Capítulo 2
Segunda noche
Montse dobló una de sus camisas, la última que salió de la maleta y la acomodó en uno de los cajones de su nuevo armario. Miró hacia lo que había sido su equipaje y notó que no le quedaba nada por desempacar, por ende, ya estaba técnicamente instalada.
Observó alrededor, las paredes amarillentas, el closet lleno, su pequeña cama hecha y la cortina arrugada de su ventana. Todo lo que le pertenecía estaba ahí en esas cuatro paredes pero seguía sin sentir el espacio suyo; no era algo físico, no era por la diferencia de tamaños entre su habitación actual y la que conocía, no era por estar en el apartamento de una extraña, era ella en realidad y su corazón que aún intentaba aferrarse a como diera lugar al pasado.
Parpadeó y sintió los ojos arder; no había dejado de llorar por dos días y noches seguidos. A ratos eran llantos cortos de tres segundos y dos suspiros, y a otros eran llantos largos que la dejaban sin aliento por horas. Estaba en un punto en el que no sabía si lloraba por ella o por Henry o por el fantasma ya perdido de una vida con él.
En el silencio de la habitación Montse escuchó el vibrar de su teléfono sobre la mesita de noche de madera. Era Henry, era él igual que las últimas cien veces en esos dos días. Montse miró el teléfono vibrar y vibrar sin atreverse a tomarlo, sin moverse de su lugar. Quería poder verse a sí misma como valiente por evitar hablar con él incluso deseando hacerlo, pero la verdad era que no podía sino sentirse cobarde al pensar que pese a todo no era capaz de bloquear el número o incluso cambiarlo para cortar de raíz esa posibilidad de arreglar las cosas.
Arreglar nada, se dijo, no hay nada que arreglar porque ya todo está perdido.
Sus manos se retorcían una con otra y no pudo despegar la mirada del teléfono por los minutos que tres llamadas perdidas tomaron. Cuando era seguro que Henry no insistiría más —por ahora—, relajó los hombros y tomó una gran bocanada de aire.
Un pasito más, pensó con alivio, he dado un pasito más.
No quería ser dura con ella misma, no quería autocompadecerse y aunque intentaba dejar de culparse por todo, era un proceso lento en el que debía repetirse con mucha frecuencia que la del error no era ella y que pequeños pasitos, como no responder las llamadas de Henry, eran movimientos a su favor.
Montse miró hacia la ventana y notó que el sol estaba a punto de desaparecer por el horizonte, así que se levantó, limpió sus mejillas y se dispuso a ir a la cocina a preparar la cena; de momento cocinar era la única manera en que podía darle las gracias a Verónica por brindarle su apoyo y aunque Vero decía que no era necesario, Montse se sentía útil y un poco más funcional al hacerlo.
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Tercera noche
Montse olfateó el vapor que salía de una de las ollas y sonrió para sí misma; era una buena comida. Con una cuchara de palo saboreó un poco de la salsa del espagueti y al sentirla en su punto, apagó la llama de la estufa. Organizó un poco el mesón y lavó los implementos que había usado; unos minutos después de dejar todo limpio, Vero llegó de su trabajo en la florería.
—Oh, por Dios, huele delicioso —dijo al cruzar la puerta. Vio a Montse junto a la cocina y le sonrió—. Hola, ¿cómo estás?
Vero traía en una manos una caja de cartón mediana, lo suficiente para ocuparle ambos brazos y dejarla sin mucha movilidad, sin embargo no la puso en el suelo sino que caminó hasta el comedor sin soltarla.
—Bien, gracias. He preparado pasta con carne. Es algo sencillo, pero...
—¿Bromeas? He comido mejor en estos tres días que en todo el tiempo que he vivido sola. —Su tono era una media entre bromista y seriedad—. Gracias, en serio no tienes que hacerlo.
—No es problema.
—Te quiero pedir un favor —dijo Vero, muy, muy sonriente—. ¿Eres alérgica a los animales?
—No.
—Entonces mira. —Vero puso la cajita sobre la mesa y Montse notó entonces que algo se movía adentro. Avanzó dos pasos y miró adentro; su mirada se iluminó—. Es hembra.
—¡Una perrita! —chilló Montse, sacándola con cuidado de la caja. Era una cachorrita que apenas cabía en sus dos manos, de pelaje café oscuro y evidentemente de raza criolla—. Es preciosa.
—Me preguntaba si podrías ayudarme a cuidarla un par de semanas. Zoe trabaja en una veterinaria, no sé si te lo había dicho, y recibieron esta camada para dar en adopción. Esta belleza ya tiene dueña pero ella no está por ahora en la ciudad, la veterinaria no la puede mantener y he creído que podríamos cuidarla mientras la señora regresa.
