Lección trece: Resignación, primera parte


Flavio Javier Durán - Plaza ejército de los Andes, 01:00 Am.


Chiara se burlaba de la manera de patinar de su amiga mientras tarareaba una cancioncita infantil irritante. Ya le había sacado varios metros de ventaja a pesar de estar yendo de espaldas cuando Nayla quiso parar; le dolían demasiado el pecho y las piernas.

—Eres demasiado buena —planteó de inmediato cuando la chica del pelo violeta se sentó a su lado en la acera.

—Y tú demasiado mala, chica ¿Cómo es que vas tan despacio? ¿No que te gustaba la adrenalina?

— ¡No seas injusta! —se quiso reír, pero la tos le ganó y terminó por escupir el agua que se estaba tomando— Tú eres la que vive haciendo cosas extremas... Yo apenas sirvo para el baile ¡Hasta el taekwondo me cuesta! pero tú te la pasas entre ruedas, pisos y plataformas. Admiro mucho eso de ti.

—Pues gracias manita, yo también te admiro. Te veo como alguien muy valiente ¿Sabes?, es increíble que te hayas atrevido a enfrentarte sola al violín ese del parque Alberdi. Aunque en verdad fue muy peligroso... Qué suerte que hayas tirado ese diario.

La castaña, que estaba evitando toser, esta vez cedió sin disimulo frente a su amiga que la observaba con desconfianza, ladeando la cabeza en gesto de desapruebo.

—No lo tiraste, ¿O si? —Chiara dijo esto más como una afirmación que a modo de pregunta. Su amiga no le respondió con palabras sino con un gesto de la cabeza — ¿Qué demonios piensas hacer con esa cosa? Y quiero que me respondas con sinceridad.

—Nada, nada. Sólo revisar las muertes y su orden... No me digas que no es interesante.

—Pues si. Ayer se murió otro loquito más como si fuera natural, ¿lo revisaste? Digo, por si estaba en el diario...

—No, la verdad que no. No sabía nada al respecto.

— ¿No está en el diario?

—No hay más muertes programadas hasta pasado mañana.

— ¡Huy! entonces debe ser de otra cosa... ¿O será que hay más de un diario?

Las chicas se quedaron un momento en silencio mientras pensaban en el asunto como si de alguna forma meditarlo les pudiera dar un indicio sobre lo sucedido que les permitiera entender con mayor claridad.

—La verdad es que no hay motivos para decir que mi diario es el único —afirmó Nayla—, de hecho, es probable que sea solo una copia de alguno más completo. Por algo su anterior dueño sigue al pie de la letra lo que lleva escrito a pesar de no tenerlo en su poder.

—Bien deducido hermana. Debe ser eso.

—Pero entonces hay muchas muertes allá afuera... muertes que se podrían evitar.

—Oye, ya habíamos hablado sobre esto. No vuelvas a hacer lo que hiciste la otra vez ¿de acuerdo? Te estoy cuidando mana, no me mires con esa cara de niñita reprochada.

—Lo sé, lo sé. No te preocupes chicharra, no soy idiota.

Antes de que su amiga agregara algo más, Nayla se levantó y siguió patinando aprovechando la distracción de Chiara para sacarle algo de ventaja, lo cual no le duró mucho tiempo. La tarde se les pasó volando y al momento del ocaso, ambas chicas se despidieron tomando diferentes colectivos.

Dos días más adelante, la chica castaña del dúo se encontraba sentada en la hamaca de una plaza abrigada por la oscuridad nocturna y por el ruido estruendoso de la ciudad.

A partir de su último encuentro con el equipo de asesinos había decidido reforzar sus disfraces convirtiéndose así en una persona en apariencia completamente diferente. Su tez blanca fue reemplazada por un color bronce opaco, las ondulaciones de su pelo no se podían ver por un juego de trencitas que había formado tomándose un tremendo trabajo y su figura de bailarina se disimulaba bajo capas de ropas gruesas las cuales a su vez incluían un antiguo chaleco antibalas el cual pudo conseguir de internet usando su primer sueldo.

