»of runaways and sacrifices
(Escuchen la canción en multimedia cuando vean esto: «»)
Cuando volaron dos flechas más, matando a otros dos comandantes del Ejército Negro, Londinium se había convertido de un momento a otro en un campo de guerra, donde el desespero por escapar estaba latente en cada una de las personas involucradas. No importaba si era de manera directa o indirecta la participación en ese intento de asesinato contra el rey, el simple hecho de estar en el lugar equivocado firmaba una posible sentencia de muerte y todos lo sabían.
En cuanto la amenaza fue clara para todos, el público se comenzó a dispersar despavorido por las calles, temiendo ser la próxima víctima. Por parte de los integrantes de La Resistencia, Pecival, Rubio, Back Lack, Wet Stick y los dos mejores amigos, comenzaron a caminar por entre el mar de gente, tratando de lucir lo más tranquilos y civilizados posible. Pero en el momento en el que notaron que algunos soldados estaban deteniendo a varios hombres, en busca de armas, el grupo revolucionario supo que tendría que encontrar una manera diferente para huir de la ciudad.
—Esperemos a los otros —dijo Gilbert, una vez se instalaron en dos esquinas, una pareja contraria a la otra.
Al tiempo que dejaban que Arthur, Bedivere y Goosefat Bill llegaran al encuentro, estuvieron también pendientes de varios soldados que comenzaban a dominar los espacios. En un principio, la falta de guerreros había sido bastante evidente, pero ahora las calles de la ciudad estaban infestadas de hombres uniformados con armaduras negras y poca amabilidad, dadas las complicadas circunstancias y razones en las que estaban sumidos.
Justo en el momento en el que Helena alcanzó a ver a Arthur de reojo, el grupo, manteniendo una distancia prudente entre sus integrantes, comenzó a moverse a través de las calles con recolectada tranquilidad. No podían dar a conocer sus intenciones ni mucho menos acciones que podrían fácilmente inculparlos, por lo tanto, debían ser cuidadosos hasta con la manera en que debían respirar.
Mientras que el rey nacido lideraba el grupo para guiarlos a través de las laberínticas calles y callejones, Gilbert y Helena habían escogido el final de la discontinua fila que habían formado. En caso de que se tuvieran que separar, una mitad podría seguir un camino diferente de atajos a través de la civilización y aún así poder llegar al refugio, siendo dirigidos por personas que sabían los caminos de memoria y sin complicación. Aunque el único y severo problema residía en el exorbitante número de soldados que se había comenzado a arremolinar por donde quiera que posaran sus ojos.
En definitiva, toda esa presentación había sido una trampa. Para Vortigern era demasiado obvio el atentado, gracias a todas las señales que La Resistencia había mandado en su contra, por medio de la destrucción de sus barcos, liberación de esclavos e incendios en uno de sus palacios. Era evidente que el hombre se había estado preparando para ese día, y ellos habían caído en sus garras sin duda alguna.
En cuanto estuvieron a punto de girar por una calle que quedaba hacia sus derechas y antes de que Helena pudiera seguir, Rubio la detuvo de repente y le hizo retroceder. Confundida, tropezó un poco con sus propios pies, pero pronto ganó el balance, observando a sus alrededores con atención.
Los que lideraban el grupo estaban siendo requisados por algunos soldados.
—No hay manera de que no noten las espadas —susurró Helena con preocupación, sus ojos posados en Bedivere, quien era el encargado de llevar algunas.
—Tenemos que esperar hasta que sea seguro que necesitarán nuestra ayuda —susurró Gilbert, quien ya había posado su mano en el mango de su arma.
—Mierda —murmuró Percival en cuanto escuchó a un guerrero gritar, alertando a los demás del área.
La pelea que se había querido evitar en un principio había comenzado. Los hombres se adelantaron para ayudar a sus compañeros contra los soldados que los comenzaban a atacar, mientras que la mujer decidió quedarse de última. Helena echó una mirada a sus lados, dándose cuenta de que no le ponían atención. Era normal que por ser mujer, fuera ignorada e insospechada de llevar cualquier tipo de armas o representar alguna especie amenaza, así que si podía usar eso a su favor, no pensaba descubrirse tan pronto ante el enemigo.
Pero todo cambió en el momento en el que vio la manera en que un hombre, protegido con su armadura, apuñalaba a Back Lack en un limpio ataque. Fue ahí cuando la castaña no esperó más y entró en acción.
Desenvainando su propia espada y daga, no dudó ni medio segundo en adelantarse para proteger a su amigo, quien había quedado herido y algo indefenso. En poco tiempo se deshizo del soldado y al volverse para asegurarse de que Back Lack estuviera de pie, lo encontró teniendo que pelear con otro. La mujer resopló y le volvió a ayudar, no queriendo que el hombre hiciera un sobreesfuerzo cuando todavía tenían un largo camino que cruzar para poder escapar.
