Medidas drásticas:
Sólo quedaban dos días para la boda de Hugo y Natividad y esa mañana todo el mundo estuvo revolucionado. La novia, principalmente, era la que se encontraba peor. Estaba muy nerviosa, tanto que tenía fuertes dolores de estómago y apenas podía contener las náuseas. Esto le impidió hacer su regular ejercicio, hecho que la puso de muy mal humor y nadie podía dirigirse a ella sin estrellarse contra un muro, corriendo el riesgo de salir herido de muerte.
Por otro lado, el novio tenía sus propias preocupaciones que no compartía con nadie de la familia. Eran preocupaciones mucho más graves que las de su joven novia. Sus problemas financieros lo tenían muy distraído y alejado, concertó varias reuniones ese día, por lo que casi no lo vieron; al igual que a sus amigos... Y los conspiradores estaban tan desesperados que no podían ver más allá de la tragedia que se avecinaba. Por lo que no fue un buen día para nadie.
Gabriela Bellini, lejos de todo el lío reinante pero no menos preocupada, se levantó muy temprano esa mañana. En realidad, no había podido pegar un ojo, ni siquiera medio ojo. Había discutido con Elena casi toda la noche debido a ese pequeño frasquito, que la mujer policía quería usar en contra del novio... No era más que un somnífero, nada preocupante según ella. La idea era simple: había que dárselo a Hugo Peña la noche anterior a la boda y éste dormiría por 24 horas seguidas. Así aplazarían la ceremonia, dándoles algo de tiempo para planear algo mejor. No obstante, a Gabi le había parecido demasiado extremo. ¿Y si tenía algún tipo de reacción adversa?
Sin embargo, luego de consultarlo con la almohada, la joven cambió de ideas. Llamó a Bruno para ver lo que pensaba del asunto y éste la terminó de convencer. Esa misma noche había una cena en la casa de los padres de la novia... Sería el momento perfecto, le indicó. Luego se encargó de avisar a los demás. Así que, poco después, Gabriela hablaba con Elena para planear lo mejor posible los pasos a seguir.
— Nada de planes, siempre salen mal. ¡Es inútil planear algo! —replicó su amiga, cansada del fracaso.
— Pero... —protestó.
— Esta noche paso por tu casa. Conduciremos hasta la casa de los Morales y les entregaré el frasquito... Ellos ya están advertidos. Ahora no puedo hacerlo porque tengo mucho trabajo atrasado. Además estar cerca de la acción será bueno, por si algo sale mal —susurró Elena, alguien desde lo lejos la llamó—. Tengo que irme, Gabi. Llama a Clara, no me ha respondido los mensajes.
— ¡Espera un poco! —trató de retenerla. ¡¿Si algo salía mal?!
No obstante Elena ya había cortado... Ese no era un plan con todas las letras, comenzó a ponerse nerviosa y a preocuparse. Gabriela tenía que tener todo ideado, no era de las personas que hacen las cosas sin pensarlas mucho. Más ben las pensaba demasiado. Sin embargo, como advirtió que nada podía hacer, acató sus órdenes y llamó a Clara. Ésta se tardó en atender... oyó un llanto y supo que nada andaba bien.
— ¿Por qué lloras? —preguntó alarmada—. ¿Más problemas?
— Yo no estoy llorando... ¡Espera! No lo hagas... Eso no... —le decía Clara a alguien, que la acompañaba en ese momento.
— ¡¿Qué está pasando?!
— No sabes lo que ha ocurrido... Espera que me encierre en la pieza. —La mujer se notaba muy agitada. Como si estuviera corriendo por todo el hotel.
— ¿Bruno te llamó? ¿Saben tú y Ana del nuevo plan? —manifestó Gabi, con impaciencia.
— Sí, sí... ese no es el problema... —Escuchó como una puerta se cerró con estruendo—. Anoche Hugo se le lanzó a Cintia cuando estaban solos hablando en el pasillo del hotel, frente a su habitación... ¡Se le fue encima! Tenía varias copas de más y parece que la manoseó. Le dijo que pasaran la noche juntos y, para colmo, quiso obligarla a entrar a la habitación... Está histérica y muy enojada. Quiere irse esta misma noche... Estamos intentando convencerla de quedarse hasta la boda, por Natividad.
— ¿Ella no sabe nada?
— No ha querido decírselo, ¡por suerte! —suspiró Clara.
— No me resulta nada raro, para serte sincera... Si hubiera pasado antes te diría que la obligues a hablar... ¡Pero ahora tienen que convencerla de que asista a la boda! Nada puede pasar hoy que altere los planes de los novios... ¡Se arruinará todo!