Montse escuchó apenas a medias las palabras de Vero pues ya se había embelesado con el animalito. La cachorra la olfateó y tras unos segundos empezó a lamer la mano de Montse que la observaba con la adoración infinita que solo se le da a los cachorros.
—Te pareces mucho a una que tuve de niña —musitó Montse con la voz ahogada. Vero sonrió enternecida; era lo más sonriente que la había visto desde que la conocía, es decir, una semana atrás—. Serás enorme, mira nada más esas patotas que tienes. Serás hermosa... ¿tiene nombre?
Al fin Montse levantó la vista a Vero y se sonrojó un poco de la mirada que ella le estaba dando. Aclaró la garganta sin soltar a la perrita.
—No, puedes darle uno provisional mientras tanto. Entonces, ¿qué dices? ¿podrías cuidarla un par de semanas? Ya encargué la correa y los platos para su comida, solo debemos enseñarla a hacer sus necesidades afuera y sacarla un par de veces al día.
—Sí, está bien —contestó Montse, apresurada—. La cuidaré, está bien.
—Gracias. —Vero buscó en su bolso un pequeño tarro plástico lleno de comida de perro—. He traído este poco mientras mañana compramos un paquete más grande. Ha sido repentino que Zoe me la trajera.
—Le pondré agua... y te serviré la cena también, Vero.
—Yo la sirvo, no te preocupes. ponle agüita a...
—Chocolate —dijo Montse—. Así se llamaba mi perrita cuando era niña y le decíamos Lala, Choco, Late, Cafesita... —Se rió—. Sé que es un nombre infantil, pero suena lindo.
—Chocolate será —aseguró Vero—. ¿Dónde dormirá?
—Conmigo —respondió de inmediato—. Me hará compañía en la noche.
—De acuerdo.
Montse colocó a Chocolate en el suelo y esta no se movió de inmediato pues el ambiente le era desconocido. Montse no le quitó la vista de encima mientras buscaba un cuenco pequeño y pando para ponerle agua y otro para su comida; estaba hechizada por la perrita.
Vero observaba la escena y en silencio sonreía triunfante, el gesto de aquellos que traman un plan y ven que lo consiguen pronto; bien había dicho Zoe: no hay como la compañía de un cachorro para distraer a un corazón roto.
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Quinto día
Cuando Vero ingresó al apartamento encontró a Montse tirada en el suelo riendo y con Chocolate sobre ella batiendo la cola.
—¡Hola! —dijo Vero, animada.
Montse se incorporó con rapidez, como si la hubieran agarrado cometiendo un crimen y sus mejillas se tiñeron de rojo. Se levantó del suelo acalorada y siendo solicitada por Chocolate que revoloteaba entre sus piernas.
—Hola, ¿cómo te fue hoy?
—Bien. A ti igual, por lo que veo. Ya tienes una relación excelente con Chocolate.
—Es hermosa —concedió, endulzando la voz con kilos de miel—. Y es juguetona y muy obediente. Hoy no ha ensuciado nada acá y ha hecho lo que debe solo cuando salimos al parque.
El orgullo en la voz de Montse era el de una madre ante los logros gigantescos de sus hijos.
Vero notó con alegría que esa tarde Montse no tenía sus ojos rojos o hinchados o con secuelas de llanto como los días anteriores. Se preguntó si había llorado menos o nada en absoluto y deseó besar a Chocolate por distraerla un poco de sus desdichas.
—Eres una buena entrenadora.
—Choco es una buena alumna. —Montse acomodó el dobladillo de su blusa y se dirigió a la cocina—. Hoy he preparado pollo apanado, ¿cenamos ya o no tienes hambre aún?
—Me vas a mal acostumbrar a tu comida, Montse. —Vero se quitó el bolso y lo dejó colgando en una silla de comedor—. Déjame un rato para cambiarme este pantalón y cenamos, ¿te parece? He traído té frío.
—Sí. Y me encanta el té frío.
Vero se encaminó a su habitación y Montse regresó su atención a Chocolate que ya había perdido la emoción desorbitada por jugar con ella. A unos metros, en la mesa del comedor, el celular de Montse sonó —ya le había puesto volumen para que no solo vibrase— con la melodía destinada al número de Henry. Su espalda se tensó y su garganta se cerró; quedó quieta en su lugar esperando a que el ruido terminase pero antes de que pasara, sintió los mordiscos suaves de Chocolate tirando de la bota de su pantalón.
Montse miró a Chocolate, luego al teléfono y aunque la opresión en su pecho le impedía respirar bien, decidió ponerle atención a la cachorra y agacharse para darle más juego.
Otro pasito hacia adelante, le dijo una voz en su interior, otro pasito bien dado.
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