—¿Estás bien? —Le preguntó ella con preocupación, posando una mano sobre el hombro masculino.
—Sí, sin ningún problema —contestó el hombre de inmediato.
—Lack...
Él le interrumpe.
—Ustedes sigan, solo los atrasaré —declaró el castaño, algo agitado y alejándose de la elemental.
—¡No, no te dejaremos! —Exclamó Wet Stick acercándose al dúo. Estaba sudando y su voz había sonado cansada también.
El problema apenas había iniciado y ya necesitaban recomponerse y hacerse cargo de un herido. Nada estaba saliendo acorde a lo que llevaban días planeando.
—Solo los ralentizaré, continúen —insistió el padre de Blue.
—Pero- —comenzó Helena, antes de volver a ser interrumpida.
—¡Sólo váyanse! —Gritó el herido a sus caras, con desespero pintando cada una de sus expresiones, afanando así a la mujer y al moreno con el resto del grupo.
Apenas había terminado de gritar esas últimas palabras, justo una flecha voló por el aire para explotar sobre sus cabezas, dando a conocer a muchos más soldados la posición del grupo rebelde. Si las cosas tenían oportunidad de empeorar, ese era el momento perfecto.
Sintiendo un firme jalón en uno de sus brazos, aquello provocó que avanzara y se alejase de su anterior posición. Helena solo pudo mandar una última mirada hacia su amigo lastimado antes de continuar con el resto, comenzando a correr y a apresurarse a través de los callejones. Ahora ya no tenían ninguna clase de necesidad de cubrirse ni fingir ser parte del montón, pues era más que seguro que tenían a todo el Ejército Negro pisando sus talones en esos momentos.
«» —¡Allá están! —Escucharon que gritaban a espaldas de todos ellos.
Gilbert miró hacia atrás antes de acelerar su paso con una mueca deformando su rostro. En un momento decidió tomarle la delantera a Arthur para guiar al conjunto a sitios conocidos y que quizá le ayudaría a ganar un poco de tiempo.
—Crucen por aquí, por aquí —avisó el castaño, guiándolos hacia un callejón oscurecido y lleno de gente.
Él tenía la esperanza de que ese trayecto les ayudara a mezclarse y a confundir un poco a la gente. Tal vez eso colaboraría en hacer que el enemigo les perdiera el rastro inmediato.
No era seguro, pero era una buena idea.
—¡Muévanse! —Exclamó Helena, teniendo que retirar a un desconocido de su camino con un empujón brusco.
No era nada nuevo para ella tener que correr como una desquiciada por las calles de Londinium. Aquella emoción que inundaba su cuerpo al momento de hacer esas cosas después de haber hecho algún robo, volvía a estar presente, pero mucho más intensa y hasta asfixiante. Antes sabía que tenía que salvarse de ser asesinada, sin embargo, el hecho de que Soldados y Sargentos entrenados los persiguieran, aquello volvía las cosas más complicadas y los nervios no parecían estar dudando en atacar su activa anatomía.
—¡Muévanse! —Gritó alguien más.
Y después todos comenzaron a gritar lo mismo como si fueran el eco del otro, apresurando a los demás ciudadanos a despejar su camino. Los tropiezos y caídas habían sido inevitables, empero nada de eso detenía a ninguno, ni siquiera los angostos espacios por los que debían cruzar o las cerradas curvas que debían tomar.
Lastimosamente, la idea que Gilbert había tenido en su cabeza al escoger ese camino, fue destruida con rapidez cuando vieron un numeroso grupo de hombres armados siguiéndolos. Hacía mucho tiempo que no se sentía así de acorralado ni desesperado, él no era de tener que escapar de ninguna parte, conseguía el dinero y la comida para el orfanato con sus encantos y engaños; él no era Arthur ni Helena, por lo tanto, ese territorio hostil era demasiado nuevo para él.
—¡Las telas! —Le avisó Helena a su mejor amigo, antes de tener que empujar su desgastado cuerpo hacia la cabeza del grupo —. Conozco un lugar, ¡síganme!
Dicho eso, tomó un camino diferente hacia un callejón cerrado, pero que de todas maneras daba la posibilidad de escalarlo. Aquello provocaría que sus pasos en tierra no pudieran ser seguidos, además de que no habría gente. En verdad esperaba que aquello funcionara.
Lo que no contaba la elemental, era que serían emboscados por un pequeño grupo de soldados y lo descubrió con violencia al ser empujada de un momento a otro contra las paredes de piedra que encerraban el espacio. Al ser sorprendida con ese ataque, no tuvo oportunidad de cubrir su cabeza y su sien derecha recibió la piedra antes que sus manos.
