♫ Culpas y Sincronías ♥

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Aira

El aire que entraba por las ventanas se sentía frío. Las cortinas que se movían al compás de él parecían querer rebelarse a su destino. A pesar de ser poco más de las quince horas de la tarde, el aire que se percibía en el ambiente era tan gélido y a la vez tan cruel, que empujó sin piedad un par de puertas que se encontraban abiertas en los pasadizos y las cerró con una ira sin igual, retumbando contra cada uno de los seres vivos e inertes que se encontraban allí. Esto provocó que los ocupantes de aquél saltaran por la conmoción de aquel sonido. Pero qué bueno sería que sólo fuera por aquéllo...

—¿Me mentiste?

Aira asintió.

—No... No entiendo... —Rodrigo se había levantado de su asiento—. No es la primera vez que me dices que me mientes.

Ella volvió a asentir.

—Pero... No entiendo... ¿Por...? ¿Por qué? —Abrió los brazos, comenzó a rascarse la cabeza y a observar las cortinas de su departamento que seguían moviéndose sin piedad—. ¿A qué te refieres con qué me has mentido?

—Te he mentido en varias cosas —le contestó.

Ella tenía los ojos cerrados. Rodrigo observó que un par de lágrimas caían por sus mejillas, inspirándole tanta ternura y a la vez tanta pena. Sintió un impulso irremediable por abrazarla, para decirle que todo iba a estar bien y que ya no llorara más, pero se contuvo. No era el momento ideal para hacerlo. Primero debían resolver sus asuntos pendientes. Y no le gustaba para nada aquel punto en el que la relación de ambos había desembocado.

—¿En qué...? No entiendo... ¿Por qué? —dijo él bastante desconcertado.

Aira se le quedó observando fijamente. En sus ojos percibía tanta tristeza, tanta soledad, tanta melancolía, que le pareció una de tantas niñas huérfanas que podía encontrar en la ciudad mendigando por un poco de techo y de comida, que le partió el alma contemplarla de esa manera. Nuevamente, tuvo ganas de abrazarla para reconfortarla, pero se contuvo. Sin embargo, los frenos a sus impulsos se hallaban endebles y lo que terminaría por suceder ocasionaría que aquellos se rompieran...

—No te ha pasado que... ¿No te ha pasado que la culpa de algo que hiciste te carcome todos... ? —Respiró con dificultad—. Todos los días, a tal punto de que no eres capaz de mirarte al espejo sin sentir vergüenza de ti misma, y desearías regresar atrás para recomponer aquello que hiciste, y al no poder hacerlo te sientes tan... frustrada... tan... impotente... tan... —Hizo una pausa—. tan miserable que...

Más lágrimas cayeron por sus mejillas. Detestaba verla así, por lo que avanzó un par de pasos hacia ella.

—Aira...

—¡¿No te ha pasado que te sientes la peor de las personas, como una reverenda mierda que no vale ni merece nada bueno?!

Ella estalló en llantos y se cubrió el rostro con sus manos. Esto fue suficiente para que él acortara la distancia entre ambos y la acunara en sus brazos.

—Aira...

Rodrigo repitió su nombre, pero ella no le escuchaba. Seguía con la cabeza gacha, ensimismada en los recuerdos, las culpas y las tristezas.

—No tengo la más mínima idea de a qué te refieres, pero sea lo que sea, no creo que sea algo que no se pueda arreglar... Digo, todos cometemos errores y se pueden corregir, lo único irremediable es la muerte...

—Tienes razón. —Se separó de él—. Justo la muerte no se puede arreglar y cuando se me escapó que mi papá... mi papá... había muerto... te dije... te dije, por fin, la verdad...

—No te entiendo.

—Él no se separó de mi mamá y nos abandonó como te conté... ¡él murió hace varios años...!

Aira pasó saliva e hizo una pausa. Se quitó las manos de los ojos y se le quedó contemplando con una mirada que reflejaba todos los tormentos y la cruz que había cargado por años, una mirada que Rodrigo había visto hacía tiempo atrás, y fue ahí que él se dio cuenta de que ella ya no podía más.

