Capítulo 14

–Pe...pero... ¿Qué haces aquí?–

La primera reacción de Ariana fue de absoluta sorpresa.

Un segundo más tarde dicha sorpresa inicial fue sustituida por enojo.

Temerosa de que Brenda, Maddie o incluso Gianna fuesen a verlo, lo empujó hacia afuera del departamento dando un par de pasos hacia adelante y cerró la puerta tras de ella.

–Chicano, ¿qué haces aquí?– repitió la pregunta en tono enfadado.

Él suspiró un tanto nervioso.

–Quiero saber cómo estás. Anoche me quedé preocupado. Quería saber si habías llegado sana y salva, tú y tus amigas–

–Pues estoy bien, como podrás ver, así que ya puedes irte–

Oh, cielo santo, Ariana necesitaba que se fuera.

–¿Ari? ¿Qué pasa?– Brenda y Maddie abrieron la puerta, ambas consternadas por haber visto a su amiga salir de ahí un tanto alterada segundos antes. Sus expresiones cambiaron por completo en cuanto vieron al moreno junto a ella. Sonrieron con emoción.

–Oh, buenos días, Chicano– lo saludaron.

–Qué gusto que estés aquí. Estabamos a punto de preparar el desayuno. ¿Te apetece quedarte a desayunar con nosotras?–

¡Ellas no habían hecho tal ofrecimiento sin consultarle!

Ariana las miró horrorizada y furiosa también.

Su enojo aumentó cuando observó a Chicano asentir encantado en la idea.

–Claro, me encantaría–

>¡Traidoras!< la castaña se aseguró de que esta vez sus amigas notaran lo enfurecida que estaba con ellas y su atrevimiento.

Tanto Brenda como Maddie sonrieron y le restaron importancia.

Abrieron la puerta e hicieron que su nuevo invitado entrara.

La castaña permaneció afuera unos cuantos segundos, mirandolo todo completamente indignada.

Se cruzó de brazos y finalmente entró.

Estuvo a punto de replicar cuando una adormilada Gianna apareció. Vestía su simpatica pijama de Ositos Cariñositos y tallaba sus ojitos con una de sus manitas. Se sorprendió y pareció agradarle el encontrarse con más personas en su casa.

–Buenos días, Gi– Brenda fue hacia ella para cargarle y darle un sonoro beso en las mejillas.

Maddie hizo lo mismo. Ambas se consideraban tías de la pequeña, y ella de igual forma las quería.

–¿Quién es la niña más hermosa del mundo entero? ¿Quién lo es?–

–Tía Bre, y tía Mad te prepararán un delicioso desayuno, ¿qué te parece?–

La abrazaron e hicieron que Gianna riera encantada con la idea.

Todavía cruzada de brazos, Ariana las llamó.

–Maddie, Brenda, ¿podemos charlar un momento en la cocina?– intentó no sonar furiosa pero en realidad lo estaba y mucho. –Cariño, ¿por qué no vas y te cepillas los dientes? El desayuno estará listo en un momento más– le dijo a su hija.

Las tres mujeres pasaron a la cocina, Gianna volvió a su habitación, y León por su parte tomó asiento en uno de los sofás para esperar.

–¡Están locas!– les recriminó Ariana una vez que estuvieron lo suficientemente alejadas.

–Tranquila, Ari. ¿No te parece que fue un acto muy lindo el que haya venido hasta aquí para asegurarse de que estabas bien?– la cuestionó Brenda.

–Porque a mí me parece que le gustas, y que le gustas en serio– secundó en acuerdo.

–Yo no le gusto en serio– ella continuó enfadada.

–Ningún hombre se preocupa tanto por una mujer si no le gustara de verdad–

Ariana exhaló irritada.

–Me quiere follar, y eso es todo. Decenas de hombres quieren hacer lo mismo cuando me ven. Aquí no hay nada de extraordinario. Nada nuevo–

–Pues quizás sea eso lo que necesites– le dijo su amiga. –Una buena...–

–¡Brenda!– escandalizada, Ariana la hizo callar.

Maddie rompió a reír.

–Brenda tiene razón, Ari. Nunca has salido con nadie. No puedes decir que algo no es bueno si ni siquiera lo has probado–

–Las mujeres estamos hechas de carne y hueso, sangre bombea por nuestras venas, tenemos necesidades, cielo. Y te recuerdo, tú también eres mujer. Ya basta de negartelo a ti misma–

Ariana no pudo olvidarse de las palabras de Brenda.

•••••

Y mientras todo aquello sucedía en la cocina, León y Gianna se ocupaban de conocerse un poco más a fondo.

Mientras la niña le mostraba emocionada su colección de muñecas Disney, el moreno no podía menos que admirarla al tiempo que un extraño sentimiento inundaba su pecho.

De principio, cuando la pequeña había vuelto en busca de su madre, se había mostrado un tanto tímida, pero luego de que él le sonriera e iniciara una charla sobre una de las muñecas que había visto en el sofá, ella había sonreído en respuesta. Una sonrisa muy leve, apenas perceptible, pero genuina. Momentos después había traído consigo a todas las demás para que las viera. Ariana se las había comprado con mucho sacrificio, y todavía faltaban algunas para completar su colección.

Desde luego él había actuado como si fuesen la cosa más interesante del mundo.

–¿Sabes qué es lo que necesitan estas princesas?–

Gianna lo miró con curiosidad y expectación.

–Un castillo. Uno muy alto– León miró a su alrededor y encontró los bloques de juguete que estaban ahí mismo junto a ellos. –¿Te parece si construimos uno para ellas?–

Asintiendo, la pequeña se mostró mucho más emocionada.

Sonrió llena de ilusión, y esa sonrisa le llegó al mexicano hasta lo más profundo de su alma.

La niña era hermosisima y estaba llena de ternura. Convencido estaba de que dejaba cautivados a todos los que la miraran. Sus dulces ojitos eran identicos a los de su madre, marrones y muy expresivos, tupidos de largas pestañas oscuras. Sin poder evitarlo León pensó en el hombre que la había engendrado. ¿Qué tipo de imbécil podría no querer verlos cada día?

En aquel mismo instante Ariana apareció y lo que encontró la sorprendió y confundió muchísimo.

Gianna jamás se mostraba tan abierta con nadie. Era dificil para las personas ganarse su confianza. Incluso Brenda, Maddie y hasta la señora Doris habían tardado muchísimo en hacerlo. ¿Por qué con Chicano era diferente?

Y lo peor... ¿Por qué se veían tan lindos juntos mientras construían aquel castillo con bloques de juguete?

Se negó a pensar en eso. Se negó rotundamente. Pero entonces antes de que pudiese pensar en cualquier otra cosa, se dio cuenta de que sus amigas la habían traicionado por segunda vez aquella mañana.

Ambas estaban colocandose sus chaquetas, evidentemente listas para salir.

–¿A...a dónde van?– les preguntó.

–Debo ir a recoger a mis hermanos–

–Y yo necesito pasar a la farmacia a comprarle unos medicamentos a mamá, pero hemos dejado huevos revueltos, tocino y pan tostado para ustedes. Les encantará–

Sin decir una sola palabra más, las dos se despidieron depositando amorosos besitos en la cabecita de Gianna, y después se marcharon, así sin más.

Ariana no se lo pudo creer.

León por su parte se puso en pie y carraspeó la garganta llamando así su total atención.

