Canto número 34. ¿Los cuervos cantan revelaciones?

Los cuervos no cantan revelaciones.

Pero alguien estaba por revelarme una verdad que cambiaría mi vida.

Claudia Ávila estaba esperándonos afuera de mi casa. Recargada contra su motocicleta y con una expresión seria en su rostro, fijó sus ojos sobre mí y me dijo dos palabras que no sabía si eran una orden, una petición o una especie de condena.

—Necesitamos hablar, Félix.

¿Hablar? ¿De qué podríamos hablar ella y yo? Lo primero que se me vino a la cabeza fue Kalen, tal vez quería que le dijera algo respecto a su hijo, cosa que tampoco haría a menos que fuera un asunto de vida o muerte. Mi lealtad estaba con Kalen antes que con cualquier otra persona.

—¿Qué...? —Comencé, pero Kalen se precipitó, dando un paso hacia delante e interponiéndose entre su madre y yo.

—¿Cuándo regresaste? —cuestionó—. No has venido a la casa en semanas. Pensé que seguías de viaje.

Por fin me quitó los ojos de encima y se enfocó en su hijo. Sé que no estaban en los mejores términos desde que la patrona de los cuervos se presentó en su hogar y reveló que tenía un trato discreto con Kalen. Claudia se enfadó muchísimo por esto y la verdad es que, en cierto grado, la comprendía. A mí también me daba curiosidad saber qué era ese trato secreto, qué significaba, sobre todo porque, de alguna manera, tenía algo que ver conmigo.

—Regresé hace unas horas —respondió Claudia—. Fui a casa de tu abuela y me dijo que estaban aquí. —Volvió a verme—. Me contó todo lo que sucedió.

Me sentí pequeño ante su escrutinio. Me llevaba bien con Ramona, incluso le tenía cariño y la veía como una especie de figura maternal; ya había arreglado mi relación con Marisol y ahora actuaba como si también fuera mi hermana mayor; pero Claudia Ávila... Claudia Ávila era otra historia. Desde el primer instante actuó cortante conmigo, tensa, y nunca pude entenderlo.

—La abuela le permitió quedarse con nosotros —añadió Kalen—. Ya sabes lo que pasó, así que también sabes que no tiene otra alternativa.

Miré a Kalen con un toque de nerviosismo.

—Kalen...

—No me molesta en lo absoluto que Félix viva con nosotros —aseguró Claudia y se apartó de su moto para acercarse a nosotros—, pero como dije, necesito hablar con él.

Fruncí el ceño.

—¿Sobre qué?

Suspiró.

—Tengo que... Tengo que confesarte la verdad —respondió y vio a Kalen de reojo—. A solas, preferentemente.

Antes de poder cuestionar a qué diablos se refería con eso, Kalen dio un paso hacia delante y negó con la cabeza.

—No —dijo.

—Kalen —advirtió su madre.

—Félix es mi persona destinada —refutó—. Ha pasado por mucho en estas últimas semanas y no pienso dejarlo solo. No ahora.

Claudia se tensó ante la confrontación de su hijo y, cuando parecía a punto de reprenderlo, iniciar otra pelea entre ambos, decidí interferir.

—Quiero que Kalen se quede. —Ambos voltearon a verme—. Dijo que necesita confesarme algo, debe de tratarse de algo que me incumbe, por lo tanto, no me molesta que él esté aquí.

Kalen me dedicó una discreta sonrisa, pero aquello no fue suficiente para aplacar mi ansiedad ante Claudia. Estaba muy seria y no parecía del todo a gusto con mi decisión, pero terminó por cerrar los ojos unos momentos y volver a abrirlos con una larga exhalación.

—De acuerdo —cedió—. Si así lo quieres, así será.

Sentí como mis extremidades se aligeraban ante su permiso. No había sentido esta tensión frente a un Ávila desde que conocí a Ramona y Marisol por primera vez.

—¿Qué es lo que quiere decirme? —indagué. Estaba nervioso, con un terrible presentimiento, pero a la vez una intriga enorme. Siempre tuve la sensación de que Claudia sabía algo, sabía más que cualquiera de nosotros. Solo eso explicaría porque, años antes de conocer a Kalen, se presentaba en mi casa y me hacía platicas de lo más extrañas.

