Capítulo 2

(Narra TN)

Era mi primer día de cole. Quería ir con mamá y papá... Pero papá trabajaba, así que solo mamá me estaba acompañando. Encima de mi vestido llevaba un babero de rayas azules y blancas. Yo no quería babero. Quería llevar solo mi vestido pero mamá me había dicho que todos los niños lo tenían que llevar y yo siempre hacía caso a mamá.

Íbamos en coche porque vivíamos un poco lejos. Yo iba detrás de mamá y a mi lado estaba el hombre que siempre me acompañaba a todas partes. Siempre me miraba y a veces me decía que hiciera cosas malas. Cuando yo le hablaba él no me contestaba. Se lo había contado a mamá y papá y ellos se reían. Eso es que era divertido.

Mamá me ayudó a bajar del coche y andamos hasta una casa muy grande. Era mucho más grande que la nuestra. La puerta estaba llena de niños y niñas con sus papás y mamás. Entramos en la casa y seguí a mamá por unos pasillos muy largos. No sabría salir sola de allí... Menos mal que iba con ella. Nos paramos en una habitación. En la puerta había una chica con el pelo amarillo recogido en una coleta. Llevaba también una bata parecida a la mía pero más grande.

—Hola, bonita. ¿Cómo te llamas? —preguntó, con una sonrisa.

—Me llamo (TN) —le contesté, mientras agarraba fuerte a mamá. ¿Me iba a quedar sola con esa chica? ¿Mamá se quedaría?

—Yo soy Rachel y voy a ser tu maestra —dijo ella. Me acercó la mano para que se la cogiera.

—Vamos, cariño. Yo vendré a buscarte cuando acabe el cole —dijo mamá, mientras me soltaba y me empujaba hacia la puerta. Me giré hacia ella. A su lado estaba el hombre.

—¿Tú vas a venir? —le pregunté, mirando a sus ojos grises. No me contestó. Solo me miró fijamente, como siempre.

—Tiene un amigo imaginario. No tiene hermanos, por ahora, y creo que se sentía un poco sola en casa —escuché que mamá le decía a la maestra—. No, cariño. Él no se queda. Se viene conmigo a casa. ¡Mira cuántos niños y niñas hay en la clase! Vas a hacer muchos amigos.

Me giré hacía la habitación que se llamaba clase. Había mesas redondas de colores y había niños sentados en las sillas, que también eran de colores. Además había muchos juegos, juguetes y dibujos en las paredes. Era un sitio muy bonito. Parecía divertido. Además mamá me había dicho que aprendería muchas cosas nuevas. Me gustaba mucho aprender.

—(TN), ve a sentarte en la mesa verde. En la silla que queda libre —me dijo la maestra, mientras señalaba con el dedo.

Me giré para decir adiós a mamá y fui dónde la maestra me dijo. Había que hacer caso a los mayores. Había tres niños más sentados conmigo. Dos chicas y un chico. Una tenía el pelo amarillo. Lo tenía largo y lo llevaba en unas trenzas. Me miraba con sus ojos azules. Era muy guapa. Yo también quería el pelo largo para que mamá me hiciera trenzas tan bonitas, pero solo me llegaba por los hombros.

La otra chica tenía el pelo corto y un poco rizado, de color naranja. Tenía los ojos marrones y unos puntitos muy graciosos en la cara. El chico también tenía el pelo amarillo, pero corto. Los tres llevaban el babero, como yo.

—Me gusta tu diadema —dijo la chica del pelo amarillo, mientras me la tocaba. Mi mamá me había comprado unas diademas y esa era de color azul, como el del babero.

—Gracias. A mí me gustan tus trenzas. Son muy bonitas —dije yo. Ella sonrió, mientras se las tocaba. Me coloqué bien la diadema—. Yo me llamo (TN).

—Yo Emma —dijo ella. Miré a las otros dos, que nos estaban escuchando.

—¿Cómo os llamáis? —les pregunté.

—Yo soy Emily —dijo la otra chica. Parecía que tenía un poco de vergüenza.

—Yo me llamo Jack —dijo el chico.

No pudimos seguir hablando porque nuestra maestra tenía que explicarnos cosas. Hicimos todos un círculo en el suelo. ¡Había muchos niños! La maestra nos hizo algunas preguntas y contestábamos. Todos dijimos nuestro nombre, nuestro color favorito, el animal que más nos gustaba... No me acordaba de todo porque eran muchos niños, pero era muy divertido hablar todos.

