños miraban confundidos. Ambos parecían angustiados, o quizás asustados. No entendían lo que sucedía pero podían percibir en el ambiente que se trataba de algo malo.
Esta vez Ariana no supo qué decir, cómo reaccionar. Se sintió perdida y no tan valiente como había pensado.
Sin embargo antes de que su cerebro lo procesara todo, sucedió algo que la dejó por instantes congelada.
–¡Repite frente a mí cómo acabas de llamarla!– León había salido de alguna parte y lo había arrastrado lejos de ella. Lo mantenía sujeto de la camisa y hacía presión contra la tela en un claro intento de lastimarlo. –Repítelo, cabrón, hazlo y te romperé todos los dientes. Acabas de cometer el peor error de tu vida–
El moreno parecía más alto y más fuerte a medida que mantenía al desgraciado bajo su dominio, sus brazos enormes y las manos apretando hasta lo imposible al hombre que la había importunado. Los ojos verdes feroces y brillando con instinto animal, capaces de matar si encontraban a su hembra en peligro. Y ese instante así era como lo sentía.
Ariana se sintió aterrorizada de que las demás personas a su alrededor notaran lo que estaba ocurriendo, y mucho más trató de evitar que León se metiera en un buen lío por culpa suya.
Rápidamente trató de interponerse.
–Cielo santo, León, suéltalo, suéltalo ya mismo– le ordenó pero su amante no parecía escucharla. Sus puños lo sujetaron con mayor furia y lo sacudió un par de veces.
Dado el tamaño de ambos, no quedaba lugar a dudas de que el señor Owen quedaba en una seria desventaja.
–¿Qui...quién demonios eres?– estaba impresionado y evidentemente horrorizado. Ni él ni Ariana habían esperado que apareciera.
La mirada verdosa de León destelló de adrenalina. La violencia que se veía en ellos le causaba escalofríos.
–Soy el hombre que te va a partir la cara por ser un maldito hijo de perra. ¿Te hizo algo, Ariana? ¿Te hizo algo este jodido degenerado?–
Ariana negó casi desesperada por hacer que lo soltara.
–No, no, León, no me hizo nada, ya suéltalo. Santo cielo, empezaremos a llamar la atención. Por favor, déjalo ir–
Por mucho que deseara romperle los huesos a aquel malnacido, León no podía ser indiferente a los ruegos de la castaña.
Lo miró amenazadoramente.
–No te daré tu merecido por respeto a esta mujer, y a los niños, pero te voy a dejar algo muy claro, imbécil. No puedes volver a acercarte a ella, nunca, no puedes volver a molestarla, no puedes volver a mirarla, maldita sea, no puedes si quiera respirar el mismo aire, así que considera que debes permanecer al menos un kilometro lejos de ella. De otro modo, serás hombre muerto, y además tu esposa se enterará del sucio pervertido que eres– después de escupirle la amenaza, el mexicano lo soltó. Así sin más.
El hombre casi se tambaleó y estuvo a punto de caer al suelo pero consiguió mantener el equilibrio en un par de patéticos movimientos.
Tomó a su hijo y lo arrastró consigo alejándose prontamente de ellos.
León trató de recuperar su respiración, de deshacerse de toda la agresividad que estaba latiendo en sus venas.
Se dio cuenta de que Ariana estaba llorando pero luchaba por esconder sus lágrimas para que Gianna no las viera.
Aquello lo hizo rabiar mucho más y se arrepintió de haber deja ir ileso a aquel cabrón. Una frustración muy grande lo recorrió, y entonces fijó su atención en Gianna.
La pequeña lo miraba a él y a su mamá con evidente confusión.
Exhaló y le sonrió después se inclinó para cargarla y colocarla en una banca que estaba a unos cuantos metros.
Cogió a Ariana del brazo y se alejaron un par de pasos, bajando el tono de su voz para que no los escuchara.
–Te ha hecho llorar. Déjame ir por él, y...–
Ella negó.
–No, no. Por favor no. León, no se te vaya a ocurrir hacer nada–
–Ariana...– le recriminó.
La castaña continuó negando. Después cerró sus ojos como intentando tranquilizarse.
–Yo... sólo... Escucha, gracias por defenderme de él, pero no quiero ni necesito que te metas en esto–
Él endureció su expresión.
–Te defenderé de todos y contra todo, ¿entiendes eso?–
Lo peor del caso era que Ariana entendía. La había estado protegiendo durante mucho tiempo ya. Lo sentía tan... natural, tan familiar. Jamás se había sentido tan segura como ahora que lo tenía a él en su vida.
Aún así las cosas no debían de ser de aquel modo.
–¿Por qué viniste? ¿Cómo supiste que estaba aquí?–
–Le pregunté a la señora Doris. Ella me dijo cómo llegar. Compré algo para Gianna, y... quería dárselo–
Pero Ariana apenas y puso atención a lo que decía. Volvió a negar.
–¿Podrías cuidarla un momento? Necesito entrar a hablar con la directora–
–Claro que sí, ¿pero qué le dirás? ¿Acusarás al degenerado este?–
–No. Voy a informarle que sacaré a mi hija de esta escuela. Gianna no puede seguir aquí– fue su respuesta. No lo había pensado mucho. La decisión estaba tomada aún así y no iba a cambiar de idea. No habría poder en el mundo que la hiciera declinar. Era por el bienestar de ambas.
