Capítulo 34

Capítulo 34: bailes y favores.

Papeleo, unos cuantos trucos ilegales, mucho dinero y varias llamadas fue lo que se llevó mi tiempo. Mandé a Jimin a llevarse a mi mamá a la casa porque la noté cansada y le aseguré que no iría a otra parte sin Jungkook por lo que no estaría en peligro. Los agentes de la base me atendieron bien, más de lo que yo necesitaba. Me asignaron una sala para descansar en lo que mi hombre se decidía por dejar de torturar a sus víctimas, cosa que pasó más rápido de lo que yo esperaba.

Me avisaron por medio de una llamada que Suni había salido del quirófano y estaba estable pero aún no despertaba, me levanté del sillón para ir a verla y justamente cuando puse mi mano en la puerta oí sus pasos cerca de aquí. Al abrir me encontré al hijo de Dios con ropa diferente y oliendo a jabón.

Me crucé de brazos, seguía serio y con esa cara de no "me mires porque te arranco la cabeza". Y aunque a muchos seguramente eso les inculcó más respeto a su presencia, a mí solo me causa algo de ternura y muchas ganas de comerle la boca.

—No quiero estresarte más de lo que ya estás pero espero y sepas que tanto rato estando aquí es riesgoso —pasó a mi lado masajeando sus sienes, yendo directamente hacia el sofá. Allí se tiró echando hacia atrás la cabeza soltando un largo suspiro.

—¿Cómo están?

—Suni ya está en una habitación, la operación fue exitosa —me senté a su lado—. YooA ya despertó y está con Leo y a Boram... La ayudé un poco.

—Conozco tu forma de ayudar —murmura a lo que me muerdo el labio, entonces me mira y sonríe sin ganas— ¿Qué le hiciste?

Ah, me conoce tan bien. Palmeo su muslo sentada a su lado y captura mi mano dejando un beso en el dorso y otro en mis nudillos. Me estremezco por el tacto acabando con la distancia que nos separaba, rodeando a su torso con mis brazos.

—Borré todos sus recuerdos traumáticos de aquel lugar, cuando despierte solo sabrá que fue trasladada a otro sitio pero nada más.

No dice nada por un par de segundos pero sé que solo está pensando, él sabe perfectamente bien de qué se trata así que no tengo que explicarle, ya he hecho esto unas dos veces antes.

—No era la forma correcta de aliviar su dolor, pero gracias —murmura, cosa que me hace sonreír.

—Ya resolví lo demás.

—¿Qué cosa?

—Mandé a sacar nuevos documentos de identidad para ambas, hablé con Taehyung para ver qué pensaba al respecto y para resumir todo; en unas dos semanas los tres estarán tomando un vuelo directo a su nueva vida en Seattle. La nueva misión de Kim será protegerlas.

—¿Kai? —pregunta, incluso en los peores momentos piensa en todos y en todo. No deja a nadie que le importe fuera de sus pensamientos.

Y menos mal yo también soy así, por eso mismo también me encargué de ese asunto.

—Abengoa dijo que dejará la base pero no ahora, al parecer hay cosas que quiere hacer y está indecisa —me encojo de hombros—. Le dije que si necesita algo puede decirle a Nana para que nos lo haga saber.

—¿Algo más? —me separo de él para poder mirarlo, mi mano va a parar en su mejilla para acariciar aquella zona y me da pesar verlo tan agotado mentalmente, pero aún no es momento de descansar.

—Sí, ve a ver a tu hermana y trata de enmendar tu relación con ella —vuelve a suspirar, dejo un beso en su labios tan corto y repentino que se oye por toda la habitación para después levantarme—. Ambos lo necesitan.

—¿A dónde vas?

—Tengo cosas que hacer —muchísimas en realidad—, te espero en casa ¿Está bien?

—Bien —no me deja ir porque toma mi mano, desde abajo me observa—, gracias otra vez.

—Ningún gracias —sonrío con más emoción—, me las pagarás.

Tuerce el gesto en confusión, luego cambia de golpe y una risa se le escapa. Tira de mi mano haciendo que mis pies tropiecen con los suyos y de una caigo sobre su regazo. Me aprieta contra su cuerpo, apartando cabellos de mi cara con delicadeza para dejar esa mano grande y pálida a un costado de mi cabeza. Realiza movimientos circulares sobre mi cuero cabelludo con la yema de sus dedos, y cierro los ojos al tacto como un gato ante el cariño de su dueño.

—¿Cómo? —susurra sosteniéndome, su aliento frio lo siento sobre mis clavículas.

Tengo ganas de hacer pipi.

—Tú sabes cómo —intento levantarme pero me gano una nalgada— ¡Estrellas! No hagas eso aquí, me tientas.

—Una última cosa, señora vida.