–Lo que menos quiero es incomodarte– le dijo con sinceridad. –Me da gusto saber que estás bien, y que Gianna también lo está. Lo mejor será que me marche–

La castaña salió entonces de su trance. Soltó un suspiro. Después se hundió de hombros.

–El desayuno está ya hecho– le dijo. –No me enfadaré si te quedas a desayunar con nosotras–

Una esperanza se albergó en el pecho de León. Desde luego que no desaprovecharía ninguna oportunidad de estar cerca de aquella belleza que lo traía vuelto loco. Pero no quería presionarla mucho más de lo que ya lo había hecho.

–¿Estás segura?–

Ariana miró a su hija.

Exhaló.

–Pareces agradarle a Gianna, y... creo que no nos hará mal tener algo de compañía por un momento–

Un momento...

Sutilmente le estaba diciendo que en cuanto terminaran de desayunar debía marcharse. A León no le importó y sonrió. Si era sólo un momento lo que podría estar con Ariana disfrutando de su cercanía y su visión, lo tomaría con todo el gusto del mundo.

–Entonces acepto la invitación– sonrió.

Pasaron a la cocina, que era el lugar en donde normalmente desayunaban ella y Gianna.

–La verdad es que pocas veces comemos en el comedor. Lo hacemos solo cuando la señora Doris está aquí. Pero si te parece incómoda la barra...–

–No, no, está perfecto– aseguró él. –Te ayudaré con el café– se dirigió entonces a la cafetera.

Mientras Ariana servía, León preparó las tazas. No hubo necesidad de preguntarle cómo le gustaba el café. Tenía la habilidad de recordar cosas, especialmente cosas que le importaran, y todo lo que tuviese que ver con ella le importaba muchísimo. Con leche y sin azúcar.

Si la castaña se sorprendió por el hecho de que recordara aquel dato, no lo mencionó.

Comenzaron a comer en silencio.

A León le dio gracia ver que en una de las encimeras se encontraba otro muñeco. Este no tenía aspecto de ser ninguna princesa Disney, sino más bien un bebé. Uno gigante, por cierto.

–Veo que tu casa está repleta de juguetes por todos lados– comentó mientras bebía de su propio café.

Ariana miró en dirección hacia el muñeco.

–Ah eso– asintió. Luego no pudo evitar sonreír, pues era culpa de la pequeña Gianna que ese objeto en especifico no estuviese en su mueble de juguetes. –Es Barto, mi nieto–

León casi se atragantó con el café a causa de la risa.

–¿Tu nieto?–

–Bueno, Gianna lo trata como si fuese su bebé de verdad, aunque ya sabes, a veces lo olvide aquí en la cocina, o el baño, o junto a la ventana, pero en general es una buena madre–

Los dos rieron.

León se maravilló de los ojos de Ariana. Por instantes lo hechizó la forma en que esas dos preciosas joyas podían ser de hielo en un momento y volverse cálidos y divertidos en segundos.

Para ella fue extraño. Algo jamás vivido. Nunca reía ni bromeaba con nadie que no fuera Gianna o sus amigas. Aún menos con un hombre. Tampoco era normal que se divirtiera haciéndolo. No era típico de ella.

El hecho de que fuese con Chicano le removió algo en su interior que no supo cómo decifrar.

Se quedó en silencio por instantes.

Gianna dejó a medias su desayuno y bajó enseguida de su banco.

En cualquier otra circunstancia, Ariana hubiese actuado como la mamá que era y habría hecho que su hija volviera para que terminara su comida, pero estaba tan distraída con aquel enorme moreno a su lado que no lo hizo.

Entonces la voz viril la hizo sobresaltarse.

–Ariana...–

Un tanto aturdida, ella lo miró. Siempre temía el mirarlo a los ojos porque aquella mirada verde la hacía temblar, perderse, perder todo lo que hasta el momento había conseguido. Mantenerse entera. Lo miró aún así. No mencionó nada. Sus labios permanecieron cerrados.

–Creo que ya debo marcharme–

Sí, Ariana estuvo de acuerdo con eso.

Lo mejor era que se marchara, pero bien sabía que todavía no lo haría. Había aprendido a conocerlo. Él tenía que decirle algo. Algo importante, lo intuía.

–Otro de los motivos por los que vine fue porque... necesitaba decirte que no puedo ignorarte. Nunca podré hacerlo–

–Yo tampoco puedo ignorarte, Chicano– admitió ella por fin, pero fuera de causarle emoción a León, le provocó una tristeza en el pecho. Tristeza porque eso era exactamente lo que veía en el rostro femenino.

–Permiteme estar cerca de ti– le suplicó. –Te lo ruego, Ariana–

La castaña negó.

–No puedo– respondió en un susurro.

Él exhaló. No iba a insistirle en que aceptara, pero tampoco quitaría el dedo del renglón.

–Esta noche le presentaré mi renuncia a Ice T–

La declaración hizo que Ariana lo mirara con un brillo que lo hizo mirarse a sí mismo en el reflejo.

–¿Por qué?– la voz casi se le quebró pero consiguió hablar con claridad, deshacerse del nudo en su garganta.

–Porque regresaré a la comisaría. Retomaré mi puesto de policía. Queríá que fueras la primera en saberlo–

Ariana no pudo negarse ante sí misma que las palabras de Chicano le estaban rompiendo el corazón. Luchó internamente para que no se le notara.

–Quizás sea lo mejor. Dejar de vernos nos hará bien, y... nos ayudará a que... nos olvidemos de todo–

Pero León negó.

–No me alejaré de ti, Ariana– le advirtió. –No voy a dejar de buscarte. No puedo porque te necesito–

•••••

Ice T sintió pesar al leer la carta de renuncia del guardia de seguridad a quien habían contratado unos cuantos meses atrás.

Le había gustado tenerlo en su equipo de trabajo. Un hombre grande y lo suficientemente fuerte y capaz de mantener el orden simplemente con su sola presencia. Determinado, discreto y responsable. Cumplía con todos los requisitos, pero así como él podía encontrarse a alguien más. Nadie era indispensable.

–Lamento que tengas que irte. Estaba conforme con tu trabajo, pero si no se puede hacer nada por evitar que te vayas, entonces no me quedará más que aceptarlo, y volver a lanzar la vacante– suspiró.

–Agradezco por haberme brindado la oportunidad de trabajar aquí– estrecharon sus manos, y León se puso en pie para salir de su oficina. –Iré a despedirme de mis compañeros, y después me marcharé. Quizás me tome un trago antes–

–Adelante. Y mucha suerte, Chicano–

–Mucha suerte para ti también, Ice–

León salió encontrandose en el largo pasillo que lo dirigiría hasta la salida, pero también hacia los camerinos de las chicas.

Una desilución muy grande se albergó en su pecho al pensar en que esa noche era libre para Ariana. Es decir, le encantaba la idea de ella quedandose en casa para descansar y compartir tiempo con su hija, pero no pudo evitar sentir eso. Verla era primordial para él. Era tan hermosa que siempre cambiaba el rumbo de su existencia simplemente con mirarla.

Fue una tremenda sorpresa ver que ella aparecía como cualquier otra noche para iniciar con su jornada de trabajo.

Trató de acercarse a ella, pero antes de poder hacerlo un femenino cuerpo se lo impidió al lanzarse contra él para abrazarlo.

