Capítulo 08
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CAPÍTULO 08
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Mis hermanos caminaban a través de la feria. Sumida en mis pensamientos, en automático los seguí, y al menos conseguí mantener el ritmo. Ya no me encontraba tan mal de las piernas.
—El circo de los sueños —resopló Vincent—. Ya estamos grandecitos para las payasadas, ¿o no?
No pude creer lo que acabé de escuchar. ¿De verdad se pensaba que actuaban como niños grandes?
—El viejo enloqueció —comentó Josef, y tuvo un poco de razón en eso.
Me vi atormentada por el loco pensamiento de que papá, de repente, estuviera haciéndolo por nosotros. De ser el caso, no podía negarme o buscar manera alguna de escapar. Además, canceló su cita con el electricista por traernos aquí. Había que darle un poco de mérito. Su idea de compartir un tiempo juntos era bastante obvia, pero existían otras maneras. Entonces, ¿por qué tenía que ser un circo?
—¡Entremos en este! —La excitación de Vincent me sobresaltó, pero no fue el único en tomarme sin cuidado. Un hombre con la bata salpicada de sangre nos dio la bienvenida a El féretro. La razón del nombre me quedó clara al divisar el umbral por el que se podía entrar al establecimiento del terror, pues resultaba ser un féretro con una cruz invertida en el centro.
El desconocido supo que nos tenía porque los gemelos no fueron capaces de disimular su emoción.
—Me parece bien. —Josef intentó animarme con una palmada en el hombro.
—Prefiero quedarme fuera de esto —le dije, dándole paso al escandaloso Vincent, quien se precipitó para cubrir el costo de las entradas.
Josef se encogió de hombros y me alivió no haber tratado con el persuasivo de su parecido.
Mientras contaban los billetes, al disimulo retrocedí, alejándome de la zona poco antes de que se les ocurriera meterme a rastras.
A la espera de la hora en la que planeamos encontrarnos con papá de nuevo, oscureció deprisa. Pero era capaz de sentirme a salvo en medio de tanta gente y bajo las serpentinas con focos que colgaban de una tienda a otra.
Avancé a través de la multitud, curioseando rápidamente entre los establecimientos que llamaban mi atención. La mayoría eran juegos desafiantes. Uno de disparos, otro de pesca con cuerdas y un imán. Hasta encontré uno de arrojar esferas de cristal dentro de aros diminutos que colgaban de columnas metálicas. Ninguno que hubiera visto con anterioridad.
Permanecí un poco más de lo planeado en frente de una tienda triangular de color verde. No fue que llamase mucho la atención. Tenía un par de estanterías a cada lado, pero fueron los objetos almacenados en su interior lo que me provocó una leve sensación de náuseas.
La gente no esperaba ni tampoco hacía fila para entrar. De hecho, estaba vacío y fue fácil descubrir la razón. Los premios no se trataban de muñecos, golosinas, ni tampoco dinero. Más bien, eran medallones de distintas formas y colores.
El hombre con sombrero de vaquero, que tan solo había aparecido y no supe cuándo, ladeó la cabeza al verme registrar el lugar. Sus ojos azules iluminados me dijeron que acababa de encontrar una alcancía con piernas, es decir, yo.
Cuando dio media vuelta para presentarse, el cabello de un blanco íntegro y largo le cayó como una cascada sobre la espalda. También sostenía un bastón del mismo color, algo que me trajo recuerdos de cierto fantasma.
—Bienvenida. —Se inclinó hacia delante en forma de saludo, un gesto bastante sofisticado mientras se rascaba el rastro de barba en su mentón.
Ante la inevitable curiosidad, me acerqué un poco más.
—Parece ser tu día de suerte —me dijo.
No era una sorpresa que mencionara algo así. Debió captar mi interés en los medallones.
—¿Eso piensa? —pregunté irónica.
Sus ojos como cristales conectaron durante un breve instante con los míos, produciéndome una extraña sensación de confianza. Pero tuvo mayor efecto cuando sonrió. Fue como si de pronto hubiera visto algo a través de mí.
—¿Por qué no lo intentas? —Extendió sus brazos, dándome la bienvenida a lo que, supuse, sería un espectáculo de trampas. Era de esa forma como funcionaban las atracciones en la feria—. Muy pocos poseen la magia para esto.
Me causó gracia la forma en que lo dijo. Se estaba esforzando en convencerme.
Con un gesto me indicó hacia las botellas situadas estratégicamente en ángulo agudo encima de una plataforma. Todas permanecían inmóviles, zigzagueando sobre la pendiente y a la espera de que algún audaz se arriesgara con su dinero.
—En realidad —empecé—, siento mayor curiosidad por los medallones.
—Puedes llevarte cualesquiera, si ganas. Tres de estos por el escaso precio de dos libras—. Jugó con los aros entre sus dedos, dándoles vueltas.
Si supiera que no tenía la intención de que otra perfecta entidad se manifestase ante mí, no se esforzaría tanto en tratar de convencerme. Además, tampoco tenía dinero. Los gemelos se quedaron con todo lo que nos dio papá.
—La primera ronda invita la casa, ¿qué te parece? —Debió notar mis nulos deseos por jugar.
—El asunto es que... —Fingí tener un enredo mental—. Supuse que tal vez podía tratar con alguien que supiera del tema.
Sus ojos, en ese momento, bien podrían haberme cegado a causa de su gran interés reflejado sobre mí.
Debí suponer que solo le importaba el dinero, por lo cual decidí darme por vencida.
¿Y qué planeaba hacer? ¿Preguntarle respecto a un medallón, un circo, y un trapecista fantasma-asesino de por medio? Creería que estaba loca, o peor aún, sacaría provecho de la situación para convencerme de llevar a casa otros cuantos objetos parecidos.
Era mejor si me alejaba como si no hubiera estado a punto de confesarle una locura, pero antes de voltear para seguir con mi camino, lo escuché decir:
—Tienes algo interesante ahí, mi niña. De lo contrario, no hubieras venido a parar aquí.
Atisbé su sonrisa, la misma que de pronto me causó escalofríos. Y sus dedos tamborileando en su bastón, sin ninguna especie de ritmo en particular, me inquietaron.
—No sabía que hubiera chicas con gustos interesantes por estos días. —De un salto volteé hacia la nueva voz. Le pertenecía un muchacho con la mandíbula cincelada. Sus ojos negros se mostraron tan deslumbrantes como su perfecta dentadura. Casi parecía irreal. Era, siquiera, quince centímetros más alto que yo, y tenía el cuerpo estructurado por músculos fibrosos. De hecho, hasta podría haberlos contado. No usaba camiseta.
El chico contempló los medallones, y para mí no fue fácil despegar la mirada de su cuerpo.
Sorpresas gratas eran las que uno podía encontrar en la feria.
—El espectáculo está a punto de empezar. ