Capítulo 59: En los inicios del bosque
—¡Decidme por favor que esta tortura se está acabando! ¡Me arden los pies! —arrastrando sus botas de cuero con unas energías tambaleantes, Axel caminaría por los senderos de un verde oliváceo pardo, sorteando a su paso y con poco acierto, unas raíces que de vez en cuando les hacían tropezar.
El chasquido seco de la hojarasca sucumbiendo bajo sus pasos, mitigarían el astillado de unas cepas que dejarían fluir los susurros propios del bosque.
Sus árboles de copas altas, aligerarían su fronda a cada día que pasaba al mermar el peso que soportaban sus ramas.
Los olores de la tierra se compactaban con el verdor residual de la naturaleza, y con una humedad gélida que calaría sus cuerpos, una vez pararan el movimiento autómata que les empujaba a seguir.
Ayudándose de un bastón largo con el que franqueaba la maleza, Axel resoplaba además por el peso cargante que soportaba su dolorida espalda.
Jamás hubiese apostado verse en una situación como esa, haciéndole gracia que interpretase el papel de un valeroso explorador que no pegaba con él.
Menos, con los colores ardientes marcando su estilo punk, dándole con su toque la disparidad a grupo mucho más discreto. Desde atrás se le escucharía una risa condescendiente alentándole a seguir.
—Sé que tienes mucho más aguante del que parece —Paolo haría de su entonación sugerente, la risa fácil de unos acompañantes que no le veían fin a aquel tormento.
Comprendían que el de reflejos verdes en el pelo le había terminado contando la aventura a la que se enfrentaban, y que Paolo no había dudado ni un segundo en sumarse por muy locura que pareciera.
Jeani ya les había dejado claro que cuantos más se involucrasen, más porcentaje de supervivencia tendrían. Pese a que eso no dejara de ser egoísta, estaba claro que por sí solas no podrían conseguirlo.
Sin inmutarse, sería ella la que lideraría la marcha unos pasos adelantada, dejando sorprendentemente que el resto se quejase sin pedirles silencio.
Probablemente porque era lo menos que podía hacer, después de que los otros se presentasen voluntariamente ante un juego que pintaba con el peor de los desenlaces.
Siguiéndole desde atrás, Madeleine entendía que, vistas las circunstancias, la limitada paciencia de la Sabia estaba enfrentándose a una prueba de fuego.
Una voz proveniente a pocos metros de su flanco derecho, le haría ver que Jeanette no era la única haciendo concesiones a regañadientes.
Topándose de lleno con una camisa de cuadros al más puro estilo leñador, encontraría a un joven de aspecto seductor de barba mal recortada, y cabellos castaños recogidos en una coleta baja.
Su encanto innato se percibía incluso por debajo de una gorra de tela caqui, haciendo de él un perfecto guardabosques.
—Si no podías seguir el ritmo, mejor que te hubieses quedado en casa —sin llegar a cortarse por lo que su comentario podría repercutir, Evans sacaría a relucir esa chulería que tanto fascinaba a Axel.
La del pelo rosáceo volvería sus ojos en blanco, siéndole imposible aguantar su tremenda arrogancia.
—No te preocupes, nene. Que con una compañía como la tuya, el ritmo no es un problema —avivándole su incombustible fanfarronería, el aludido no perdería puntada a la hora de devolvérsela, causando alguna que otra carcajada.
Una no muy recíproca por Paolo al ejecutar una tos forzada. Tampoco por un barman que chasqueaba la lengua adelantándose, llegando a alcanzar la altura de Jeani.
—Recuérdame por qué éste ha tenido que venir, por favor —acompañándole desde su lado izquierdo, Madi giraría la cabeza encontrándose con otro que no se andaba con sutilezas.
El tono ronco de Marvin no llegaría a ser un susurro, pero tampoco lo suficientemente alto como para que Evans lo interceptara y le increpara. Madeleine generaría un bufido cargante en el que se masajeaba la frente.
—Sabes perfectamente que era eso, o dejar que Serena continuase sin recuperar sus recuerdos.
Aspiraría intensamente los olores asilvestrados de la tierra, condensándose en una frialdad que estaba ganando protagonismo frente a la presencia nocturna.
Soslayaría de reojo hacia atrás, viendo que la morena de rasgos afroamericanos y ojos dorados, cerraba el grupo tomando la mano de un batería colmado de júbilo, y con el que coexistía un apoyo de miradas unánimes.
Parecía mentira que escasos días atrás, la Revitalizadora hubiese estado debatiéndose entre la vida y la muerte y pudiese contarlo.
Las secuelas de una lesión perpetuando en su cabeza, seguiría curándose lentamente, pero con una eficacia extraordinaria. La felicidad que transmitía en una sonrisa de dentadura perfecta, llegaba a ser incluso esa pequeña chispa que alentaban unos ánimos decadentes.
Todo sería más fácil si las fechas navideñas no estuviesen a la vuelta de la esquina, dando de lleno en una situación crítica.
Serena le había pedido a la señora Briadna que se encargara de Francis, mientras que ella supuestamente arreglaba un tema familiar. Algo totalmente creíble con el altercado que sufrían los Ibéricos Molier.
La muerte de Duquesa había hecho que la señora agradeciese la petición sin poner ninguna traba, ahorrándose el tener que subsistir a unas Navidades prácticamente sola.
Reconduciendo con los últimos cabos que habían cerrado antes de marchar, la mirada aturquesada de Madi regresaría hacia la de su acompañante.
—Jeanette está esperando el momento adecuado para darle las bayas. Ya sabes cómo es —le ofrecería una sonrisa ladeada aportándole más significado. —Necesitamos urgentemente todas las ofrendas, Marvin.
—Lo sé, hada. Lo sé —alzaría su brazo pasándolo por debajo de su espalda, quedándose en el espacio que le permitía su mochila celeste.
Atrayéndola contra sí, los dedos del guitarrista se quedarían afincados en la curva de su cintura, dándole sin querer a sus compañeros de atrás un bonito espectáculo.
Sintiéndose miserable con cada muestra de amor, Luca concebía que aunque había perdido, eso no le hacía quererla menos, ni que tampoco que dejara de dolerle en lo más profundo.
Prefiriendo centrarse en otra cosa que no fuese el ardor de una panorámica revolviéndole el estómago, desviaría sus ojos azules zafiros tristones, encontrándose a su mejor amiga resoplando entre sus mechones castaños.
En la fatigosa trayectoria, vería que sus habituales coletas oscilarían en vaivenes, siendo atadas por unas bonitas gomas con miniaturas de animalitos. Luca esbozaría una sonrisa pareciéndole adorable.
—¿Te encuentras bien, Gina? —la de los brackets borraría todo rastro de cansancio, regalándole una sonrisa cariñosa.
Más que ser una carga, deseaba ser útil y cooperar en lo que fuera que estaban buscando. Sin poder ocultarle nada, agradecía que el mismo Luca le hubiese contado entremedias un relato propio de un cuento de fantasía, que garantizaba ser macabro.