—Lo... lo siento... Yo... no lo sabía... yo... —alzó sus brazos para tratar de abrazarla, pero ella se lo impidió separándose de él.

—¡Él murió por mi culpa! —gritó a todo pulmón, a la par que otra de las puertas interiores del departamento retumbaba para cerrarse.

Rodrigo pensó en levantarse y cerrarlas de una vez para que dejaran de hacer ruido, pero creyó conveniente esperar. No quería separarse de Aira en dichos instantes porque se dio cuenta de que ella lo necesitaba ante la revelación que le estaba haciendo. Trató nuevamente de abrazarla para consolarla, pero ella se separó de él para volverlo a contemplar llorando con aquellos ojos desgarradores que le rompían el corazón.

—¡Yo lo maté, Rodri...! ¡Yo lo maté...!

Iba a volver a querer intentar abrazarla, pero lo que escuchó se lo impidió. Se quedó helado sin saber qué hacer.

—No entiendo... No entiendo a qué te refieres.

—Te estoy diciendo que yo... que yo... ¡yo lo maté! —dijo Aira arrugando los ojos y luego cubriéndose el rostro.

Él pasó saliva.

—¿Quieres decir que tú lo asesinaste como un crimen o algo así?

Aira levantó su cara y soltó un esbozo de sonrisa. Luego negó con la cabeza.

—Siempre tú tan literal... —Hizo una mueca—. No me refiero a que haya sido la protagonista de las páginas policiales de los diarios o algo parecido.

—¿No?

Ella meneó la cabeza. Y poco a poco, dentro de lo que el sollozo, las culpas y los tormentos le permitían, pudo confesarle todo aquello que pocas personas de su entorno sabían.

Cuando Rodrigo terminó de escuchar lo que ella tenía que decirle, se quitó los lentes y se le quedó observando con los ojos abiertos de par en par. Jamás hubiese imaginado que aquella jovencita, que en otros instantes se mostraba tan desafiante, tan ocurrente y tan divertida —siendo estas características las que le llamaron la atención y por las cuales le empezó a gustar— pudiera esconder aquella enorme carga.

—Soy una mentirosa... —dijo ella mientras seguía llorando.

—Bueno, técnicamente lo eres... pero no debes ser tan dura contigo misma... —acotó mientras la cogía de los hombros—. O sea, lo que te pasó es terrible y no es algo que yo le contaría a cualquiera por ahí, así que entiendo que no me lo hayas querido contar, ¿sí?

—No me refiero a eso...

—¿Entonces?

—¿No me has escuchado lo que te dije antes? ¡Yo tengo la culpa de eso! ¡Por mi culpa mi papá murió! Si yo no fuera tan terca... tan... voluntariosa... tan... yo... —Retiró las manos de Rodrigo de su hombro mientras trataba de normalizar su respiración—. Tan... malditamente yo... —Se pasó las manos por los ojos para tratar de limpiarse las lágrimas, pero estas seguían cayendo de sus ojos—. Él estaría aquí... vivo... a mi lado todavía... ¿Entiendes? Y eso es algo que yo no me lo voy a perdonar jamás...¡JAMÁS!

—Aira...

Él trató de volver a poner su mano sobre su hombro, pero ella se lo impidió.

—Nada de lo que me digas o hagas va a hacer que se me quite esta culpa, Rodri... ¡NADA! —Agachó la cabeza avergonzada mientras las lágrimas que derramaba caían sobre su falda—. Así que, por favor, no trates de consolarme... no me lo merezco... no yo... ¡No alguien como yo!

Rodrigo seguía alzando su mano para apoyarlo sobre ella, en esta ocasión para darle una caricia, pero ella nuevamente alzó su brazo lo rechazó.

—Aira... Por favor...

—No merezco ser consolada... Soy de lo peor, Rodri, una vil mentirosa, ¿recuerdas? Te mentí antes cuando no te conté cuando mi mamá me castigó... te mentí con lo de mi papá... te he mentido con tantas cosas más que desconoces de mí...

—Aira...

—¡Soy de lo peor!

—¡Déjame ayudarte!

—¡No merezco tu ayuda!

—Aira...

