Capítulo 12

Bastian la cargó en sus brazos, para ese momento Juan y otros dos hombres habían llegado al sitio.

—Estaciona el coche —pidió Bastian a uno de ellos—, y tú, tráeme el Jeep.

Juan lo miró, Angie se deshacía en lágrimas silenciosas en sus brazos como si fuera una niña.

—¿Te puedes encargar de todo hoy y mañana? —pidió.

—Claro...

Bastian agradeció con la mirada, y cuando el otro joven que estaba allí llegó con el Jeep, abrió la puerta y colocó a Angie en el lado del copiloto, se sentó al lado del conductor y arrancó.

—Todo va a estar bien —susurró—, voy a cumplir una de mis promesas, las que crees que he olvidado... voy a cuidarte.

Angie se quejó sin fuerzas.

—No lo necesito, no te necesito —musitó apenas.

—Sé que no me necesitas... pero por todo lo que alguna vez fuimos, te pido que por lo que queda de hoy y mañana, confíes en mí... —susurró.

Angie seguía llena de lágrimas, derrotada, vencida. Él le puso una mano en la rodilla y luego manejó en silencio por un sendero que se adentraba en el bosque.

—¿A dónde vamos? —inquirió.

—A hacer algo que debimos hacer hace años, hablar...

—No quiero hablar ahora, estoy llena de barro y de vergüenza —musitó.

—Eso se soluciona con una ducha y descanso... lo de la vergüenza, no tienes que tenerla conmigo —Bastian la miró de reojo y sonrió—. ¿Confías en mí? ¿Aún confías un poco en mí? —preguntó.

Angie asintió.

—Bien... entonces déjate cuidar... Siento que estás agotada, estás al límite... comprendo que el trabajo que tienes es estresante, y ahora todo esto... tus emociones están desbordadas y necesitas reponerte para estar bien para nuestros amigos...

—No me hables como si fuera una tonta —susurró.

—No lo hago, tú eres cualquier cosa, menos tonta —dijo él—, solo quiero hacerte sentir bien.

Angie no replicó, levantó la cabeza para ver una tenue luz al final del camino de arena.

—Esta es Esperanza —comentó él cuando ya estaban cerca—, mi segunda cabaña... ya está casi lista...

Angie se incorporó para ver la construcción que tenía en frente.

Era un bungalow construido sobre pilares de madera. El techo era de paja y solo tenía una pared de madera, el resto era vidrio. Debajo de la construcción había una piscina construida en piedras, y todo el predio se encontraba rodeado de árboles que hacían que el lugar quedara por completo escondido de la vista de cualquiera. La cabaña estaba en el medio del bosque.

—Vamos —solicitó él—. ¿Necesitas ayuda para caminar?

Angie intentó pisar, pero no pudo, el pie lastimado no tenía fuerzas, por lo que Bastian se acercó y la cargó de nuevo.

Ella envolvió un brazo por su hombro, recostó su cabeza en su pecho y se dejó guiar.

—Apesto... —murmuró.

—Estoy acostumbrado al barro y a la suciedad del campo... no apestas, es solo tierra... y te hará bien, sé de mujeres que pagan tratamientos para llenarse de barro, tú lo hiciste gratis —mencionó divertido. Angie le dio un golpe suave.

Se acercaron al bungalow y Angie lo observó mejor, tres faroles circulares hechos de barro con pequeños agujeros se mecían haciendo que la iluminación danzara al compás del viento y la noche. Bastian subió por las escaleras y abrió la puerta de blindex, adentro había un espacio con una cama enorme con sábanas blancas y una manta tejida de color beige tendida a los pies de esta. En frente de la cama había un sofá para dos que daba al ventanal de la izquierda. Al otro lado de la cama había una hamaca tejida en hilos naturales que colgaba del techo, y hacia el otro costado, más apartado del resto de la habitación, muebles de cocina, microondas, cafetera y una mesa con dos sillas. La cocina descansaba sobre la única pared que no era de vidrio y al lado había una puerta.

Bastian se dirigió allí, la abrió y se encontraron con un cuarto de baño casi tan grande como la habitación. Había un jacuzzi, a uno de los lados y también tenía un enorme ventanal con vistas al bosque.

Bastian dejó a Angie sentada y prendió el agua del jacuzzi.

—Lo vas a estrenar —musitó.