Gina no llegaría a responderle.
—Estaría mejor si dejara de atiborrarse a galletas —la pelirroja abriría la boca solo para causar tempestades allá donde pisaba.
Que Marvin no dejara de ser afectuoso con la que consideraba una estúpida, era otra razón por la que enfrentar sus demonios con quien no debía. Luca lanzaría un vistazo hacia atrás, brindándole a Lydia una mirada de consternación.
Le empezaba a cansar que recurriera a la mofa, solo por un cuerpo que no pertenecía al condenado estándar de belleza.
¿Por qué le molestaba tanto? ¿No veía en cambio lo extremadamente especial que era?
Gina permanecería callada. Se avergonzaría bajando la cabeza, llegando a paliar sus nervios al acariciar sus preciosas trenzas.
—¿No crees que es poco inteligente meterte con alguien por su físico? —caminando al lado de la pelirroja, el del bronceado trataría de darle una lección de humildad.
La animadora le retaría marcándole malamente con sus orbes cafés. Él le sonreiría pícaramente, tratando de eludir que le había llamado tonta en toda su cara. Gina se llevaría la mano a la boca, tratando de no ser cruel en el juego de carcajear.
Luca haría lo mismo sin dejar de prestarles atención. Se le hacía grato que después de todo, Liam no fuese el típico picaflor que le gustaba divertirse con varias a la vez.
—El cuerpo es algo que se puede cambiar, Lydia —le haría un choque amistoso de torso, riéndose más fuerte por su notable mosqueo.
También lo haría por la particularidad escondida que cernía su sangre.
—No importa si eres rubia o morena. Tampoco que tus ojos sean oscuros, o tan azules como el cielo. Tampoco si tienes lunares, cicatrices o alguna anomalía. Por si no lo sabías, las marcas de guerra nos hacen ser más válidos —Lydia entornaría la cabeza ruborizándose—. Lo mismo si eres delgado o grueso. Alto o bajo.
Ojearía lo reducida que se quedaba su menuda constitución, al prescindir de sus estrafalarios tacones. Gina podría llamarla enana, y jamás se le habría pasado por la cabeza.
—Lo que importa es lo que guardas en tu interior, Lydia. Todo lo que eres y lo auténtica que eso te hace. No hay dos personas iguales en la tierra, al menos no simultáneamente.
Volvería a arrancar una sonrisa, dejando una lectura que él solo entendía.
—Lo que representamos es lo que no se puede cambiar. Si te animas a criticar algo, que sea solo eso. Lo demás es totalmente complementario.
Gina no podía entender cómo siendo una deidad escultural, Liam podría preocuparse por una visión en la que nadie podría juzgarle. Luca le gratificaría con un gesto dulce sus buenas palabras. Cambiaría totalmente de opinión con lo siguiente.
—Además, mírala bien —proseguiría. —Gina es un bombón. Si no sabes verlo, ese es tu problema, Lydia —sonreiría a la implicada mostrándole sus afilados colmillos.
La derretiría cuando sus preciosos ojos azules grisáceos, le guiñaban con un evidente halo seductor. Gina pensaba que le estaba faltando el aire, por no decir que un rojo vivaz pintaba sus carillos.
Luca entrecerraría los párpados, llegando a torcer ligeramente la boca. Le exigiría con un gesto de mosqueo evidente, que no se le ocurriera volver a pretenderla de esa manera.
—Aún falta mucho para llegar al corazón del bosque —escucharían que encabezando el frente, Jeanette les haría el favor de parar.
La Sabia descolgaría el abultado saco de sus espaldas, dejándolo aterrizar en un claro donde el boscaje no presentaba una espesura tan densa. Los otros resoplarían llegando a sentir, cómo cada una de sus extremidades les hormigueaba escalfándoles la piel.
—Para ser el primer día no está nada mal —diría tan campante, llegando a levantar suspiros pesarosos en su acólito. Los que la conocían poco, ya daban por hecho que Jeanette no se iba a amedrentar dándoles caña.
—¿Nada mal? ¿Estás de coña? ¡No siento las piernas! ¡Nos has hecho andar miles de kilómetros! —aunque no podían quitarle la razón, a Axel le encantaba montar el festival del drama allá donde iba.
—Tampoco ha sido una mala experiencia —deslumbrante con una sonrisa de niño travieso, Chester se sentía tan radiante, que era imposible no sonreír por el aura tan enérgica que desprendía.
Paolo redimiría la suya apretando sus labios, sabiendo de sobra de dónde venía su fortaleza.
Por la confesión en vestuarios, la morena comprendería que para Chester, visitar parajes desconocidos era algo a lo que estaba más que acostumbrado. Sin separar su mano, apretaría sus nudillos enterneciéndole.
—¿Cuál sería el próximo paso? —Serena dejaría ver que aún le queda resistencia para rato.
Atisbarían sin perder tiempo, que Jeanette llegaría a sentarse en el suelo cruzándose de piernas, importándole poco que sus pantalones oscuros de textura desgastada llegasen a ensuciarse.
Era cuestión de días que la misma arena fina empolvando sus terrenos inhóspitos, perdiese su gradiente pintándose de blanco, a las puertas de un invierno desolador.
Desatando el nudo que coronaba la cima de su saco, Jeani lo desliaría sacando sus pertenencias una a una, sin llegar a responderles.
Apreciarían bajo el claroscuro de la umbría, que se había preocupado de llevar cuerdas, cantimploras, navajas suizas e incluso algunas herramientas de carpintería que debían de pesar por su prominente acero.
Les sorprendería además, que en las lindes de su saco asomase material de papelería, dudando seriamente que lo fueran a necesitar. También llegarían a percibir unas cintas de raso en una tonalidad carmesí. Los ojos oscuros de Gina se encandilarían pletóricos al apreciarlas.
—Es un buen sitio para acampar —tomando el relevo, Marvin ya deducía sus pretensiones solo con ver el espacio amplio donde descansaban.
En el inciso de un leve silencio, percibirían por encima del combinado de sus respiraciones, el aliento sobrecogido de la chica de los brackets. Apuntando a su dirección, verían que se acariciaba los brazos friccionando su rebeca de lana de botones grandes.
—Podríamos hacer un buen fuego para entrar en calor —acercándose a ella, el italiano la abrazaría atrayéndola contra sí dándole templanza con su cuerpo.
Sintiéndose arropada, Gina le correspondería admirándole con devoción.
Luca no iba a permitir que lo pasara mal, teniendo medios para frenar una temperatura que caería en picado a medida que pasaban las horas.
Observando a la guía que los capitaneaba, el de los lunares no sería el único en preguntarse cómo era posible que Jeanette pudiese permanecer tan impasible, bajo su camiseta de tirantes negros. Ser Sabia tenía sus propios beneficios.
—Algunos ya lo hacen con el propio interno, Luca —Axel sacaría a relucir su vena más inédita.