–¡¿Qué?!– León se mostró consternado. –Ariana, pero es él quien debería largarse y no volver nunca. Tú no has hecho nada malo, ¿cuándo vas a comprenderlo?–
–Debo hacerlo, por Gigi. No quiero que nadie le haga daño, ni que se metan con ella–
–Pero no es justo– insistió el moreno.
Lágrimas volvieron a amontonarse en las pupilas castañas de la joven y angustiada madre. La voz se le quebró una vez más.
–¿No lo ves? Nada en mi vida ha sido justo. Yo nunca dejaré de ser lo que soy, una bailarina erótica que entretiene hombres. Y esta siempre será mi lucha. Proteger a Gianna de ese mundo tan injusto–
Esta vez León no supo qué decirle porque podía entender su determinación a no dejar que la pequeña sufriera. Se sintió impotente al no poder hacer nada cuando él se lo quería dar todo, incluyendo su protección.
Ariana dio media vuelta y entró a las instalaciones de la escuela desapareciendo de la vista del policía.
Él llevó sus dos manos al rostro y lo estrujo con tensión.
Misma tensión que desapareció nadamás con ver a la preciosa niña.
Todo su ser se embargó de ternura y lentamente se fue acercando a ella.
Gianna se había bajado de la banca para ir a jugar al área de juegos que estaba ahí mismo.
Le sonrió y se puso en cuclillas para poder mirarla a la cara.
–Hey, bonita, ¿cómo estás? ¿Estás bien?– tenía que asegurarse de que lo estuviera. Era primordial para él. Deseaba no haberla asustado, de otro modo lo lamentaría muchísimo. Sabía que Ariana no confiaba en los hombres, y Gianna, al no haber tenido nunca a uno cerca debía sentir algo similar. La buena noticia era que presentía que le agradaba porque siempre respondía a sus sonrisas. Y lo hacía de una manera tan dulce que le derretía el corazón.
La vio asentir y lo hizo sentirse muy aliviado.
Era pequeña y estaba claro que no había entendido nada de lo ocurrido.
–Mamá regresará en unos momentos más. Fue adentro porque se olvidó de algo importante, pero yo te cuidaré, ¿vale? Nunca dejaré que nada malo te pase, Gianna– León le estaba haciendo una de las promesas más importantes de su vida, aunque la niña no fuese consciente de ello.
–Yo ya no verte– escucharla hablar fue maravilloso. Su voz era el sonido más agradable y delicado que hubiese escuchado nunca. Y le estaba diciendo que ya no la había ido a ver.
Su corazón volvió a explotar y León no pudo evitar pensar en todas aquellas noches que había pasado en el departamento de Ariana, haciendo el amor hasta que los dos gimieran exhaustos. Al final, al marcharse, cada una de aquellas veces se había detenido a mirar la puerta de Gianna, deseando con una extraña ansia poder tener el derecho de entrar y darle un besito en la frente, leerle un cuento o consolarla si tenía pesadillas.
–Lo sé– le respondió con pesar. –Pero no es porque no haya querido verte, princesa. Si por mí fuera, yo estaría encantado de ver esos hermosos ojitos que tienes, todos los días. Sería mi mayor fortuna– estaba hablando malditamente en serio. Tener a Ariana y a Gianna, formar una familia con ellas... El anhelo por ese sueño creció aún más dandole un vuelco. –¿Te gustaría que nos viéramos siempre?–
Contenta, Gianna volvió a asentir.
–Espero lograrlo algún día. No está siendo nada fácil pero no quitaré el dedo del renglón, así que deseáme suerte– alzó su propio dedo pulgar provocando que Gianna lo imitara.
La niña en verdad estaba deseándole suerte.
Los dos rieron.
–Por cierto, tengo un obsequio para ti. ¿Quieres verlo?–
La carita llena de emoción lo hizo sonreír mucho más, y también aumentó su deseó de que fuera su hija, de él ser su padre porque sabía que ella necesitaba de uno. Pero no de cualquiera, sino de alguien que aceptara la responsabilidad y lo encontrara como el maravilloso regalo que era.
Juntos se encaminaron al auto que estaba estacionado ahí cerca frente a la acera.
No avanzaron mucho cuando fueron interceptados por dos mujeres que al parecer eran madres de familia.
Se colocaron precisamente frente a ellos, y ambas lo miraron con total desconfianza e incertidumbre.
–Disculpe, ¿es usted familiar de la niña? Porque nosotras conocemos a su madre– le dijo una de ellas con tono serio.
León frunció el ceño pero después comprendió.
–No directamente, pero Gianna está segura conmigo. La estoy cuidando mientras Ariana habla un asunto importante con la directora–
Ellas no creyeron en él del todo, y entonces miraron a la pequeña.
–Gianna, ¿conoces a este hombre, cariño?–
Tomada de su mano, y sintiéndose segura de estar junto a aquel moreno grandote de ojos verdes, la niña asintió gustosa.
Las expresiones de ambas mujeres cambiaron de repente. Volvieron su mirada hacia el hombre y esta vez demostraron curiosidad.
–Entonces... ¿Usted es novio de Ariana?–
Ahora estaban sorprendidas.
León carraspeó nervioso pero después se dijo que debía responderles afirmativamente para que no desconfiaran de él.
–Yo... eh... Sí, sí lo soy. Soy su novio– ah, y quizás todo era mentira, pero se sentía tan bien decirlo. El día en que Ariana aceptara ser su novia sería el más feliz de su vida. Después le pediría que fuera su esposa claro, porque quería todo el paquete completo, a ella, a Gianna, matrimonio, junto a Alex y más hijos, y toda una vida juntos.