— ¡Ya lo sé! ¡Por eso estamos tan desesperadas!
Cortó el teléfono súbitamente y a Gabriela sólo le tocó esperar lo mejor... Sin embargo, cayó la tarde y aún no sabía nada de los cómplices. Elena Mestre no respondía su celular y Clara lo tenía extrañamente apagado. Tenía que esperar a que saliera la luna, no obstante eso no sucedió. Las nubes oscurecieron todo el paisaje de golpe, como si el clima predijera lo que iba a pasar. La joven se sentía inquieta, temerosa.
Cuando creyó que era una buena hora para salir de casa, se cambió de ropa y se preparó emocionalmente. Algo que le costó un poco ya que, por alguna razón desconocida, su madre no dejó de llamarla en toda la tarde. Circunstancia que de corriente la alteraba... La furia de la tormenta ya se hacía oír fuera, sin embargo aún no obsequiaba a la región con su llanto.
La joven estaba perdiendo las esperanzas de poder comunicarse con alguien, cuando apareció Elena por su casa. Venía con un pantalón masculino y botas de combate, encima de los hombros se había puesto una chaqueta camuflada con muchos bolsillos... bastante fea. Gabi al verla, comenzó a reír.
— ¿Qué pasa? —indagó, desconcertada.
— Te ves muy literal.
— No me fastidies... —Bajó la mirada y suspiró de molestia. Señalándole los pies dijo—: ¡Mírate! ¿Y te ríes de mí?... Llevas sandalias, Gabi, te dolerán los pies. Probablemente estaremos paradas mucho tiempo.
— ¡Oh! Tienes razón, no lo había pensado. Voy a cambiarme —manifestó y salió corriendo.
— ¡Espera, no tenemos tiempo! —gritó, no obstante su amiga subía ya la escalera. Luego agregó—: ¡Demonios!... Y cámbiate ese pantalón negro horrible, cada vez que te veo llevas el mismo. Parece que no lo lavas... Al verte no puedo imaginar que seas rica, ni que vivas en esta casa, pareces pordiosera. ¡Incluso te queda enorme! No sé cómo no te caes al pisarlo...
Elena hablaba sola, refunfuñando como vieja, porque su amiga no la escuchaba. No había tenido un buen día y estaba de pésimo humor. Poco después, su amiga volvió y, al notar que ya eran las 11.40 pm, se alarmaron y salieron de la gran mansión. Gabriela comenzó a correr por el camino que terminaba en la verja de entrada de la casa y Elena fue hacia el otro lado.
— ¡¿Adónde vas?!
— ¡Viven a cuatro cuadras, no vamos a usar el auto para ir! —se explicó.
— ¡¿Por qué?! —se quejó su amiga camuflada.
— ¿Quién es la vaga ahora? —preguntó con ironía.
Elena no respondió y ambas corrieron hasta la casa de los padres de la novia. No tuvieron inconveniente en llegar y agradecieron al cielo que no les regalara la maravillosa sorpresa que vaticinaban sus poderosos truenos. La casa se elevaba en una esquina del elegante vecindario. Era grande, de sólido ladrillo, con un pequeño jardín rodeándola... Previamente, los dueños habían dejado abierta una puerta de la reja, que daba hacia un costado de la casa, para que les fuera más fácil entrar.
Las dos mujeres ingresaron al hogar de los Morales y rodearon la casa, amparadas por la oscuridad del jardín y de la noche sin luna. Luego fueron hacia la puerta trasera, que daba a la cocina... donde, supuestamente, las dejaría entrar la madre de la novia.
Las ventanas de la casa eran amplias y estaban abiertas de par en par, debido al calor sofocante, por lo que se podía ver que la reunión transcurría con normalidad. Sentados a la mesa se encontraba el matrimonio Morales, su hija mayor, los novios, Clara y Ana (Cintia al parecer decidió no ir), y Bruno. Alguien hablaba y de pronto se escucharon risas... Gabi y Elena se miraron de reojo, lanzando un suspiro de alivio. Poco después entraron en la casa. Estaba todo en orden... o al menos eso creyeron.