—Avisad cuando hayáis conseguido poneros de acuerdo —sin esperar una respuesta por su parte, Evans se desmarcaría del grupo distanciándose hacia ningún lugar en concreto.
Sus pisadas de botas oscuras y gruesas, llegarían a estampar en la gravilla el recorrido de unas suelas llenas de muescas. Dejaría con sus zancadas un sonido terroso en un eco simultáneo, siendo fijadas por la mirada turquesa de una joven que cruzaba sus brazos.
Sabía que le traería cuenta no perderle de vista, al tener una conversación pendiente con él. Por mucho que le incordiara, le escamaba mucho más abandonarse nuevamente en la ignorancia.
Atendiendo cómo se colaba ante la gigantesca inmensidad abierta, no sería la única en percatarse, de que los altos troncos pálidos de corteza plomiza circundantes, serían también los mismos que les escoltarían, una vez se opacase lo poco que quedaba de la luz diurna.
Siendo la mejor de sus aliadas, deducían que necesitaban linternas a la menor brevedad posible.
Como si fuese una llamada espiritual, el comienzo de la noche sería inaugurado por el ulule temprano de un ave agreste.
—¿Este lugar es seguro? —la pelirroja otearía cada revoco, esperando no encontrar algún animalillo que le hiciera correr a la primera de cambio. Desde luego que aquel no era para nada su hábitat.
—¿Por qué no lo descubres por ti misma? —Jeanette la retaría con sus ojos grises acusadores.
—Si no es mucha molestia, me gustaría hacer un par preguntas.
Paolo acompañaría a Jeanette a tierra, dejando descansar sus rodillas una vez se asentaba en el terreno. Copiándola en sus actos, empezaría a sacar de su propio macuto lo que serían los utensilios básicos de supervivencia.
—¿No creéis que estáis cometiendo un error? —los ojos de Jeani se sublevaban por impulso, expectantes a acribillarle como se le ocurriese soltar alguna incoherencia—. Según tengo entendido —realizaría un vistazo momentáneo hacia Axel —no disponéis de todas las reliquias, desconocéis la identidad de las otras Arcanas e ignoráis el paradero de Mirtha. Si todo eso os hace falta para poder continuar, entonces, ¿qué sentido tiene haber emprendido el camino, cuando escaseáis de materiales y de información?
Jeani ladearía su cabeza admirando a otros presentes que esperaban su veredicto.
Era consciente de que había muchas incógnitas sin resolver incluso en su círculo más cerrado. Advertiría que Madeleine alzaba una de sus cejas, reclamándole todos esos interrogantes que quedaban en suspensión sin haberle puesto justificación.
A todos los puntos que Paolo había mencionado, faltaba la entrega de la tilalfa, aunque ella misma ya había dejado claro que no se preocupan. Lo que él le reclamaba era algo tan racional, que no tenía derecho a juzgarle.
Siendo su curiosidad más grande, Paolo proseguiría con todas esas consultas que no llegaba a entender.
—¿Y lo del Dragón? ¿Hola? —reiría pareciéndole surrealista, no sabiendo si seguir siendo fiel a su estilo más jovial, o empezar a ponerse nervioso justo como los demás—. ¿Qué pasará supuestamente cuando se despierte? ¿Con eso acabaría todo?
Pronunciaría con sus manos un ademán de incomprensión. Soltando un gruñido profundo, Jeani arañaría fuerzas de su escaso temple.
—Las essencias con sangre real y aquellos Comunes que mantuvieron una relación estrecha, se atraen entre sí reforzando los vínculos invisibles del pasado —admiraría a unos y a otros, dando a entender lo que algunos de sus compañeros desconocían.
Ya había hecho el apunte en la mansión de los Molier, solo que ni Paolo, Gina o Luca estaban presentes.
—Es cuestión de tiempo que acabemos encontrándonos los unos con los otros y que esta maldita pesadilla acabe —Jeani le replicaría pacíficamente sin alterarse. —En cuanto a lo otro, intenta no correr y esperar a que ese momento llegue.
Más que generar curiosidad con tantos secretos de por medio, incrementaba una ansiedad catatónica.
—¿Es en serio? ¿Ya está? —Lydia cruzaría sus brazos desafiándola, encantándole que no tuviese otro plan mejor. Esperaba que los otros le acompañasen amotinándose en protestas, teniendo en cuenta que la Sabia era el cerebro de toda la operación. —¿De verdad lo ves posible teniendo solo una semana de margen? ¿No crees que es demasiada suerte gastada de golpe?
Jeani siempre la minimizaba cuanto podía, motivo por el que la animadora se negaba a perder en la guerra de los rifirrafes.
—Lo único que veo viable es descansar de esta locura de día —viendo una posible pelea que no necesitaban, Liam les brindaría esa posibilidad que la mayoría amparaba desesperadamente. La poca firmeza que les mantenía en pie, era la justa y necesaria para hacer algo tan básico como alimentarse y dormir. —Mañana será otro día y seguramente pensaremos mejor —la mayoría asentía exhausta.
—Estoy de acuerdo —Marvin le apoyaría. —Pero primero deberíamos decidir quién hace qué para organizarnos, y que esta reunión no se convierta en un auténtico caos —visualizaría a sus acompañantes.
—¿Qué es lo que propones? —aunque no le gustase ponerse a sus órdenes, Luca quería agilizar el tránsito todo lo que pudiese.
Le parecía cómico que hubiese pedido con antelación una semana de vacaciones -aprovechando la festividad para visitar a su familia en Nápoles- cuando de tranquilidad iba a tener poco. Aunque no era el momento para pensar en su jefa, al italiano le daba una increíble pena percatarse, de que Lorna se iba a quedar sin personal.
Madi ya había hecho una renuncia formal cuando se había obcecado en poner tierra de por medio en Salmadena. Sabía que Lorna la recibiría con los brazos abiertos si toda esta utopía acababa bien.
En cuanto al guitarrista, le había oído decir que había pillado un catarro bastante contagioso, en el que por supuesto, no iba a poder trabajar.
Lo que desconocía, era que había utilizado la misma baza con su representante, y que casualmente, todo el grupo se había contagiado. Si Nicolás no llegaba a respetarles, lo tenían tan fácil como prescindir de él.
—Las chicas pueden encargarse de montar las tiendas de campaña —Marvin llegaría a argumentarle—. No es por generalizar. Pero ellas suelen tener más maña y sé que sabrán apañárselas sin ayuda. Tú puedes encargarte junto con Axel y Paolo de hacer un recuento de los materiales que disponemos, y de racionalizar la comida. Necesitamos tener claras nuestras posibilidades, y ver hasta cuánto podremos aguantar.
Convincente, Luca le asentiría al estar de acuerdo. Sabían de antemano que las reservas no serían infinitas.
—Liam, Chester y yo, nos encargaremos de encontrar leña para hacer una hoguera. Puede que no seamos bienvenidos y encender un fuego sea bastante contraproducente. Lo que está claro es que lo necesitamos para sobrevivir.