—¡Tú no sabes lo que es vivir con una culpa así, que te hace sentir tan miserable cada día de tu vida, que te hace sentir que el aire que respiras no es para ti, que te hace sentir alguien tan despreciable y que no merece ser amado! Porque yo no merezco serlo... ¿ok? —Ella levantó la vista y le clavó aquella mirada que le estrujaba el corazón—. Ni siquiera por ti... ni por nadie...

—¡Te equivocas!

Ella arrugó la frente.

—¿Qué...?

—Sé perfectamente cómo te sientes. Sé todo eso que estás diciendo y que yo... yo... —Desvió la mirada hacia aquella fotografía en la que aparecía junto a su madre—. Yo... no he sido nunca capaz de formularlo con palabras... Pero... sé... —Dejó de observar el retrato y agachó la mirada—. Sé a la perfección... cómo te sientes y por qué no me lo contaste...

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Las paredes de la habitación se hallaban inmaculadas como las sábanas de aquella cama. La temperatura del ambiente era tan fría aquella mañana que parecía querer congelar todo a su paso darle tregua alguna a quienes se hallaban en ella. El olor a antiséptico del ambiente se colaba por cada una de los muebles del lugar, estimulando en demasía a las glándulas olfativas de aquel niño que tenía que aguantar, por enésima vez, las ganas de vomitar.

Le habían dicho que tenía que retirarse. Le habían dicho que debía dejar de lamentarse. Le habían dicho que debía dejar de aferrarse. Pero era por gusto. Le sugirieran lo que le sugirieran, él no iba a alejarse de aquella mujer que antaño había lucido radiante, hermosa y efusiva a su lado, para ahora hallarse tan pálida como las almohadas que la sostenían... Tan inerte como las paredes que la cubrían... Tan callada como el silencio que comenzaba a desarrollarse dentro de interior de su hijo, quien soltaba lágrimas de desesperación, mientras trataba en vano, una vez más, de estimular a su madre acariciándole sus brazos, para así recibir alguna respuesta de su parte que pudiera callar aquel tormento de su interior...

—¿Hace cuánto que está así? —dijo una enfermera que lo contemplaba desde la puerta.

—Desde anoche —respondió otra de sus colegas que se retiraba tras acabar su turno.

—¿No les pareció inconveniente dejarlo con la madre siendo tan joven? —preguntó la primera con una cara de pena.

—El padre no se lo llevó consigo. Parece ser que el chico quiso quedarse y él no puso impedimento alguno.

—Pues aunque es alto para su edad... ¡En el fondo es solo un niño! —alegó la señora mientras lo observaba con compasión. Él había alzado la mano de la madre, y con cuidado, por los tubos y demás, se había acercado a ella para tratar de abrazarla—. ¿Está bien que lo dejemos así? Se me parte el corazón...

—No hay nada que podamos hacer. El padre pagó para que la señora tuviese la mejor atención posible y eso incluye permitir todas las visitas a la paciente, sin restricción alguna, a no ser que pusieran en peligro su vida. ¿Y acaso crees que ese niño es una amenaza para ella?

La enfermera volteó y contempló cómo Rodrigo se abrazaba a su madre y cerraba los ojos, como queriendo dormirse eternamente a su lado.

—Pobrecito...

Rodrigo cerró los ojos para querer dejar de contemplar lo que tenía a la vista, algo inerte, algo silencioso, algo que martirizaba para siempre su conciencia y su corazón. Se sabía culpable de lo que tenía frente a sí. Y creyó que, tan solo por unos instantes, al abrazar a su madre podría transmitirle todos sus disculpas, todos arrepentimientos y todo su amor, los cuales antes, por orgullo, por terquedad y por soberbia, había olvidado momentáneamente en pos de querer aspirar por sus propias aspiraciones y anhelos.

Meses atrás, al conocer que su verdadero padre biológico no era aquel que le había dado su apellido, y debido a la relación tirante entre ambos, había creído que podría encontrar la felicidad con quien compartía su sangre. Sin mencionarle a nadie, se había comunicado con el ex socio del señor Estremadoyro y le había informado el secreto que su madre celosamente había guardado y le había confiado. El hombre, aunque sospechaba de aquello desde hacía tiempo, solo ahora parecía interesado en sacarse de dudas. Impulsado por el rencor de ser separado del Estudio de Abogados al cual tantos años había dedicado, decidió usar dicha información como venganza.