Un par de minutos antes, cuando todos habían terminado el primer plato y esperaban el segundo, que se demoraba en aparecer, Hugo decidió hacer una llamada. El señor Morales reía de forma fingida y extravagante, algo que le había resultado repugnante. Intentaba hablarle pero él no estaba de humor para soportarlo, estaba cansado y preocupado. Sus negocios no marchaban muy bien... Se levantó de la mesa y se alejó de los invitados, hasta una ventana que daba al jardín. Estaba marcando el número de César, cuando de reojo creyó ver algo extraño fuera. Confundido, dirigió su vista a los jardines. No obstante, estaba muy oscuro y al principio no pudo ver nada. ¿Un ladrón?... Llegó a pensar... ¿Tendría que avisarle a sus futuros parientes?... De pronto, un relámpago iluminó el panorama y, por desgracia, pudo ver con claridad a las dos mujeres ingresando por la puerta trasera de la cocina. Hugo Peña se asustó bastante... ¿Esas no eran Gabriela Bellini y Elena Mestre? ¿Qué demonios hacían ahí?
Miró hacia su espalda, todo parecía normal. No se había levantado nadie de la mesa y Hugo comenzó a pensar si decía o no que acababa de ver a dos personas irrumpiendo en la cocina. Algo planeaban las dos mujeres que, definitivamente y con toda probabilidad, no sería bueno para él... Temió que aparecieran y armaran un escándalo delante de los Morales... Comenzó a temblar. Sin embargo, no tuvo tiempo de recuperarse porque en ese preciso momento entró la cocinera con el "segundo plato" de la cena y tuvo que volver a la mesa y sentarse... Le sorprendió que ésta no dijera nada, ¿sería cómplice?
— Estás muy tenso, cariño —comentó Natividad.
Hugo la miró y se obligó a sonreír y a hablar con naturalidad para que nadie sospechara...
— Mañana es la boda y aún me quedan un par de cosas por resolver.
— ¡Oh, no te preocupes! Seguramente Mauricio lo hará por ti, es el deber del padrino —le dijo su novia, palmeando su mano con cariño. Mientras su flamante futuro esposo pensaba que su amigo no le había servido de nada últimamente, pero prefirió no hacer comentario alguno al respecto.
— Recién ayer elegí mi madrina —comentó la novia, mirando de reojo a las mujeres presentes—. Siempre quise que fueras tú, Olivia, sin embargo casi no te he visto...
— He estado muy ocupada —manifestó Olivia, encogiéndose de hombros, evidentemente le importaba muy poco, porque agregó—: Pero no te ofendas, por favor, prometo ser la madrina en tu próxima boda.
— ¡Oh, que chistosa! —rió la novia, no obstante fue la única que lo hizo.
Hugo no se ofendió, ni siquiera la había escuchado. Este miraba el celular y parecía distraído. Pensaba si hablar o no... ¿Qué diría para defenderse si Gabriela hacía un escándalo frente a su suegro? Su mujer, que no sospechaba nada, continuó:
— Ana y Paloma, por otro lado, han sido terriblemente ineptas. No pudieron manejar el asunto de los vestidos... Lo siento, chicas... Así que decidí que fuera Cintia.
Ambas aludidas dirigieron una mirada curiosa hacia Hugo, no obstante éste no se dio por aludido. Al parecer o no recordaba el incidente de la noche anterior con Cintia... o le importaba muy poco.
Pasado un momento la señora Morales, que estaba sentada al lado de Hugo, se levantó:
— Disculpen, voy a traer sal —manifestó.
El nerviosismo en su voz hizo que el novio levantara la vista de la mesa y la mirara, preocupado. No estaba tan distraído como aparentaba... Pensó en ese instante si la madre de su futura esposa sería cómplice también... No... era imposible. La señora Morales era una vieja inofensiva... ¿Qué demonios estaba pasando?
La madre de la novia pronto se perdió por la puerta de la cocina. Allí cruzadas de brazos estaban Gabriela y Elena. La cocinera había recibido órdenes de dejarlas entrar y no hizo preguntas. Era una mujer mayor y discreta, trabajaba desde hacía años para los Morales.
— Aquí tiene, señora —le dijo Elena a la dueña de casa, pasándole un frasquito de aceite, igual a otros dos que había en la mesa—. Pusimos el somnífero allí para que no tenga que cargarlo encima. Es más cómodo y seguro.
— Bien. —La mano de la señora Morales tembló un poco al recibirlo.
— Tiene que ponerlo en su vaso de vino. No se dará cuenta porque esa bebida disimula muy bien el sabor... De todos modos, trate de no poner demasiado ya que es muy peligroso en una dosis excesiva.
— ¡¿Qué?! ¿Peligroso? ¡Pero me dijeron que...!
— No se preocupe, señora. Sólo dele unas cuantas gotas y ya... —la interrumpió Elena con impaciencia, no tenía ganas de discutir. Sin embargo se veía con claridad que la mujer se estaba echando atrás.
— No hay de qué temer. Tiene que tomarse un litro entero de eso para que sea mortal —intervino Gabi, mirando el frasco—. Elena está exagerando, como de costumbre.