Escuchó a alguien exclamar algo detrás de ella, pero estaba demasiado ocupada tratando de aclarar su visión e ignorar el dolor tan tremendo que había atacado su cabeza. Soltó un fuerte suspiro y a ciegas dirigió su mano hacia el mango de su espada, sin embargo la aprisionaron y le dieron una bofetada, desestabilizándola también.
La castaña cayó hacia su lado derecho apoyando sus manos sobre la tierra y al alzar su cabeza, lo único que vio fue al más joven del grupo interponiéndose entre ella una espada.
—¡Rubio! —Chilló Helena espantada, observando la manera en que la sangre no tardó en hacer su aparición a través de las prendas de vestir del joven.
«No de nuevo», pensó la mujer. No era como si hubiera olvidado ya la manera en que Goosefat Bill también se había arriesgado a hacer lo mismo, solo para mantenerla a ella con vida.
Pronto llegó Arthur al rescate del dúo, deshaciéndose de los últimos solados que quedaban en pie, antes de ayudar a levantar a Rubio y posar su brazo sobre sus hombros para darle asistencia.
La castaña parpadeó varias veces seguidas, sintiéndose desorientada, hasta que alguien le ayudó a levantarse también. No solo le dolía la cabeza, sino también el pómulo izquierdo, el cual había sido violentado no solo con una mano, también con la armadura que cubría al hombre que la había atacado.
—Demonios —exclamó Gilbert, rodeando la cintura de su amiga con uno de sus brazos, antes de obligarla a avanzar de nuevo.
—Tenemos que hacer una parada en las telas —le recordó Helena al castaño.
—Sí lo sé —contestó él.
El grupo estaba exhausto, herido y en grandes problemas. Necesitaban encontrar un lugar donde recobrar fuerzas y escoger un atajo diferente para llegar a la casa de refugio.
No pasó mucho tiempo cuando pudieron encontrar el lugar del que la castaña les había comentado. Entraron con rapidez, asustando a unas trabajadoras y se encerraron ahí para tomar un respiro, pues a pesar de que en esos instantes estaban relativamente libres, no había ninguna certeza de que aquello continuara de igual manera.
Como sus heridas y agotados cuerpos les permitieron, se instalaron un momento en el lugar, tratando de recobrar el aliento lo mejor que pudieran. Su tiempo seguía contando y no cabía ninguna duda de que muchos más soldados se estarían agrupando para atacarlos en algún punto de la ciudad.
—No podemos permanecer aquí mucho tiempo —dijo Bill agachándose, tratando de normalizar sus inhalaciones.
Todo el lugar estaba cargado de sonidos cansados, suspiros y molestias y agitación, no solo por la sorpresiva emboscada que habían logrado manejar y que quizá pronto volvería a llegar también, sino por el bienestar del grupo en general, aunque sobre todo el de Rubio. Helena se desplomó a un lado del herido y le agarró una mano para darle un apretón en señal de agradecimiento, a pesar de tener la garganta cerrada junto con la culpa carcomiendo sus entrañas.
Se había confiado demasiado en el peor momento, creyendo que no todos los caminos estarían ocupados por el Ejército Negro y gracias a ello, alguien más había resultado lastimado por culpa de ella.
—Lo que hiciste allá, fue estúpido —comenzó con temblor en su tono de voz —. Pero ya saldremos de aquí.
—¿Dónde está Lack? —Preguntó Arthur observando a Wet Stick.
—Está haciendo su propio camino —contestó él.
—¿Cómo estás, Rubio? —Cuestionó Bedivere, observando con preocupación la sangre emanando de la herida.
—Sangrando, pero lo logrará —contestó Helena con firmeza, recibiendo un asentimiento de cabeza por parte de Percival, quien mantenía la herida presionada con sus manos.
—Muy bien. Necesitamos llegar a la antigua casa de baños —avisó el rubio con pesadez —. Si yo muero, los siguen a ellos —señaló a Tristan y a Gilbert —, si ellos mueren, síganme a mí. Pero si los tres morimos, la siguen a ella —señaló a Helena —. Sin importar cómo, ella sale de aquí, ¿entendido?
—Excelente, vámonos —anunció Gilbert.
—¡Atranca la puerta, George! —Gritó Arthur entrando al lugar que hacía las veces de academia del hombre que le había enseñado a luchar a él y a Helena.