Llevaría sus dedos hacia su nariz acariciando su pequeña anilla.
—No hay suficientes tiendas de campaña para todos. Quedaría ver cómo las administramos y también adjudicar las guardias. No podemos dormirnos en los laureles y dejar que nos sorprendan, o nos encierren en una emboscada. Sería un pésimo error por nuestra parte —los demás lo secundarían.
—Estupendo. Ya podéis estar cada uno moviendo vuestras bonitas piernas y dejar de jorobar al personal —Jeanette los despacharía rápido con una espontaneidad que solo ella sabía hacer.
No reconocería que Marvin le había ahorrado el trabajo de hacer unas divisiones, que le minaban la moral solo con pensarlo.
El guitarrista le haría una inclinación sutil a Chester con la barbilla, y a Liam se le quedaría mirando, diciéndole con el lenguaje no verbal que tenía asuntos inconclusos con él.
El batería le daría un beso a Serena antes de dejar sus mochilas en el suelo, y empezar con la maravillosa travesía de encontrar algún tronco varado en sus dominios. Siendo cauto, Liam se llevaría consigo una linterna nueva perfecta para la ocasión.
—Por cierto —Jeani elevaría la voz impidiéndoles avanzar. —Desde ya os aviso para la mala suerte de vuestras mentes calenturientas, que ni se os pase por la cabeza dormir con vuestras hembras.
La Receptora abriría sus ojos turquesas, haciendo un símil con otros dorados incrédulos.
—Madeleine y Serena dormirán conmigo. Los demás, apañáosla como os salga del alma.
Veían que la condescendencia de la Sabia había sido tan volátil como un suspiro.
Sin atreverse a rechistar por ninguna de las partes, Serena ladearía sus morros hacia un lado marcando su descontento. Chester se encogería de brazos siendo consciente de antemano, que de nada valdría rebatirla.
Lydia esbozaría una sonrisa enorme. Misma sintonía para otros que les divertía enormemente el percal.
Por otro lado, Luca respiraba aliviado al saber que no escucharía ruidos jadeantes extraños en mitad de la noche.
Marvin llevaría su lengua al cielo de la boca, marcando a Jeani con su mirada canela. Estaba claro que detestaba que le pusieran unos límites que no necesitaba.
Dándose la vuelta, invitaría a sus compañeros a avanzar sobre la densidad de unas sombras crecientes, a medida que el añil perfilaba el firmamento.
Liam accionaría el proyector entre sus dedos, creando aros amarillentos y oscilantes sobre el terreno árido.
—¿Me vais a decir ya qué cojones os traéis entre manos?
Marvin les encararía sin pelos en la lengua, apenas se apartaban lo suficiente del conglomerado. Ambos le debían explicaciones y confiaba en que ninguno se hiciera de rogar.
—Espero por vuestro bien que seáis claros y me deis una razón convincente. Desde ya os digo que os ahorréis cualquier excusa, porque de nada os va a valer —se centraría primero en el del bronceado, y después en su mejor amigo sabiendo que él tenía mayor templanza.
Sus miradas se desviarían hacia un chasquido avizor, condensando sus temores en la misma área boscosa. Lo primero que les alertaría, sería el humo soltado tras un vaho sonoro, avivando la incandescencia de un cigarrillo en su diminuto albor naranja.
Sin turbarse, apoyándose en uno de los troncos macizos, encontrarían la figura altiva de Evans grabándose en sus retinas. Les avisaría de que sus declaraciones dejarían de ser confidenciales, si no tenían la cautela de retirarse aún más lo suficiente.
Emitiendo un gruñido por su aceche sigiloso, Marvin sería el que avanzaría guiando a sus compañeros, acaparándole con su mueca torcida antes de fundirse en la oscuridad intermitente.
—No es por escaquearme, pero necesito cambiarle el agua al canario —Axel les pediría a sus dos compañeros desertar, al menos por un par de minutos.
Paolo le sonreiría concediéndole el receso, acariciándole la coronilla en el momento en el que el del estilo punk decidía ponerse de pie.
—¡Ay! ¡Cuidado, cari! Jajajaja —Axel arrugaría sus preciosos ojos castaños, enterrados en su maquillaje de paleta oscura. Paolo le pediría una disculpa silenciosa antes de dejarle marchar.
—¡Este niño! —diría con un aire soñador dirigiéndose hacia el italiano, al que le sonsacaría una buena sonrisa—. Hace unas semanas se pegó un buen coscorrón contra el cabecero. No me preguntes cómo —se reiría fuerte, llamando la atención del resto de sus aliados.
Las facciones del moreno irían perdiendo entusiasmo, quedándose en la brújula que ahora sostenía entre sus manos.
—Este tipo de cachivaches me traen muy buenos recuerdos —suspiraría dulcemente, dándole pie al de los lunares a que siguiese contando las anécdotas que quisiese. Las chicas no perderían el hilo.
—¿Y eso por qué? —comprometiéndose, Luca le daría conversación, fascinándole que fuese una persona con un encanto especial.
Paolo realzaría una sonrisa ladeada muy poco común en él, teniendo en cuenta su enorme vitalidad. El italiano se arrepentía de haber formulado la pregunta, entendiendo que igual no tendría que haberla hecho.
Madi permanecería expectante, por mucha predisposición que tuviese a montar unos tubos que no sabía ni cómo funcionaban. Lydia era otra que no tenía idea del asunto. Por su parte, Gina hacía lo mejor que podía acentuando su mejor intención.
—Hace...—comenzaría. —Hace unos años estuve saliendo con un chico increíble. La verdad es que jamás me había pillado tanto por alguien, hasta que conocí al loco de Axel —le confesaría con un notorio rubor—. Ambos son muy parecidos en muchas cosas. No podrías imaginar en cuántas —carcajearía con un rastro de tristeza suprimiendo su jovialidad—. Le encantaba venir de acampada en los meses de verano. Estudiaba Artes y la fascinaba la belleza de la naturaleza. Para él esto era como un regalo, y a mí no me molestaba en absoluto acompañarle —mordería tristemente sus labios—. Ver esto significa recordar todos esos años maravillosos antes de... Bueno, de...
Perdería el foco, costándole proseguir en las vivencias de una posible ruptura. Era incuestionable que seguía afectándole.
—Entiendo —Luca se lo haría fácil, sin forzarle a expresar algo que le dolía.
Las chicas se mirarían entre sí, habiendo captado todas aquellas palabras de difícil superación. Paolo era muy sentimental.
—¡Lo siento! ¡Qué intenso que me he puesto! ¿No? —por mucho que tratase de hacer la pena menor, sus comisuras se izaban tambaleantes. Madi saldría al rescate con su arranque natural.
—¿Por qué es tan complicada la mierda esta? —se sulfuraría al tratar de juntar dos palos que no cohesionaban entre sí. Los otros se reirían—. ¿Dónde leches se supone que va esto? ¿No hay manual de instrucciones?