Dejó que el agua se cargara y buscó algunas sales minerales que derramó encima. El tiempo parecía haberse detenido en la cabeza de Angie que no daba crédito a todo lo que estaba sucediendo y no lograba hilar idea.

—Lavanda —murmuró Bastian—, tu fragancia favorita...

El aroma llenó cada rincón del ambiente y el jacuzzi lleno de espumas estuvo listo en segundos.

—Desvístete y métete aquí —pidió él, pero ella no respondió.

No lograba moverse ni decir nada, estaba tan sorprendida que pensó que quizás otra vez estaba soñando.

—Bueno... está bien —dijo él y se acercó a ella.

Angie llevaba un vestido suelto de algodón de color gris, largo hasta por encima de las rodillas, pero en ese instante era puro barro. Bastian se acercó, se paró detrás de ella, se agachó para tomar los bordes y se lo sacó.

Ella dejó que lo hiciera, estaba adormecida y se sentía como si estuviera drogada, quizás era la calma después del intenso llanto.

Bastian desabrochó el sostén y dejó que este cayera. Intentó no mirar ni mucho menos tocar, lo único que hizo fue colocar un dedo en su espalda baja para que ella caminara e ingresara al agua.

Y cuando la punta de su dedo tocó su piel, Angie sintió un incendio interior.

—¿Qué haces? No me voy a acostar contigo, no, no —dijo poco convincente.

Bastian rio por lo bajo y la ayudó a llegar al jacuzzi, Angie sentía dolor en el tobillo y no quería hacer mucho peso sobre él.

—Despacio, métete, sujétate —pidió él.

Angie se cubrió el pecho cuando quedaron uno al lado del otro, pero él negó.

—No es necesario que te cubras, mejor sujétate —pidió—, no sea que te vuelvas a caer aquí... Por mí no te preocupes, reconozco tu cuerpo y recuerdo cada milímetro de él...

—Bastian, no me avergüences más —pidió la muchacha.

—Y no lo hago, es la verdad... —susurró—, también tú conoces el mío ¿no?

—Sí... —admitió ella.

—Entonces estamos a mano.

Angie se sentó en el agua y dejó que todo su cuerpo se relajara. Recostó la cabeza hacia atrás y suspiró.

—Voy a lavar tus cabellos, están llenos de barro —dijo él.

Ella asintió, no sabía por qué lo hacía, pero la paz que le inundaba en ese instante era tan intensa que la dejaba incapaz de reaccionar.

Él se sacó los zapatos y las medias, metió sus pies en el agua hasta las pantorrillas y se sentó sobre el borde del jacuzzi, su jean se había mojado hasta la mitad, pero no le importó. Tomó los cabellos de Angie entre sus manos, le puso un poco de shampoo y masajeó con una mezcla perfecta de ternura y fuerza su cuero cabelludo.

—Mmm —Angie gimió.

Bastian sonrió y no dijo nada sobre lo mucho que le excitaba ese sonido.

Le enjuagó la cabeza y le retiró todo el shampoo, luego se levantó dejándola en el mismo sitio.

—Voy a prepararte algo para comer... descansa, ¿sí? Solo relájate.

—La primera vez que hicimos el amor me dijiste eso, que me relajara... —susurró Angie, Bastian rio.

—Sí, pero hoy no vamos a hacer el amor, vamos a hablar —dijo él.

—Mmm —susurró ella y él no supo si eso fue una queja.

—Prométeme que no pelearemos, ya lo hemos hecho bastante hoy —pidió antes de salir.

—Mmm —respondió ella.

Casi veinte minutos después, Bastian regresó al baño. Angie se había dormido en el jacuzzi, pero el agua se estaba enfriando. Él se acercó con una bata blanca y le habló.

—Despierta, dormilona —susurró—, te hice un plato especial —añadió.

Angie abrió los ojos y suspiró. Parecía que después de todo aquello no era un sueño.

Quiso ponerse de pie, pero se tropezó. Él la ayudó y la envolvió con la bata. A Angie ya no le importó que él le viera desnuda, pero él ató la bata alrededor del cuerpo de la muchacha.

Pasó su brazo por sobre su hombro y la llevó hasta la cama, la recostó allí y le revisó el pie.

—Se está poniendo morado, creo que te has hecho un esguince —musitó.

Buscó en un bolso que estaba en la entrada y sacó una pomada y una venda, se la puso con un suave masaje y luego le vendó el pie.