— ¡Oh, bueno...! —exclamó más clamada, pero la indecisión se notaba en su cara. No acababa de creerle...
De pronto, escucharon un grito desde el comedor:
— ¡Mamá, olvidé decirte algo! —vociferaba Nat.
Todas miraron hacia la puerta de la cocina, alarmadas. La señora Morales intentó discutir pero, al escuchar que su hija se levantaba para ir a su encuentro, les dio la espalda y sin decir nada más, salió de la cocina.
— ¿De dónde sacaste eso? —le preguntó Elena a su amiga.
— De ningún lado... ¡Se iba a echar atrás! —se excusó al ver la sorpresa en su cara.
— Ya me parecía que no era cierto.
Ambas se miraron... ninguna sabía exactamente a qué dosis era peligroso el somnífero, no obstante ¿qué mal podrían hacer una cuantas gotas?
Por otro lado, en el comedor, la madre de la novia se sentó a la mesa, dejando el frasco de aceite al lado de su mano derecha. Mientras tanto, prestaba atención a lo que le decía su hija, pero sólo a medias. Era algo referente a las flores de la decoración del salón... O algo así... Comenzaba a sudar de terror... ¿Y si le daba demasiado? Pero no, no, Gabriela le había dicho que era inofensivo... Y ella confiaba mucho en esa joven honesta. No era como su madre, no... ella era recta.
Pasados unos diez minutos, el celular de Hugo comenzó a sonar y éste se levantó presuroso, alejándose de todos. Entonces, amparada por la charla forzada de su esposo, que acaparaba la atención de todos, agarró el frasquito de aceite y colocó unas gotas en la copa de Hugo. Sin embargo seguía indecisa, ahora por otro asunto... ¿Le habría puesto suficiente? Había olvidado preguntar cuántas gotas eran... Así que, nerviosa, como vio que Hugo estaba de espalda, le colocó unas cuantas más. En ese momento estalló una carcajada general y se obligó a participar en la conversación.
Casi de inmediato, el novio se sentó a su lado. Temió que la hubiera visto, pero como no dijo nada, se relajó.
— ¡Hagamos un brindis: por los novios! —exclamó el señor Morales y levantó su copa.
— Por los novios —acompañaron los demás y todos tomaron un sorbo de vino.
Los cómplices vieron cómo Hugo Peña, el parásito, ingería la bebida y se sintieron más aliviados.
— Mamá, ¿no trajiste la sal? —preguntó Olivia, su hija mayor, que la buscaba con los ojos por la mesa.
— ¡Oh, lo olvidé! —balbuceó incómoda y poniéndose colorada. Se levantó de la mesa y fue hacia la cocina. Hugo la observó alejarse...
Cuando volvió a sentarse, pasándole la sal a su hija, descubrió que el frasquito de aceite ya no estaba a la derecha de su plato... Alarmada, lo buscó con la mirada por el mantel y lo encontró entre el plato de Olivia y el de Ana. Nadie sabía que allí estaba el somnífero, excepto su esposo, que fue el único que la vio echarlo en la copa de Hugo.
— Bueno, creo que ya es hora del postre —manifestó de repente, retirando los platos de Ana y Olivia. Ésta última estaba con el tenedor en la mano y la miró estupefacta.
— ¡Espera, mamá, todavía no acabo la ensalada! —le dijo, sorprendida.
— Ya comiste demasiado —replicó molesta y se fue hacia la cocina.
— ¿Le pasa algo, papá? —Alcanzó a oír que le decía a su esposo.
— Es la tensión de la boda —respondió éste con benevolencia.
— ¿No tendría que levantar la mesa la sirvienta? —intervino Nat.
La mesa fue retirada de inmediato por la señora Morales y la cocinera, frente a la mirada de todos, que no entendieron qué le ocurría a la mujer ni por qué se daba tanta prisa. Y el postre fue servido: flan de huevo con crema chantillí y dulce de leche. Todos lo disfrutaron y la tensión que se había creado en el ambiente se disipó. La conversación giró entonces en torno de la boda.
Estaban a la mitad del postre cuando Nat comenzó a sentirse descompuesta y corrió presurosa al baño. Su madre se preocupó, ¿y si ella también había consumido el somnífero y le había caído mal?... La siguió para ver qué le pasaba. Si algo andaba mal con su hija iban a largarle un fuerte sermón a esa tal Elena.
— ¿Estás bien, cariño? —le preguntó, desde el otro lado de la puerta.
— Sí, mamá, sólo son los nervios —respondió fastidiada.
— No le haga caso, ha estado descompuesta durante todo el día —le informó Hugo, que se había acercado a ella. Entonces la mujer decidió dejarlos solos.
