CAPÍTULO 03

'La cita'

Louise.

—¿Qué dices? ¿En serio?

—Sí, Louise. —dice Sohnya desde la otra línea. —Anders llegó y me lo contó. Yo también me quedé flipando, me pareció bastante raro... pero no sé. ¿Tú irías?

Pienso la respuesta mientras remuevo el contenido de la sartén.

—¡Louise! —oigo gritar a mi padre desde el salón. —¡La cena!

—¡Que ya voy! —grito, alejándome del teléfono. Suspiro agarrando un plato y removiendo la sartén de nuevo. Me acerco el teléfono a la oreja de nuevo. —No sé si iré, Sohnya.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunta.

—Tengo mucho lío con... —suspiro, harta de mentir. —No creo que a mi padre le guste.

El silencio se hace en la línea telefónica.

—¿Qué tiene que ver lo que piense tu padre?

—Mmm... es que a él no le gusta que trabaje. —murmuro. —Dice que soy muy joven para ir al mar tanto tiempo... que debería quedarme en casa, haciendo de ama de casa, porque estar rodeada de tantos hombres...

—¡Menudo malencarado! —dice con cierta molestia en el tono de su voz. —¿Siempre ha sido así?

—Mmmm, no sé. —suspiro de nuevo, pasando la comida de la sartén al plato. —La única mujer que le mueve el piso es... mi madre, Samara Daven. Esa reina trabaja en un bar de noche haciendo cocteles, y Edward nunca le ha dicho nada apesar de todo.

—¿Y la madre de Pietro?

—Jamás supe mucho sobre ella. —resoplo. —Dicen que ella si sufrió mucho con Edward, pero no sé.

—Louise... ¿alguna vez te ha puesto una mano encima?

No sé que responderle. Mi padre me ha golpeado alguna vez, pero típico de una bofetada o algo parecido...

—No, no. Pero si discuto bastante con él. Nos gritamos, nos decimos de todo... pero poco más.

—Bueno, hija. Espero que puedas salir de ahí pronto, veo que no os entendéis.

—Sí.

—Bueno, corazón. Te dejo.

—Adiós, adiós.

Dejo mi teléfono sobre la mesa de la cocina y agarro una bandeja, dejando el plato sobre esta misma. Ando hasta el salón donde mi padre, un hombre barbudo y barrigón, aguarda por que llegue con la bandeja.

—Ya era hora, querida. Tú para esto de la cocina no sirves... ¿no serás buena mujer para el mercado? —lo miro con fastidio dejando la bandeja sobre la mesa. Alza las manos con fingida inocencia. —Era una broma, hija.

—Que bromas tan tontas.

—No tan tonta como tu idea de volverte al mar otros diez meses, hija.

Me quedo quieta y siento un frío recorrerme la espalda.

—Papá...

—¿De verdad te crees que te voy a dejar otra vez? —me mira, dejando el mando de la televisión sobre su tripa. —Acaso crees que todo ese tiempo, ¿cocinará tu madre? No, no. Ella tiene un trabajo de verdad.

—¿Mezclar alcohol y zumos en un bar nocturno? —murmuro, mi padre me mira, escudriñándome. —Aprende a cocinar y no dependerás de nosotras, papá. Aprende algo básico de la vida, aunque sea.

Edward deja el mando a un lado y se levanta, molesto. Sé lo mucho que le molesta que yo insinué que aprenda a cocinar, o a hacer algo, aunque sea.

—Yo trabajo y las mujeres cocinan, Louise.

—Tu mujer no cocina.

—Pero ella tiene un trabajo de verdad, no un trabajo de ir a cazar pulpos como el tuyo.

Gruño ante su enanez mental.

—No es ir a cazar pulpos y lo sabes. —digo con los dientes apretados. Se acerca poco a poco a mí y trato de no achantarme. —Y no tengas la cara de decir que estás trabajando por que llevas sin pisar una oficina más tiempo que viviendo.

—No me hables así.

—Y tú no te burles de mi trabajo, que al menos hago algo.

—¡Sí! —me grita, andando a pasos largos hasta la puerta. Agarra las llaves del bol donde las guardamos.