Kalen tomó la caja con mis pertenencias que sostenía entre mis brazos, cargándolas por mí. ¿Acaso él ya presentía a dónde iba su madre con esto y quería quitarme al menos peso de encima? No, solo estaba delirando.

«Relájate ya», pensé.

—Félix —llamó Claudia y volteé a verla—. Hay algo que necesitas saber respecto a tu madre.

Sentí un nudo en el estómago. No me gustaba ni un poco el rumbo que estaba tomando esta conversación.

—¿Mi madre?

Asintió con rigidez.

—Tu madre, Alessandra Mattei, fue mi persona destinada —confesó.

La sangre se me heló en las venas. Su confesión, que mi madre fuera su persona destinada, traía consigo una serie de implicaciones y, con estas, una ola de preguntas que explotaron en mi cabeza.

¿Cómo es eso posible? ¿Cuándo sucedió? ¿Qué fue lo que hizo?

Sentí de pronto la cálida mano de Kalen aferrarse a mi hombro mientras que con su otro brazo cargaba la caja. Detuvo mi tren de confusión y vio a su madre con intriga, tal vez también con algo de enojo.

—¿A qué te refieres con eso? —interrogó—. ¿Qué fue lo que hiciste, mamá?

Tal vez mis sentidos me engañaban, pero juraba que Claudia estaba nerviosa. Ni siquiera veía a Kalen, se mantenía concentrada en mí, como si las preguntas hubieran salido de mi boca y no de la de él.

—Quiero saber —pedí entonces, tornándome igual de serio que ella hace unos instantes—. Dígame todo.

Claudia no se dejó intimidar por mi tono, la ansiedad seguía latente en ella, pero no se dejó consumir por esta. Solo quería que hablara, que confesara todo de una vez.

Mis deseos, por primera vez, se cumplieron tan pronto los pedí.

—Fui yo quien la ayudó a salir de Kaux —admitió—. Quien la ayudó a escapar de tu padre... A abandonarte.

Amplié los ojos a tal grado que de seguro se habrían salido de mis cuencas si eso fuera posible. La respiración se acortó en mi garganta y de inmediato mi ritmo cardíaco se aceleró, provocando que me sudaran y temblaran las manos.

El gatillo en mi cabeza se presionó con sus palabras y disparó una bala que perforó mi poca estabilidad. ¿Cómo que ella había sido la responsable del abandono de mi madre?

No podía unir ningún punto, mis ojos solo podían ver a la mujer frente a mí y de inmediato considerarla una especie de enemigo, la causante de uno de mis mayores traumas, una de mis mayores agonías. Claro que sus visitas cada cierto número de años no eran pura coincidencia, ella siempre estuvo al tanto de todo, de mi existencia, de lo mucho que sufría y de cómo, al ayudar a mi madre, terminó de arruinar mi patética vida.

Apreté los dientes con tanta fuerza que juré que los quebraría, mis manos se habían cerrado en un par de puños y todavía me temblaban fuera de mi control.

Estaba colérico.

—Es por eso que me visitabas —mascullé, perdiendo todo el respeto por ella—. Por eso te aparecías de la nada en mi vida, ¿no es verdad?

Kalen parecía igual de extrañado que yo. Nunca lo había visto tan sorprendido por algo, al parecer los únicos capaces de sorprender a un cuervo del presagio eran otros cuervos del presagio.

—Mamá —comenzó, incrédulo—. ¿Es verdad todo esto?

Claudia suspiró con cierta dificultad y asintió lentamente.

—Lo es. —Levantó la mirada—. Y tienes razón, Félix. Esa es la razón por la cual venía a visitarte de vez en cuando.

Kalen, a mi lado, dejó salir una exclamación y luego una maldición por lo bajo.

—No puede ser...

Yo no podía quitarle la atención de encima a Claudia. Ansiaba respuestas, quería que me explicara todo, aunque no creía que nada de lo que dijera sería capaz de justificar esto.

—Dímelo todo —pedí, sonaba a una orden, no, una exigencia—. Quiero saber absolutamente todo.

Claudia asintió, comprensiva a pesar de todo. Se aferró a uno de sus brazos. Nunca pensé que la vería actuar tan... frágil.

