veintitres
"Animalist killer"
Nunca fui fanática de las celebraciones innecesarias, pero aquí estoy; de pie en medio de la sala que utilizábamos para las clases junto a Denver, y a nuestro alrededor todos los miembros de la banda festejando.
Lisboa había insistido desde hace ya un par de días crear una especie de babyshower improvisado, estoy segura de que nos habríamos ahorrado toda esta situación a no ser que Nairobi se hubiera opuesto; la morena tiene voz imponente en el grupo, y si algo quería, se hacía.
Esta mañana con Daniel fuimos al hospital más cercano para hacer los análisis necesarios del embarazo, o mejor dicho, Amelia y Ricardo Gutiérrez. Al ya haber cumplido tres meses y medio de gestación, estos exámenes prenatales eran los más importantes para corroborar que todo estuviese bien; sin hablar de que ya habiendo pasado los treinta años y ser madre primeriza, es considerado un posible embarazo de riesgo. Los exámenes no son nada fuera de lo normal: análisis de sangre y glucosa, controles no invasivos, y lo más importante, ecografías.
Y henos aquí. Hasta el mismo Palermo se encontraba presente; luego de nuestra breve y corta discusión el otro día no volvimos a cruzar palabra alguna, si bien el hombre prosiguió con sus miraditas de desaprobación hacia mi persona, se limitaba a guardase todo tipo de comentarios que involucren algún tipo de acotación por mi parte.
— ¡Bueno! —exclama Nairobi ingresando en la habitación con una bandeja en sus manos; un pastel bañado en chocolate negro reposaba sobre la tabla metálica que sostenía.
Siento como Denver se coloca tras de mí, abrazando mi cintura y reposando sus manos en mi abdomen, mientras que Nairobi se posicionaba justo en frente y los de la banda rodeándonos.
— Tú dirás —comenta Bogotá a la vez que extendía sus manos a mi dirección.
Confundida, bajé la vista hacia sus manos entendiendo a lo que se refería; en su mano derecha sostenía una vela rosa mientras que en la izquierda se encontraba una vela azul, el hombre esperaba que yo cogiera la vela representando el género del bebe, así revelar su sexo.
— Te agradezco, pero... —digo quitando delicadamente las velas de sus manos— El rosa no es solo de niña, y el azul no es solo de niño.
— Puedes dar clases de moralidad en otro momento, cariño —murmura Denver detrás de mí, dando suaves palmadas en mi abdomen a causa de la emoción, a la par que yo colocaba las dos velas sobre el pastel y negaba con mi cabeza.
Tokio fue quien se inclinó para poder encender ambas velas, volteándose inmediatamente hacia mi dirección alzando las cejas, indicando que haga algo al respecto.
— ¡Ya! —grita Nairobi emocionada— ¡Que alguno diga algo!
— Bueno... —murmuro entrelazando las manos de Denver junto a las minas, sobre mi vientre, a la vez que volteaba a verlo— ¿Le damos la bienvenida al nuevo miembro de la banda?
— Que sí —dice imitando mi tono de voz— ¡Bienvenido Agustín!
Y así, ambos nos giramos a la vez para soplar el fuego de las dos velas que reposaban el aquel pastel. Los gritos, exclamaciones, vítores, felicitaciones y aplausos de alegría al confirmar que sería un varón no tardaron en invadir la habitación.
Mientras todos comenzaban a dirigirse a la mesa, aún con sonrisas en sus rostros, me giré para ver a mi pareja quien ya tenía sus ojos puestos en mí.
Siempre tuve miedo querer porque no se querer poco; no siento nada o siento con locura, no hay punto en el medio, no hay límite. Por eso bloqueo a las personas, para que no pasen ese límite, pero Daniel logró llegar a él sin siquiera dejarme detenerlo.
— Te amo —le susurro.
— Yo también —responde acercando su rostro, logrando que nuestras narices apenas se toquen.
— Lo digo en serio —digo apartándome para mirarlo fijamente a los ojos— Te amo.
— También lo de verdad —murmura frunciendo el ceño y subiendo ambas manos a mis mejillas— Te amo para siempre cariño, eres mi todo.
Después de eso, fue inevitable no opacar nuestras sonrisas con un lento beso. Lento, pero en una danza de labios que demostraban todo nuestro mutuo amor. Y entre los brazos de Daniel, no hay lugar en el mundo en el que me pueda sentir más segura.
— ¡Eh! —interrumpe el momento Helsinki— ¿Qué festejar si padres no estar aquí?
Con una mala cara de parte de mi pareja por habernos interrumpido uno de los pocos momentos íntimos que compartimos desde que llegamos aquí, nos acercamos a la mesa.
Por mi parte, el hambre me ganaba y no tardé más de dos segundo en coger lo primero que vi; unas papas asadas con diversos condimentos.
— ¿Qué cojones es esto? —pregunta Bogotá con una completa cara de confusión al tener entre sus manos una de las brochetas.