Ahora las mujeres sonreían. Parecían contentas y seguro lo estaban pues se estaban enterando de un chisme muy apetitoso.
–Oh, bueno, en ese caso, disculpe las molestias, señor...–
–León– se presentó él.
–León. Es un gusto–
–No se preocupen– continuó hablando el moreno. –Está todo bien. Y muchas gracias por cuidar de la seguridad de Gianna. Sé que mi hermosa Ari se los agradece–
Esta vez León y la niña continuaron su camino mientras las madres se quedaban murmullando sobre lo guapo y alto que era, y la bonita pareja que hacía con Ariana.
Llegaron al auto y entonces él mismo sintió mucha emoción porque regalarle aquella muñeca lo había ilusionado muchísimo desde esa mañana.
–Cierra los ojos, pero no los abras, eh– le dijo divertido.
Gianna obedeció gustosamente y pareció impaciente.
León tomó la caja de regalo que tenía dentro de su auto y enseguida la colocó enfrente de ella.
–Toma, princesa. Esto es para ti–
Los bellísimos e infantiles ojitos marrones se llenaron de emoción. Aquella carita de felicidad valió cada dólar gastado. Valía la reprimenda de Meloni por haberse salido en horario laboral. Lo valía todo.
Sonrió fascinado mientras la pequeña miraba la muñeca encantada.
–¿Te gustó?– le preguntó.
La respuesta de Gianna fue asentir alegremente.
–Es bonita– escuchó de nuevo la tierna vocecita.
–¿Te parece?– León arqueó una ceja. –Pues tú lo eres mucho más–
Oh, y no mentía ni exageraba.
Gianna era la criatura más dulce del planeta entero.
Ariana tenía razón... ¡Joder! Tenía que protegerla de todo.
•••••
Quince minutos más tarde, Ariana apareció, y León notó que seguía un tanto alterada. Se acercó a ella preocupado.
Lo primero que la castaña hizo fue abrazar a su hija aferrándola con todas sus fuerzas para encontrar un poco de consuelo en aquel ser divino.
Todavía emocionada por el obsequio que había recibido, Gianna le mostró con entusiasmo la muñeca.
–Mamá... León– le señaló al moreno que se la había regalado.
Ariana trató de sonreírle y vagamente se preguntó desde cuándo su pequeña había empezado a llamar por su nombre a aquel moreno de ojos verdes.
–Wow, mi amor, qué muñeca tan linda–
Le acarició la carita y le dio un par de besos en sus mejillas. Después se enderezó dejando que la niña continuara jugando.
–¿Se lo dijiste?– le preguntó León entonces.
Ella asintió.
–Sí, sí se lo dije–
–¿Y qué dijo?–
–¿Qué tendría que decir?– Ariana se hundió de hombros con frialdad. –La última palabra la tengo yo. Le informé que a partir de mañana Gianna no viene más a esta escuela. Pasaré por sus papeles el viernes–
León exhaló. No había nada más que decir sobre el tema. Ariana era la madre de esa adorable niñita, así que sólo ella podía saber lo que resultaría mejor para su bienestar.
–Quería... comprarle a Gianna un helado, pero no quería hacerte enfadar si le daba golosinas antes de la comida. La solución es alimentarla antes del helado. ¿Me permites invitarlas a comer?–
La castaña negó.
–León, no me siento bien–
–Lo sé. Por eso no quiero alejarme de ti en estos momentos. Quiero que te tranquilices. Vamos, te distraerás un poco si vas conmigo a este restaurante mexicano que tanto me gusta. Te encantará la comida de mi país–
Ariana todavía estaba tan afectada que necesitaba desesperadamente aquella oportunidad para distraerse, enfriar su cabeza, y sobre todo seguir disfrutando de la sensación de no estar sola, como cada vez que se encontraba junto a él.
–De acuerdo– aceptó de una.
•••••
Tal y como prometió, León las llevó a ambas a aquel reconocido restaurante mexicano.
Al moreno le agradó ver que a Gianna le había encantado todo lo que sirvieron en su plato, pues lo había devorado con gran apetito. Después, y como era natural en cualquier otra niña o niño de su edad, corrió a los toboganes y a la piscina de pelotas para divertirse.
Por el lado contrario, le preocupó ver que Ariana casi no había probado bocado.
Sintiendo mucha preocupación por ella, colocó su mano encima de la suya.
La castaña la miró por unos cuantos instantes pero no la retiró. Después alzó el rostro y se miraron fijamente.
–León, esto no estaba en lo que acordamos– le dijo quedamente. Casi estaba sin aliento.
No habían acordado tener trato personal más allá del sexo, no habían acordado que él sería su soporte en momentos como aquel, mucho menos que conviviría con Gianna como si fueran una familia.
–Lo que acordamos o no, me importa un carajo, Ariana. Estoy preocupado por ti, por Gianna. No puedo evitar sentir esto. Lo lamento, pero haría lo que fuera porque las dos estén bien–
En otras circunstancias ella habría saltado a reprocharle y a pedirle que dejara de hablar, pero en ese instante solo podía pensar en lo maravilloso que él era, en el increíble ser de luz que por alguna razón la vida le había puesto en el camino.
Suspiró. No dijo absolutamente nada.