—Conocí a tu madre dos meses antes de que se fuera de Kaux, de que... De que la ayudara —relató—. Ella nunca supo que yo soy un cuervo del presagio, en ese entonces yo todavía era joven, algo novata y, a diferencia de muchos otros, todavía no encontraba a mi persona destinada. Sin embargo, la encontré en Alessandra. Era una mujer que a leguas se notaba que no pertenecía a este sitio, se veía tan, pero tan infeliz.

—¿Cómo fue que diste con ella? —interrogué.

—Fue completamente fortuito, no, eso es incorrecto. El destino nos juntó cuando debía —contó—. Era un domingo por la tarde, yo acababa de terminar con un pequeño trabajo e iba de regreso a casa cuando tuve una visión, fue tan breve y escueta, solo vi el borroso rostro de una mujer y escuché sus lastimeros susurros. Me detuve de pronto, a media calle, con la noche cernida sobre mí, y la vi, la vi sentada en una banca, llorando, abrazándose a sí misma mientras todos la veían como una loca. No dudé en acercarme, en preguntarle si se encontraba bien y, cuando me miró a los ojos, lo supe, supe que el pesar que cargaba era algo grande, algo que estaba urgente de ser salvado o terminaría en tragedia.

Sentí una punzada en el pecho. ¿Tragedia? Lo único más trágico que la situación de mi familia en ese entonces solo podía ser...

—¿Acaso ella iba a...? —intervino Kalen.

Claudia lo miró con discreción. Eso fue suficiente para confirmar nuestras sospechas.

—Me quedé con ella hasta que se tranquilizó y, como si nos conociéramos de toda la vida, volteó a verme y me hizo una sola pregunta: "¿Es posible regresar el tiempo?" —Soltó una desalmada carcajada—. Por supuesto le dije que no, que lo más cercano a ello era arreglar el presente para no desear regresar el tiempo en el futuro. Ella me contó todo, me confesó cada ápice de su dolor y tragedia. Debió sentir la conexión que poseíamos, que yo sería la única capaz de ayudarla, pues no se guardó absolutamente nada. Cuando terminó, le prometí que la ayudaría y siempre que me necesitara, la encontraría. No me cuestionó al respecto, solo me agradeció y se fue.

Había un nudo en mi garganta. Ella quería deshacer todo, regresar en el tiempo y desaparecer sus errores... Incluyéndome.

—¿Y no la volviste a ver hasta el día de su escapada? —cuestionó Kalen entonces.

—Oh, no, en lo absoluto. La vi muchas veces antes de eso. —Volvió a fijarse en mí—. Tu madre vino a Kaux de viaje, conoció a tu padre y...

—Quedó embarazada —zanjé—. Ya sé que fui un error. Sus padres de seguro no querían aceptarla de regreso y no le quedó de otra más que quedarse aquí.

Claudia negó con la cabeza.

—En eso te equivocas, lo único que Alessandra amaba de este sitio, era a ti —aseguró—. El día que escapó tuve una visión de ella corriendo descalza por la calle, sollozando de manera desconsolada y con una maleta en mano. Fui a su encuentro y me rogó que la ayudara a marcharse. Y así lo hice, pues esta era su salvación y, como cuervo del presagio, mi responsabilidad. La llevé en mi moto fuera de Kaux y hasta la capital. Me aseguró que tenía un plan, me agradeció entre lágrimas por haberla ayudado y luego me hizo una última petición. Me pidió que te vigilara, que cuidara de ti como cuidé de ella. Después de eso se despidió y se fue.

—Y me abandonó —añadí con enojo y luego sacudí la cabeza—. ¡¿Por qué no la salvaste desde mucho antes?! ¡¿Por qué no te apareciste cuando mi padre se volvía loco y la salvaste?!

Tal vez solo así no se habría ido, se habría quedado conmigo, habríamos sido felices juntos. Solo ella y yo, sin el monstruo a nuestro lado.

—Félix —susurró Kalen, intentando consolarme, pero me alejé de él. Estaba demasiado enfadado con todo y con todos. ¿Qué clase de vida era esta?

—El destino no funciona igual para todos, Félix —respondió Claudia, tranquila—. Las visiones que tenemos suceden cuando nuestra persona destinada está al borde del colapso. Solo así aparecemos, solo así tenemos permitido actuar y agarrar su mano para prevenir que caigan a un vacío sin retorno. Sé que ella sufría, pero a mi mente no venían visiones de eso, X'Kau no me exigía interferir en eso, solo fue aquella vez, aquella vez que Alessandra tuvo suficiente y X'Kau me exigió que la salvara de la desgracia ayudándola a escapar de su peor pesadilla. Para ella, esto era la salvación, y si X'Kau respeta algo, son los deseos de sus desafortunados hijos.