–Oh, Chicano, ya me he enterado de que te vas, y nos dejas–

Los chismes corrían rápido en el Moonlight, León lo había olvidado pero en ese momento lo recordó bien.

–¿Por qué nos haces esto?– la rubia continuó hablando hasta por los codos, y el moreno apenas y prestó atención a lo que le decía pues estuvo más ocupado pensando en alguna forma de poder quitarsela de encima. Necesitaba ir con Ariana.

–Hola, yo...–

–Te vamos a extrañar muchísimo, nene. Oh, Nicki y las demás chicas se pondrán muy tristes, pero no tanto como yo. Yo seré quién más te echará de menos... ¡Oh, Chicano, qué noche tan deprimente!–

Actuando de manera firme, León la sujetó bien de ambos brazos y consiguió apartarse.

–Seguiré frecuentando el Moonlight– eso tenía que estar más que claro.

Un brillo de emoción desfiguró los ojos oscuros de Chloe.

–¿De verdad? Eso es maravilloso, es...–

–Claro que pienso volver– de hecho iba a estar ahí noche tras noche. –Aquí hay algo que me interesa muchísimo–

El tono en el que lo dijo hizo que Chloe cambiara su expresión.

El enojo la llenó.

–¿Ariana?–

Pero antes de que León pudiese contestar a tal pregunta, la vio aparecer. Ella salía de su camerino vistiendo unicamente una bata de seda.

Algo para nada normal, puesto que siempre solía ser la última de la noche, no la primera. A menos que...

Entonces el moreno se olvidó completamente de Chloe, ignorandola sin miramiento alguno.

Fue detrás de Ariana y sus sospechas fueron confirmadas cuando observó cómo ella entraba al cuarto de privados... El maldito cuarto de privados. ¡Joder!

•••••

>Cálmate, León. Cálmate, León... ¡Maldita sea, cálmate<

Pero la sangre le hervia, corroía furiosa por todo su interior. ¿Cómo iba a conseguir calmarse?

¿Cómo si Ariana estaba allá adentro a merced de un maldito pervertido?

La furia lo llenó.

Decidido se acercó a la puerta. ¿Con qué intención? No lo sabía. No estaba seguro. ¿Abrir de una matada? ¿Matar a golpes al cabrón que seguro estaría hechizado ante el sensual baile de la hembra sensual que tenía enfrente? ¿Y con ella qué haría? ¿Se la echaría al hombro y la sacaría de ahí? Sí, sí, eso era precisamente lo que iba a hacer.

Se dirigió hasta ahí pero una parte de su cordura lo hizo detenerse.

Abrió los puños y después los cerró. Repitió la acción una y otra vez.

Se sintió más desesperado y llevó ambas manos a su nuca intentando no perder el control.

¿Cuánto tiempo más iba a tardar ella ahí adentro?

Mientras León sufría a causa de tal circunstancia, Madelaine y Brenda sonrieron al verlo. Se miraron complacidas y con complicidad.

–Ari tiene loquito a nuestro amigo, Chicano– rió la asiática.

–¿Loquito? Ya lo hizo perder la cordura– secundó la pelirroja entre risas. Ambas disfrutaban de una margarita. Brindaron celebrando.

Ariana salió por la dichosa puerta en esos instantes dirigiendose hasta el camerino.

León sabía que debía ser discreto si quería ir tras ella.

Y así malditamente lo hizo.

Que fortuna fue encontrarla sola una vez que entró. Esa noche les tocaba meserear a las bailarinas así que todas ellas debían estar en la barra atendiendo a los clientes habituales.

Cerró la puerta con toda la intención de que Ariana lo escuchara entrando.

Ella se sobresaltó al darse cuenta de que no estaba sola como había pensado. Lo miró por el reflejo del espejo. Su exquisita mirada acaramelada se posó sobre la de él, pero no se giró. No había esperado verlo ahí.

–Chicano...– sus labios lo llamaron.

Él fue acercandose con lentitud pero seguridad mientras lo miraba. Y como cada vez que se acercaba, Ariana notó una presión en el estómago y el corazón desbocado.

Un hombre alto, muy alto. Devastador, su piel morena ardiendo. Masculino, fuerte, tenaz. Y atractivo, maldición. Llenaba su camiseta negra con músculos y hombros anchos que no poseería alguien que se dedicara a los negocios. Su pecho inmenso era patente bajo el algodón, la tentaban a desnudarlo, a deslizar los dedos por cada centimetro y a...

–No me gusta saber que estás ahí, en esa habitación encerrada con un hijo de perra. Sola y bailando sólo para él. Me hace desear asesinarlo– León fue directo al grano.

A Ariana le dio un vuelco.

–Es mi trabajo– respondió.

–Ya lo sé, pero no me gusta– el moreno bien sabía que era irracional reclamarle algo, pero no podía evitarlo.

–Pues no me importa si te gusta o no. Tengo una hija que mantener, y además, tú no tienes ningún derecho de meterte en mi vida–

Eso era lo que más lo enfurecía, que Ariana no lo dejara acercarse, que lo alejara, que le cerrara las puertas de su alma y de su corazón sin siquiera darle la oportunidad de demostrarle cuan bueno podría ser.

Se acercó y la sujetó de las caderas.

Ella se estremeció pero no hizo nada por alejarse, por alejarlo. Lo percibía a su espalda, muy muy cerca. El calor de su viril cuerpo la atravesó. Todo él hablaba de posesión. ¡Sí, maldición! Posesión.

Podía sentir su erección encajada contra su espalda. No era la primera vez que sentía a un sujeto empalmado, pero sí era la primera vez que no sentía terror, que no la embargaba el asco. La primera vez que le gustaba.

–Por favor...– suplicó pero no estaba segura de qué demonios era lo que suplicaba.

Lo imaginaba introduciendo sus manos entre sus piernas y besándole el cuello.

Pero León sí. Sus manos la apretaron. Resopló de excitación y después la hizo girar para así quedar frente a frente.

Se miraron. El fulgor en los ojos marrones y en los verdes se mezcló.

Un segundo más tarde la besó porque se demostraba más con hechos que con palabras. Capturó los femeninos labios con ferocidad y abandono.

La aferró con todas sus fuerzas. Ignoró todo lo que los rodeaba, la música de afuera, introdujo los dedos en el sedoso cabello castaño que le caía sobre la espalda.

Y ella respondió a su pasión instantaneamente. Habían sido segundos únicamente en los que se había puesto rigida contra la masa de músculos que era su cuerpo, y en que la alarma había sonado en su cabeza. Misma alarma que no había tardado en apagarse. Un instante más tarde ya le había rodeado el cuello con los brazos y lo había hecho incendiarse en llamas.

Desde luego, Ariana se estaba derritiendo junto a él, y había empezado a besarle con la misma dureza.

Sus lenguas se enroscaron y los dos se convirtieron en cautivos entregados a la seducción.

Esta vez querían castigarse mutuamente, devorarse. Los besos se volvieron más desesperados.

León la tocaba por muchas partes, sus dedos se deslizaban cada vez más cerca de la unión de sus piernas, tal y como Ariana lo había imaginado. Se le debilitaron las rodillas y gimió contra su boca. ¿Había deseado tanto algo alguna vez? Y eso que ese hombre sólo la había besado y acariciado un poco.