Cuando volví a mirar hacia mi maestra Rachel vi que estaba mí amigo. No era mi amigo porque no hablaba conmigo, pero mi mamá lo llamaba así. Siempre estaba serio o enfadado. A lo mejor no le caía muy bien. O a lo mejor estaba triste porque solo le veía yo. Debía sentirse solo.

Luego de hablar estuvimos jugando a juegos, leyendo, cuentos...El cole era muy divertido. Cada día hacíamos juegos de unas palabras. A veces jugábamos con dibujos de animales, otras con fichas de números, aprendíamos qué comidas eran más buenas y cuáles eran más malas... ¡Era genial!

A veces, mientras estábamos en la clase, mi amigo me decía que hiciera cosas malas. Me decía que le estirara del pelo a Emma, que le llamará fea a Emily, que no hiciera caso a la profesora, que rompiera los juguetes... ¿Por qué iba a hacer todo eso? No estaba bien... Cuando me lo repetía muchas veces seguidas me daban un poco ganas de hacerlo, pero no quería que nadie se enfadara conmigo. Además, mamá se pondría triste si me portaba mal. No quería verla triste. A veces me enfadaba con mi amigo y le gritaba que me dejara tranquila. A la maestra no le gustaba que hiciera eso y mis amigos de clase me miraban un poco raro, así que pensé que era mejor no hablar en voz alta con el hombre. Así, todo iba mejor.

[•••]

—¡Mamá! ¿Quieres unas tostadas? —pregunté desde la cocina. Mi madre siempre tardaba mucho en levantarse por las mañanas. Era mi primer día en la Escuela Junior y no quería llegar tarde. Era en el mismo colegio, pero otro edificio para más mayores. Ya tenía siete años.

—Sí, cariño. Ve preparándolas. Enseguida salgo —me contestó, desde el baño.

Ya había aprendido a hacer sándwiches y tostadas. A mi madre le daba un poco de miedo que me acercara a la tostadora, pero tampoco era tan difícil de usar. Aunque al principio se me quemaba un poco el pan. Solo tenía que meterlo, pulsar al botón, contar siempre hasta el mismo número y volver a pulsar para que salieran. Luego ponía un poco de aceite y un poco de jamón y... ¡Listo! Pondría mantequilla y mermelada, pero tenía prohibido coger los cuchillos si no estaban mis padres delante.

Dejé el plato encima de la mesa que teníamos en la cocina y me senté en una de las sillas. Estaba dando un mordisco a mi tostada, cuando vi que mi amigo estaba en una de las esquinas de la cocina. Otra vez mirándome. Había escuchado a mi padre y mi madre hablar sobre ello. Decían que cuando fuera más mayor se me pasaría, pero... ¿Cuánto era más mayor?

—Grítale a tu madre. Dile que es una tardona de mierda —le escuché decir. Nunca movía la boca cuando le oía. Era como si escuchara lo que pensaba.

—A las madres no se les habla así. No sé cómo hablarás tú a la tuya, pero eso es de ser un maleducado —le expliqué. Siempre me habían dicho que no había que decir palabrotas ni insultos. A nadie. Y menos a tus padres.

—¿Con quién hablas, cariño? —preguntó mi madre, mientras entraba en la cocina y se acercaba a la mesa. Miré al hombre de reojo. Tenía el ceño fruncido. No le habría gustado mi contestación.

—Con... Mi amigo —contesté. Ella rodó los ojos mientras daba un mordisco a la tostada.

—¿Todavía sigues con eso? ¿No hablarás con él en el colegio, no? —preguntó. Parecía algo preocupada.

—No... —contesté. Decía la verdad. Hace tiempo me di cuenta de que me miraban raro si lo hacía.

—Está bien. Solo olvídate de él. Al final desaparecerá —comentó, sonriendo. Me levanté para dejar el plato al lado del fregadero—. Estás muy guapa con ese mono vaquero.

Le sonreí. Llevaba un peto vaquero de pantalón corto y una camiseta rosa de manga corta. En los pies llevaba unas zapatillas blancas. Mi padre me había comprado una mochila de Ladybug. Era mi personaje favorito de dibujos. Tenía también el estuche y la agenda. La primera semana podíamos vestirnos con la ropa que quisiéramos, pero después debíamos llevar un uniforme del colegio.