–¿No piensas dar marcha atrás sobre cambiar a Gianna de escuela?– le preguntó León.
–No– respondió.
–Déjame ayudarte entonces. Encontraremos una escuela excelente para ella– apretó su mano con mayor calidez.
Pero esta vez Ariana sí la retiró.
–León, eres un encanto, pero mis problemas son míos. No tuyos– tuvo que decírselo, tuvo que repetirlo en voz alta para recordárselo a sí misma.
Pero aquel hombre era el mexicano más terco que ella hubiese podido conocer.
–Sé que para ti únicamente follamos, pero sabes bien que para mí es distinto. Y aunque no te guste, tus problemas ya no son solo tuyos, sino nuestros. Nunca te dejaré sola–
El uso implícito del nosotros, en la palabra encontraremos hizo que a Ariana le doliera el pecho y que su corazón se llenara de gratitud. Mucha más de la que ya sentía.
Las lágrimas que había estado resistiendo salieron como dos ríos. Se abrazó del gran cuerpo masculino, permitiendo que León la rodeara con sus fuertes brazos, experimentando de nueva cuenta aquella sensación de tener en quien apoyarse. Descubriendo que nunca antes había sentido algo igual, solo con él, con León.
–No llores, preciosa– le suplicó el moreno. Verla llorar le rompía el corazón, le destrozaba el alma. Sus femeninos y silenciosos sollozos le aniquilaban el pecho.
–Soy una madre terrible– la escuchó decir. –Por mi culpa Gianna jamás podrá llevar una vida normal. Pero no puedo hacer nada por cambiar las cosas, por más que quiera no lo puedo hacer. A mí me habría encantado haber estudiado, dedicarme a las ventas, a contar números, a enseñar– a diseñar. La voz se le quebró. –A lo que fuera, pero ella... ella era tan pequeña, yo... yo no tuve otra opción, te juro que no tuve otra opción...–
León la hizo callar. Metió una de sus manos en la sedosidad de su cabello hasta colocarla en su nunca. Con la otra le acarició la mejilla, limpiando así el rastro de su llanto.
–Nena... Eres lo mejor que Gianna tiene– le susurró con voz cálida. –Has hecho un sinfín de sacrificios por ella, le has dado todo tu amor, y la has educado con valores y principios. Eres una súper mujer, y ella se sentirá más que orgullosa de tenerte como madre–
Gianna no había podido tener a una mejor mamá, León estaba seguro de eso. Bastaba verlas juntas dos segundos para comprenderlo, para que no quedara lugar a dudas. –Por favor nunca dudes de eso, nunca dudes de ti, ni te menosprecies porque vales más que muchas otras personas con trabajos... regulares–
Las palabras de León le llegaron a lo más profundo.
Ariana miró a su hija. Criarla sola hasta el momento no había sido nada fácil pero lo estaba logrando. Habían tenido tantos progresos en los últimos meses. Gianna había empezado a tener amiguitos, había empezado a querer ir a las fiestas de cumpleaños, a tener más confianza en sí misma, a hablar un poco más. Iban a perder terreno ganado pero no le quedaba otra opción.
–No sé cómo va a tomar mi Gigi la noticia de que tendrá que ir a una escuela diferente–
León le sonrió para tranquilizarla.
–Creo que lo tomará bien, y le irá genial en su nueva escuela–
–Es que no entiendes...– la castaña no se mostraba optimista. –Le cuesta relacionarse con las demás personas y ya habíamos avanzado bastante. Lo peor del caso es que sé que esta no será la primera vez que tendré que cambiarla. Siempre habrá un padre de familia que pase sus noches en el Moonlight. Esto no parará aquí– sollozó.
–Pues no debes dejar que te venzan– insistió León.
–¿Y cuál es la otra opción? ¿Qué Gianna se entere de que su madre es stripper? Ahora no lo entenderá pero crecerá y entonces yo no podré mirarla a la cara–
León se sintió más frustrado que nunca. Deseaba ayudarlas, deseaba malditamente ser el superhéroe de Ariana y Gianna, y rescatarlas de cualquier cosa mala, pero pensar así sólo lo hacía sentirse como un imbécil.
Volvió a tomarla de ambas manos y las resguardó entre las suyas. Sus ojos esmeralda quedaron fijos en los suyos color miel.
–Escucha,... Vas a poder con esto– le aseguró. –Vas a poder porque has podido con mucho, mucho más, has salido adelante tú sola. Eres fuerte y eres valiente, y no habrá cosa en el mundo que impida que protegas a Gianna. Nada vencerá el amor tan grande que le tienes. Sólo cree en ti, preciosa. Yo ya lo hago–
•••••
León las había dejado al pie del edificio. Se había bajado del auto y las había acompañado hasta la entrada. No había insistido en subir con ellas al elevador y escoltarlas hasta la puerta, pero sabía que había querido hacerlo.
No se había marchado sino hasta que le había asegurado que estaba bien. Entonces la había hecho prometer que si necesitaba algo lo llamaría.
Ariana se había despedido de él diciéndole que esa noche lo vería en el Moonlight.
Mientras Gianna jugaba con aquella bonita muñeca que le había obsequiado se sorprendió al encontrarse deseando que se llegara la noche para volver a verlo, para volver a sentir su mirada sobre su cuerpo y le hiciera arder la piel, mientras bailaba para él, y solo para él. Ansiaba que se llegara su hora de salida y poder estar una vez más entre sus enormes, morenos, protectores y fuertes brazos.