Él se volvió más loco. Mucho más, excitándose tanto que pareció en su interior como si estallasen fuegos artificiales. La sangre se le subió a la cabeza y el pulso se le disparó. La necesidad de tocarla más allá, de acariciarla por todos lados y complacerla lo atravesó. Entonces la cogió de la cintura con un brazo y la alzó para sentarla sobre la planicie del tocador. Ahí ella abrió las piernas y le permitió el acceso.

–Te deseo tanto, preciosa...– le dijo mientras sujetaba su cabeza para besarla de igual modo.

Sus corazones latían a mil por hora, con tanta fuerza e intensidad que apenas y eran capaces de escuchar otra cosa que no fuera aquel rugido atronador. Sus propios jadeos resonaban en sus oídos.

Ariana alcanzó a preguntarse cómo era posible sentir tanto placer y terror a la vez.

El mexicano deseaba arrancarle la bata de seda, todo lo que estuviese cubriéndola hasta dejarla desnuda, arrancarse los malditos pantalones y entrar en ella hasta hacerla gritar, gemir y sacudirse de placer contra su pecho.

La lujuria era tan intensa que se preguntaba si podría llegar a saciar en algún momento aquel estrepitoso deseo que lo embaragaba cada vez que estaba con ella. Lo dudaba. Lo dudaba muchísimo.

Durante un prolongado tiempo se había estado despertando en el medio de la noche, transpirando, con su pene empuñado en la mano y el nombre de esa preciosa sirena en los labios.

–Ariana...– ahora no se sentía dispuesto a poder dejarla ir.

La mujer ardía. Caliente y entregada, temblorosa. Había conseguido que se rindiera a él.

Pero no fue algo que lo hiciera regozijarse. De nuevo la culpa lo envolvió y la realidad lo golpeó.

Lo último que Ariana necesitaba era sexo rápido en aquel cuartucho del Moonlight.

Oh, pero ella lo deseaba. Lo deseaba con cada poro de su ser.

La manera en la que la había llamado « preciosa» la había hecho palpitar de anhelo. Había odiado desde siempre todo ese tipo de calificativos, pero dicho por él sonaba tan diferente... Sus palabras penetraron en su cerebro embotado por la lujuria.

León terminó el beso, anonadado por la sorpresa, y se quedó mirando la cara ruborizada esa mujercita caliente a la que tanto anhelaba, sus ojos entreabiertos, sus labios hinchados... Pruebas fehacientes de la sensual hembra que vivía bajo su piel.

Se miraron. Ninguno de los dos podía respirar bien.

Una confusión muy grande los llenó.

•••••

–Vendrás conmigo y fin de la discusión. No quiero discutir más, Ariana–

La castaña también estaba cansada de discutir. Pero eso no significaba que la furia hubiese desaparecido.

Accedió a ir con él sólo porque estaba cansada, harta de todos y de todo, y lo único que deseaba era llegar junto a Gianna cuanto antes.

Durante el camino ninguno de los dos habló. A León le hubiese gustado que ella dijera algo, lo que fuera, pero no tuvo tanta suerte.

Lo volvía loco no saber lo que estaba pensando.

Una vez que llegaron al destino, Ariana no le dio las gracias siquiera. Se quitó el cinturón de seguridad con rapides. Había manos que le apretaban el corazón que le latía descompasadamente. Sentía que se ahogaba. Bajó del vehículo sin mirarlo, después cerró la puerta y se marchó sin mirar atrás.

León la observó hasta que la vio entrar al edificio. Ahí permaneció aparcado unos cuantos momentos más pensando en todo y en nada a la vez. Su propia tensión lo hizo encender el motor y dar marcha.

No pensó en llegar a su casa. Alex habría regresado ya de estar en casa de su madre, pero sabía que lo encontraría dormido porque al día siguiente tendría escuela. Lo abrazaría por la mañana, y seguro así se sentiría mucho mejor. Pero mientras tanto... ¿Qué podría hacer?

Necesitaba un buen trago, eso fue lo único de lo que estuvo seguro.

Condujo hasta una cantina poco reconocida a las afueras de la ciudad.

Una vez que entró al establecimiento el humo y la música del lugar lo golpearon en la cara.

El ambiente era muy distinto al del Moonlight, se fijó.

Carecía de seguridad, las mujeres se mostraban mucho más accesibles, y desde luego que lo eran si afuera colgaba un letrero que daba a entender otro tipo de atenciones femeninas. La música estaba a todo volumen. El hombre que atendía la barra era un viejo de barriga hasta las rodillas, que se ocupaba de limpiar los vasos con una franela. Había tan poca gente que le sobraba tiempo para hacerlo.

León tomó asiento en el taburete recordando la última vez que se había emborrachado. Aquella misma noche en que habían enterrado a Badgley.

>La vida es una mierda< pensó y después pidió una cerveza.

El cantinero obedeció a su petición y sacó una Corona de alguna parte. La abrió con el destapador de corcholatas y después se la entregó.

El moreno le dio el primer sorbo esperando sentirse más relajado pero no lo consiguió. La terminó y pidió una más. Después otra.

La sensación esperada jamás apareció.

En su lugar se le acercó una rubia despampanante. Metro setenta de altura, maquillaje excedido sobre su rostro, tetas gigantescas y un culo del tamaño del mundo.

–¿Buscas olvidar alguna pena, querido?– le habló con sensualidad.

Todavía sintiéndose frustrado, León le respondió.

–Sí–

–Entonces creo que es el destino quien te ha traído hasta aquí. ¿No lo crees tú así? Quizás estabamos destinados a conocernos– mientras seguía hablando, la prostituta alzó su mano para acariciarle el cuello y bajar después a su pecho.

León se lo permitió pero su mente y su corazón no se encontraban ahí con ella de ningún modo, a pesar de que se esforzaba por adueñarse de su atención.

–Creo que eres exactamente lo que he estado esperando esta noche, bombón. Podrías ser el hombre de mis sueños por unas cuantas horas–

>Mala suerte< pensó León. Porque en sus pensamientos unicamente había sitio para una mujer, y desde luego no era ella.

Sujetó entonces sus manos y por segundos la acercó a él haciéndola sonreír con emoción. Pero lo siguiente que hizo fue apartarla.

–Lo siento. Pero no puedo ser ese hombre ni esta noche, ni tampoco ninguna otra– dejó un billete que seguro cubriría los gastos al cantinero, y de inmediato se marchó.

•••••

Ariana estaba empezando a pensar en cosas en las que hacía años no pensaba. La estaba obligando a imaginar placeres de los que ni siquiera estaba segura de que existieran.

Ahora la soledad la torturaba. ¿Pero por qué?

Jamás antes había rechazado esa soledad. Al contrario, le había encantado, había sido su lugar seguro por tantos y tantos años. La soledad para ella había significado tranquilidad, paz mental.

El estar sola, el no depender de ningún hombre, había sido su plan de vida hasta el día en que muriera. El odio que sentía por el sexo masculino había estado ahí, latente porque cada noche que transcurría y que se veía obligada a lidiar con ellos y con sus asquerosas intenciones. Hasta el momento no había sido dificil. Ni un poco. No se había interesado en ninguno de ellos más allá de lo que su dinero pudiese significar, porque todos eran unos imbéciles y Ariana los había utilizado para su beneficio unicamente. Los había hecho bailar al son de la música que ella misma tocaba. Pero Chicano no era ningún imbécil. No se recreaba en fantasías estúpidas, no era vanidoso, no alardeaba, no bailaba al son de ninguna melodía sino la suya propia. Y con él la castaña se sentía de todo, menos indiferente.