Cuando volvió al comedor, para su sorpresa su hija mayor se había ido. Olivia estaba muy molesta con su madre debido a su última grosería y asqueada por la conducta de su padre con el novio, que venía a contradecir la que siempre había llevado. Pensó que su familia estaba loca y los mandó al demonio en su fuero interno.
— ¿Hablaste con Olivia de "eso", antes que partiera? —le preguntó a su marido, refiriéndose al somnífero, en un momento en que todos se habían levantado de la mesa y deambulaban por el comedor formando grupos.
— Por supuesto que no, no tuve oportunidad. Hugo estaba presente. ¿El somnífero estaba en el frasco de aceite? ¿Qué ocurrió?
— Sí, pero se confundió con los demás en la mesa —se lamentó la mujer y agregó—: Debimos planear mejor esto.
Por otro lado, Bruno, Clara y Ana discutían un asunto muy diferente.
— Te vi poner algo en el plato de Hugo. No puedes negarlo, Ana —decía Clara.
— ¿En serio? ¿Qué le pusiste? —se sorprendió Bruno—. Pensé que el somnífero lo tenía mi tía.
— Y ella lo tiene... Tiene que habérselo dado de alguna manera creo... espero —replicó Clara y agregó, ante el silencio de Ana—: Pero tú...
— ¡Ya termínala! ¡No le puse nada en el plato! —se enojó la aludida.
Poco después de esta conversación aparecieron los novios. Natividad estaba muy mal y decidieron partir, disculpándose con todos por no quedarse más tiempo. Bruno intervino y se ofreció a llevar a las amigas de la novia, esta suspiró aliviada. Sólo deseaba ir a dormir, sin contratiempos. Cuando todo estuvo arreglado, se fueron.
Apenas vieron como el auto de Hugo se perdía por el camino, los demás quisieron saber qué ocurría. Todos habían notado el nerviosismo de la señora Morales no obstante, con la excepción de su esposo, no sabían si el plan había dado resultado o no.
— ¿Qué ocurrió, tía? La cena estuvo... un poco extraña, francamente —indagó Bruno.
— El somnífero estaba en uno de los frascos de aceite. Por desgracia se confundieron en la mesa —se lamentó la mujer.
— ¡Por Dios, hubiera avisado! Creo que le puse aceite a mi plato —se alarmó Ana.
Los demás estaban pensando exactamente lo mismo, tratando de recordar si habían añadido o no aceite a su comida.
— ¿Lo ingeriste? —intervino Clara.
— No, justo retiraron los platos... o al menos eso creo... ¡No lo recuerdo! Estaba muy distraída.
— Si sólo fue un poco no importa, dormirás sólo unas horas esta noche —le indicó Elena, que había aparecido desde la puerta de la cocina.
— ¡Ah, qué alivio! —suspiró Ana, dejándose caer en un silla. Realmente se había asustado.
La señora Morales se sintió igual, pensaba en Olivia y en que no sabía nada... En ese momento se reunió con ellos Gabriela.
— ¿Llegó a ponérselo en el vino, señora? —le preguntó. Todos miraron a la mujer, con la tensión en sus rostros.
— Sí, y lo tomó —asintió la mujer. Una sonrisa general se esparció entre ellos, todo iba bien...
Recogieron los frasquitos de aceite de la mesa, sin embargo no supieron cuál de los dos tenía el producto, por lo que decidieron tirarlos a ambos. Luego, cada uno se fue. El plan marchaba como podían esperar... Lo único que faltaba era que Bruno, al día siguiente, despistara todo lo más posible al padrino con la excusa de que muy temprano había visto partir a Hugo. Para que no advirtiera que su amigo se había quedado dormido en la suite del hotel, donde pasaría esa noche... La novia ocuparía otra parecida. Era un regalo de su padre de último momento. Quería que estuvieran todo el día de la boda lo más cómodos posibles. Y, por supuesto, quería a Hugo cerca y vigilado... como la bella durmiente.
A las dos de la mañana, Gabriela se despertó sobresaltada, su celular sonaba con insistencia. Se movió en la cama, estaba cansada y no quiso atender. No obstante cuando comenzó a replicar por segunda vez, lo tomó en sus manos, fastidiada. ¡Quería descansar! Hacía días que no podía dormir bien.
— ¿Si?
Alargó la mano y prendió la luz de la lámpara. La gran habitación se iluminó de repente... Fuera de la mansión la lluvia tapaba todos los sonidos.
— ¡Oh, Dios mío, Gabi! ¡¡Está muerto!! —Era Bruno.
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