Apenas el grupo rebelde había cruzado las puertas, cierta conmoción había empezado a levantarse en el lugar y en todas las personas presentes, guerreros que habían entrenado toda su vida para un momento en específico, un momento que Helena había esperado no tener que presenciar cuando llegara. Todos sabían que los Soldados Negros aparecerían pronto, gracias a las flechas que explotaban en lo cielos indicando la ubicación de los más buscados, y eso solo parecía iniciar esa especie de emoción contenida y profundo odio que los que se encontraban en el lugar comenzaban a exudar por cada uno de sus poros.
Helena Silverstone había querido aprender a pelear porque no quería sentirse inservible o inferior solo porque era una mujer, había sido porque quería aprender a defenderse y a proteger a quienes quería, pero no por eso todo el mundo debía compartir su mismo ideal o meta, mucho menos si eran hombres, porque ellos no tenían las mismas experiencias vividas. Muchos otros habían escogido ese camino bajo la dirección de George para que, llegado el momento indicado, pudieran descargar sus fuerzas en lo que más odiaban: el Ejército Negro.
Gilbert y la elemental ayudaron a reforzar la entrada con rapidez, antes de seguir a sus demás compañeros, agitados, cansadas y, por otra parte, un poco desesperanzados. Sus cabezas estaban hechas un remolino y apenas se sentían capaces de continuar, sino fuera porque ese día lo habían estado planeando y el hecho de que todo estuviera yendo tan mal les daba la energía suficiente para al menos tratar sobrevivir.
—No puedo creer que Rubio se haya sacrificado de esa manera —susurró Helena, agarrando con fuerza innecesaria el antebrazo de su mejor amigo.
El castaño la volvió a ver y pudo distinguir con facilidad el dolor que los ojos pardos de la mujer tenían acumulado. Él por su parte no llevaba tanto tiempo reunido con La Resistencia o tan envuelto en ella y su gente, pero Helena sí, por lo tanto, lo que ella sentía era perfectamente entendible, aunque en realidad no pudiera caer en un profundo estado luto dado que el lugar y el momento no eran adecuados.
Era demasiado difícil tener que tragarse ese sufrimiento y tener que seguir peleando.
—Lo que hizo fue valiente. Nos hizo ganar tiempo para llegar aquí.
—Pero lo hizo porque creyó que herido solo nos pondría en peligro —concluyó la mujer con enojo y alejándose.
Gilbert apretó los labios y agachó la mirada. Conocía muy bien lo que su amiga quería decir con esas palabras. Lo que ella estaba haciendo era absorber toda esa culpa por el sacrificio que Rubio había realizado para ayudarles.
—Él tomó su decisión, Eli...
—No tendría que haber tomado una si no fuera por mí —siseó frunciendo el ceño.
El hombre resopló y se pasó una mano por la frente, despejándola de gotas de sudor. Cuando quiso volver a ver a la elemental ésta ya se había volteado hacia donde estaban sus demás compañeros.
—¡Helena! Ve con Bill y Wet Stick por aquí —anunció el rey nacido, señalando la entrada de un túnel bajo tierra —, es un trayecto directo al río.
—Ve tú primero —fue lo que contestó el canoso antes de que la mujer pudiera siquiera pensar qué contestar.
Arthur inhaló con fuerza y se enderezó, dado que había estado agachado antes.
—No tenemos tiempo para discutir, Bill —advirtió.
—Algunos podremos salir a tiempo. Otros no —respondió Goosefat sin moverse de su lugar y con la espada en alto. Después de todo, tenía razón.
—¡Pues más vale alguno que ninguno! —Gritó el rubio con fuerza y desespero pintando su tono de voz.
Era claro que no era el único que tenía los nervios de punta.
—Tú primero —insistió Bill.
Gilbert y Helena compartieron una mirada y el castaño supo que ella se quedaría a pelear también. Odiaba conocerla y saber de antemano que ella se negaría ante la petición de Arthur, lo que quería decir que él también estaría con ella hasta el final, sin importar qué. Él mismo se quería asegurar de que Vortigern sufriera lo que le deparaba el destino y que su mejor amiga cumpliera lo que debía a pesar de que aquello le destruiría en el proceso.
A veces no podía creer que había estado de acuerdo en ocultar el papel de la elemental ante Arthur, cuando lo que más quería en esos momentos fuera avisarle. El rubio tenía derecho a saber, pero esa seguía una decisión de su mejor amiga.
—¡Helena! ¡Entra ahí ahora! —Exclamó el heredero observándola desde su posición con el ceño fruncido.
—Lo siento, Art —dijo ella desviando la mirada. Sabía que, si se quedaba más de cinco segundos mirando aquellos ojos azulinos, no habría podido negarse con tanta facilidad.
—¡Mike! —Llamó el rubio, esperando encontrar a alguien que se metiera a la alcantarilla, pero todo lo que encontró como respuesta fueron puras negativas y pobres excusas.
—Supongo que aquí será el campo de batalla —comentó Percival, alistando sus armas.