El cielo sabía lo mucho que le hubiese gustado ser como las demás mujeres. Como le hubiese gustado que no hubiesen matado sus sueños y sus ilusiones cuando no había sido más que una niña.

Habían abusado de ella, la habían dejado sucia hasta la inconciencia, le habían robado todo lo que le había pertenecido, su niñez, sus sueños de juventud, su dignidad, su amor propio, su capacidad de amar y ser amada. Su capacidad de confiar en cualquier hombre, por más bueno que este pudiera llegar a ser. Jamás podría entregarse a ninguno y lo sabía bien.

Todo lo había hecho añicos Pete, así sin más, como si hubiese tenido todo el derecho.

Ariana no sabía en dónde demonios podría estar, pero le deseaba que fuese donde estuviese, se estuviera pudriendo.

Miró entonces su celular, este vibraba anunciando una llamada entrante. Chicano, decía la pantalla. Estaba ya por amanecer. ¿Por qué la llamaba? ¿Sería que al igual que ella, él tampoco podía dormir? ¿Estaría en vela pensando y recordando los besos y caricias compartidas en el camerino esa misma noche?

Exhaló.

Lo que Ariana más deseaba era mandarlo al infierno, ahí a donde usualmente mandaba a todos los cretinos que la miraban ardientes en deseo. Pero no pudo hacerlo. Era incapaz de olvidarlo y de tratarlo igual que al resto.

Respondió a la llamada.

–¿S...sí?–

–¿Puedo subir?–

–¿Qué?– de primera cuenta ella no comprendió su petición.

–Estoy abajo en tu edifi...cio. Por favor, déjame su...bir, Ariana. Solamente necesito decirte algo... Algo mu...y important...e–

–¿Estás ebrio?–

–No... No lo es...to...y–

Cielo santo, sí lo estaba. Ariana no pudo evitar preocuparse por él.

Colocó su bata y sus sandalias, y de inmediato salió de su departamento para ir a buscarlo.

Cuando lo visualizó se detuvo pero entonces lo observó caerse debido al poco equilibrio con el que contaba. De inmediato corrió para ayudarlo.

Era un hombre de proporciones enormes, y ella una mujer con caracteristicas muy contrarias, así que fue dificil conseguir que se pusiera en pie.

–Caramba, Chicano, ve cómo estás. ¿Por qué has bebido tanto?– le recriminó.

–Por tu culpa– él fue sincero. Logró sostenerse. –Yo puedo solo. Tra...nquila–

–Claro que no puedes solo, déjame ayudarte. Te caerás de nuevo– insistió la mujercita.

–Sí, pero no quier...o caerme e...ncima de ti. Te a...plastaré– Joder, era dos o tres veces más grande que ella. De ninguna manera iba a permitirse lastimarla. Ni borracho ni sobrio, eso jamás.

–Vamos a mi departamento– Ariana temía despertar a sus vecinos pero era más importante asegurarse de que él estuviese bien.

León caminó con lentitud pero consiguió llegar hasta el tercer piso mientras la castaña lo seguía asegurandose de que no fuese a tropezarse.

Le abrió la puerta y dejó que entrara. Cerró los ojos con pesar y después lo miró.

Él había tomado asiento en uno de sus sofás. Había estirado las piernas y dejado caer la cabeza contra el respaldo.

–Lo lamento si te desperté–

Cruzada de brazos, confundida y sin dejar de mirarlo ella soltó su aliento. Parecía que sólo le latía el corazón por ese hombre. Estaba irremediablemente perdida y le dieron muchas ganas de llorar aunque se contuvo.

–No estaba dormida. Pero no entiendo por qué estás aquí, Chicano–

–Yo tampoco– respondió el moreno. –Lo único que entiendo es... que te necesito, Ariana. Te necesito hasta quedarme sin fuerzas, y... Necesito disculparme también. Te he presionado y eso es un acto muy bajo. Lo siento, lo siento, no quiero ser como esos borrachos para los que bailas. Soy diferente, quiero que entiendas eso–

–Yo sé que no eres como ellos– la voz femenina salió en un hilo. Su susurro fue como una caricia para León. Por instantes se quedó hipnotizado. Se atrevió a levantar la mano para acariciarle un mechón de cabello caramelo y colocarselo tras la oreja.

Los dos se estremecieron por el contacto.

–No pretendo hacerte daño, esa es toda la verdad que tengo. Es mi verdad–

Las lágrimas estuvieron a punto de surgir pero como cada vez, Ariana las detuvo. Era primordial para ella que no se le viera como una mujer débil.

Desilucionado al darse cuenta de que la castaña no pensaba decir nada, León suspiró y trató de ponerse en pie. No lo consiguió porque seguía tan embriagado como en un principio.

–Debo marcharme– anunció y sujetó bien las llaves de su automovil.

Ariana abrió los ojos consternada.

–¿Qué? Pero no puedes condicir así–

–¿Y cómo crees que llegué aquí?–

–Pero eres policía– le recordó. –No se supone que debas olvidar una ley tan importante como esta, mucho menos si es tu vida la que estás poniendo en peligro–

–¿Estás preocupada por mí?– una emoción muy grande embargó a León.

Se acercó a ella.

>No dejes que vuelva a besarte. ¡No dejes que vuelva a besarte!<

Porque si volvía a apoderarse de sus labios, estaría perdida. No volvería a tener fuerzas para negarsele. Tampoco para negarse a sí misma.

Ariana se alejó de él.

–Pues claro, tonto. Si conduces ebrio podrías matarte. Te quedarás a dormir aquí. En el sofá– añadió prontamente.

Desapareció entonces rumbo a las habitaciones pero regresó unos cuantos segundos después. Traía unas cuantas sábanas y una almohada.

En menos de cinco minutos tuvo una cómoda pero bastante improvisada cama para su huesped de esa noche.

–Descansa, Chicano– le dijo antes de marcharse y apagar las luces.

León exhaló.

No podía creerse que iba a dormir bajo el techo de Ariana.

Pero no se cuestionó ni una sola cosa más. Se recostó, pero a pesar de lo agotado que estaba, le resultó imposible poder dormir.

Se sentía demasiado enardecido. La proximidad de Ariana actuaba siempre sobre su cerebro como un poderoso estimulante químico.

–Ariana...– pronunció su nombre y sonrió.

No podía evitar sonreír cuando pensaba en ella, mucho menos cuando estaba acostado en su sofá, rodeado de su esencia, y su fragancia lo envolvía.

•••••

Ariana despertó más temprano de lo habitual. A decir verdad no había podido dormir ni siquiera un poco. No sabiendo que Chicano dormía en su sala.

Su corazón había estado bombeando frenetico. Sus pensamientos habían viajado a toda velocidad. No la habían dejado en paz ni un solo instante mientras ella permanecía mirando el techo en la oscuridad de su habitación.

Harta se había puesto en pie. Tomó una ducha rápida y después se vistió para poder salir y enfrentarlo.

Jeans de mezclilla y sandalias de suela baja bastarían. También una blusita con el estampado de uno de los últimos albumes de Nirvana. No era que Ariana fuese fan de aquella banda pero la había encontrado en oferta.

Por las condiciones en las que lo había dejado anoche suponía que él debía seguir dormido. Fue una sorpresa para ella encontrarlo despierto con sus sábanas perfectamente dobladas, y ya listo para marcharse.

