Capítulo 29


LUNA

¡PUM!

Suena el primer balazo. 

Su mirada desencajada atraviesa la mía, que decide ignorarla para analizar desesperada mi cuerpo en busca de la herida inexistente, porque el afectado es él.

E invadida de odio y de rabia, sintiendo mi cuerpo desprenderse de mi alma e inundarme de esa sensación amarga y monstruosa, tomo el arma envuelta en cólera y decido dispararle de nuevo.

¡PUM!

¡PUM!

Y lo disfruto. Disfruto ver su cuerpo encogerse ante cada bala que se le entierra en el pecho. Sonrío, y decido disparar más, y más, y más. Llevo miles de tiros, las balas no se terminan, y su cuerpo se empieza a deshacer entre tanto agujero, dejando la carne expuesta, los huesos astillados. 

Deja de parecer una persona para convertirse en una bola de carne y ropas deshechas. Me río divertida, extasiada de verlo convertirse en nada, reducido y acabado.

Entonces quiero soltar el arma, pero no puedo. Se ha adherido a mi mano, no deja de disparar, la sacudo desesperada, y las balas recaen en Adam. ¡Joder! ¡¿Qué coño estoy haciendo?!

Mis dedos se derriten convirtiéndose en un material líquido que envuelve el arma, y se funde con el metal convirtiéndose en mi extremidad, y yo no paro de sacudirla, de gritar, de llorar, porque no puedo quitármela de encima y ahora ella me maneja a mí, disparando desenfrenada.

Me levanto de golpe en mi cama, gritando, empapada en sudor y lágrimas. Respiro agitada, me toqueteo las manos, los brazos, asegurándome de estar entera, de estar aquí. Me llevo una mano a la boca y ahogo un sollozo.

El timbre del celular me provoca un sobresalto exagerado, por el sueño, y porque aunque ya tenga un mes con él, todavía no me acostumbro a tener un aparato de esos en mi poder. 

La pantalla está iluminada con el nombre de Lluvia, y vibra frenético.

Lo tomo en mis manos temblorosas y húmedas.

—¿Diga? —pregunto agitada.

—¿Luna? ¿Estás bien? —cuestiona con preocupación

—Sí, estaba... no importa.

Escucho un resoplido frustrado en la línea, como si estuviera cansada y no quisiera oírme.

—Ha despertado.

El corazón me da un vuelco.

Un mes había pasado desde mi liberación. Un mes en las que había intentado vivir en esa jodida casa con la violencia dibujada en cada rincón, incapaz de huir sabiendo que la vida de Adam pendía de un hilo. Un mes de visitarlo, acariciar su cuerpo inerte, y de rogar entre sollozos que despertara. Porque la culpa de verlo apagado, gris, y consumido, era peor cárcel que en la que estuve.

Dos simples palabras que me golpearon y sacudieron como un terremoto por dentro. Aparto el teléfono y lo ahogo en la almohada para soltar un alarido acuoso con libertad.

Respiro profundo varias veces, concentrándome en mantener la compostura, porque son demasiadas las sensaciones que me ahogan.

—¿C-Cómo está? —pregunto temblorosa.

—Estable —dice tajante.

Y nadie dice nada. 

El silencio nos aturde a través del teléfono, tan incómodo y ácido, que casi siento que me duelen las orejas. Un silencio revelador, anunciante del plan una vez expresado y desaprobado.

—No deja de preguntar por ti, Luna.

Intento pasar saliva, pero esta ha decidido convertirse en un puño de tierra imposible de mover. Presiono mi frente perlada en sudor con una mano, y dejo caer unas cuantas lágrimas al apretar los párpados con esfuerzo.

—N-No puedo.

—Joder... —se queja con molestia—. No puedes pedirme esto.

—No estoy pidiendo nada... S-Solo... Solo dile que he desaparecido.

—Lo prometiste —reclama furiosa.

Suelta un bufido pesaroso.

Porque sí, prometí despedirme de él, pero la realidad es que soy una jodida cobarde que lleva este tiempo deseando huir de esta casa, mi historia, y cualquier cosa que me recuerde a ese pasado turbio que quiero olvidar.

—No voy a presionarte, pero no estoy para nada de acuerdo. El doctor ha dicho que podría darle el alta en una semana. Dónde sigas en esa bendita casa cuando él salga, será imposible detenerlo. Ya te lo digo.

—Una semana —repito en un susurro—. Puedo lograrlo.

Repaso los pasos a seguir para poder lograrlo, para desaparecer con éxito. Y mientras me hago un nudo de ideas y planes, Lluvia chasquea la lengua, devolviéndome a la llamada.

—¿Estás segura? —pregunta dolida.

E incapaz de articular la palabra, me limito a asentir con la garganta.