Se las ingenió para hacerse un examen de ADN. Y, tal como lo creía, sus sospechas eran ciertas. Rodrigo, aquel chiquillo que había acudido a él en busca del amor paterno que nunca había conocido, era su hijo biológico, sí. No obstante, eso al señor no le movía el más mínimo. Lo único que le interesaba era recuperar su honor y su dignidad perdida en manos de su antiguo socio.

El verdadero padre de Rodrigo no tardó en comunicarle al señor Estremadoyro lo que este ya sospechaba desde hacía años, pero que, por orgullo, se había negado de querer confirmar. Y con ello, creyó que por fin se había cobrado todas las deudas que tenía pendientes con su ex amigo y ex socio, sin imaginarse siquiera las terribles consecuencias que caerían contra todos los implicados.

No solo destruyó a una familia. Sino que provocó en aquéllos una pérdida irremediable de la que le costaría mucho tiempo recuperarse.

El señor Estremadoyro no solo le reprochó y maltrató verbalmente a su esposa por su infidelidad, sino que desquitó toda su rabia y frustración contra el más débil, contra aquel a quien había creído su heredero. La mujer, al salir en defensa de su hijo, no solo había recibido parte de la golpiza que aquél le quería propinar. Después de dicha pelea se había sumido en una profunda depresión que la había querido llevar a querer acabar con su vida, siendo encontrada casi agonizante por su hijo, Rodrigo, quien ahora se aferraba fuertemente a lo que quedaba de ella y rogaba a todos los cielos que no la apartaran de su lado, que nunca más revelaría los secretos que ella le confiara, y que sería un buen hijo y haría todo lo que ella quisiera...

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Rodrigo

Se hallaba tan inmerso y distraído por sus recuerdos que cuando Aira lo llamó, recién volvió en sí. Al observar por última vez aquella foto de su madre, solo atinó a agachar la cabeza y a menearla. Remover todos aquellos recuerdos que creía enterrados, solo le provocaba desazón. Quiso dejar escapar su tristeza, pero se contuvo.

Jamás hubiera imaginado que compartiría con Aira algo tan traumático como ser los causantes de la pérdida de sus padres. Desde un comienzo se había sentido ligado a ella por diversas razones, sí. Pero el enterarse de la coincidencia en el dolor que a ambos los marcaría de por vida, no solo hizo que algo en su interior se removiera; sino que hoy, más que nunca, se sentía unido a ella en una perfecta sincronía que daba paso a un sentimiento más grande, el cual lo comenzaba a asustar cuando se dio cuenta de lo que aquello significaba para sí. Porque él quería poner frenos todavía, pero lo que lo empujaba hacia ella era mucho mayor de lo que alguna vez experimentó, provocándole pánico por todo lo que aquello podría significar para los planes que tenía para ambos.

—Rodri...

Él se le quedó observando con atención.

—Eso quiere... —agregó ella para luego hacer hizo una pausa—. ¿Eso quiere decir que....?

—¿Sí?

Aira alzó su mirada. Así, con esa mezcla de tristeza y de culpa que se veía en sus ojos, se sintió reflejado en ella, en una perfecta sincronía que empezaba a adorar, provocándole en su interior las más profundas ansias por probar de aquella ambrosía que tenía frente a sí.

—Que tú...

Él se acercó un poco más al rostro de ella. Notó que Aira se sonrojó y que abrió los ojos grandemente.

—¿Qué tú has pasado por alguna situación similar con tus padres? —dijo ella rápidamente dejándole helado.

Rodrigo se detuvo y pasó saliva.

—¿Con tu madre tal vez? —añadió.

Él le desvió la mirada.

—¿Debo contestar a eso?

Aira hizo una mueca y sonrió para sí. Había aprendido que, cuando él decía aquello, era porque le era difícil contestarle con una mentira, por lo que su salida era reformularle su pregunta.