—Estará bien, no es grave...

—Eres veterinario, no médico —se quejó ella viéndolo mientras le terminaba de vendar.

—Sé curar las patitas de las yeguas rebeldes —dijo y ella le arrojó una almohada.

Él sonrió.

Caminó hasta la mesa que estaba en la cocina y trajo una bandeja, en ella había frutas recién cortadas, jamones, quesos, almendras y jugo de fresas.

—No estaba planeado que esta cabaña se inaugurara aún —explicó—, pero conseguí que los chicos me trajeran esto para no morir de hambre esta noche.

Angie comenzó a comer, y de pronto sintió que el alma le regresaba al cuerpo.

—¿Puedo? —inquirió él y ella asintió, entonces él también comenzó a comer con ella.

Cuando acabaron, él retiró el plato y volvió para sentarse en un extremo de la cama.

—¿Te sientes mejor?

—Sí... es como si me sintiera liviana...

—Has sacado mucho peso con tantas lágrimas —murmuró—, y barro...

Angie sonrió.

—Gracias...

—No es nada...

—Perdona por... por el papelón de antes... —susurró apenas.

—Nada que perdonar... ha sido un bonito espectáculo —añadió él con una sonrisa dulce.

—Me imagino que te divertiste de lo lindo —suspiró ella.

—Sí, pero hay algo que no comprendo...

—Dime...

—Estabas celosa de Andrea, pero no de Annette, a quien creías mi mujer —susurró con diversión.

Angie se cubrió la cara con la almohada que tenía al lado y murmuró.

—Annette me caía bien, Andrea es una buscona...

Bastian sonrió.

—Y no quieres que me acueste con Andrea, ¿cierto? —preguntó.

—Puedes hacer lo que desees, pero no en nuestro sitio...

—¿Y cómo sabes que no me acosté con alguien allí? —inquirió.

—Prefiero no saberlo ni verlo... —comentó ella.

—Pero entonces puedo acostarme con Andrea en otro lado, ¿cierto?

Angie retiró la almohada de su cara y asintió.

—Puedes acostarte con ella o con quien quieras...

—Y a ti no te afectará —susurró él.

—No... ¿por qué tendría que afectarme? Yo también me acuesto con quien quiero...

—Con Arturo...

—Con él —respondió Angie.

Bastian no dijo nada, perdió la vista en los árboles que se fundían ya con la oscuridad de la noche.

—Cuéntame de Annette —pidió Angie.

—Ella llegó con su bebé en brazos a pedirme ayuda. Yo ya estaba bien cuando eso, me dijo que necesitaba un techo y que podía trabajar para mí... le dije que no trabajaría para mí sino conmigo, no era su culpa ni mía las tonterías que hicieron nuestros padres, los dos somos víctimas...

—¿Y se llevan bien? —quiso saber Angie enternecida.

—Sí, es un poco testaruda a veces, pero es amorosa y me quiere, yo también la quiero y a su hijo... Somos una familia, Angie... al fin tengo una familia de verdad —susurró.

—Me alegro mucho por ti... —dijo ella y estuvo tentada a acariciarle los cabellos, él se había recostado y su cabeza quedaba al alcance de sus manos.

No hablaron por unos minutos.

—¿Por qué te fuiste así el otro día? —inquirió ella.

—No lo pude manejar... —admitió—, pensé que podría... más no es así...

—¿Qué cosa?

—Todo... el volver a verte, lo que siento... lo que sentí... la culpa... La culpa es la mochila más pesada que tengo y odio tener que llevarla conmigo a todos lados.

—No tienes que sentir eso, lo que ya fue ya pasó...

Bastian negó y se incorporó, se levantó para sentarse a su lado y recostarse por la cabecera de la cama.

—Quiero hablarte y necesito que me escuches —pidió—, lo necesito... por favor...

—Está bien, con la condición de que luego me escuches tú a mí —añadió ella.

Él asintió y tomó coraje para comenzar a decir todo aquello que había callado en su interior por tanto tiempo. Angie lo miró y vio el momento exacto en que sus ojos se turbaron con pesar, y deseó con locura poder abrazarlo, prometerle que todo estaría bien, decirle que ella estaba allí, y que no lo volvería a dejar... pero no lo hizo.

Bueno, en el próximo se aclaran los misterios de por qué y cómo fue la separación... :)

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