Hasta para Serena que era nula en manualidades, no se le estaba dando tan mal.
—¿Por qué no vas a pedirle ayuda al guapote de tu primo?
La pelirroja no había pasado inadvertido el atractivo que Evans despertaba. Gina resoplaría, incordiándole su arrogancia seductora.
—No necesitamos ayuda de nadie. No somos unas inútiles —Jeanette doblegaría a una pelirroja que estaba harta de que la Sabia fuera tan autoritaria.
Cuando Jeani dejó de tenerla en el punto de mira, Lydia realizaría muecas gesticulares desquitándose infantilmente de sus malas riñas.
Gina realizaría una sonrisa por el sermón, escondiéndola al bajar la cabeza y Serena se mantendría al margen, sabiendo que no se salvaría si intercedía.
—Sal y despéjate sin alejarte demasiado —se dirigiría hacia Madeleine siendo más que condescendiente. El trato de favor con ella era muy notorio. —Te irá bien tener la cabeza fría para mañana. Van a ser unos días muy intensos —la franqueza de Jeani llegaba a ser abrumadora.
—Genial... —sin esperar a que cambiara de opinión, se erguiría del suelo dejando a sus compañeras con una actividad con la que sabían defenderse.
Alzando su cabeza hacia el mismo punto donde había desaparecido Evans, le vería en la lejanía postrado entre las ramificaciones de unas raíces gigantescas levantadas del suelo.
Teniendo clavada esa espina que quería soltar, fue valiente a la hora de dejar la aversión que le tenía, solo para disipar todas esas incongruencias que se cernían sobre él.
Ni él mismo creería cuando la veía acercarse hasta su posición, que se atreviese a compartir el mismo perímetro.
—De todos los presentes, eres la última persona que esperaba que viniese.
Diría pícaro, endulzando con su presencia a unos ojos rubís radiantes, que se empequeñecían al contemplarla.
—Ese cigarrillo está haciendo méritos para que me dé media vuelta.
El inconfundible aroma al Westerner Ice se evaporaba en un aire compacto, generando una columna zigzagueante que la atufaba.
—Quédate. Me vendrá bien tener un poco de compañía —sin crearle ninguna conmoción, apagaría la apestosa colilla en las sinuosas cepas desnudas del árbol.
Después, arrojaría el cigarrillo sobre la arenisca batida, importándole poco mancillar unas tierras que parecían vírgenes. Si Jeanette se hubiese dado cuenta de la doble profanación hacia la naturaleza, habría faltado poco para apedrearle allí mismo.
—Preferiría permanecer de pie —estaba claro que la fe que le depositaba, seguía siendo nula.
—Como prefieras —se erguiría ayudándose de la base horizontal para soportar la gravedad por sí solo. Al terminar de enderezarse, la escudriñaría de frente en una posición más acorde con su altura. —Nos conocemos y sé de sobra que si estás aquí, no es por propia iniciativa. ¿Por qué no preguntas eso que te está quemando la garganta?
Su aliento le desagradaba con cada interjección de su boca.
—¿Qué ganas con todo esto, Evans? —le haría la misma pregunta que se le había cruzado en casa de los Molier.
Él soltaría una risa juguetona, encantándole que fuese tan condenadamente sincera.
—No le veo la gracia. Has perdido las bayas al cedérnoslas y sabes además, tan bien como yo, que puede que no salgamos con vida de esta ratonera. No entiendo cuál es la ventaja, ni tampoco lo que estás buscando.
—Te respondí a esa pregunta el día después de que Celina muriera —quizás no era una buena idea recordarle, que él había sido partícipe de una farsa que se había llevado una vida por delante.
El odio volvería a inundar los ojos turquesas de Madi, afincando sus dedos en unos puños que comenzarían a convulsionar. Jamás en la vida les iba a perdonar ni a él, y a los otros dos lo que habían hecho.
No tenía ganas de discutir, ni tampoco de encararle cuando eso conllevaría gastar unas energías que iba a necesitar para otros asuntos más importantes.
Evans dejaría que los segundos corriesen en ese inciso, en el que enfadada, ella giraba sobre sí lamentando que hubiese sido una pérdida de tiempo sonsacarle información.
Evans dejaría que avanzara un par de pasos antes de hablar.
—No eres la única que ha perdido un ser querido, Madeleine —le haría detenerse—. Te mencioné que cada quien afrontaba las pérdidas como podía —la del pelo rosáceo giraba su cuello insuflando su nariz—. Me preguntaste con desprecio que a cuántas había perdido yo...
La Receptora le advertiría una sonrisa rota en toda su plenitud al tornarse hacia él,
—como si por tener esta increíble personalidad no tuviese derecho a sentir, o lo hiciese menos,—se atrevería a darse unos méritos que nadie le había pedido—. Te respondí que las suficientes como para querer hacer justicia, y eso es justo lo que estoy buscando, Madeleine. Justicia.
—¿Justicia o venganza? —los rasgos de su cara derrochaban un amargor bastante ácido.
—Es un buen punto ¿Por qué no eliges la que más te guste? —le lanzaría un guiño simpaticón.
—¿Sería mucho pedir que dejases de ser un fantoche, y fueses más sincero contigo mismo?
—Siento no ser lo suficientemente serio para ti. ¿Lo dices porque tu estúpido guitarrista siempre te baila el agua? —sacaría a relucir el recelo atosigador que le ocasionaba verles juntos. —¿Dónde está, por cierto? —realizaría un vistazo teatral a su alrededor, a sabiendas que no llegaría a aparecer.
—Que te den, Evans —siendo esta vez más veloz, el de cabellos castaños alargaría su mano reteniéndole el brazo con una aprensión contundente.
Madi sentiría su tacto arraigado a su jersey, sin tener la voluntad de querer dejarla ir, ni tampoco permitirle que se moviese más de lo necesario. Sin autorizarle que la siguiese tocando, la Receptora se zafaría de él con un buen tirón. Evans se exaltaría.
—¡Nazeli era lo único que me importaba!
Madi expandía la órbita de sus ojos, sintiendo incluso como el vello de su piel se erizaba al escuchar aquel nombre. Vería que después de todo, el barman estaba dispuesto a concederle lo que le pedía.
—La historia por desgracia se repite una y otra vez, condenándome a ser ese niño huérfano cuyos padres abandonan, o acaban falleciendo en algún malintencionado accidente.
Derrocharía un testimonio aireado tan helado, como las inmediaciones de la misma floresta.
—Los padres de Nazeli y su hermano mayor, eran unos de esos tantos miserables leñadores, que solo por el afán de encontrar la mejor madera, sobrepasaban más allá de los límites que imponían las trompetelas. La oscuridad les sorprendió a medio camino, siendo esa carnaza con la que los lobos se dieron un buen festín.
Chasqueaba la lengua, fastidiado por la hipocresía que desvelaría a continuación.