—Son unos imbéciles —se quejó Arthur, deshaciéndose de su chaqueta —. Dispuestos a morir, ¡maldita sea!
En ese momento, las puertas que habían estado reforzando para tratar de mantener al enemigo fuera de la casa de baños, fue tirada al suelo y decenas de soldados comenzaron a ingresar. Cada alma en la academia estaba sedienta de sangre y cada alma tenía sus razones para estarlo, ya fuera por las diferentes injusticias causadas a manos de los Soldados Negros o a las desgracias que éstos últimos tenían que participar por orden de la falsa corona de Vortigern. De cualquier manera, el aire del lugar estaba completamente cargado de guerra.
Helena alistó sus armas y trató de respirar con profundidad. Sus latidos tal vez no podrían ser controlados, pero al menos lograría aparentar una recolectada apariencia para cuando llegara su momento de lucha.
Hasta que pronto se encontró envuelta en varias peleas al mismo tiempo.
Cuando había creído que el número de guerreros de armadura negra era menor al que esperaba cuando de proteger al rey se trataba, ahora era más que claro que eso había cambiado, pues quizás por cada integrante del grupo rebelde habían tres soldados más. La diferencia de números era impresionante, sin embargo, esperaba que eso no tuviera nada que ver con su fuerza de voluntad y experiencia.
Esperó, esquivó y enterró daga y espada por igual en los cuerpos ajenos cuando tenía la oportunidad. Las peleas eran reñidas, después de todo, esos hombres entrenaban y se hacían una vida para ello, no eran cualquier ciudadano que esperaba recuperar su bolsa de dinero. Y Helena comenzó a sentir esa diferencia a medida que pasaban los segundos y cada vez tenía que retroceder más pasos que los que lograba avanzar.
La balanza comenzaba a inclinarse en su contra.
No fue hasta que llegó un punto en el que una espada cayó sobre su hombro izquierdo y ella largó un gruñido de dolor, sintiendo la manera en que la ropa y la piel cedían ante el filo del arma y la sangre comenzaba a emanar de la herida. La cicatriz de la mordida junto a la cicatriz en su cuello, comenzaron a arderle de inmediato y el calor que sentía en su cuerpo por la actividad física actual aumentó, provocando que una sensación de sofoque se apoderara de todos sus sentidos.
De repente su visión se empañó y su cuerpo se sacudió con fuerza, antes de escuchar una voz masculina retumbando en su cabeza. La reconocía, pero no lograba ponerle un rostro, solo sabía que ya la había escuchado antes en algún momento.
—Todavía no...
Y cuando volvió a recuperar su vista, una espesa nube de tierra y polvo se había levantado por el espacio, al mismo tiempo que sentía toda la piedra removerse y vibrar a su alrededor. Sentía mucha magia, mucha fuerza y que estaba contenida en un solo objeto que ella ya conocía y percibía bastante bien: Excalibur.
En realidad, sus ojos no alcanzaban a captar mayor cosa, más que movimientos bruscos en el aire, acompañados de centelleos metálicos y luces plateadas, además de sombras negras y el sonido de una espada chocar contra todo tipo de superficie. Poco a poco, toda la conmoción se fue asentando y Helena pudo ver a su alrededor muchos cuerpos de Soldados Negros desplomados en el suelo, mientras que los demás guerreros y compañeros de La Resistencia habían quedado en pie, con sus miradas centradas en una sola persona.
Arthur.
El rubio estaba agitado, sudando y mirando a su alrededor. En una de sus manos tenía agarrada la espada y la elemental lo comprendió de inmediato. Algo en él se había despertado ese día, algo en él le había permitido dejar de negar el poder que contenía el arma para así usarlo a su favor; algo en él comenzaba a tomar forma y a cambiar a favor de esa guerra a la que había sido empujado sorpresivamente.
O tal vez siempre lo tuvo en él, sino que no había dejado enseñar ese lado desde que todo había comenzado.
—Bajaré por el agujero ahora —anunció Arthur acercándose a la entrada del alcantarillado.
Y nadie tuvo la voluntad suficiente para decir otra palabra.
—No será fácil salir de aquí ahora —comentó Bedivere.
En esos momentos se encontraban reunidos en la casa de refugio que habían acordado que sería el punto de encuentro para salir de Londinium, solo que en ese entonces no habían pensado que las cosas se complicarían tanto. Además, todavía tenían que esperar a Back Lack y a Blue, pues el niño había decidido salir en búsqueda de su padre y ninguno pudo detenerlo, al menos no sin arriesgarse más.