—¿Qué demonios haces? —me acerco hasta él.

—¡No vas a salir, no! ¡No vas a ir allí, a estar rodeada de hombres!

—¡Que no es eso, papá! —aparto su brazo de la puerta, la cual estaba cerrando con llave. —¡Voy a trabajar de verdad! ¡En un barco!

—¡Estoy harto de que no respetes las normas de esta casa, Louise! —ruge. Me empequeñezco un poco, pues ha gritado en un tono que jamás le había oido.

Oigo unos tacones bajar por las escaleras de la casa y detiene nuestra discusión.

—¿Ya estáis discutiendo? —es mi madre.

—¡Tu hija quiere irse de pingoneo al mar otra vez!

—¡Que me voy a trabajar, maldito terco! —grito, apretando los dientes por la rabia.

—¡Pues no, no te vas!

—Edward. —dice mi madre en un tono completamente tranquilo. —La niña tiene un trabajo y de verdad.

—Ella debe quedarse en casa, cuidando de su familia.

—Ya estáis mayorcitos para no cuidaros vosotros. —mi madre pasa sus manos por su pelo. —Anda, Edward no seas así.

Mi padre me mira, enrabietado y me agarra de la barbilla, para acto seguido clavar sus dedos en mi mejilla.

—Cómo me vengas con problemas y tonterías no pisas más esta casa, Louise. —me empuja la cara hacia un lado con fuerza, siento el calor de la marca de sus falanges y me tambaleo.

Edward no dice nada más antes de irse enfadado, pasando por al lado de mi madre y yéndose al piso de arriba.

—¿Otra época de mar, Louise? —me dice Samara, moviendo las manos. —Parece que estuvieras tentando a la suerte.

—Pero mamá, ¿yo que hago? Además, es mucho dinero.

—¿Mucho?

—Sí, mamá.

Me levanto de la silla y no digo nada más, pues hablar en esta casa de dinero es peligroso.

Me ha desaparecido dinero de mi cuenta últimamente, y estoy segura de que han sido mi padre y mi hermano. Eso es robo, aparte del hecho de que cuando 'me porto mal' —que es básicamente defender mi trabajo y defenderme a mi— me encierran en casa, me gritan o me quitan mis cosas a modo de castigo.

No sé si eso sea algo denunciable, lo que si sé que debería hacer es denunciar el robo pero necesito pruebas.

Dalina.

El carruaje avanza por las calles oscuras de WestPlate, dejando detrás nuestra miles de luces qué unidas a la tenue luz de la noche, a las luces de alma y al color cristalino del mar, dan un paisaje precioso.

El carruaje avanza por Marilyn Street subiendo hasta llegar a la parte B de Boulevard Avenue. WestPlate —y Guiena en general— no son lugares de edificios altos, reinando en sus edificaciones casas bajas, adosados elegantes y casas de lujo qué residen en las montañas.

Es un paraíso isleño a pesar de ser igual qué todas las ciudades de Castilla del Bron, sin embargo, en Bahía Blanca optan por edificios altos y grandes.

—Falta poco, mi lady. —ríe Anders.

—Por favor, capitán, no me llame así. —me giro dejando de ver el paisaje para contestarle, mirándole a esos ojos oscuros. —O me pondré colorada.

Nos acercamos un poco el uno al otro y él sonríe perversamente antes de qué se abra la ventanilla qué separa a los conductores de los asientos, típica de carruaje de gente adinerada.

—Señor Hemsworth, hemos llegado a la zona dónde deben coger el teleférico.

Me sorprendo al oír al conductor.

—¿Va a venir con teleférico incluido, mi capitán? —pregunto, coqueteando claramente.

—Efectivamente. —responde burlón. Baja del coche y da la vuelta para abrir la puerta y tenderme la mano para que baje. —¿O es qué le dan miedo las alturas?

Río suavemente y andamos subiendo las escaleras de la estación de teleférico.

—¿Usted qué cree?