— Alcachofas —respondo antes de quitarle la verdura de sus manos y comer dicho alimento.
— ¿Alcachofas? —pregunta con una leve indignación— ¿Y algo de alfalfa no había o qué?
— Los monjes nos han dado la verdura, algo había que hacer con ella —le respondo con la boca llena— Es comer sano, no te vas a morir por un almuerzo sin carne.
— Los veganos son los nuevos talibanes —murmura, ignorando el hecho de que realmente todos los demás presentes si estaban comiendo— Terroristas.
— ¿Qué dices? —interrumpe Nairobi.
— Nos vais a matar del aburrimiento —se queja el hombre.
— ¿De aburrimiento por qué? —pregunta Lisboa por encima de las risas antes de coger pedacitos de zanahoria cortada.
— Todo lo sano es aburrido —prosigue Bogotá como si realmente fuera algo importante, mientras que Daniel nuevamente se movía para poder abrazarme desde atrás— Nadie dice a sus amigos "venid, tengo cincuenta kilos de alcachofas buenísimas"; porque comer alcachofas no es divertido.
— Y yo que pensaba que comer era para alimentarse, no para divertirse —comenta Denver con una risa irónica.
— Lo divertido es irse a la casa de un amigo y comerse un cabrito —le responde— O juntarse en una casa de pueblo y comerse una vaca.
— Comerse un cadáver —ironizo.
— Ni siquiera eres vegetariana —comenta graciosa Lisboa causando mi risa, ya que estaba en lo cierto— Siempre te he visto comer carne.
— Que lo siento por la vaca, pero eso al ser humano le une —interrumpe Bogotá para finalizar con su discurso— La carne une, la vaca une y la alcachofa separa.
— Pues no sé yo entonces porque dicen eso de "come sano, come coño vegano" —se burla Nairobi, provocando nuevamente risas.
— Yo por ti me hago vegano, mi amor —le murmura el hombre a la morena, causando que abra ampliamente mis ojos y llevará más comida a mi boca para presenciar mejor la escena que estaba a punto de armarse.
— Ni con un palo, mi vida —le refuta graciosa.
Ante aquella broma, las risas volvieron a invadir la habitación dándole un pequeño toque de felicidad. Pero como toda felicidad, en algún momento llega a su fin. Y ese momento es una persona.
— Profesor —llama Tokio, quien hasta el momento no había pronunciado nada más que risas sueltas— ¿Qué probabilidades tenemos de salir del Banco con vida?
— En estos momentos, yo diría que... —murmura el nombrado— Menos de un cincuenta por ciento.
— Pues voy a aprovechar para decir una cosilla; bueno, no lo voy a decir yo, pero como si lo fuera —interrumpe Denver el nuevo silencio incomodo.
Coge su teléfono móvil y teclea un par de veces antes de dejarlo apoyado sobre una mesa un poco más; cuando se da media vuelta una canción comienza a sonar de fondo.
Corrido de la Moscú.
Con una gran sonrisa, recibí a Denver entre mis brazos mientras que la canción comenzaba a sonar de fondo.
Ante la conocida tonada, alguno de los miembros comenzaron a bailar y cantar al ritmo de la canción. Unos con más emoción que otros.
— ¡María, mi vida, mi amor! —aullaba a los gritos con mis compañeros mientras danzaba de un lado para otro con mi pareja— ¡No dejaré de quererte!
• • •
Cuatro horas después, y todos reunidos en la misma habitación, se desarrollaba una clase de salud, reviviendo recuerdos dejados atrás en la vieja casa de Toledo.
— Una baliza GPS es un implante dental —explicaba Lisboa— Un micro en el tejido intramuscular, en el cráneo, en cualquier sitio.
— Sea cual sea la cavidad, os vamos a enseñar a extraerlo —continua el Profesor cuando su pareja llega hasta su lado.
Caminando hasta una mesa unos metros alejada, el Profesor nos indica que los sigamos para rodearla, y al llegar a ella, quita la manta que cubría el objeto debajo; murmullos de desaprobación inundaron la habitación al nefasto olor que reveló el pedazo de tela, siendo el objeto un cerdo muerto rodeado de moscas. La imagen y dicho olor provocó que rápidamente llevara una mano a mi rostro, cubriendo mi boca y nariz, tragando fuertemente para ignorar las inmensas ganas de vomitar que me vinieron.
— ¿Algún voluntario? —pregunta el hombre de gafas, señalando al animal sin vida en la mesa, ocasionando que todos se miraran entre sí buscando quien sería el valiente.
— Paso —murmuro asqueada antes de señalar al hombre que tenía a mi izquierda— Que lo haga Bogotá ya que la carne une.
— Todo tiene un límite —responde haciendo una mueca por el mismo asco, a la vez que me codeaba levemente en respuesta a mi broma.