De pronto empezó a sentirse acalorada, algo que le ocurría con bastante frecuencia cada vez que pensaba en León.
Y es que lo que estaba viviendo con él, no había imaginado que pudiese sucederle a ella ni en un millón de años. No había imaginado que pudiese entregarse a una pasión tan desenfrenada y que podía experimentarlo con un hombre así, tan viril, tan intenso, que la llevaba a las estrellas mientras la besaba y la acariciaba, mientras la hacía suya una y otra vez. No había esperado todas esas sensaciones ni las emociones, todo el placer que le daba.
Ah...
Estaba enloqueciendo pero deseaba estar ya junto a él, escuchando su voz susurrante y sintiendo sus manos rondando por todo su cuerpo... Haciéndole sentir especial, adorada y muy amada.
Quizás era una tontería, porque lo que tenían era sexo, y sólo sexo.
Ya estaba pisando terrenos muy peligrosos y debía andarse con cuidado.
•••••
Aquella noche, mientras León se encontraba sentado, como ya era costumbre, en una de las mesas traseras.
Bebía una cerveza dandole tragos lentos y pausados mientras observaba a Ariana que bailaba encima del escenario.
Su semblante era tranquilo, frío incluso, pero nadie ahí podía siquiera imaginar que detrás de aquella expresión helada, su sangre palpitaba hasta explotar como fuegos artificiales.
La mujer más hermosa que sus pupilas hubiesen visto, la mujer a la que había tenido bajo su cuerpo durante todas aquellas noches, la que se devoraba a besos y a la que no podía dejar de tocar, estaba ahí a unos cuantos metros, moviéndose tan sensualmente que de poco en poco lo estaba enloqueciendo, tan seductora que él se estaba muriendo por ir hasta ella, echársela al hombro y llevársela lejos, muy lejos.
Era imposible apartar su mirada. Sus ojos estaban anclados en ella. En toda ella.
Los mechones de cabello castaño se agitaban junto con su erótica danza. Ondulado y sedoso, del que él bien sabía se desprendía un delicioso aroma a fresas.
Las caderas se movían de lado a lado, y lo hipnotizaban junto con el brillo que resplandecía en su tersa piel bronceada. ¿Por qué demonios siempre tenía que embarrarse de esa cosa? Le ponía la verga más dura, más ansiosa y más hambrienta.
Miró su reloj porque no podía esperar más.
La desesperación lo llenó.
–He oído que te estás divirtiendo con Ariana, eh, Chicano?– una voz de mujer se acercó interrumpiendo sus pensamientos e incomodándolo notoriamente.
León dio un respingo y carraspeó. Después procesó las palabras y lo hicieron fruncir el ceño.
–¿Dónde escuchaste eso?– le dio otro trago a su cerveza.
Era Chloe, una de las bailarinas, específicamente la que había estado sobre de él desde el primer día en que había entrado a trabajar ahí en el club.
No la miró, porque dejar de mirar a Ariana para mirarla a ella, tendría que ser un delito muy grave.
–Bueno, eso es algo que ya todos saben– respondió la rubia y no pudo disimular el tono celoso de su voz. –Hace tiempo que no trabajas aquí pero sigues viniendo exclusivamente para verla–
León continuó sin mirarla. No le importaba absolutamente nada de ella.
–Entonces eso debería decirte algo, Chloe. No me estoy divirtiendo con Ariana. Planeo ir en serio con ella. Creí que eso estaba más que claro–
Chloe arrugó su expresión y una confusión combinada con envidia y furia se reflejaron en sus ojos claros.
–¿Ir en serio con ella?– lo cuestionó como en reproche. –Tienes que estar loco. Ariana es una stripper–
Esta vez el moreno se mostró enfadado. Ya era demasiado atrevimiento que se estuviese metiendo en sus asuntos. No pensaba permitirle que ofendiera a su amada.
–¿Y eso qué?– replicó con enojo.
Ella se sorprendió por el cambio de humor, dándose cuenta de que lo había molestado con su comentario, pero no le importó. Estaba furiosa. No podía creerse que Chicano estuviese hablando en serio.
–¿Cómo que eso qué? No puedes pretender formalizar con una stripper, por favor. Somos lo que somos, y esto es lo que es– era así de sencillo. Para Chloe las strippers se divertían, follaban, coqueteaban, obtenían dinero y favores a cambio de servicios íntimos y artimañas. Que un hombre pretendiera ir en serio con una de ella tenía que ser algo irreal. Y caso contrario de que fuese verdad, la mataba la envidia al saber que sería Ariana quien haría aquella gran diferencia. La odiaba, la detestaba con todas sus fuerza.
–Ariana es lo que es– le respondió la voz fría de León. –Una mujer maravillosa de la que estoy profundamente enamorado. Eso es todo lo que me interesa. Con permiso, Chloe, pero no quiero compañía esta noche mientras espero a la que será mi futura esposa–
Él no se puso en pie, lo que fue una clara invitación para que fuese ella quien se alejara.
Volvió su vista hacia Ariana, y por el rabillo del ojo notó que la bailarina impertinente por fin se alejaba.
Se concentró totalmente en la mujercita que lo traía muerto de deseo.
>Es una reina, me tiene loco<
Maldición, era difícil no pensar con su aparato reproductor masculino cada vez que la veía bailar, cada vez que la tenía cerca o que la veía respirar simplemente.