Se puso en pie en cuanto la vio aparecer.

–Yo...– lucía nervioso, pero Ariana sabía que no podía estarlo tanto como ella. Los nervios siempre la traicionaban cuando lo tenía enfrente. –Buenos días–

–Buenos días–

Les siguió un silencio prolongado.

–¿Cómo durmiste?–

–Bien. Muy bien y te agradezco, aunque... no me siento orgulloso de haber llegado aquí como lo hice. Por favor perdoname–

–Tranquilo. Todo está bien–

–De todos modos deseaba disculparme. Ya debo irme. No quiero que Gianna despierte y me vea aquí. No es correcto–

El hecho de que se preocupara por lo que su hija pudiese pensar hizo que a Ariana se le apretujara el corazón. Le pareció un acto tan lindo que de pronto deseo lanzarse hasta sus brazos y fundirse en todo su calor, en todo él. Sentirse segura. A salvo.

Se mantuvo en su sitio a pesar de sus deseos.

–Gracias por tu hospitalidad, Ariana–

En silencio, la castaña lo observó marcharse.

Algo en su corazón dolió.

•••••

Douglas Meloni no era precisamente la persona más popular en la comisaría de Green Bay.

Las mañanas en la oficina solían ser tranquilas, a diferencia de ese día en especifico.

Los policías de guardia se habían pasado la noche entera investigando un asesinato, no podía ser nada más serio. Sin embargo el humor era a menudo el modo de supervivencia para cualquier policía dentro del tipo de vida elegido. Solían gastarse bromas, hacer comentarios en doble sentido, y demás, desde luego todo entre amigos y buenos compañeros del trabajo.

La cosa era distinta con Douglas. Tenía un humor bastante peculiar y a veces ninguno de ahí lo entendía. Los chicos del cuerpo lo calificaban como humor negro, e incluso como egocentrismo. No era un secreto que a nadie le agradaba y que eran pocas las personas que le dirigían el saludo.

Por otro lado, era Douglas mismo quien frecuentemente se hundía de hombros y le restaba importancia argumentando que todos ahí le tenían envidia por ser el hijo del capitán.

–Buenos días a todos– aquel había sido un día en que había despertado de buenas.

Kate la recepcionista levantó la mirada de la revista que leía y sin hacer ningún comentario volvió a su entretenida lectura.

Milo, Taylor, Austin y Jamie hicieron lo mismo. No hubo uno solo que no rodara los ojos con fastidio.

Todo fue diferente cuando vieron a León entrar.

A León siempre lo habían querido, siempre lo habían admirado y respetaron.

Se pusieron en pie nadamás verlo.

Un instante después ya estaban junto a él, rodeandolo para darle la bienvenida y ser los primeros en saludarlo.

Habían escuchado rumores de que León Navarro regresaba pero habían esperado a que en verdad ocurriera para así confirmarlo.

Ahora todos estaban contentos de verlo ahí. La noticia de que tomaría un descanso indefinido no había sido del agrado de nadie. Desde entonces habían estado echandolo de menos y esa era la razón de su felicidad al tenerlo de vuelta.

Atonito, Douglas observó todo lo que ocurría mientras sentía el resentimiento crecer en él. Al igual que antes, al igual que siempre.

Apretó los puños y se sintió furioso. Después se alejó.

León que había estado respondiendo a las preguntas de sus amigos sobre cómo estaba y en dónde había pasado sus vacaciones los últimos meses, se disculpó de todos ellos y enseguida fue tras Douglas.

–Necesito hablar contigo– le dijo seriamente una vez que lo alcanzó en uno de los pasillos.

–¿Por qué has vuelto? ¿Eh? ¿Por qué lo has hecho? No te necesitamos aquí. No haces falta aquí. Lo mejor sería que te largaras, imbécil–

El moreno fue paciente. No respondió a su agresión con agresión.

–Este es mi lugar. Aquí está todo por lo que he trabajado. Y eso incluye el caso de Penn–

–El caso de Badgley ya no es asunto tuyo, Navarro. Es mi asunto, así que olvídalo–

–Quizás si nos unimos para trabajar juntos podamos...–

La carcajada de Douglas se escuchó.

–Ya claro, tú y yo jamás podremos trabajar juntos. No hay espacio para los dos en el mismo sitio, y espero que pronto te quede eso claro– dio media vuelta para marcharse, pero entonces León habló.

–¿Por qué, Douglas? ¿Por qué no hay espacio para los dos en el mismo sitio? Antes lo había...– le recordó con toda intención. –Antes eramos amigos...–

–Tú lo has dicho, Navarro... Antes. Ya no–

–Y esa es precisamente la gran duda que jamás aclaraste... ¿Por qué dejamos nuestra amistad? ¿Por qué te alejaste de mí y empezaste a odiarme? Jamás te hice nada...–

–¿Que jamás me hiciste nada? Me hiciste a un lado. Todo el mundo te prefería, nuestros amigos, las chicas, los profesores... Incluso mi padre te ha preferido siempre. ¿Pero sabes qué? No me importa más. Lo he superado– era claro que no lo había hecho.

Y también era díficil creer que de niños habían sido inseparables.

León no podía creerse que aquel fuera el motivo por el que se habían distanciado.

¿Valdría la pena decirle que jamás había sido su intención hacerlo a un lado? ¿Que no había sido su culpa? ¿Que lo disculpara por haber estado tan ocupado entre los examenes y los entrenamientos para poder entrar a la universidad que realmente no había sido consciente de haber dejado olvidado a su mejor amigo?

No, no valdría la pena. Douglas jamás creería en su sinceridad.

Exhaló porque no sabía qué debía decir.

Douglas por su parte utilizó el silencio para marcharse, dejando a León solo con sus propios pensamientos hasta que Omar y Zachary aparecieron. Los dos mostraban grandes sonrisas y mucha emoción. Fueron hasta él para abrazarlo.

–Bienvenido a bordo, León–

–Bienvenido, viejo–

–Esto es algo que tenemos que celebrar, aunque sea con café. Ven aquí–

Enseguida lo condujeron hasta la que había sido su oficina.

León la encontró tal y como la había dejado, pero mucho más limpia.

Sobre ella estaba su placa y su arma que por fin le eran devueltas.

El moreno las tomó. Suspiró y después tomó asiento frente a su escritorio.

–¿Por qué no estás contento, León?–

Le preguntaron confundidos.

–¿No era esto lo que querías?–

–Yo... sí– respondió él pero su expresión demostraba todo lo contrario.

Omar y Zachary supieron el motivo de su aflicción al instante.

–Es por la chica, ¿no?–

León no fue capaz de negarlo.

–No puedo dejar de pensar en ella– asintió. –No sé qué me pasa, creo que me he obsecionado–

Sus amigos rieron.

–¿Obseción? Leoncín, estás enamorado, viejo–

–Hasta la médula– continuaron riendo.

Él los miró desconcertado.

–¿Enamorado?–

Omar se hundió de hombros.

–¿De qué otra forma llamarías tú a semejante apasionamiento por una mujer?–

Ellos tenían razón, convino León.

Tenían toda la maldita razón.

Estaba metido hasta las cejas.

Se había enamorado de Ariana.

•••••

–¡¿Por qué está aquí?! ¡¿Por qué ha vuelto?!– Douglas entró a la oficina de su padre sin preocuparse por tocar la puerta o siquiera pedir permiso para ingresar. –¡No es justo, papá! ¡No es justo!– le gritó.