—No lo sé. Pero sí le dan miedo… —se acerca hasta mi oreja cuando subimos el primer tramo de escaleras, provocando qué mi piel se erice. —abráceme. Sí no le dan miedo, abráceme también, mi lady.

Se gira y sigue subiendo los escalones a lo qué yo me quedo quieta, roja cómo una tonta ante su indiscreta coquetería.

¡Maldito capitán coqueto!

Retomo la subida de las escaleras intentando verme impasible ante su coquetería.

Me da qué ya no lo logras, Dalina.

Anders va un poco más adelante y llega unos segundos antes que yo, así qué cuando subo él ya está sentado esperando la cabina de teleférico.

La estación consta de las escaleras de la entrada, un lado para entrada y otro para las salidas, cuando subes es una especie de cubículo con dos aperturas, una al frente y otra en el lado izquierdo. Entrando por la de enfrente, van las cabinas de teleférico qué van llegando, aquí, la gente qué baja en esta parada baja y deja los teleféricos vacíos. Me siento con el capitán.

—Anders, ¿a dónde vamos? —insisto de nuevo, como al salir de casa. Me mira enarcando una sensual ceja.

—Mi lady, no seas impaciente. —ríe de nuevo. —El teleférico no irá muy alto, no debes estar asustada.

—No estoy asustada. Simplemente quiero saber a dónde vamos. —respondo, un tanto irritada.

—La curiosidad mató al gato, señorita Fontes. —murmura, girando mi cabeza acercándome a su boca cuando me agarra de la barbilla. —Es una sorpresa.

Se acerca cada vez más a mí, incluso cierro los ojos para preparándome para el momento y en ese instante se separa y suelta mi barbilla, dejándome como tonta, lista para el beso. Cuando reacciono, mira todo distraídamente, cómo sí la cosa no fuera con él.

—Maldito capitán coqueto. —murmuro bastante en alto, tanto qué logro oír su risa ronca.

Luego, nos miramos y reímos.

Minutos después, entablamos una ligera conversación qué es cortada cuando llega un teleférico el cuál está completamente vacío cuando varias personas bajan de él. Sí es cierto qué podríamos haber cogido otro con más personas, ya qué han pasado varios, pero sino el maldito capitán coqueto no podría coquetear agusto.

—Usted primero, mi lady. —indica cuando andamos hasta el teleférico y me permite el paso, dejándome subir primero.

Subo a la cabina rodeada de cristal para qué luego suba él. El teleférico es completamente gratis y manejado por maquinaria, así qué las puertas se cierran solas mientras empieza a avanzar.

La cabina se mueve, y, nada más qué por mera inercia, me agarro al banco dónde estoy sentada. Hemsworth es consciente de mi movimiento y me mira, ya riendo.

—¡Te da miedo!

—¿Qué? ¡No!

—¡Sí! ¡Lo sabía, te da miedo! —ríe mientras noto el calor subir a mi cara, mientras él ríe.

—¡De verdad, capitán, es usted como un niño pequeño! —digo, notando mi cara de color escarlata. Sin embargo, le miro y río yo también.

Segundos después, siento su mano posarse en mi hombro. Me tenso al instante, y al notarlo, quiere apartarse, sin embargo, la mantengo ahí. Miro el paisaje y estamos bajando la montaña qué previamente subimos con el carruaje, dirigiéndonos hacia la parada de Sunset Road 's, un barrio muy rico de la ciudad arriba de una montaña más pequeña, donde está el restaurante más famoso de WestPlate.

Braecut & Coelter, dónde puedes comer divisando el mar y sus animales  y la zona oriental de la ciudad. (Braekut y Coulter)

—¿Dónde vamos? —pregunto por tercera vez, cuando noto como mira desde arriba, con los ojos entrecerrados. —¡Es qué me puede la curiosidad! ¿Y sí en el último momento te enloqueces y decides secuestrarme?

—Te soltaría a los dos días, como mucho.

—Ah, muy bonito.

—Es broma. No te dejaría ir nunca, mi lady. —ríe de nuevo, y su comentario estremece mi corazón. —¿Quieres qué te lo diga? Se perderá todo el misterio, tú decides.