La maga estaba alistando unas cuantas hierbas y ungüentos para tratar algunas heridas, mientras que Arthur estaba observando las calles por la ventana y Wet Stick hacía lo mismo desde el otro lado de la habitación. Helena y Gilbert estaban sentados, recobrando el aliento y tomando un poco de agua, al igual que Percival y Bill.
—No podemos quedarnos. No hay ningún sitio seguro en la ciudad.
—Solo es cuestión de tiempo antes de que los soldados estén derribando todas las puertas de todos los sitios —dijo Helena, paseando su mirada por cada uno de los presentes.
—El bote está listo de todas formas —anunció Bedivere.
—¿Qué hay de Back Lack y Blue? —Preguntó Wet Stick.
Aquello llamó la atención de Arthur, quien dejó de observar por la ventana para centrar su mirada en los demás. Estaba bastante serio y preocupado.
—Esperaremos a que anochezca —determinó.
En ese momento el rey nacido centró sus ojos en los pardos de Helena, antes de desviarlos hacia la herida en el hombro de la mujer. Su ceño se frunció y se acercó a ella. En cuando el hombre estuvo de pie a un lado de la castaña, esta alzó su cabeza para observar el familiar rostro masculino.
—¿Se te ofrece algo, cariño? —Preguntó ella con una media sonrisa, queriendo aligerar el ambiente.
—Vamos —contestó él, inclinando un poco la cabeza en dirección a otro cuarto —, te curaré esa herida.
Sin decir ninguna otra palabra, la elemental se levantó de su sitio para seguir al rubio al lugar indicado. Se sentó sobre la cama que se encontraba en el lugar y con cuidado trató de descubrir su hombro, pero hizo una mueca y soltó una maldición entre dientes. En ese segundo le fue inevitable no desear que los espíritus de los demás elementales se hicieran presentes para curarle la lastimadura, por más que el proceso fuera incluso más doloroso, existía la posibilidad de una gran curación efectiva.
—Déjame ayudarte —pidió Arthur acercándose una vez más a ella y reemplazando las manos de la fémina con las suyas.
—Aceptaste el poder de la espada —conversó Helena con suavidad.
—La espada me controlaba —respondió el hombre con cierta amargura.
Justo lo que no había querido que sucediera en un principio con Excalibur, había pasado ese día y él no sabía de qué manera sentirse.
—Hiciste lo correcto, Art.
—No lo sé, ¿sí? —Contestó alzando un poco el tono de voz. Después suspiró y comenzó a limpiar la herida de la mujer con una tela húmeda —. Solo sé que te vi ahí y... no sé qué haría si algún día te perdiera, Helena. Creo que mi mundo se desmoronaría.
Un nudo se formó en la garganta de la aludida. Y no era solo por el dolor que escocía en uno de sus hombros, porque en esos momentos no existía ningún otro lugar más que el que Arthur le hacía doler más.
Parpadeó varias veces seguidas, tratando de alejar las lágrimas de sus ojos y buscó una manera de regular su respiración que se había acelerado de un segundo a otro. No creía que nada de lo que dijera fuera a cambiar las cosas, no sabía cómo calmar la cabeza de Arthur o quitar también ese sentimiento de responsabilidad y culpa que el hombre comenzaba a tomar como suyo propio, gracias a todos los sucesos de esas últimas semanas que comenzaba a apilarse, una sobre el otro.
Tampoco sabía qué decirse a sí misma para tranquilizarse. Llevaba tanto tiempo mintiéndole, ocultándole lo que le deparaba, que cada vez se sentía más afligida por ello. Y aún así se negaba a abrir la boca ante él, porque no era un problema que se pudiera solucionar ni algo que ella quisiera poner en sus hombros.
—Gracias —dijo la mujer, posando una de sus manos sobre la masculina y haciendo que el hombre la observara desde su posición de pie —. Llegamos hasta aquí, gracias a ti.
—Te prometí que nada malo te sucedería y-
Helena le interrumpe.
—Y estoy aquí —habló levantándose de su sitio. Agarró las mejillas barbadas del rubio y lo obligó a mirarla a los ojos, puesto que él había agachado la cabeza —. Mírame Arthur, estoy aquí. Mírame. —Pidió.
El heredero dejó salir el aire por sus labios entre abiertos, antes de rodear la cintura de la mujer con sus brazos y atraerla a su cuerpo, pegando sus frentes y disfrutando de ese pequeño momento de cercanía e intimidad entre ellos dos. No solo entre sus cuerpos, sino también entre sus almas, que no parecían dejar de buscarse la una a la otra para consolarse y amarse en cada momento y segundo encontrado.
—Estoy segura que después de lo sucedido, todos lucharán en tu nombre —comentó ella, sin despegarse de Arthur.
—No quiero llevar ese peso —confesó él en un murmuro.