Con toda calma, Christopher se puso en pie y se ocupó él mismo de de cerrar la puerta, evidentemente haciendo un pequeño esfuerzo para que las personas fuera de su oficina no fuesen a escuchar los problemas habituales entre padre e hijo.

–En primer lugar, oficial, aquí no soy tu padre, soy el capitán Meloni. En segundo lugar, esa no es manera de entrar a mi oficina, y tampoco de dirigirte a tu superior. En tercer lugar, lo que yo haga o decida, no es de tu maldita incumbencia. Ahora te agradeceré si sales por donde entraste y me dejas seguir con mi trabajo–

–Papá...–

–Largo, Douglas– repitió.

–¿Por qué me haces esto? ¿Por qué le haces esto a la comisaría? León no es un buen policía, nunca lo ha sido. ¿Que acaso no recuerdas lo que sucedió? ¿No recuerdas el error tan grande que cometió y que le costó la vida a uno de los nuestros?–

–Ese error no fue de León– le recordó Christopher. –Fue error de Badgley, y lo pagó caro–

–Sí pero León estaba al mando. Él debió correr con toda la responsabilidad–

–Y eso fue exactamente lo que hizo. Ahora es tiempo de que regrese. Es tiempo de que retome las cosas donde las dejó. Siempre ha sido un gran policía, se ganó su lugar aquí y yo no soy quién para siquiera intentar quitarselo–

Para Douglas las palabras de su padre fueron como una bofetada. Dio un par de pasos hacia atrás todavía enfurecido. Los celos y la furia lo carcomían.

–¿No puedes evitarlo, verdad padre? ¿No puedes evitar quererlo como a un hijo? ¡Quererlo incluso más que a mí! Siempre lo has preferido. ¡Cuando éramos niños y también ahora!– sin decir una cosa más, Douglas salió de la oficina.

•••••

Acababa de terminar la llamada con Nicki. Su jefa le había llamado para avisarle que esa noche y todo el fin de semana el Moonlight tendría cerradas sus puertas debido a una fuerte infestación de termitas. Las personas de salubridad les habían hecho una visita más temprano y habían optado por clausurar el lugar hasta que el problema fuera resuelto. La solución había sido una fumigación la cual tardaría más de un día.

Ariana se sintió frustrada. Si, frustrada porque aunque odiaba estar ahí y hacer lo que hacía ahí, el hecho de saber que no habría noche de trabajo significaba no tener ganancias, significaba menos dinero y ella necesitaba el dinero. Gianna lo necesitaba. Exhaló.

–Mami– la vocecita de la pequeña la llamó. Le mostró entonces el control al mando del televisor. Hacia ya varias noches que su hija le había pedido que vieran una película juntas. La suscripción a Disney+ le costaba mensualmente una cantidad considerable pero no le importaba si con ello Gianna podía disfrutar de la magia de sus princesas favoritas.

–¿Qué película quieres ver, mi amor?–

La niña le mostró entonces su muñeca de Cinderella.

Ariana preparó rosetas de maíz y juntas miraron aquel clásico de los años cincuenta.

Como era costumbre, Gianna empezó a quedarse dormida poco después de que la mitad transcurriera, aunque no del todo.

En ese momento su celular empezó a sonar.

Para Ariana no fue sorpresa saber que era Chicano quien llamaba. Miró a su hija se dio cuenta de que ya había caído en un sueño profundo.

Respondió aunque de principio dudó un poco.

–Hola... Soy yo–

–Ya sé que eres tú– fue la respuesta de Ariana.

–Quería saber si estás bien–

–Siempre quieres saber si estoy bien– suspiró ella.

–¿Eso tiene algo de malo?–

–Mmmm... No, supongo que no–

–No has respondido a mi pregunta, Ariana–

–Estoy bien–

–¿Y cómo está Gianna?–

–Ella está perfectamente–

–Me alegra escuchar eso. Oí que... el Moonlight no abrirá esta noche–

–No abrirá en todo el fin de semana. Un asunto de termitas–

–Ya. Entonces supongo que tendrás noche libre. ¿Puedo ir a verte?–

–No lo sé, Chicano. Estoy con Gianna–

–Y sé que tú tiempo junto a ella es sagrado. No quiero entrometerme en eso, sólo... Quisiera verte aunque sea unos minutos. ¿Puede ser cuando Gianna vaya a la cama? Quiero darte algo–

Durante los últimos días, Ariana había empezado a sospechar que aquel hombre no sólo era intenso, sino que cruzaba los límites normales con contundencia. Eso debía ponerla en alerta roja. Debido a su historial, la idea de tropezarse con un sujeto dominante debía de aterrarla, pero sucedía todo lo contrario. Aquel moreno la atraía, conseguía que se estremeciera pero no de miedo. Había logrado que humedeciera las bragas. Y eso nadie lo había conseguido antes.

Ah, y le hubiese encantado decir que no. Mandarlo al demonio porque no le gustaba lo que había empezado a sentir por él.

Pero no lo hizo.

–Está bien–

•••••

La visión de Ariana bajo la luz de la luna fue la cosa más hermosa que León pudiese haber visto en toda su vida. Recuerdos de su noche huyendo de aquellos desalmados rusos acudieron a su mente.

Se veía tan bella como en ese momento. Siempre lo estaba, no importaba la circunstancia. Y especialmente cuando le devolvía la mirada. Cuando lo hacía se convertía en la mujer más hermosa de todo el universo. Las demás dejaban de existir. Tan sencillo como eso.

Sin aliento, él la esperaba en la entrada del edificio, habían quedado de verse ahí una vez que acostara a Gianna.

–Te ves preciosa, Ariana– le dijo.

–¿Esperas que te crea eso?– la castaña rió con ironía. Podía creer que él y cualquier otro hombre la encontraran atractiva en sus noches en el Moonlight, ahí cuando el denso maquillaje le cubría el rostro, y su cuerpo apenas cubierto por trozos de tela. No ahí, con su cara al natural, el cabello recogido, y vestida con shorts de mezclilla deshilachados y una vieja sudadera de los Looney Tunes.

–Es la verdad– asintió él. –Eres tan bonita que me duele el pecho solo con mirarte–

Ariana sintió que se estremecía. Él le decía cuán bonita era, pero ella no podía dejar de mirarlo y pensar en lo atractivo que estaba.

¿Era normal que alguien fuese tan excesivamente guapo? Con sus ojos verdes la hechizaba. El mentón endurecido y la barba incipiente la insitaban a tocarlo, a acariciarlo con sus manos y después atraerlo hasta ella para poder besarlo.

Era alto, muy alto, de hombros anchos y constitución sólida. Era un hombre maziso. Y tan fuerte que parecía ser capaz de patearle el trasero a cualquiera que se atreviese a molestarlo. Ah y eso ella lo sabía bien. Lo había visto darle su merecido a Vince, y a un montón de patanes más, también a los rusos que habían intentado asesinarlos. La había defendido todas y cada una de aquellas veces y sólo por eso siempre le estaría agradecida.

¿Agradecida? ¿Pero a quién engañaba si lo último que sentía por él era gratitud? Se trataba de algo más ferviente, algo mucho más ardiente.

–Por favor sé rápido. No me gusta que Gianna esté solita en el departamento–

–Quería darte esto– le entregó entonces la rosa.

De primer momento ella se mostró impresionada.