—¿Qué? —pregunto, sonríe más cuando pico la punta de su nariz con mis dedos.

—La amo.

Y con solo eso fue suficiente para regresar con las baterías recargadas a casa. Pero ahora, rayos, estoy agotada. Tuve que hacer un conteo personalmente con ayuda de mis niñas para la reevaluación de las tasas de mortalidad y natalidad de cada población en todo el mundo y según su especie. Lamentablemente Adán es quien controla a los brujos en todo el sentido de la palabra, así que aún no puedo apoderarme de las almas de aquellos seres, cosa que solo sucederá si él cede o si muere.

Cuando él deje existir tendré muchísimo más trabajo que hacer.

Logré hacer lo que a Taehyung le prometí, también hice el trabajo atrasado debido a los recientes inconvenientes. Jimin preparó la cena, mi mamá resultó estar encantada con él y ahora son algo así como amigos, ella le hace saber sus dudas y preguntas y él responde. A Shao también le agrada mi madre pero ella sigue un poco miedosa, así que están en eso. Ahora mismo estoy sola en casa, mandé a Jimin a comprar algunas cosas y como quiero que mi madre conozca la costeña ciudad la envié a ella para acompañarlo.

La leona estuvo pegada a mí todo el rato a sabiendas de que era la única guardiana en la casa y se lo agradecí, no estoy acostumbrada a estar sola tanto rato. Como soy una buena samaritana y sé que Jungkook va a llegar más cansado que yo, me aseguré de que les quedó cena a él y a Grecia y luego fui a su lugar de trabajo para adelantar algunas cosas por él. Si bien ya no necesitamos comer, ni dormir ni nada de esas cosas mortales, las seguimos haciendo. Por costumbre y porque ser inmortales no significa que no sentimos nada. No es necesario comer, pero sentimos hambre, nuestras heridas pueden sanar de forma inmediata, pero sentimos dolor.

Tocan la puerta de la oficina.

—Adelante —digo en voz alta mientras releo parte del cronograma, la puerta se abre y allí está mamá. Se queda en el sitio aunque le digo que puede pasar pero observa todo a su alrededor.

¿Cómo que habrá lluvia durante la luna azul? Hay que cambiar esto, no podemos arruinar la celebración en Carlota Amalia, quiero ir. Ah, de repente me mareo, siento... Una carga pesada, como un exceso de energía repentina.

—Solo quería decirte que ya me voy a dormir —sonrío un poco, me está hablando en ruso—. Jimin está tomando una ducha y te manda a decir que deberías descansar.

—Estaré bien —afirmo para que no se preocupe— ¿Cómo les fue?

—Bien, todo es muy lindo allá... Les compré algo —frunzo el ceño, me levanto cuando veo que ella no piensa moverse de la puerta. Estoy en pijama y descalza, mis pantuflas las dejé fuera de la habitación.

Mi mamá saca de la bolsa que yo ya había notado un par de broches para la ropa, me es inevitable no sonreír y por consiguiente abrazarla. Resulta que cuando yo era pequeña me gustaba mucho usar broches de pareja con mi mamá, así que teníamos algo así como una colección de broches para cada conjunto de ropa que usábamos. Con el tiempo se volvieron como un hábito muy frecuente y también un símbolo de buena suerte, amor y cariño.

Dos broches, con tan solo verlos sé a quién le pertenece cada uno. El mío es una piedra muy parecida a un diamante con detalles en rojo que tiene la firma de una rosa, de la cual una delgada cadena cuelga. El de Jungkook es un círculo, la primera mitad simula ser la luna y la otra los rayos dorados del sol, también cuelga de él una delgada cadena.

Son muy pequeños, así que pueden ir perfectamente en una chaqueta, el cuello de una camisa e incluso en los sacos que Jungkook suele usar.

—Eres increíble, gracias —vuelvo a abrazarla, a pesar de las circunstancias adoro tener a mi madre aquí conmigo y sé que ella también está feliz por ello.

—Eso ya lo sé —reímos—, que tengas buenas noches.

—Igual, mami.

Me quedo un rato más después de que ella se va, o eso es lo que pienso porque cuando me levanto y me decido por irme, salir y cerrar con seguro la puerta, resulta que son las dos de la mañana. Al bajar las escaleras voy hacia la cocina por un trago de whisky porque bien, lo admito, no quiero irme a dormir sin tener la tranquilidad y certeza de que pecas está en casa. Tomo asiento balanceando los pies, estas sillas al parecer fueron hechas exclusivamente para personas altas porque no puedo adaptarlas.

Y bueno, al fin llegan. Cruzan la entrada principal, corro, abrazo a Grecia, ella gruñe y me aparta para irse y entonces ahí si me cuelgo de la espalda de mi hombre el cual se ríe de mí efusividad al recibirlos.