—No ha sido tu decisión. Solo mostraste quién eras e inspiraste a los demás a que escogieran su camino. A que te escogieran a ti.
El hombre inhaló con profundidad, antes de despegar su frente de la elemental para así poder observarla a los ojos. Subió una de sus manos para enterrarla en la melena castaña y alborotada de la mujer y después la beso con firmeza.
—Harías una gran reina —pronunció rozando sus labios con los ajenos.
La primera vez que Helena Silverstone había sentido que su corazón se detenía gracias a las palabras o acciones de Arthur, había sido hacía algunos años cuando se encontraban a orillas del río Thames. Ahora, esa sensación de parálisis en su interior no resultaba tan placentera como antes, porque no podía existir ninguna clase de promesa entre ellos que se pudiera cumplir.
Algunos integrantes ya estaban situados en el bote. Con ayuda de la oscuridad y neblina que rodeaba la zona tenían una gran oportunidad para salir desapercibidos y finalmente volver a las cuevas. A lo lejos se lograban captar varias luces anaranjadas, marcando la presencia de numerosos incendios que lo más seguro es que fueran provocados por los mismos ciudadanos, al igual que se podían escuchar conmociones por diferentes calles de Londinium.
Lo que antes se había considerado un mito, ahora era real para muchos, y que no demoraría mucho en convertirse en una leyenda.
Cuando Helena le había dicho a Arthur que no tenía dudas de que la gente comenzaría a pelear en su nombre, no solo lo había dicho por el hecho de que él había sido el único en haber podido sacar la espada de la piedra, sino porque su nombre y sus acciones comenzaban a significar algo para las personas. Porque detrás de lo que el rey nacido hacía y cómo era visto por los demás, existían las palabras esperanza y justicia para una sociedad y país agobiado y doliente.
El cuerpo de la elemental se relajó visiblemente en cuanto notó a Wet Stick, Arthur y a Blue acercarse a los botes pero, así como se relajó, volvió a preocuparse. Back Lack no regresaba con ellos.
—No puedo —dijo el niño deteniéndose antes de abordar. En sus manos llevaba a Excalibur, pero tenía grandes intenciones de volverse hacia la casa.
Arthur lo tomó de los hombros antes de que saliera corriendo.
—Sube al bote, Blue —le dijo con paciencia —. Yo iré por tu papá.
Helena se mordisqueó el labio inferior, lista para saltar a tierra cuando fuera necesario. Gilbert la miró y le negó con la cabeza, a pesar de que estaba igual de preocupado por el padre del niño. Después de lo ocurrido con Rubio, ninguno estaba de humor para dejar que alguien más sufriera o muriera ese mismo día... o cualquier día en realidad.
—¡No puedo dejarlo! —Exclamó Blue zafándose del agarre del heredero y haciendo una carrera devuelta al refugio anterior.
En ese instante, la castaña se levantó de su sitio, ganándose la atención de Arthur y los demás.
—¡No! ¡Quédense aquí listos para salir! —ordenó el hombre, sin embargo, la fémina hizo oídos sordos a esa orden y saltó a un lado de él.
—Necesitas a alguien vigilando tu llegada y lo sabes —habló ella con firmeza, negándose a quedarse sentada preguntándose si lo lograrán o no.
El rubio la observó con desaprobación, pero de todas maneras sabía que no había forma de detenerla. Así que asintió con dureza, antes de volverse a seguir el mismo trayecto de Blue.
Helena se volvió a mirar a los integrantes y posó sus ojos en Gilbert, el cual se levantó de su lugar y se desplazó hasta estar a un lado de su amiga. Muchas veces ni siquiera necesitaban palabras para poder comprender lo que el otro quería o necesitaba.
—¿Qué es lo que tienes en mente? —Le preguntó.
La castaña observó a los demás de reojo, antes de tomar el antebrazo del hombre y comenzar a dirigirlo también hacia la casa. Lo que buscaba en esos momentos era un espacio de privacidad.
—No sé dónde está con exactitud —comenzó a susurrarle con urgencia —, pero creo que Vortigern está cerca.
Aquella noticia provocó que el castaño se tensionara en su lugar y posara su mano en su espada de manera automática, listo para desenvainarla en cualquier momento. Esa información era demasiado peligrosa en esos momentos, sobre todo cuando la mujer se encontraba tan concentrada en cerrar su ciclo ese día.
—No creo que esta noche sea el momento, Helena...
—Quizás no tengamos otra oportunidad —discutió ella con necedad.
Estaba demasiado ansiosa y preocupada. Sentía la energía oscura del aura que rodeaba al usurpador, de la misma manera que había sentido la magia negra de la Torre que el hombre estaba construyendo cuando asistió a la ejecución fallida de Arthur. Era esa misma fuerza que tomaba de su vitalidad elemental.