¿Chicano le estaba obsequiando una rosa? Nunca antes ningún hombre le había dado una rosa.

El hecho de que él fuera el primero le retumbó en la cabeza durante los siguientes segundos.

La tomó.

–Pues... gracias. Yo... no sé qué decir– se sentía demasiado nerviosa, demasiado afectada. Ese mexicano de ojos verdes la afectaba tanto...

–No tienes que decir nada– respondió León, quien pensó en que había valido la pena ir hasta ahí solamente por ver esa extraordinaria carita. Le había gustado la flor, no tenía duda. Lo sabía por el modo en que la sostenía en su mano y la acercaba a su nariz para olfatearla.

La vio entonces negar para sí misma. Se acercó a él.

–De hecho sí tengo algo que decir. Chicano, yo... Yo tengo que hacerte esta pregunta–

Mientras hablaba a Ariana le dio un vuelco en el corazón. Se mordisqueó el labio y observó con atención los duros y oscuros ángulos de la cara masculina.

Se dijo que tenía que hacerlo. Tenía que impedir que él volviera a confundirla. Pronunciaría su inapelable discurso, le desearía buena suerte, entraría a su departamento y cerraría la puerta. Y permanecería en su lugar seguro. Sí, aprovecharía que él no trabajaría más en el Moonlight, así dejaría de verlo y ella volvería a ejercer el control sobre su vida. Todo estaría por volver a su cauce correcto.

–Te escucho–

Lo oyó decir.

Ella se armó de valor y tomó aire. Luego lo dejó salir por sus fosas nasales.

–¿Qué es lo que quieres de mí exactamente?–

–Todo lo que estés dispuesta a darme– respondió León. –Y aún más– la miró con fijeza.

Ariana se negó a demostrarle debilidad.

–Estoy dispuesta a ofrecerte mi amistad, pero sólo eso. Podemos ser amigos...–

–¿Amigos?– el moreno que hasta entonces había permanecido sereno, negó con algo de enfado. –Amigos la papa frita y la catsup–

–Chicano, no me pidas más por favor porque no puedo dártelo–

León resopló. No era su amistad lo que buscaba, no era algo que iba a aceptar tan facilmente.

¿Pero qué podía decirle? ¿Que la deseaba completa? ¿Que su más grande anhelo era quitarle toda la ropa y pasarse una noche entera buscando todas las maneras posibles de darle placer? ¿Que el hecho de que fuera madre de una niña de seis años, de que bailara medio desnuda delante de un montón de borrachos no conseguía atemperar el deseo que sentía por ella ni un ápice?

–¿Por qué, Ariana? ¿Por qué no puedes dar más de ti?–

Las pesadillas que la atormentaban regresaban a cada instante.

Pete, a quien ella había amado... El sin fin de hombres que habían desfilado después por la casa Davidson, todos ansiosos de entregar su sucio dinero por empujar durante unos cuantos minutos entre sus piernas. Minutos que ahora la tenían marcada de por vida. Minutos que habían conseguido que no volviese a sentirse limpia nunca más. Los mismos minutos que le habían costado todos sus sueños y sus ilusiones.

Clavó entonces sus ojos marrones en los de él color esmeralda. León se sintió atravesado por su mirada. De pronto fue consciente de que Ariana se había olvidado de que estaba ahí. Parecía como si se hubiese perdido en una realidad alterna, hacia algo que él no podía ver.

Por su expresión, supo que estaba atrapada dentro de un recuerdo tan vívido como si estuviese ocurriendo en ese mismo instante.

–Yo no quiero hacerte daño– le habló con firmeza para hacerla volver.

Ella salió de su trance, y un tanto sorprendida lo miró.

–Ya lo sé...– se estremeció.

–No, no lo sabes. Eres incapaz de creer en mí por alguna razón–

–Por supuesto que creo en ti– sus palabras la hicieron enfadarse. –Chicano, te he dado más que a cualquier otro hombre en mi vida, pero quieres algo que no existe. O mejor dicho algo que está muerto desde hace mucho tiempo–

–No está muerto y lo sabes bien, Ariana. Está más vivo que nunca junto a lo que yo siento por ti–

La castaña miró fijamente hacia la rosa. Se negó a mirar a otro lado, a mirarlo a él.

–Estoy segura de que sólo es un capricho. Buscas una noche de pasión, pero yo no puedo dartela. Sería mejor que te confirmaras con mi amistad y buscaras eso en otra parte–

León negó.

–¿Crees que te quiero para una sola vez? ¿Que sólo busco saciarme utilizando tu cuerpo y ya? Estás equivocada, Ariana. Te equivocas muchísimo– argumentó con voz grave.

Ella lo miró desconcertada.

¿Entonces qué era lo que él deseaba además de pasión? No era posible que aspirara a nada más que no fuera una noche de placer. Hasta ese momento habían estado en inusual sincronía. No lo entendía. De pronto una sensación la llenó. Se sintió sofocada y luchó por mantener el aire.

–Eso no cambiará en nada las cosas. Yo soy lo que soy y no lo puedo modificar. Sé cómo manejarlo y cómo seguir adelante. No quiero ni pretendo que nadie esté a mi lado. No necesito que nadie lo esté. He aprendido a aceptar mi vida tal cual es, y me importa un bledo que tú o cualquier otro no lo comprenda–

Pero León lo entendía. No conseguía descifrar por qué, pero la entendía.

Con el corazón hecho trizas era capaz de verla, de ver incluso a través de ella.

Y podía imaginarla. Podía imaginarla a los dieciséis años. Tan joven e inocente. Desproteguida y sola en el mundo. Sin nadie a su lado que pudiese cuidarla. No podía soportarlo. Lo rompía, le destrozaba todo en su interior. Lo hacía desear quemarlo todo.

Se acercó lentamente. Después la estrechó contra su sí y se sorprendió de que ella no se disolviera como humo entre sus brazos.

Su perfume lo rodeó, lo envolvió adentrandolo aún más en su hechizo. Lo volvió loco.

Acto seguido la atrajo más hacia él y comenzaron a besarse.

Pero este beso fue muy diferente al que habían compartido aquella última vez en el camerino. Este beso fue como una disculpa.

Un beso suave, apenas un roce en sus labios.

León se preguntó entonces si era posible morir por un beso.

La respuesta la tuvo clara. Sí, si el beso era de Ariana, si era su boca la que lo besaba. Se derritió en su feminidad, por completo.

Aquella preciosa castaña no era una mujer cualquiera, no era mujer para una sola noche, y él quería que lo supiera desde el principio. Necesitaba que no le quedara ninguna duda.

Ariana se fundió en su calor, y percibió toda su esencia viril, respiró su aroma a hombre. Cielo santo, qué bien olía. Se dejó llevar por él y por su deseo. Una vez más.

Ella luchó, trató de ganar aunque fuese por una sola vez pero no lo consiguió. Podía arrancarse la espina del alma, quizás podría hacerlo, pero el dolor permanecería ahí, latente. Jamás la abandonaría.

Los ojos se le llenaron otra vez de lágrimas y entonces lo empujó tragandose todo aquel llanto.

Soltó la rosa haciendo que esta callera al suelo. Dio media vuelta y después se marchó.

León entendió que cualquier pequeña abertura que hubiera habido ya estaba de nuevo cerrada.

Se inclinó para recoger la rosa.

_______________________________________________________

Dejen comentarios :)

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top