La hora llegó y como de costumbre el invitado acudió puntual. Nayla sabía que el tipo estaba en ese lugar para vender drogas y aunque lo detestara, aún así no consideraba que debiera morir. Poseía en sus historiales tres arrestos por robo, portación de estupefacientes y posesión de armas ilegales.

La chica lo observó en silencio mientras algunos jóvenes y no tan jóvenes se le acercaban a pasarle dinero disimuladamente para que él les entregara bolsitas rellenas con algún polvo blanco u otros paquetes que probablemente llevaran armas en su interior. Nayla sabía que no tenía caso llamar a la policía porque la justicia negra trabajaba para ellos, por lo cual debería actuar sola si quería salvar a ese tipo aquella noche. Meditó un momento si realmente valía la pena... estaba vendiendo drogas y armas en frente de ella, quizás no sería malo dejar que esos asesinos justicieros hicieran su trabajo, ¿quién sabe cuántas familias se salvarían de perder a un ser querido a causa de la eliminación de aquel sujeto?... Pero no, no podía pensar así. Matar no está bien, no importa el justificativo. Todo este asunto le estaba alterando las ideas, se podía llegar a confundir...

Un sonido crepitante llamó su atención robando el foco de sus pensamientos. Al rededor del señor Durán cuatro jóvenes lo acorralaban contra las paredes del jardín que se encontraba en medio de la plaza al tiempo que los faroles del lugar perdían todo brillo quedándose en una oscuridad interrumpida parcialmente por el brillo plateado de la luna.

"¿Cómo permití que ocurriera esto?" Se preguntaba Nayla perpleja por la rapidez con que habían actuado; otra vez tenían el escenario servido: Las luces apagadas, la periferia vacía, su presa acorralada, solo había una niñita de trencitas como rastas subida a un árbol a la cual no habían visto, solo una oportunidad de vida para el tipo que yacía tembloroso contra la reja fría del instituto.

Flavio Durán tomó coraje y levantó un arma contra sus agresores, pero el más pequeño de ellos avanzó rápidamente, tomó la mano de Durán desviando la puntería hacia un lado del mismo, torció su muñeca en un movimiento veloz llevando la pistola hacia adentro hasta lograr que se apuntara sólo y luego lo empujó con una patada frontal (Milock chagui) arrebatándole el arma, todo esto en una acción conjunta que apenas duró tres segundos, pero acabó con la víctima nuevamente desarmada y sus depredadores bufándose de su hazaña y de la torpeza del humillado hombre.

Comprendiendo que ya no había tiempo que perder, la adolescente decidió intervenir y saltó del árbol para tratar de generar un punto de distracción que permitiera a Durán escapar. Tenía la confianza puesta en que al verla al menos dos de ellos la irían a buscar y ese pensamiento se alimentó al escucharlos escuchó decir "¡Ahí está!" como si ya la esperaran desde un primer momento, pero en lugar de salir corriendo hacia ella se quedaron observando. Nayla interpretó eso como una señal de peligro y se volteó instintivamente logrando ver a dos nuevas integrantes del grupo que aparecieron por detrás y arrojaron una especie de boleadora a los pies de la chica, la cual apenas logró esquivar.

Las integrantes estaban escondidas entre los árboles desde el principio. Una de ellas era una muchacha pequeña y delgada, con pantalones anchos y un cabello enmarañado que le tapaba parte del rostro llegando hasta el borde de su espalda. La otra era más alta y esbelta, con un traje negro ajustado que la cubría completamente y cargando otro par de boleadoras en sus manos.

Ella se equivocó, el escenario no comprendía solo la plaza desierta, la víctima acorralada, las luces apagadas y la chica de rastas escondida. Ellos la habían estado esperando desde un primer momento, todo esto había sido parte de su plan desde un principio, esa noche había dos víctimas a eliminar para la justicia negra.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top