—Fue de ahí donde las Sombras encontraron una liviana inspiración para en los años posteriores, acabar con la familia de Comunes tendiéndonos la más asquerosa de las trampas.
Realizaría círculos concéntricos en su barba, marcando en su balanceo el resquemor de la inmoralidad.
Madi se daba cuenta de que por primera vez desde que le conocía, estaba exponiendo una sensibilidad muy sincera. Evans proseguiría encauzando con las memorias de la pequeña.
—Nunca llegamos a decírselo para que no sufriera. Simplemente le damos a entender lo mejor que pudimos a una niña, que sus padres no volverían jamás. Lejos de la lástima que podía sentir por aquella criatura desamparada, me sentí completamente identificado con ella.
Se sulfuraría llegando a marcar las venas de sus brazos, por la fuerza que operaban el arrugado de sus dedos.
—Imaginarás la tremenda impotencia al descubrir siglos después, lo que las Sombras hicieron con una inocente que lo único a lo que aspiraba, era a estar sana y salir a jugar con el niño que mantenía vivas sus ilusiones.
Sin previo aviso, Evans ejercería un puñetazo en el árbol canalizando en él una rabia inhumana. La corteza levantaría en su impacto una piel que recibiría magulladuras, así como diminutas astillas voladoras propagándose en la inmensidad.
Percibiendo un escozor inmediato, apretaría sus dientes vapuleando el puño en el aire.
Sin saber bien cómo debía sentirse, Madi le vigilaría en su pose encorvada, refunfuñando por una quemazón que tardaría en disiparse. Descubrir a un Evans completamente visceral sin barreras de por medio, era nuevo para ella.
Notaría que en la agitación del pecho del barman, los orificios de su nariz alargada comenzarían a desprender vapor blanco. La suya propia la imitaría en una exhalación sin sonido.
Era incluso capaz de percibir en la negrura que los envolvía, cómo sus ojos fuego volvían a cernirse sobre ella acaparándola en su opresión.
Hablar de Nazeli le causaba tanto dolor, que llegaba a sacar sus más oscuras perversiones.
—Mi nombre es Evans Quintana —le regalaría una sonrisa desajustada, abanderando una seriedad que llegaría a conmover. —Pero mi verdadero nombre, ese al que mi essencia responde, es uno que probablemente te suene si lo has vivido en tus visiones.
Ella le negaría por la explosión de sentimientos en continuo vaivén.
—Te hice un par de promesas, Madeleine. Así que, ¿qué te parece si empecemos por la última? —con un altercado de emociones golpeando en su ser, la Receptora empinaría su ceja sin saber dónde le iba a llevar. —Te di mi palabra de que no habría más secretos. ¿No es eso lo suficientemente formal para ti?
No pretendía cabrearla, y como siempre, la llevaría al límite poniéndola excesivamente nerviosa. En cambio, él resoplaría liberando sus demonios, tratando de tranquilizarse para no llegar a asustarla. No era eso precisamente lo que pretendía conseguir.
—¿Por qué no intentas aparcar todo este misticismo que me está poniendo el estómago de punta? ¡Desembucha de una maldita vez lo que tengas que contar! —seguiría reticente con él.
Evans carcajearía, disminuyendo un potencial en el que se mordería su labio inferior, anclándose en su esbelto cuerpo.
—Tú si que me pones, Madeleine —se le acercaría, dejando que sintiera su olor corporal.
—Continúa por ese camino y créeme que me va a importar una mierda lo que tengas que decir.
—¿Empezamos entonces de nuevo? —le propondría un trato que a ambos les beneficiaba.
—¿No crees que es demasiado tarde para eso? Estamos mayores para juegos, Evans.
—Nunca es lo suficientemente tarde para un comienzo que te da paz —le ofrecería su mano sana, pretendiendo que la joven Receptora la tomara como una ofrenda cordial. —¿Me lo vas a negar?
Soltando un bufido áspero, Madi le miraría a sus luceros intensos tan bermejos como los suyos, antes de darle una nueva oportunidad.
Haciendo de tripas corazón, elevaría su barbilla orgullosa sin temor, concediéndole el beneficio de la duda. Evans dibujaría una sonrisa a boca cerrada sin quitarle la vista de encima deleitándose con su belleza.
—Encantado de conocerte, Madeleine Altava —haría una ligera pausa—. Santana para servirte.
Le dejaría de piedra en el mismo momento que, descendiendo la cabeza, Evans besaba sus dedos en una pose caballeresca, rindiendo a sus costumbres más tradicionales.
La impresión del momento, hizo que el tacto súbito acariciado por su barba descuidada, lo dejara pasar.
—¿Tú? —Madi vería cómo sus cabellos castaños se aupaban, adquiriendo una postura formal al enderezar su espalda.
Las imágenes de sus sueños se reproducirían en bucle buscando similitudes en un varón, al que había visto en tan solo un par de ocasiones. Le parecía increíble que un hombre tan afable, pudiese ser tan incisivo.
—No puede ser... —arrugaría su ceño producto de la extrañeza—. ¿Cómo es posible que...? —parpadearía varias veces, dejando que Evans se le apartara. —Santana era un Cambiante, ¿cómo es que tu linaje predominante sea el de un Receptor? —caería en la respuesta justo después.
Si recurría a la teoría de Jeanette, entendía que era muy difícil encarnar una sola línea sin mezclas sanguíneas, a no ser que se fuese un auténtico Común. Eran ellos a los que se les llamaba puros, al no existir una diversidad de habilidades emergentes en su cuerpo.
Pero entonces, ¿por qué el cambio?
—¿En serio eso es lo que más te preocupa? —el gesto de Evans borraba todo rastro de burla, instaurándose en él uno mucho más cariñoso. —En el fondo eres tan inocente como ella.
Se la quedaría mirando, fijándose después en los rastros arbóreos que los rodeaban.
—Las sangres mutan de generación en generación, fundiéndose, compactándose y reordenándose en su desarrollo genético, creando la continuidad de una herencia que nunca tiene fin.
Evans alternaría la seriedad del momento con uno de sus puntos más suyos.
—Lamento decirte que el cuento de la cigüeña tiene algunas fallas como las fábulas de Rajú —la brisa condensada, le haría percibir el aroma a ciprés mezclado con el atrayente de sus cabellos rubios rosáceos. —¿Tengo que explicarte como se hacen los bebés, Madeleine?
Emplearía una tonalidad sugerente, en el que no le importaba hacerle una demostración.
—Va a ser una lástima como consigas sobrevivir, y en el fragor de la batalla, alguien por accidente golpee tus partes más nobles. Sin descendencia, dudo mucho que te siga importando lo de las mutaciones —sonaría entre una mezcla de falsa condescendencia, con reproche. —¿Te merece la pena correr ese riesgo?
Evans carcajearía entendiendo que debía moderarse, y dejar aparcado por el momento la tensión sexual que se traía con ella.
—¿Por qué no pruebas a reconducir el tema?