No podía concebirlo. ¿Qué clase de crueldad era esta? No era justo que salvarse implicara destruirme la vida, pero... ¿Acaso había siquiera otra opción? ¿Acaso yo estaba siendo un egoísta?

Una lágrima escapó de mi ojo izquierdo. No sabía si sentía tristeza, enojo o algo más, tal vez todo a la vez.

—La ayudaste a abandonarme —musité, mirándola con ojos llorosos—. ¿Cómo es posible que esto se le considere salvar a alguien cuando es a costa de otro?

Claudia cerró los párpados con fuerza. Notaba la culpa en su semblante, cómo esto le pesaba más de lo que expresaba.

—Mi destino era salvar a tu madre, escapar de Kaux era lo que ella consideraba salvación —explicó—. Los cuervos del presagio solo podemos ayudar a quienes X'Kau nos indica, no tenemos permitido interferir con el destino de nadie más y, en mi caso, eso incluía el tuyo. —Volvió a abrir los ojos y me miró con desesperación—. ¿Acaso crees que yo, una madre, no sufrió tener que dejarte a manos de tu abusivo padre por tu cuenta? Aunque hubiese querido, no podía hacer nada más que confiar en el juicio de X'Kau, hacía lo que podía viniendo a verte, asegurándome de que, a pesar de todo, seguías adelante, creciendo y madurando. Ahora veo que todo debía ser así, debía serlo porque...

—Salvarte es mi deber —completó Kalen, viéndome fijamente—. Tú eres mi persona destinada, Félix, yo soy tu cuervo del presagio, no mi madre, ella no...

—Nada ha cambiado —acoté con frialdad—. Todo solo ha empeorado. No tengo casa, mi padre está en prisión y siento que... Siento que no tengo un futuro claro.

—Félix. —Kalen me tomó de la mano—. Sabes que eso no es cierto, has sufrido mucho, sí, pero has mejorado también, has obtenido cosas maravillosas y...

—¿Y de qué me sirve? —volví a interrumpir—. Sigo siendo un desgraciado y eso no cambiará. No es posible arreglarlo.

Kalen me soltó y me miró con seriedad.

—Te estás mintiendo a ti mismo. Tú sabes perfectamente que eso no es verdad —aseveró.

Tal vez una parte de mí deseaba que así fuera, que esa salvación era posible, pero la otra se negaba a aceptarlo, a aceptar que sí me esperaba algo bueno al final de todo este doloroso camino.

—La salvación llega en diferentes tiempos y de diferentes formas —añadió Claudia—. Hay quienes con tan solo un par de palabras son capaces de cambiar el rumbo de su vida, pero también hay quienes necesitan años de esfuerzo y dedicación. No te impacientes, Félix, vas por buen camino, confía en tu cuervo del presagio, en Kalen, y verás que al final todo cambiará para bien. No puede ser de otra manera.

—¿Y cuánto más tengo que sufrir? —cuestioné, cortante—. ¡¿Cuántas lecciones más tengo que aprender?!

—Félix, por favor. —Kalen se hizo de mi mano, pero yo se la arrebaté y, en su lugar, lo miré con dolor en mis ojos.

—¿Cuánto más, Kalen?

Kalen se quedó callado, no pudo responder, solo desviar la mirada. La culpa era palpable en él. ¿Qué sabía que yo no? ¿Acaso sabía que sufriría más?

—Lo siento, Félix —dijo entonces, todavía sin verme a los ojos.

Fruncí el entrecejo y retrocedí.

—Necesito estar solo —concluí y me fui de ahí sin esperar una contestación, me alejé tan rápido y tanto como pude.

Apenas podía ver en dónde pisaba por lo borrosa que estaba mi visión debido a las lágrimas inundando mis ojos. Me dolía el pecho, la cabeza, mis manos no paraban de temblar. Al fin sabía la verdad sobre la desaparición de mi madre, quién la había ayudado a irse sin dejar rastro, quién la había "salvado", pero seguía doliéndome.