—Ven. Voy a hacerte dos coletas y nos vamos ya al coche —dijo, mientras metía su plato y el mío en el fregadero.

Cogió dos gomas del mismo color que mi camiseta y me recogió el pelo en dos coletas. Lo tenía justo por debajo de los hombros. Quería tenerlo más largo pero mi madre decía que, por ahora, así estaba bien. Tenía ganas del primer día de cole, pero también quería que fuera ya por la tarde porque llamaríamos a mis abuelos por el ordenador. Mi madre y mi padre también me habían enseñado a hablar español, porque mis abuelos no sabían inglés.

Cuando mi madre aparcó el coche pude ver que Emma y Jack estaban ya en la entrada con sus padres. Me quité rápidamente el cinturón, pero esperé pacientemente a que mi madre saliera del coche. Tenía prohibidísimo cruzar sola la carretera. Por más que alguien me tentara no pensaba hacerlo. Era peligroso.

—¡Emma, Jack! —saludé, mientras nos acercábamos. Emma iba tan guapa como siempre. Llevaba su pelo rubio suelto. Ya le llegaba por mitad de la espalda. Llevaba un vestido rojo muy bonito y una mochila que también era de Ladybug.

—¡(TN)! —exclamó emocionada, mientras se lanzaba a abrazarme—. ¡Las dos llevamos mochila de Ladybug!

—Hola (TN) —me saludó Jack. Se había dejado el pelo un poco más largo. Lo tenía igual de rubio que Emma. Parecía que fueran hermanos.

Nuestros padres estaban hablando y nos miraban mientras lo hacían. Mi madre conocía a los padres de Jack y a los de Emma porque mi padre y los suyos trabajaban juntos. Nos despedimos de ellos y entramos juntos al colegio. Teníamos que hacer la fila en el patio. Había unos carteles y nosotros nos teníamos que poner en el de «Year3», según nos habían explicado al entrar. Cuando nos acercamos vi que Emily ya estaba allí.

—¡Emily! —exclamé, contenta, mientras me abalanzaba sobre ella—. ¡Te han puesto gafas! ¡Estás muy guapa!

—Hola Emily. ¿Qué mochila te has comprado? —preguntó Emma, mientras le empujaba del hombro para que se girara—. Oh vaya, no es de Ladybug como la nuestra...

—Bueno, da igual. Yo creo que es muy bonita —le dije, mientras la observaba. Era una mochila de tela vaquera y tenía una flor rosa de plástico en la cremallera. Emily sonrió, algo nerviosa.

—Dile que su mochila es la más horrible de todas y que lleva una ropa muy fea —escuché decir a alguien.

No era la voz de mi amigo. Alcé la mirada y vi que había otro hombre detrás de Emma. ¿Nadie más lo veía? A veces no sabía a qué hombres solo veía yo y a cuáles veía todo el mundo, pero nunca antes había visto a uno tan de cerca como para escucharle.

¿Emma le habría escuchado? Se quedó parada unos segundos. Tenía la mirada perdida. Fue a decir algo, pero la fila empezó a moverse y teníamos que ir hacia nuestra nueva clase.

Esa clase era muy diferente a las que teníamos cuando íbamos al edificio de infantil. Teníamos una mesa para cada uno y, bajo de ella, había espacio para guardar los libros. La profesora fue diciendo nuestros nombres y nos sentamos cada uno en una mesa. Una vez estuvimos todos sentados y en silencio se presentó.

—Buenos días a todos- saludó amablemente—. Me llamo Amy y voy a ser vuestra tutora. Voy a daros casi todas las asignaturas, pero tendréis también otros profes. Ahora os daré el horario y lo copiaremos todos juntos en la agenda. Luego vendrán los demás a presentarse.

¡Vaya, más de un profesor! Parecía que ahora que éramos más mayores íbamos a trabajar mucho.

NOTA 📌

Ya se que la primera parte está muy bien narrada para una niña de tres años, pero quería hacerlo desde su punto de vista. Aunque conozco a bastantes niñas que hablan mucho con tres años.

Espero que os vaya gustando ❤️

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