Estaba cansada de tener que esperar por lo inevitable. Ella estaba lista para saltar a su destino, ella estaba escogiendo el momento. Era lo mínimo que podía hacer con algo que no quería y que temía, porque siempre fue sincera consigo misma y es que de verdad le aterraba, pero al menos sería bajo sus propios términos. Aquello le daba una sensación de pertenencia y seguridad sobre sí y su vida.
—Me prometiste que nada nos detendría —le recordó la mujer a su mejor amigo.
No obstante, antes de que Gilbert pudiera decir algo sobre eso, escucharon el grito de Blue y disturbios provenientes de la casa refugio. Los amigos se miraron mutuamente una vez más antes de alistarse para proteger al rey nacido y al niño. Les hicieron una seña a los demás que se encontraban en el bote, quienes alistaron sus armas también.
Apenas vieron a los dos rubios cruzar las puertas que daban al puerto, Helena se lanzó para evitar que Soldados Negros los alcanzaran. Gilbert trató de cerrar las puertas de metal, pero fue vencido, dado que él era solo uno y los intrusos eran más. La elemental al ver eso, no dudó en apresurarse a vencer a su actual contrincante, antes de agarrar la otra puerta, pateando en el pecho a un guerrero para hacerle retroceder.
Pero no era suficiente, necesitaban un peso mayor para poder cerrar esa salida.
—¡Ve a los botes! —Le gritó Gilbert, forcejeando.
—¡No!
—¡Helena! ¡Gilbert! —Gritó Arthur, corriendo en dirección al dúo en compañía de Bill, Percival y Wet Stick.
—¡Manténganlos a raya, nosotros cerramos las puertas! —Avisó Goosefat llegando a ayudar.
En ese momento la elemental soltó la puerta que sostenía para así pelear de lleno contra unos soldados, esquivando los tajos que iban en su dirección. Cuando sintió la presencia de los demás, no dudó en agarrar a Gilbert de una de sus manos para alejarlo de la entrada, aprovechando la pequeña ventana de escape que habían logrado armar. Sin embargo, no fue lo suficientemente rápida como para observar cómo el enemigo acercaba la punta de su espada directa a su garganta.
Aunque Gilbert sí.
Entonces en un movimiento rápido, el hombre cambió de posición con la castaña, agarrándola de los hombros y girando, de manera que ella quedó lejos del alcance del atacante, Gilbert frente a ella, pero de espaldas al enemigo.
Entonces lo único que Helena vio fue la expresión de susto deformando las facciones de su mejor amigo, antes de ver la manera en que el cuello masculino era apuñalado ante sus sorprendidos ojos.
—¡Gilbert! —Chilló ella estática en su lugar.
De repente sintió que alguien la abrazaba y alzaba desde atrás para alejarla del lugar, pero ella se negaba a soltar el antebrazo del castaño. No podía ver nada más que la cara de él, no quería ver nada más que a él.
—Prométeme... —Comenzó a hablar Gilbert, antes de ahogarse en su propia sangre y desplomarse sobre las tablas de madera del suelo, provocando que la mujer lo soltara de repente sin querer.
Chillando y pataleando, Helena luchó en contra de la persona que la sostenía. Se negaba a abandonar el cuerpo del castaño en ese puerto, se negaba a abandonar lo que quedaba de su familia.
—Tenemos que irnos, tenemos que irnos —le repetían seguido.
Pero ella no escuchaba nada, no veía nada; ahora solo veía rojo y plateado.
Entonces lanzó un grito y las piedras alrededor vibraron, el agua del río se onduló y sacudió con la misma fuerza en que la mujer expresaba su dolor y sufrimiento en su desgarrada voz. Las antorchas que rodeaban el lugar se encendieron de repente y el mundo pareció rugir ante las inconscientes órdenes de la elemental, quien acababa de perder a su hermano.
¿Están llorando? Porque yo sí estoy llorando.
Capítulo largo, pero necesario. Creo que este sí ha sido una montaña rusa completa, sin duda alguna.
Como siempre, espero que les haya gustado (sorrynotsorry) Cuéntenme qué les ha parecido y se se han llevado sorpresas inesperadas o no.
Nuevamente, mil gracias por tanto apoyo. En lo personal no creí que la historia fuera a avanzar tanto a ser tan leída, pero me alegra muchísima que me hayan cerrado la boca jajajajaja
También aprovecho para avisarles que he vuelto a entrar a la universidad a empezar un nuevo semestre, por lo tanto no estaré tan activa y quizás me demore en publicar capítulo nuevo, así que nos quedaremos con ese amargo dolor por un tiempito.
¡Feliz lectura!
a-andromeda
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top