—¡Dímelo, dímelo! —digo ilusionada cómo niña pequeña abriendo regalos en Navidad.

—Bueno, bueno. Iremos a un Hungry Jack. —Mi cara de decepción es completamente notable. ¿Un restaurante de comida rápida? ¿En nuestra primera cita? Menos un punto, capitán coqueto. Intento disimular la decepción. —¿O la señorita no come hamburguesas?

—No me tiente, capitán.

—A mi hay otras cosas qué me están tentando ahora mismo. —murmura, bajando su mirada hacia el lado donde yo estoy.

—La mejor manera de evitar la tentación es caer en ella, eso dicen, ¿no? —susurro y noto erizarse todas las partes de mi cuerpo. Cada vez se acerca más, y más, permitiendo oler su mentolado aliento.

Sin embargo, en el último segundo, las cabinas paran indicando qué hemos llegado a Sunset Road’s , ya qué me va a llevar a un sitio de comida rápida, al menos es en el barrio rico.

—Hemos llegado,  mi lady. —se separa de mí dejándome otra vez con ganas.

Salimos de la cabina y bajamos las escaleras, saliendo de la estación y dejando las vistas preciosas, las casas blancas resaltan en la oscuridad, y como dije se ve toda la zona oriental.

Bajamos por el camino, enganchados del brazo, cuando me dirijo —bastante decepcionada— hacia el Hungry Jack que veo en una esquina, qué está al lado de Braecut & Coelter.

Andamos hasta la entrada de Hungry Jack, pero en el último momento, el capitán cambia su trayectoria, desviandome del lugar para llegar hasta la entrada del famoso restaurante.

Abro la boca siendo consciente de qué estamos en el restaurante más caro de WestPlate y voy a cenar allí con el hombre del qué llevo enamorada años. ¡Es una fantasía!

A pesar de estar situados al lado, Braecut & Coelter está posicionado con su terraza mirando al mar y con una terraza cubierta qué está sobre el mar, sin embargo Hungry Jack del revés, con la terraza al lado de la carretera.

—¿De verdad creías qué iba a llevar a una mujer tan elegante y tan bella a un lugar de comida rápida en nuestra primera cita? Qué poco caballeroso me consideras, mi lady.

Río pidiendo perdón con la mirada cuando lo abrazo frente a la brillante entrada blanca con luces qué pone en grande el título del prestigioso lugar.

—¿Vamos dentro? La reserva nos espera.

Entramos al lugar dando los datos necesarios para acceder en la entrada, y el camarero nos indica qué nuestra reserva está en la zona de la terraza cubierta.

¡Ha reservado esa zona para nosotros!

En mi época moza, se indicaba qué esto te gustaba golpeando una tarjeta en la mesa.

Avanzamos por el lugar el cual es de suelo de mármol blanco, absolutamente impoluto, la terraza está a nuestra derecha, sin embargo, al pasar una puerta, en un pequeño pasillo está la zona de la terraza cubierta.

Es precioso, simplemente precioso. Es un cuadrado prácticamente de cristal, las ventanas están abiertas, el suelo es de varias capas de cristal y luz de almas la cual le da un toque precioso, y el mar de WestPlate se ve precioso en la oscuridad.

Quedo obnubilada mirando el paisaje, hay varias mesas ya ocupadas pero hay otras desocupadas, y es grande.

—¿Te gusta, mi lady?

Asiento levemente, antes de girarme y abrazarlo.

—Me encanta, mi capitán.

Anders.

El abrazo de Dalina provoca en mí varias reacciones, volteo los ojos mientras me abraza reprendiendome a mi mismo.

Andamos hasta una de las mesas, donde nos sentamos, está al lado de una de las ventanas permitiendo entrar una brisa fresca.

Llega el mesero y cada uno pide sus platos, mientras charlamos de frivolidades.

—¿Ya le diste el contrato a Saller? —pregunta cuando llegan los platos a la mesa minutos después.

—Si… pero se me hace muy extraño, Dalina. Las épocas de alta mar tardan mucho en poder hacerse, y acabamos de volver de una. Algo raro hay.