¿Acaso yo no era suficiente razón para que se quedara? ¿Por qué me dejó aquí sufriendo solo?

Me detuve a media calle. Ya era algo tarde y estaba solitaria. Solo había unos cuervos en los árboles, tal vez venían de parte de Kalen, vigilándome y cuidándome como de costumbre. Me senté en la banqueta y hundí la cabeza entre mis brazos. ¿De verdad este sufrimiento valdría la pena? ¿Cuánto más tenía que pagar para recibir una recompensa?

¿Por qué Kalen parecía estar tan seguro de que sufriría incluso más?

Sollocé en silencio, mordiendo el interior de mi boca para no gritar. Escuché el característico rugir del motor de una motocicleta y me abracé incluso con más fuerza. No quería ver a Claudia, no quería enfrentar a nadie.

—Esto se parece mucho a cuando conocí a tu madre —dijo Claudia y escuché sus pisadas antes que soltara una exhalación al sentarse junto a mí—. Yo sé dónde está ella en estos momentos.

Aquello llamó mi atención y levanté la cara tan solo un poco.

—¿Dónde?

—En la capital —respondió y esbozó una suave sonrisa al horizonte—. Está bien por si eso era lo que te preguntabas.

Enterré las uñas en mis brazos.

—¿Y por qué no ha regresado a verme? —cuestioné.

Encogió los hombros.

—Eso no lo sé.

Apreté los dientes.

—La odio.

—Eso sí lo sé —afirmó y me vio a los ojos—. Y no vengo a decirte que la perdones. Concederle el perdón depende de ti y solo de ti. Si eso te hará sentir mejor, lo harás. Si no crees que sea necesario perdonarla, no lo harás. Haz lo que a ti te salve, Félix, lo que necesitas. Hay veces en que el pasado no necesita ser perdonado, sino superado. Esa opción dependerá de ti.

Tragué saliva con dificultad.

—No estoy listo para decidir eso —confesé.

Era la verdad, no estaba preparado para saber si podía perdonar a mi madre o incluso a mi padre, o si solo quería ver de cara al futuro y dejar atrás ese pasado tan doloroso. No era culpa de Claudia que yo sufriera así y tampoco de Kalen, era algo ajeno a ellos, algo que dependía de mí y mi familia únicamente.

—No tienes que estarlo todavía —aseguró—. Tú sabrás cuando llegue el momento.

Limpié las lágrimas en mis ojos con el dorso de mi mano y solté un trémulo respiro. ¿Algún día acabará todo este dolor?

—¿Esto es lo que llaman "destino"? —pregunté a nadie en particular, apoyando el mentón sobre mis rodillas—. ¿Es el destino que mi familia sea así? ¿Por qué el destino simplemente no pudo hacerme como todos los demás?

Claudia se quedó en silencio y de hecho no respondió al inicio, sino que me rodeó el hombro con un brazo y me atrajo hacia ella, estrechándome con fuerza.

—El destino es engañoso —aseveró—, pero si hay algo que he aprendido como cuervo del presagio, es que todo y todos tienen un propósito. Incluyéndote.

Bufé de manera sarcástica, dejándome medio abrazar por ella aunque no sabía cómo corresponder exactamente.

—Solo espero no terminar como mis padres —dije, en verdad era uno de mis mayores deseos.

—No lo harás —aseguró Claudia y me dedicó una sonrisa confiada, igual a la de su hijo—. Tal vez no pueda arreglar a tu familia, Félix, pero sí invitarte a formar parte de la mía.

Me tomó unos instantes comprender el significado de sus palabras. ¿De verdad me estaba invitando a ser parte de su familia? ¿Qué había hecho bien para merecerme eso?

—Yo... —titubeé, no sabía qué decir y, para ser sincero, tenía un poco de miedo de arruinarlo.

—Solo acepta —dijo Claudia, guiñándome un ojo—. Todo lo demás ya está hecho.

No pude contener la leve risa que abandonó mis labios y la sonrisa que dejó detrás. Asentí lentamente, solo aceptando como ella me dijo. Aceptando gustoso.

—Me encantaría ser parte de su familia.

¡Quiero que me adopten también! 😭

Ya estamos en la recta final del libro y lo único que puedo decir es que se preparen. Todo tiene una razón de ser...

¡Muchísimas gracias por leer! 💜

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