Me encanta, me encanta, me encanta.

—Pensé que estarías dormida —sus manos me sostienen por los muslos para que no me caiga, y conmigo aún en su espalda sube escalón por escalón.

—Quería estar despierta para cuando llegaras.

Al llegar me bajo, camino hasta el armario sacando su pijama y ahora que lo pienso la mayoría son negras o grises, colores oscuros, algo totalmente opuesto a mis pijamas de estampados de corazones, caricaturas y colores pasteles. Lo único oscuro en mis prendas de vestir es la lencería que uso todo el tiempo porque me hace sentir segura. Sin mi lencería sensual no me siento yo, y por ende no puedo actuar frente a otros como si fuera la dueña del mundo.

Que a decir verdad, soy como una socia del mismo. Vamos que, Gaia me crio, sin mí el planeta muere, y además soy la esposa del declarado hijo del Sol. Mi influencia es grande y tengo que actuar como tal.

Así que si, mi ropa interior es muy, muy importante, aja.

—¿Te gusta el purpura y no tienes ni una sola prenda de ese color? —pregunto mientras busco algo pero no, solo colores neutros. Lo oigo reír sintiendo sus ojos en mi persona, me volteo un segundo solo para agarrarlo viéndome el culo.

Él dice que yo soy la sucia aquí, pero es que ni siquiera se da cuenta de que la mayor parte del tiempo es él quien me provoca con sus miradas tan insinuantes y sus manos traviesas.

—En realidad tengo un pantalón de dormir café pero me queda apretado y te lo dejé a ti... Te queda lindo ese pijama.

—¿No se supone que estás cansado?

—Para ti, nunca.

—Ow, haces feliz a mi corazón —la sonrisa que pone es bastante linda, sus dientes blancos relucen y puedo ver el esos detalles casi cósmicos tan hermosos que decoran a sus irises. Me encantan esos ojos, y también esas cejas pobladas. Me siento sobre su regazo en la cama, mis piernas a los lados de su cadera— Pero ya ¿Qué esperas para ponerme en cuatro?

La sonrisa se borra, pasando a una expresión más pícara. Tenía intensiones de preguntarle cómo le fue con su hermana pero si no me ha dicho nada es porque seguramente quiere hablarlo mejor mañana. Supongo que ha ido bien, pues no le noto decaído ni nada.

Y si me está tocando como la está haciendo justo ahora es porque sí, se siente bien, agotado pero bien.

—Contigo no se puede ser romántico, definitivamente.

Solos en casa después de una reunión amistosa con Melchor, así nos encontramos. Al parecer Sunhee se aburrió y decidió que sería buena idea salir al pueblo, así que enviamos a nuestros guardianes a cuidarla. Venus está de buen humor y ni hablar de mí ¿La razón? Todo y nada. Hoy me ha dado por ser agradecido y actuar como se supone debo hacerlo, así que estoy feliz de tener un día mas de existencia al lado de a quienes quiero. También le suma un poco el hecho de que hoy recordé cosas de mucho tiempo atrás que antes eran borrosas para mí, además del hecho de que hoy Grecia por fin pudo relucir sus bellas alas color blanco. Me rasguñó la cara con una de sus plumas, y honestamente me sentí bien de ver como se preocupó por algo tan simple como eso.

El vestido de mi Venus le luce bastante a su persona, usualmente viste de rojo cada que nos encontraremos con otras criaturas divinas, como una forma de gritar su presencia y presumir lo que es. Pero hoy decidió vestir de forma más delicada y menos extravagante. Nada de sombreros o tocados grandes, nada de sacos o chalecos abiertos. Tampoco tacones exageradamente altos ni labios tan rojos como una cereza. Simplemente es ella con un vestido suelto color rosa hasta las rodillas que se nota lleva mucha tela y baila con cada paso que da. Su cabello corto tan negro como el mío lo recoge medianamente un broche con una aguja de acero, y zapatillas altas.

Por amor al padre, es tan hermosa.

Me aproximo al reproductor de música en el que solo coloco mi teléfono para conectarlos, y busco entre muchas canciones en lo que ella se despoja de sus guantes negros de encaje y los deja sobre el comedor. Nuestra sala de estar es espaciosa, es básicamente un salón mediano con muebles, así que solo ruedo la mesa ratona en medio de los sillones bajo su atenta mirada curiosa.

Le doy play a la canción seleccionada, y en cuanto la melodía reciente se cuela a nuestros oídos ella no tarda en sonreír y sus ojos parecen cristalizarse.

Por supuesto, si es que justo hoy recordé un momento bastante importante de nuestro pasado; cuando la invite a bailar formalmente frente a muchas personas en ese baile real. Y le exprese a los reyes, en ese entonces mis padres, lo mucho que amaba a mi escudera real y cuanto deseaba casarme con ella.