—Eso está claro. Es más, nunca me fíe de Saller. Pero no pasa nada, lo descubriremos juntos, mi capitán.

Sonrio ante su comentario. Me parece una mujer tan bella y tan preciosa.

—Hum. No hablemos más de trabajo, no es el propósito de está noche, mi lady.

—¿Y cuál es el propósito está noche?

—Ya veremos…

—Yo pensaba qué era llevarme a su casa, capitán.

Casi me atraganto al oír el comentario de Dalina, la cual ríe mientras bebo agua intentando no morir. Noto qué estoy rojo cómo un tomate.

—Wow, mi lady. No sabía qué era usted tan atrevida. —sonrio maliciosamente.

—Yo también sé jugar a esto, mi capitán.

—¿Era un juego? ¿Acaso no quieres que pase de verdad? —murmuro bebiendo agua, viendo de reojo qué ahora es ella quién enrojece.

El silencio se hace durante unos segundos hasta qué la muchacha habla.

—Es un juego, también una realidad.

—Veremos a dónde llega esto.

De nuevo, es ella quién enrojece.

Maldito capitán coqueto 3 , Señorita Fontes 1.

La noche transcurre tranquilamente, coqueterías y calenturas varias, temas un poco más complejos como la desaparición de Iriel o Dakota y Tennia, o simples frivolidades.

Ambos nos hemos controlado con el alcohol, sabemos qué sí pasa algo más debemos ser completamente conscientes.

Sin embargo, el reloj da las 00, indicando la hora de cerrada del lugar debido al toque de queda iniciado desde la guerra indefinida.

—Deben desalojar el lugar. —se acerca un mesero para informarnos.

—Si, sí. La cuenta, por favor.

—¿A medias?

—No, no. —contesto completamente decidido. —La pago yo.

—Venga, Hemsworth. Me has traído hasta aquí. A medias, aunque sea. Concédeme este favor para usted, por favor.

—Podría pagarme luego y eso no tiene el precio de una cena.

La veo enrojecer de nuevo y celebro mi pequeña victoria personal.

—¿Usted es muy lanzado, no, capitán?

—Dígame que usted no tiene ganas, señorita Fontes.

—No habría algo qué me gustaría más, maldito capitán coqueto.

El mesero llega con la cuenta, a lo que la cojo rápidamente dejando los 850000 (200 euros) de oro correspondientes.

Sin embargo, cuando el mesero viene, en un rápido movimiento, Dalina me lo quita, quitando dos billetes de doscientos de oro para colocar los suyos con monedas qué llegan hasta los 25000 de oro.

El mesero se lleva el dinero.

—¿No me va a pagar luego, mi lady?

—Si. Esto es un pequeño adelanto, capitán.

Los calores suben a mi cara desmesuradamente a la vez qué siento mis mejillas enrojecer.

Ese es el efecto que causa la señorita Fontes en mí.

El mesero nos da las pocas vueltas cuando salimos del restaurante.

Andamos hasta la carretera para coger un taxi, donde subimos al primero qué vemos.

Abro la boca para indicar la dirección qué nos deje en medio a los dos, pero Fontes se me adelanta dando la suya.

—Calle Winterheart, portal 27 en el Barrio del Sol.Minutos después llegamos y andamos hasta su portal.

—Bueno, señorita Fontes… —no me deja acabar de hablar cuando me besa apasionadamente, buscando mi lengua para enrollarla con la suya.

Llevaba toda la noche deseando esto.

Cuando nos separamos, busca mi cuello dejando besos húmedos, mis manos se deslizan por el vestido a la vez qué mi boca va a su cuello, pero, en el último momento, su mano se engancha a mi muñeca.

Se separa de mí, buscando las llaves en su bolso. Me quedo completamente estático cuando abre la puerta, entra, y antes de cerrar se gira para decir:

—Buenas noches. Maldito capitán coqueto 2, señorita Fontes 2. —cierra la puerta del portal finalmente antes de irse y dejarme allí, en proceso de explosión.

Sonrio al ver qué es igual de microondas qué yo. A ver quien gana, señorita Fontes. A este juego yo también se jugar, mi lady. 

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