—Ok. No me lo cuentes si no quieres.

—Prefiero no hacerlo... no por el momento todavía.

—Bueno —dijo ella cabizbaja.

Volvió a observarla fijamente, pero ahora ya más sereno.

—Y es por esto mismo que no voy a exigirte que me cuentes algo si no quieres o si no te sientes preparada para hacerlo. Además yo... yo...

—¿Ah?

"¿Cómo voy a pedirte que me cuentes tus pequeñas mentiras, si no se compara a lo que yo hice? ¡Sólo tenías seis años cuando murió tu padre y no fue a propósito! En cambio, yo... yo..."

—Rodri...

"Tú mentiste por culpa. Y si te dijera que no solo oculto lo de mi madre, sino que mentí y copié los poemas de otra persona por pura vanidad, ¿cómo reaccionarías ahora?"

Meneó la cabeza. Percibió que algo en su interior se removió y agachó la mirada. Se sentía poco merecedor de poder observarla a los ojos en esos instantes, cuando ella había sido capaz de abrirle su corazón, pero él no podía corresponderle de manera recíproca. Así que solo atinó a retirarse un poco, dejando atrás a sus impulsos, a sus miedos y a sus cavilaciones.

Aira

—Rodri... ¿Qué me quieres decir? No entiendo nada.

Él resopló fuertemente.

—No sé en qué cosas más me has mentido como dices... —Él le agarró las manos, transmitiéndole miles de cargas eléctricas por segundo—. Pero no creo que sea más terrible de lo que me acabas de contar, ¿o sí?

Sintió que una gota de sudor bañaba por su sien izquierda.

—No voy a exigirte que seas sincera conmigo si yo todavía no puedo serlo contigo.

—Pero, Rodri...

—¿Recuerdas que te dije que quería ir poco a poco contigo? Pues no sólo se refiere a cómo me pueda yo sentir... sino también tú... para sincerarte conmigo cuando lo creas conveniente. Así que ten por seguro que no te voy a presionar.

—Pero... yo... yo te quiero contar....

Él puso un dedo en su boca y movió la cabeza.

—¡Lo único que sé es que estás equivocada!

—No comprendo.

Con la misma mano con la que la había callado lo usó para limpiarle las lágrimas de sus mejillas.

—De lo que te conozco me basta para saber que sí te considero merecedora de ser ayudada... de ser consolada... —Él sacó el pañuelo kleenex que antes le había dado para terminar de limpiarle el rostro de sus lágrimas. La miró fijamente mientras lo hacía y formulaba las siguientes palabras —. De ser querida... por mí... ¿entiendes?

Aira sintió que su corazón se ensanchó de la emoción con lo que acababa de escuchar. No obstante, quiso cerciorarse de que lo que estaba oyendo era cierto.

—Eso... eso... ¿eso quiere decir que me quieres? ¿Que de verdad me quieres? —dijo como si el mundo a sus pies le temblara por completo.

Rodrigo arrugó la frente y soltó lo que Aira creyó que era una sonrisa torcida.

—Si deseas verlo de esa forma.

—¿Rodri?

Él asintió con la cabeza.

—¡Gracias! —dijo ella lanzándose hacia él y abrazándolo fuerte en un impulso incontrolable.

—¿Qué...? ¡¿Qué haces?!

—¡Muchas gracias! ¡Muchas gracias! —repetía mientras sus lágrimas seguían cayendo sobre el pecho de Rodrigo.

—¡Tonta, me acabo de poner esta camisa! Vas a hacer que me tenga que cambiar de nuevo.

—Te quiero mucho, Rodri —repitió muchas veces Aira, quien se aferraba a él como si su vida dependiera de ello.

Le pareció que Rodrigo iba a decirle algo, pero no escuchó con claridad aquellas palabras. Lo que sí estuvo segura es que él abrió los brazos, pero no supo si era para corresponderle a su abrazo con la misma intensidad que ella. Sólo percibió un beso de parte de él en su frente, mientras con un brazo le acariciaba la espalda y con la otra hacía lo mismo con su cabeza, dando comienzo a una hermosa sincronía que solo iría in crescendo desde entonces.


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