Esa fue la primera vez después de nuestra primera reencarnación que le exprese mi amor incondicional abiertamente. Pero más alucinante aun, que esa fue la primera vez en nuestra vida que ella me correspondió.

A partir de ese entonces, cuando esa melodía vieja sonó en el palacio, nuestras miradas se encontraron y ya no solo éramos Yaveh y Lyra, sino algo mucho más.

Solo éramos nosotros.

—¿Me concede esta pieza, reina mía?

—Por supuesto, su excelencia.

La melodía suave del violín acaricia a mi alma, penetrando muy dentro de mí ser. El caminar lento de la mujer que me observa es un hermoso placer visual. Se inclina ante mí empuñando la falda de su vestido, y me inclino yo ante su magnífica presencia.

Sonríe a labios cerrados con esa hermosa picardía, y le entrego una mirada cómplice mientras mi mente viaja entre los recuerdos. Cuando estamos más cerca extiendo la mano, y con esa gracia la toma para darme un pequeño apretón. La llevo al centro del salón, en donde damos comienzo con movimientos suaves.

Ella me enseñó a bailar. Así que recordar esos días en los que me llevaba a bares a escondidas de nuestras tutoras —Gaia y María— es inevitable. Tomaba mis manos, tiraba de mí a la pista de baile con música en vivo en contra de mi voluntad y me susurraba que me dejara llevar. En ese entonces ella aun me veía como el niño que si se despegaba de ella, enfermaba. Pero yo ya estaba enamorado hasta los huevos de esa mujer y hacia todo lo que ella me pidiera aunque no me gustara.

Bailamos, danzantes sobre el suelo. Bañados en la euforia de nuestro espíritu compartido, ungidos por la luz lunar colándose por la ventana. Sus labios sonrientes, el brillo de sus ojos... Mis dedos cosquillean. La tomo solo de una mano y ella extiende el otro al cielo, luego el mismo brazo se balancea con delicadeza hasta que sus dedos acarician mi cabeza y bajan suavemente por mi nuca. Nuestras frentes se rozan ligeramente. Nuestros pasos al son de la canción no muy lenta, tampoco demasiado rápida. Venus se deja guiar por mí, que la llevo dando giros por todo el espacio. La canción va tomando fuerza, su ritmo nos agita aun más. Con la espalda erguida y una mano tras la espalda le doy un giro y parece que su vestido vuela. Luego regresa a mí y sostengo su cintura sin soltar su mano.

Ambos sonreímos cuando la canción explota y el violín, protagonista, suena más hermoso que nunca. Es alegre, es eufórico, es emoción y pasión a la vez.

La canción emite de forma muy precisa y acertada la vibra del amor.

De repente, en el fondo oigo campanas y es en ese instante en el que nuestros ojos que no paraban de admirarse se cierran, dejando todo en manos de las sensaciones y el tacto.

Entonces, entre giros, caricias y sonrisas la alzo en lo alto sujetando su cintura. Venus ríe escandalosamente mientras alza los brazos hacia el techo y hace hacia atrás su cabeza. La bajo lentamente, a medida que la canción va descendiendo de ritmo y la intensidad de los instrumentos en el fondo va disminuyendo hasta que, de nuevo, el violín vuelve a ser el centro de atención. El pecho de Venus roza contra el mío, lento, sin apuro. Y cuando sus pies tocan el suelo no la alejo, la mantengo pegada a mí.

Frotamos nuestras narices con lentitud y cariño, con el deseo latente. Nuestras frentes destilan gotas de puro anhelo, y sus manos acariciando mi nuca y cintura solo me provocan escalofríos.

Deslizo mi mano desde su cintura por su cadera, bajando por su muslo y dejando los dedos justo detrás de su rodilla para elevar su pierna y dejarla a un lado de mi cadera. Con extrema paciencia y elegancia voy inclinando mi cuerpo sobre el suyo, y con confianza va dejando caer su peso, dejándolo en mis manos. Junto nuestras frentes cuando nos quedamos así, tal cual caballero a su damisela. Príncipe a su princesa.

Rey a su reina.

Deposito mis labios en su cuello de forma sutil cuando suspira llena de paz. Se lo que siente, me está transmitiendo lo ligera que se siente. Se siente como si flotara, y nuestra energía está bailando por todas partes. Cuando nos reincorporo la melodía tenue termina, pero nosotros seguimos en posición. Como si estuviéramos en alguna clase de baile en épocas festivas; una pareja enfundada en emoción que espera por la siguiente canción, deseando bailar toda la noche.

—¿Otra canción? —pregunto entre susurros, sabiendo la respuesta.

—Hasta que se nos desgasten los zapatos.

¿Capitulo fav? Este es el mio, sisi.

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