—Verías la importancia que tiene si supieras, que esa mutabilidad con los Cambiantes, llega a destrozar los principios con los que los otros reales se basan. Sus leyes son completamente diferentes llevándolas al limite.
Madi le invitaría a que prosiguiese una vez había empezado, y no callase como siempre hacía cuando se soltaba de la lengua.
—Algunos Cambiantes recurrieron a las trampas para aumentar sus poderes, y coronarse en la cúspide de la maldita pirámide alimenticia en la sed del poder. Llegaron a forzar tanto sus recursos, que consiguieron unas capacidades propias de otra especie.
Negaría a la nada, creyendo inverosímil hacia dónde alcanzaba la mezquindad humana.
—Era como si se disgregasen de las cinco sangres iniciales, y operasen por su propia cuenta con otras normas, cortando totalmente de raíz con su verdadera naturaleza. A pesar del sacrificio de las Arcanas, continuaron siendo con el tiempo ese eslabón perdido superior a todos los demás, haciendo de sus proezas unos monstruos cada vez más hambrientos de una potestad insaciable. La combinación más explosiva la puedes llegar a encontrar, cuando un Cambiante es capaz de revertir su segunda habilidad, causando el daño más mezquino que ninguna otra estirpe haya podido imaginar jamás.
Madi seguiría prestándole atención entre los vahídos blancos que ambos liberaban. Llegaría a frotar sus palmas al notarlas heladas.
—Con la línea alterna de un Sabio, un Cambiante es capaz de quitarle la vida a una estúpida planta, y transformar su energía vital en la propia, en lugar de absorber su conocimiento. Pensarás que eso ya lo hacían al principio, cuando a marchas forzadas, Duncan trataba de llevar el control a vísperas de la celebración. Pero no se trata de eso. Hablo de una corrupción en su máxima magnitud. No importaba el linaje o lo inocente que podría llegar a ser una sangre. Llegarían a podrid a sus descendientes, gracias a una ignorancia en la que los cónyuges nunca llegaron a enterarse de nada. Al fin y al cabo, por culpa de una obsesión que parecía inalcanzable, todos acabamos cayendo y pagando las consecuencias de los que decidieron por nosotros. Así fue cómo llegamos a contaminarnos y a reproducirnos, como si nuestro plasma portara un virus inocuo. Está en nuestra mano hacer o no uso de una condición que parece una autentica maldición.
La del pelo rosáceo comprendía que los Cambiantes rebeldes no tenían conceptos sobre la moralidad.
—El efecto Revitalizador ejecutada bajo la mano de un Cambiante en esas condiciones, puede hacer que lesionándose a conciencia, tengan la capacidad de devolver el dolor que están padeciendo. Es una manera ruin de hacerle pagar a sus víctimas hasta las últimas consecuencias. Los Cambiantes odian a los Receptores.
Sonreiría por lo irónico de la vida al ser precisamente la fusión de ambos.
—Pueden hacer que cualquiera se vuelva loco inmiscuyéndose en su mente, y obligarles a presenciar en sus propias carnes las peores de sus pesadillas. Celina fue muy inteligente.
Cada vez que nombraba a su abuela, a Madi le recorría un ardor interno.
—Usó esa baza haciéndonos creer que un Cambiante con sangre Receptora, fue el que le había hecho volverla una completa demente. Hasta que, siendo pacientes, la venda se nos cayó de los ojos, y supimos que solo hacia una interpretación que desempeñaba a la perfección.
La rubia abría sus labios con el más que posible propósito de protestar. Había innumerables consultas que Evans no le estaba proporcionando.
—Aún no he acabado —dejaría pasar un silencio en el que ambos mantendrían la conexión visual, y en el que Madi comprendía que debía dejar su brazo a torcer. —Si Celina tuvo que morir, no sería solo por una profecía que te parecerá penosa. Para que pudieses alcanzar el máximo de las habilidades, te pese como si no, tenías que dejarla marchar. Para los Cambiantes las tornas también son totalmente diferentes. No es necesario que el progenitor del progenitor, o los mismos padres fallezcan. Los Cambiantes son capaces de desarrollar plenamente sus competencias, sin tener que recurrir a los sacrificios. ¿No es irónico?
Se mofaría malamente.
—Ellos, precisamente los únicos sin escrúpulos para ejecutar a un familiar, son los únicos que se libran de tener que mancharse las manos en un trabajo sucio.
Madi notaría que sin consentimiento, su propia visión se vidriaba. Ya le había oído hablar acerca de esta peculiaridad el día que les pilló a hurtadillas en mitad de la famosa conversación. Días después se lo volvieron a confirmar.
Pero Evans no había dicho nada sobre la variante que padecían los Cambiantes, y el horror de lo que a eso sucumbía. Se había dedicado a pluralizarlo, sin darles exclusividad.
—¿Por eso Duncan te contactó? ¿Por qué tienes sangre Cambiante, además de ser capaz de manipular a quien te dé la gana? —Evans ejercería un semblante sorpresivo, que cambiaría de inmediato a una sonrisa pasiva. —No es necesario que te hagas el sorprendido. No hay que ser muy inteligente para llegar a esa deducción.
Cruzaría sus brazos recordando perfectamente el diálogo.
—Dijiste que tenías una de las ofrendas en tu poder, y que ellos no podían hacer nada hasta que las tuviesen todas. Ese era el trato a cambio de información, aunque como cabe de esperar, Duncan sabía perfectamente que podías estar boicoteándoles.
Evans ya conocía lo bastante perspicaz que era ella.
—¿Qué fue lo que supuestamente te ofrecieron para que te dejaras convencer? ¿Concesiones? ¿Un trato de favor? ¿Tan grande es la obstinación enfermiza que tienen, como para que te creyeran capaz de traicionar a los de tu propia estirpe? Que tengas sangre Cambiante no significa nada. ¡Eres un jodido Receptor, Evans!
—Jugaron con la carta de la ignorancia y la rebeldía de un crío que no sabía controlar su poder. Las Sombras se han encargado a lo largo de los siglos de aniquilar a cualquier Receptor, que pudiesen encontrar a su paso. Es irónico que lo que me salvara, fuese que les convenía mantenerme vivito y coleando, solo por aprovecharse de esta asquerosa habilidad mutable.
Gruñiría furioso.
—Nunca me quitaron los ojos de encima. Me tenían en el punto de mira incluso después de que George y Arissa me adoptaran. Valga decir que mi familia de acogida es bastante tocapelotas con la privacidad. Pero unas buenas personas en las que al fin y al cabo, se pueden confiar —Madi resoplaba diciéndole que hablase por él. —¿Te acuerdas de la referencia del trozo de tela que no ve la luz dentro de un cajón?
—¿Cómo podría olvidar una metáfora tan patética? —hasta ella misma la había utilizado alguna vez.
—Pues eso es a lo que aspiran, Madeleine. A dejar de ser una raza que tiene que esconderse ante un mundo que no esta preparado para lo anormal. Quieren emerger en la superficie y de paso, liderar a unas masas que según ellos, son unas mentes rasas sin criterio, ni autonomía. Tienen capacidades de sobra para amedrentar a cualquiera que se oponga, y hacer la orden y la ley a su maldito criterio.