— Yo... —interrumpe el silencio Marsella, lo que es algo extraño viniendo de su parte— Yo no puedo.
— Anda, mudito —bromea Nairobi— ¿Te da miedo el bisturí?
— No, tengo mis principios —le responde negando. No pude evitar reír cortamente cuando Denver, quien estaba a su lado, volteo para observarlo y para eso tuvo que elevar un poco su cabeza ya que el hombre era demasiado alto— Estoy en contra del sufrimiento de los animales.
— Pero vos un soldado, matas gente —comenta Palermo señalándolo— ¿Cuál es el problema? No entiendo.
— Y comes carne —apoyo al hombre.
— La gente es una cosa, animales otra —explica Marsella— Y yo amo a los animales.
— El asesino animalista —comenta con ironía Bogotá a mi lado.
— ¿Puedo creer lo que yo quiera o me vas a decir tú lo que creer?
— ¿Sobre el amor hacia los animales? —pregunta el hombre a mi lado, por lo cual Marsella le da una respuesta afirmativa— Pues mira, si, te lo voy a decir. Si quieres a este cerdo de verdad, lo abres, le sacas el chip y con todo el amor del mundo, te lo comes.
— No abro cerdo —responde simplemente asintiendo y con una sonrisa burlona el hombre de bigotes para luego mirar al Profesor tratando de buscar otra solución— Hago lo mismo con un muñeco.
— No, Marsella, no hay muñeco —le niega el de gafas señalando al animal— Tenemos que abrir un tejido real y esto es lo más parecido al ser humano.
— Estuve en guerra, con un perro aquí a mi lado, todo el tiempo conmigo. —explica Marsella señalando imaginariamente a su lado— Personas huyen, perro se quedaba. Desde entonces, juré... no abro cerdo.
— ¡Abre el puto cerdo! —interrumpe Denver al ver que el hombre pretendía irse de la clase, dándole un leve empujón— Eres un sicario.
Ante repentina parada, Marsella se gira bruscamente cogiendo uno de los bisturís de la bandeja de la mesa para apuntar hacia la garganta de mi pareja mientras que con la otra mano lo tomaba bruscamente de la chaqueta.
Mientras todos gritaban que se calmaran, busqué rápidamente con la mirada otro objeto cortante por la mesa, encontrando otro bisturí.
— Tú empújame otra vez y el tejido que voy a abrir es el tuyo —murmura acercando su rostro al de Denver, mientras que yo me acercaba por detrás— De arriba abajo.
Sin esperar otro comentario al respecto, me moví rápidamente y con mi mano izquierda empujo la frente del hombre hacia atrás mientras que con la otra, y en puntas de pie, acerqué ágilmente el bisturí hasta unos milímetros de su ojo derecho.
— Y tú hazle una sola cortada, otra amenaza, o siquiera una mala mirada, y te dejo ciego —digo con un tono de voz lo suficiente duro y alto.
— ¿Es una amenaza? —pregunta riéndose
— Tómalo como quieras.
El ambiente tenso que se creó era tal que si volviá a mover el bisturí entre mis manos podría cortarlo. No pensaba moverme hasta que Marsella se alejara de Denver, quien en estos momentos no podía hacer más que abrir ampliamente sus ojos y tragar saliva más de una vez.
— No tengo miedo —se burla el hombre de bigotes de mi— Maté más personas que tú.
— ¿Y qué te hace pensar que yo si tengo miedo? —contraataco.
— Marsella, Mérida —interrumpe el Profesor— Bajen el bisturí.
Ambos intercambiamos una última mirada, y alzando la ceja con un movimiento de cabeza hacia el hombre, alejé de su ojo el objeto punzante que sostenía entre mis manos pero no lo suficiente lejos de su rostro por si se tentaba de hacer un movimiento inoportuno. Ante mi acción Marsella también retiró el bisturí de la garganta de mi pareja para tirarlo sobre la bandeja en la mesa, causando un tintineo de los metales chocando y que yo imite su acción.
— Los tres fuera del aula —murmura el Profesor, señalando la puerta de salida.
— ¿Yo? —pregunta inmediatamente Denver, girándose hacia el Profesor con una mueca de indagación en su rostro— Pues ha sido culpa suya, que no quiere abrir el puto cerdo.
— Que salgas —dice serio el Profesor, mientras se escuchaban de fondo los pasos de Marsella retirándose de la habitación.
— Le voy a meter una...
— Ahora.
— Muy bien —asiente Denver enojándose— Puto cerdo.
Rodando los ojos, sigo a mi pareja quien se había ido corriendo tirando comentarios de la ira que lo invadía. Igual ni quería tocar al jodido animal.
— ¿Yo? —repito burlona cuando llego a su lado.
— ¡Pero que yo no he hecho nada! —se justifica.
— Como digas —niego con mi cabeza mientras caminaba por los pasillos junto a él— Por cierto, de nada.
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