La dama descorazonada

Si se detuviera a contemplarte por un momento, ¿se daría cuenta de lo mucho que puede conmover la negrura de tu interior? Aunque ella llora por ti, no cree que tú seas capaz de llorar por ella en retorno.

Pero lo haces. Tú lloras, lloras sin consuelo si te ataca con odio y resentimiento, si te dice que eres una ladrona por tomar algo que desde el principio te ha pertenecido. Hecha pedazos, vuelves la mirada mientras te alejas. Y un dolor silencioso, pesado e incesante, se aloja en tu interior. La amas demasiado para hacerla ver la verdad; prefieres destruirte a ti misma antes que destruirla a ella.

Así como la luna, que utiliza la luz del sol para iluminar la noche, ella necesita de tu oscuridad para brillar en todo su esplendor. Su belleza se alimenta de ti, su corazón late gracias a que tú has renunciado al tuyo. Y soportas todo eso con estoicismo porque es la única forma de poder tenerla contigo, de obligarla a volver a tu lado por más que intente evitarlo.

No importa lo miserable que resultes ser si al abrir los ojos la ves llegar; si ella, tu adorado satélite, te busca de nuevo y cuando se encuentra junto a ti, te abraza, te besa y te desviste, recorriéndote con ansias hasta que ambas se unen en una sola. Es entonces que sientes que el precio que has pagado por tenerla vale la pena e incluso parece una nimiedad comparado a la dicha que aquel etéreo instante causa en tu interior. Parece irreal, pero tú sabes que no lo es; sabes que ella es tuya y que depende de ti.

Mientras los segundos se desvanecen, te permites fantasear con la idea de que algún día tus sentimientos serán correspondidos y ella brillará para ti solamente. ¡Oh! Y qué estúpida eres por llegar a pensar aquello. Es evidente el rechazo que te profesa cuando se viste con rapidez y esquiva tu mirada. Tiembla por tenerte cerca, te dice que la has vuelto a ultrajar y que te odia con todas sus fuerzas. Siempre hace lo mismo antes de irse, es el pequeño ritual de despedida que ambas establecieron sin palabras y que han repetido a lo largo de la eternidad en la que han estado juntas.

Aun así, al verla alejarse con los hombros caídos y la expresión derrotada, un sollozo escapa de tus labios y tus mejillas se mojan de amargas lágrimas. Lágrimas que tú, una dama sin corazón, derramas por largo rato y que te desgarran el pecho vacío. Porque, aun poseyendo a quien tanto anhelas, jamás lograrás hacer que te ame. Porque ella quiere ser libre. Porque la vida nunca querrá pertenecerte a ti, a la muerte.



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