Madeleine ya lo daba por hecho.
—Pero primero, para que eso suceda, tienen que esperar a que el día del juicio final dé comienzo y que el presuntuoso Dragón de los huevos despierte de su letargo. Yo también estoy cansado de esconderme como si me compararan con un asesino, que el único delito que ha cometido, es nacer diferente. Que queramos lo mismo que ellos, no significa que sea con las mismas aptitudes.
—Genial ¿Y cómo piensas salir de este precioso embrollo? —le retaría en su ingenio.
—No se puede salir de algo cuando estás de mierda hasta el cuello. Duncan no es ningún imbécil. Aunque no me guste reconocerlo, sé que está maquinando algún plan que nos va a dejar en jaque.
—¿En qué te basas? —quería conocerlo absolutamente todo, y que no le dejara al margen.
—El día que te dejaste caer sobre mi cama, estabas husmeando donde no te concernía.
Mientras que Evans esbozaba una sonrisa lujuriosa, ella enfurecía su fisionomía, sobrándole las ganas de lanzarle un puñetazo.
—¿Qué? ¿Pensabas que no me iba a dar cuenta? El vínculo que tenemos hace que sea muy difícil que puedas esconderme algo. Ya te dije que conmigo jamás podrías tener secretos, Madeleine —se tiraba el farol cuando al hacer méritos con su escudo, ella podía caparle cualquier intromisión—. Pero tranquila, que de no ser por eso, hubiese sabido que habías encontrado las bayas por el pequeño rastro de sangre fresco que dejaste en el suelo. Te pinchaste al intentar tomarlas y eso fue lo segundo que te delató. De nada te sirvió darte prisas y hacer la vista gorda.
Relamería sus dientes, encantándole que se molestara cuando la retaba de esa manera.
—Por mucho que tratara de esconderlas y hacerlas invisibles con mi habilidad mental —rezongaría por calar en su propio orgullo —no hubiese sido suficiente como para haberlas ocultado totalmente.
Madi caía en que Evans había tratado de utilizar la misma estrategia que Rajú con la pluma de vaionvec.
—Llevarlas encima hubiese sido una buena opción, de no ser porque aunque parezca contradictorio, estaban más seguras bajo el cajón. Cuando asaltaron la tienda y fueron a por Celina, tuvieron la casa a su entera disposición para llevárselas de vuelta ¿y sabes qué? —cabecearía aumentando la tensión. —No lo hicieron —desvelaría el por qué le chirriaba el comportamiento de sus opositores. —¿Sabes lo que eso significa? —la otra arrugaría su ceño.
—Les sobra una confianza acojonante —confirmándolo, Evans realizaría un cabeceo tosco.
—Lo que no entiendo es qué pretenden al jugar tan descaradamente al gato con sus ratones.
—Querrás decir con sus topos —Madi recapitularía, dándole satisfacción que Evans llegara a impresionarse—. Lo dices por Mr. Tofu, ¿no? Arissa y George también lo sabían, ¿verdad? ¿Quién demonios es?
Evans realizaría un jadeo en el que soltaría una risa bajando la cabeza.
—Alguien que no quiere hacerte daño, y que daría su propia vida a cambio de la tuya sin pensarlo. ¿Te piensas que íbamos a dejarle pasar sin más? Siguiendo con el tema de las promesas, te dije que te iba a cuidar y que todo estaría bien. Haré lo que sea necesario para protegerte hasta las últimas consecuencias, Madeleine. Como comprenderás, no iba a darle barra libre a cualquiera.
Sus palabras dulces no la calmarían en absoluto. Al contario, le darían más ganas de envalentonarse.
—¡Dime ahora mismo quién es el puñetero gato! —le amenazaría señalándose inquisitivamente con su dedo—. No necesito que me protejas, Evans —expresaría alterada—. Parece mentira que no hayas aprendido nada desde que nos conocemos. ¡Puedo valerme por mí misma, y enfrentar a quien haga falta!
—Te recuerdo que si has llegado tan lejos, ha sido por la ayuda que has recibido por el camino, Madeleine. Ni siquiera la propia Siena oculta que estamos en una desventaja bastante considerable. Así que te recomiendo que no peques de modosita, cariño. Precisamente eso, es lo que nos puede poner un pie en la tumba a todos.
Realizaría un inciso al percibir el barullo condensado en el claro central. Oteando el emplazamiento donde se hallaban el resto de compañeros, ambos verían que se reincorporarían los que habían ido a por leña.
—Ya puestos, ten los ojos bien abiertos. No deberías confiar demasiado en los demás —que le comentara eso, le atormentaba lo suficiente como para permanecer inquieta.
Viendo que la Receptora estaba perdida en combate, el de las pecas apreciaría sus alrededores en el intento de dar con ella. Quedándose en la retaguardia, Evans examinaría a un guitarrista del que no se fiaba ni un pelo.
Escupiría en el suelo frenando las ganas de que sus hoyuelos, volvieran a probar el sabor de sus puños. Él no era el único al que le guardaba aprensión.
—Para tu información, tu querida amiguita habla poco de lo que sabe, y expresa menos de lo que debería.
Lanzaría un ligero cabeceo hacia una Jeanette enfrascada con regañar a los recién llegados.
Probablemente habían tomado trozos de madera desechable al azar, y no estaba contenta con el resultado de la búsqueda. Dándose cuenta de la tardanza de Madeleine, verían que la Sabia trataría de encontrarla en la oscuridad parcial.
—Es hora de volver —Evans buscaría en su camisa de leñador otro pitillo, cerrando así una conversación que quería zanjar.
Mientras tanto, en ella se forjaba una duda que la fragmentaba. Jeanette se había convertido en su referencia más loable. Odiaba que precisamente Evans le inculcara el miedo que suponía el escepticismo, cuando él había sido el peor de los ejemplos.
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-> ¡Hey, hola! 😊💕 ¿Qué tal os va? 💫
-> ¿Qué os ha parecido este capítulo? 🌳 ¿Imaginabais que el primer día de excursión iba a ser así? 🍃
🍂 Jeanette no va a dejarles pasar ni una 😂
Hay varias cosas que asimilar y tenerlas muy en cuenta. ¿Os parece sospechoso el comportamiento de alguien o varios en concreto? 🔦 ¿De quiénes? 🔍
🔴 Los datos que nos ha proporcionado Evans son fundamentales 🟠
(Ya vimos su teoría puesta en práctica con el cap. 30
con Celina 👵 Vs Sombras 🗣️👤👥)
-> ¿Os ha sorprendido su identidad? 🧔¿Ya lo sospechabais? 🤔
-> ¡Nos vemos en el próximo capítulo! ❤️
~ ☀️ - 🌻~ Pasad un buen día ~ ☀️ - 🌻~
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