Hogar
Querida Pucca:
Me alegra muchísimo que estés bien, aquí todo sigue igual pero sin duda extrañamos a la mejor repartidora de todo Sooga. Tus tío siempre me preguntan por ti y me apena tanto decirles que no recibo muchas cartas tuyas porque no vayan mucho hasta el buzón más cercano pero ellos saben todo lo que me encomiendas que les diga. Que estás sana, a salvo y muy feliz.
¿Cómo están ustedes dos, eh? Me muero por ver a los hijitos de Mio y Yani desde la carta pasada, cuando me diste la noticia. Por favor, si puedes, envía una foto de los felinos. Abyo sigue insistiendo en que debo tirar a mi gallina, aún le tiene resentimiento por todas esas veces en que le picoteó, pero ya le he dicho infinidad de veces que ya es una gallina vieja y que no hace nada malo. Ya no.
¿Qué tal va Garu? También Abyo me pregunta mucho y como tu Ninja no se digan a contestarle las docenas de cartas que le manda, me encomienda investigar. Sé perfectamente que eres una esposa genial, Garu es el más afortunado... No sabes cuánto le recé a los dioses por su unión, creo que toda Sooga lo hacía. Pucca, cuídense mucho por favor, ya cayó la primera nevada y allá en las montañas es más cruel el frío.
Te quiero muchísimo amiga, Abyo y yo los esperamos en nuestro hogar para navidad.
Con cariño, Ching.
Pucca terminó de leer la carta con un sentimiento atorado en la garganta. Mentiría si decía que no extrañaba a Sooga de vez en cuando pero la gran tranquilidad del bosque, la naturaleza e intimidad que ofrecía le ganaba a la nostalgia con creces.
No era noticia que Garu era tímido y jamás espero a que cambiara, pues así como era le gustaba, le amaba. Por eso, después de un buen cortejo porque para su ninja, un cortejo era necesario e indispensable, ambos decidieron vivir algo retirados de Sooga. De esa manera Garu podía entrenar sin temor a lastimar a alguien y ella, bueno, tenía la mejor ventaja al parecer.
Su esposo se cohibía cuando alguien estaba cercas, no la apartaba como cuando eran niños, pero era visible que no le gustaba que interrumpiera la intimidad de pareja. La incomodidad en su rostro bien formado y varonil era vidente. Así que, al estar tan retirados, no corrían el riesgo de que alguien llegara de la nada.
Gozaban de una privacidad envidiable y podía saltar a sus brazos en cualquier momento, exigir besos e ir caminando de la mano al río, por leña o comestibles. También estaba el hecho de hablar entre ellos, tal vez haya sido por una maña que ambos cultivaron durante todo este tiempo en el que no hablaron, pero si hablaban era solo entre ellos. Toda la gente, incluso sus tíos se preguntaban cómo se comunicaba durante su cortejo si Garu ni ella hablaban mucho.
Sí lo hacían, es decir, el hablar, pero era algo que habían tomado como muy exclusivo entre ellos, así como el contacto físico. Tal vez el resto no podía apreciar realmente como era su relación y estaba bien, no era de su incumbencia al final de cuentas, pero vaya que había cambiado.
Cuando anunció que se casaba sus tíos y amigos hicieron fiesta en el restaurante y pronto todos se enteraron. Sin embargo, la felicidad se apago un poco cuando ambos anunciaron que se irían a la montaña del poniente a vivir e intentaron persuadirlos pero la decisión ya estaba tomada por una razón que ni siquiera se debía discutir: la casa.
En algún momento, tal vez desde que Garu mencionó que era ella la mujer con la quería estar, este empezó a planear a largo plazo su relación al momento de que poco a poco él fue construyendo con sus propias manos la casa donde actualmente vivían. Acogedora, bellísima, hogareña y tibia.
¿Cómo decirle no a tal detalle que nacía de ese corazón tan bonito? Lloró, cabe aclarar, y le susurró una y otra vez cuánto lo amaba.