—Vale. De verdad que no lo entiendo, pero vale. Supongo que tampoco entiendo por todo lo que pasaste... Sabes que cuentas con la fundación para cualquier cosa, ¿verdad?

—Lo sé.

—Y también conmigo —asegura decidida.

—No lo tomes personal, Lluvia...

—Sí, sí, ya lo sé. Y aunque está de más que te lo diga, soy capaz de separar una amistad de mi hermano.

—Gracias, por todo. Te lo digo de corazón. Ya no quiero causar más problemas.

—Deja de repetirlo, no causaste nada. Espero que este tiempo alejada te sirva para darte cuenta de eso.

Ella no lo ve, pero yo asiento con la cabeza. Sintiendo la incomodidad de la despedida en una picazón palpable en la piel, me desagrada y me hace moverme de un pie a otro, con ansiedad. Estoy segura de que Lluvia siente lo mismo, por lo que no intenta alargar más esto, y no se lo digo, pero se lo agradezco.

—Cuídate mucho, Luna. Voy a extrañarte.

—Tú también. Discúlpame con tu familia.

 Y después de un silencio, el repetitivo tono de desconexión inunda mis oídos, y al mismo tiempo, se convierte en una especie de refugio en medio de todo este drama. Me quedo de pie, escuchándolo, dejándome envolver por el sonido del adiós. Incapaz de detenerlo, como si ese pitido constante me mantuviera ligada a él, y me negara a eliminarlo.

Esta es la razón por la que he optado por este camino, actuando como una cobarde. No me siento capaz de enfrentar la despedida, de ver el dolor que he causado y las heridas que dejé en él, sin caer en un mar de lamentos y culpa.

Han pasado dos meses desde que todo se derrumbó, y supongo que ya debería sentirme liberada, tranquila, pero las pesadillas persisten y me tienen jodida. A veces son armas adentrándose en mi piel, a veces el odio convirtiéndome en un monstruo, y otras veces, lo veo a él en un sueño eterno. Tendido, pálido, consumido por algo que provoqué y no puedo cambiar.

Llevaba semanas posponiendo mi mudanza, semanas intentando avanzar, sanar, dormir. Y ahora, con la noticia de que él está bien, siento que el peso de mi decisión se aligera un poco.

El suave repiqueteo de la lluvia en la ventana me distrae, cada gota cayendo como un latido constante. Su sonido se mezcla con el eco de las risas compartidas, de la música en su sala, nuestros pies danzando, los jadeos resonando. El pecho me dolía, protestando con palpitares profundos, gritando que estaba siendo injusta. Pero estaba harta de que la vida lo fuera conmigo, y ahora también, con los que quería.

Adam representaba el amor, la liberación, el descontrol de mi cuerpo y sentimientos. Y aunque dicho así, suena maravilloso, también representaba mis mentiras. El fin de una etapa amarga y oscura, que nos terminó por joder a ambos. 

Éramos el claro ejemplo de la persona correcta en el momento equivocado.

Yo necesitaba escapar de todo. De esta casa que alberga gritos en las paredes, y golpes que se reflejan en cada azulejo. De la calle llena de vecinos ciegos. De esta vida, oscura, amarga y perdida.

Porque llevaba toda una vida sin ser Luna. Fui esclava, objeto, basura, sin saber si tenía sueños, gustos, sin saber quién habitaba bajo esta piel herida y amoratada. Una vida de buscar un héroe, un salvador, quien sea que me mirara tras la capucha oscura. Pero en lugar de un héroe, encontré el palpitar de mi propio pecho, estuve a punto de perderlo, y en esta vida de mierda, yo ya había perdido demasiado.

Era momento de ganar, y empezaría por ganarme a mí misma.

—Estoy lista, mami —avisa Hope al salir de la casa, con una mochila en su espalda y un peluche en las manos.

Parpadeo un par de veces espabilando. Asiento y hago un recuento rápido para asegurarme que no falte nada. El chofer del camión de mudanza nos observa con paciencia, entonces me pongo de rodillas para tener ese par de ojitos a la misma altura.

 —Es momento, ¿te gustaría decirle algo a tu casita antes de irnos?

Niega con el ceño fruncido y le lanza una mirada fulminante al edificio.

—Solo quiero irme de aquí y no volver nunca.

Respondo con una sonrisa de labios fruncidos, le doy un beso en su frente, y me pongo de pie, sujetando su mano.

—Yo también, cariño.

Juntas abordamos el camión, ella acomoda su cabeza en mi regazo, mis dedos se deslizan con ternura por su cabello oscuro mientras nuestras miradas se fijan en el horizonte. 

Iniciamos nuestro viaje, sin el mínimo indicio de deseo por mirar atrás, ni siquiera por un instante.

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