Sus deleitosos movimientos le recordaban lo que hacían en la cama, en su privacidad, en lo más intimo y ardiente.
Iba vestida con una mini falda que lo incitaba hasta más allá de sus limites. Llevaba también un top que se anudaba en la hendidura de sus pechos. Por supuesto calzaba tacones altos.
La impresión que provocaba en su libido era gigantesca, ya incontenible para ese momento.
No creía poder resistir hasta su hora de salida, y hasta que llegaran al departamento.
La deseaba más que a nada en el mundo, y en ese instante.
Se sintió hambriento de ella, de su piel, y de su sabor.
Empezó a arder de anhelo y la boca se le secó. Su pecho sufrió un vuelco.
>Te amo tanto, preciosa<
–Buenas noches, Chicano–
La fea cara de Ice T se colocó frente a él, y Ariana quedó completamente fuera de su vista.
¡Maldición!
–Ice– lo saludó con un asentimiento de cabeza, típico saludo entre hombres, pero no pudo ocultar su gesto de frustración.
–Espero que la estés pasando bien–
>La estaba pasando bien hasta que llegaste a impedirme ver a aquella diosa hecha mujer, imbécil<
–Gracias, la noche es agradable– asintió.
Ice metió sus manos a los bolsillos de su pantalón.
–Sabes que siendo pareja de Ariana, eres bienvenido aquí–
Su amabilidad le parecía bastante extraña, pero León no mencionó nada al respecto.
–Te lo agradezco–
Y entonces aparecieron sus verdaderas intenciones. Deseaba asegurarse que no fuese a hacer más destrozos en su local.
–Lo único que te pido es... que la escenita de la otra noche no vuelva a repetirse–
León continuó impasible.
–Mientras tengas segura a mi mujer no habrá problema–
Su mujer... Eso era Ariana. Su mujer.
–Veo que Arianita te tiene bien cogido de los...–
–Nikki...–
La sensual mulata que recién llegaba soltó una carcajada divertida ante la reprimenda de su hombre.
–Que lo tiene loquito, pues– rió encantada.
León no lo negó.
Nikki agrandó su sonrisa.
–Puedo entenderte, Chicano, créeme que lo hago– consiguió entonces llamar toda su atención. –Esa que está ahí arriba...– señaló entonces a Ariana. –¡Uff! Es por mucho la mujer más hermosa que mis divinos ojos han visto. El día en que la conocí su belleza inocente e inusual llamó por completo mi atención. Supe que enseñándole todo lo que yo sabía, tendríamos el éxito asegurado. Y mírala ahora. Es la maldita jefa–
Precisamente Ariana terminaba su espectáculo y todos los hombros, todos sin excepción alguna, se volvían locos soltando silbidos, expresiones obscenas y bastante explícitas con declaraciones de amor incluidas, y aplausos, muchos, muchos aplausos.
León carraspeó.
–¿Puedo pasar a los camerinos?– preguntó.
La entrada estaba estrictamente prohibida para cualquier persona que no trabajara ahí, pero sabía que Nikki no le negaría el acceso.
El problema era que ahí estaba Ice. Deseó tener suerte.
Ice estuvo a punto de protestar, pero intuyendo lo que sería su respuesta, Nicki se le adelantó.
–Claro que puedes ir– le sonrió ella como siempre coqueta. –Solo no me la entretengas por mucho tiempo. La necesitamos aquí. Después de medianoche será solo tuya, campeón–
La cosa era que León no podía esperar para hacerla suya. Le importaba un bledo que ellos la necesitaran. Él la necesitaba más.
No la encontró en el camerino lo cual le pareció extraño. No la había visto salir, sino entrar.
>Quizás fue al baño< pensó.
Se dirigió enseguida al baño de empleados.
Ella abrió la puerta para salir en el preciso instante en que él la arrastró de vuelta hacia adentro y cerró dicha puerta tras de ellos.
Sorprendida, Ariana lo miró dando un par de pasos hacia atrás.
–¿León? ¿Quién te dejó pasar?–
–Nikki y Ice son unos jefes bastante considerados– le sonrió.
Su respuesta la impresionó aún más.
–¿Ellos saben que estás aquí?–
–Sip–
–Bien, pero todavía no es mi hora de salida, hoy me toca meserear–
–Lo sé–
Ah, maldita fuera.
Todo había estado marchando bien, o eso podía decirse él. Habían estado llevando aquella relación, no tan secreta, pero hasta el momento no había existido ningún inconveniente, salvo que no podía dejar de besarla. Esos besos habían superado sus esperanzas más salvajes.
–¿Qué sucede entonces?–
–Tenía que besarte, Ari. No puedo resistirlo más– le dijo al tiempo que la acorralaba contra la puerta. –Joder, te deseo tanto...–
Ariana sabía que él no estaba ahí únicamente por un beso.
–No puedes, aquí no– reprochó temerosa de que alguien entrara y los viera.
–Eso se puede solucionar– entonces León echó el pestillo y después recibió aquel beso prometido de manera gustosa, perdiéndose en su dulzura y en aquel mundo sensual de su boca húmeda y entregada.
La realidad era que ella se estaba convirtiendo en una adicta a aquel hombre y a las cosas que le hacía.
–León, por favor, alguien puede vernos– con sus palabras trataba de detenerlo, pero su cuerpo no decía lo mismo. Respondía a él de una manera sin igual. Le encantaba cuando la sujetaba de la cintura así, cuando la pegaba a su cuerpo y sentía su erección contra el vientre.