Regresó la carta a su sobre y la dejó sobre la mesita de té, se acomodó el suéter de lana rojo que tejió durante el verano porque en diciembre sus suéteres anteriores ya no le iban a quedar sino hasta la próxima temporada de calor. ¿Qué dirían todos cuando vieran su vientre abultado para cuando bajaran a Sooga? Sin duda Ching la regañaría pero también su amiga comprendería el porqué no habían bajado desde hace ya cinco meses, pues habían acordado descender y ver a sus amigos cada dos meses.
Garu, como buen esposo, limitó cada vez más las visitas a su pueblo. Calcularon fechas de cuándo pudo haberse concedido su hijo para saber en qué fechas deberían bajar sí o sí para tener una buena atención médica. Por fortuna para los dos era muy cercas de Navidad, así que mataban a dos pájaros de un solo tiro.
El ruido afuera le hizo quitar la vista de su vientre con el corazón acelerado. Garu había llegado.
Intentó levantarse pero cada vez se le complicaba hacer las cosas más simples como ponerse los zapatos. Aún llora por todo a causa de las hormonas y está consciente que ha habido días en que Garu no la ha tenido fácil. Sus cambios de humor fueron causas de muchos disgustos que no pasaban de unas horas y los antojos que obligaran al ninja a salir en plena noche.
Sin embargo, no odiaba la experiencia de la maternidad. Adoraba a su hijo, al hijo de Garu, a su hijo, de ambos.
La puerta se deslizó y una corriente de aire se coló por toda la sala, tembló y jaló la manta que posaba en sus piernas hasta su cuello. Su ninja tenía la mejillas tan rojas a causa del frío que aún con la bufanda que le tejió resaltaban como dos focos demasiado tiernos.
Sonrió con cariño y esperó hasta que este se quitara el abrigo, la bufanda y los guantes para estirarle la mano a manera de invitación para sentarse a su lado. Así lo hizo su pareja y sonrió con más esmero cuando la mano ajena se posó sobre su vientre, pronto un movimiento desde dentro de ella golpeaba justo donde la mano se encontraba y no fue la única en sonreír.
La sonrisa de su Garu era la mas bella de todas aunque si su hijo se parecía en eso a su esposo, bueno, podía cambiar esa postura.
- Ching nos mandó otra carta - menciona cuando se percata que Garu ve el trozo de papel en la mesa. - Abyo exige que le contestes o sino vendrá hasta acá.
Este solo rodó los ojos y bebió de su té.
- Te extraña, eres su mejor amigo después de todo. Podrías darte una vuelta a Sooga, ya sabes, si vas tú solo son tres horas de ida.
- ¿Y dejarte sola? Ni hablar. Abyo es un tonto y debe de entender que tengo responsabilidades en mi hogar y contigo - negó con una risita saliendo de sus labios y se recargó en el hombro fuerte de este, amando el olor a pino emanar de las ropas ajenas. - Él también está casado, debería entenderlo más aún.
- Tienes razón - apunta. - Eres un esposo devota, él debería aprender de ti.
- Debiste decirle a Ching que lo volviera a pensar, ese hombre es un vago desnudista.
Mio salió de la casita que ambos le construyeron y pronto los maullidos se hicieron escuchar.
- Lo mismo me dijieron a mí.
- Yo no soy vago y no me quito la playera cada vez que puedo - replicó. - Y ya, eso no está a discusión. El agua ya está caliente, debemos bañarnos ya.
Asiente y se deja ayudar hasta quedar de pie.
- ¿Me dejarás tallarte el pelo?
Y ese Garu tenía el pelo hasta lo hombros y eran grueso, denso y tan negro como la noche. Le encantaba tocarlo al dormir y jugar con el cuando estaba aburrida.
- ¿Tengo opción?
- No -mencionó divertida.
La chimenea ardía con insistencia, su esposo había traído suficiente leña para toda la noche. Les esperaba una noche cálida y cotidiana, perfecta. No podía pedir nada más.
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Fin
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