Se estaba derritiendo en sus labios, consciente de la dureza tras su bragueta.
–Nadie nos verá muñeca– le dijo León entre besos y respiraciones. –Te prometo que no nos verán– ah y le encantaba aquella voz caliente y viril, mágica.
Ariana no pudo evitar pensar en que su voz no era lo único mágico que él tenía. La lujuria la azotó y perdió entonces todo dominio. Hundió sus manos en la especidad de su cabello oscuro, y lo besó con la misma intensidad con que él la besaba a ella.
Las grandes manos comenzaron a acariciarla por todas partes, ávidas por tocar toda la piel que les fuese posible. Callosas y dejando un rastro de fuego conforme iba recorriéndola. Después las posó en sus caderas, y estas bajaron hasta que prácticamente estuvieron dentro de la minifalda, rozando sus bragas.
La adrenalina y el riesgo de estar ahí en su zona de trabajo no hizo sino aumentar la excitación.
Entonces las manos femeninas actuaron por sí solas. Se colocaron en la hebilla de su cinturón y lo empezaron a desabrochar. Un segundo más tarde los pantalones junto con su ropa interior fueron arrastrados hasta los tobillos.
Después ella misma se inclinó quedando frente a frente con sus fuertes y gruesas piernas repletas de vello oscuro. Alzó la mirada y el endurecido pene se balanceó ante su cara. La punta goteaba ya por el deseo. Las venas marcadas, los testículos tensos.
Era imponente, estaba hinchado, duro, largo y preparado, y ella no podía dejar de mirarlo, siempre era como si lo estuviera viendo por primera vez, le cortaba el aire. No imaginaba cómo lograría resistir siquiera diez segundos más sin que la penetrara, pero quería hacerlo. Y sabía que León también lo quería. Ambos deseaban lo mismo.
Entonces con su mano lo envolvió, cerró los dedos entorno al miembro enhiesto, provocando que le diera un vuelco.
El moreno no tardó en soltar el primer gemido.
El instinto de Ariana le dijo entonces que empezara con lentas caricias.
Recorrió el tronco, ya totalmente erecto, arriba y abajo una y otra vez.
Lo vio tensarse y jadear. Se sintió fascinada, experimentó el deseo de darselo todo de una vez.
–Dime cómo lo hago– susurró.
León se inclinó para mirarla.
–¿Tú nunca...?–
Ella negó.
Aquella nueva sensación golpeó el pecho de León. La inocencia que aquella mujercita conservaba, por mucho que hubiese vivido ya, lo estimulaba tan eróticamente que lo volvía loco, lo hacía querer aullar. Además le encantaba saber que sería el único en estar en su boca.
–Hazlo como tú desees hacerlo–
Entonces ella tomó aliento. Después abrió su boca y se acercó. Empezó por la cabeza hinchada y humedecida, lo chupó como si se tratase de una paleta y utilizó su lengua para juguetear un poco. La caricia fue lenta pero más placentera que nada de lo que León pudiese recordar.
No se lo pudo creer.
Lo estaba tragando, torturándolo hasta que él creyó que moriría por la necesidad de follarla, de poseerla, de hundirse en ella hasta que gritara su nombre.
Las manos de León se dirigieron a su cabello, tirándole mientras ella seguía chupando.
Ariana gimió y succiono el glande con más fuerza. El roce tembloroso de sus dedos en el cuero cabelludo, el cálido y sustancioso olor masculino, la tensión de sus músculos cuando se inclinó sobre ella como si estuviera preparándose para soltar una erupción volcánica en su boca, le dijeron que lo estaba llevando hasta más allá de sus límites, y saberlo la impresionó. Aunque al hacer crecer la excitación de él, la de ella también se incrementó.
Colocó entonces sus palmas sobre los muslos morenos cubiertos de vello negro, ayudándose a sujetarse.
Por instantes sintió que se atragantaba pero el instinto le dijo cómo debía controlarlo.
Escuchar a su amante gruñir y sentirlo removerse de placer no hizo sino excitarla más, hacerla desear complacerlo mucho más.
Sus labios empezaron a sentirse mallugados pero no le importó. Necesitaba en esos momentos todo de él. Estaba encantada con su textura y con su sabor.
Jamás había hecho una felación, jamás había pensado que desearía hacer una a alguien, pero con León todo era distinto.
A León se lo quería dar todo.
¿Era normal aquella ansia que sentía?
No, no lo era. En absoluto, no lo era.
Pero estaba enloqueciendo y ya no había manera de frenar aquellos sentimientos.
–Oh... Ariana... Estoy por vaciarme, nena...– León le informó para que se hiciera a un lado pero ella no se movió sino que continuó prendada de él.
Pesado y contundente. Su miembro se hinchó al sentirse comprimido hasta el límite, palpitó a punto de explotar. Los testículos se le tensaron, endurecidos y dispuestos para descargar su preciado contenido, derramarlo todo en su boca.
Siguió lamiéndolo hasta que el placer decreció y él convulsionó desfallecido.
El semen caliente salió disparado y resbaló por su garganta.
Ella no se alejó del mexicano, sino hasta que terminó de eyacular.
Apretó los labios y lo tragó por completo.
Trató de recuperar su respiración pero no le dio tiempo alguno pues rapidámente él la sujetó de los hombros para ponerla en pie.
Lo siguiente que sucedió, fue que Ariana ahogó un grito cuando su espalda golpeó contra la puerta, dejándola atrapada entre su cuerpo ardiente. León se quedó como congelado, con los músculos temblando por el esfuerzo que estaba haciendo para controlarse.
Y eso era lo mejor, lo mucho que él la deseaba, lo mucho que la necesitaba.
Ella se sentía igual, podía jurárselo. Se sentía capaz de morir si no la hacía suya pronto. Lo necesitaba apasionadamente, todo el tiempo.
Sus miradas se cruzaron, y esa mirada castaña con pupilas dilatadas mantuvo a León desesperado por ella.
–Por favor dime que tienes unas braguitas de repuesto en el vestidor–
Ariana no comprendió la pregunta de primera cuenta pero luego de unos segundos lo captó.
–Eh... sí– respondió y dicha respuesta le dibujó una sonrisa de oreja a oreja. Utilizó su torso para aplastarla y no dejar que cayera. Luego con sus dos manos le arrancó el diminuto pedazo de tela, aprovechando después para colocarse un preservativo que había sacado de alguna parte
La lucha en su camino hacia adentro se hizo presente como cada vez. Esa noche no sería la excepción.
Los dos gimieron hasta que lo consiguieron.
Ariana se sintió famélica por rodearle las caderas con las piernas y clavarse con él hasta la empuñadura, sentir su fuerza salvaje en su interior martillando con un ritmo que le robara el aliento.
La necesidad la envolvía de tal manera que lo único de lo que era consciente era de ese palpitar en su interior que la impulsaba a entregarse por completo.
Jadeó al sentir que comenzaba a moverse.
La carne viril se estaba adentrando y llenándola en un recorrido delicioso. Podía sentirle por entero, sentir que era suya, que este hombre duro y de ojos verdes, que tan poco se daba, era de ella.
Volvieron a mirarse con fijeza, mientras él empujaba y empujaba, Ariana gemía, su sangre hirviendo. Los corazones de ambos golpeteando al unísono. Estaban demasiado sintonizados, cada embestida, cada estremecimiento y cada jadeo.
León la rodeo de nueva cuenta con sus brazos, y tomó el espléndido cabello, por segunda ocasión aquella noche, para decirle algo importante al oído, para decirle lo preciosa que estaba, y que nunca iba a dejar de desearla como la deseaba. Jamás obtendría de ella lo suficiente, y eso lo sabía muy bien.
•••••
Como cada medianoche, Ariana llegó a su departamento y se encontró con la señora Doris preparando sus cosas para marcharse.
–¿Cómo ha ido todo, querida?– le preguntó. Esa misma pregunta se la hacía noche tras noche.
–Normal, señora Doris. Nada que destacar, ya sabe– respondió con simpleza.
Su vecina le sonrió.
–Pues el hecho de que haya sido una noche sin novedades, quiere decir que todo marchó bien–
–Exactamente– asintió la joven en acuerdo.
–Bien, yo paso a retirarme. Gianna está en su habitación. Hoy se fue a dormir mucho antes que de costumbre. Creo que por la mañana amanecerá con catarro–
Aquella información preocupó muchísimo a Ariana. Su cara lo demostró.
–Le agradezco mucho que cuide de ella–
–Sabes que no tienes nada que agradecer. Ya debo irme, pero si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme– la señora Doris le sonrió y prontamente se marchó.
Ariana sabía que pasarían únicamente un par de minutos, mientras su vecina cerraba la puerta de su propio departamento, para que León apareciera. Solía esperar en el auto y a veces cerca del ascensor. Siempre estaba al pendiente para encontrar el mejor momento de entrar.
Sin embargo ella apenas y pensó en él en esos instantes.
Pasó directo hasta la habitación de su hija.
Lo primero que hizo fue encender la luz e ir hacia ella para tocar su frente y comprobar si tenía fiebre.
Con horror se dio cuenta de que estaba demasiado caliente.
Angustiada, rebuscó entre algunos cajones que tenía en la cocina para encontrar el maldito termómetro.
León entró al departamento justamente cuando ella volvía con Gianna. El verla tan alterada y que ni siquiera se ocupó en mirarlo, lo preocupó y confundió.
–¿Qué ocurre?– cuestionó y entonces la siguió hasta la pequeña pero acogedora habitación en la que abundaban los colores rosa y fiucha.
Ariana estaba inclinada sobre su hija, y se ocupaba de algo sumamente importante. Hasta que se acercó del todo comprendió que le estaba tomando la temperatura.
–Cielo santo, no, por favor no– la castaña rogó. Su femenina voz envuelta en la consternación.
–¿Está enferma?–
–¡Tiene casi treinta y nueve!– exclamó ella completamente asustada, soltó el termómetro haciendo que este cayera al suelo y después se llevó una mano a la boca. El sollozo se detuvo en su garganta pero permaneció. Nunca Gianna había tenido una temperatura tan elevada. Se sintió mucho más angustiada pero consiguió mantener la calma. –Necesito llevarla a un hospital–
Rapidamente León asintió.
–Sí, sí, sí– respondió él en acuerdo. –Yo las llevaré. Vamos no tardemos más–
Él no esperó ninguna indicación, sino que se inclinó para tomar a la enferma niña en sus brazos y salir pronto del departamento.
Ariana no pudo negar que en esos momentos se sintió muy agradecida con la vida por tener a aquel hombre cerca.
Se dijo que después pensaría en la relación que tenía con aquel moreno grandote. Ahora lo único importante era Gianna.
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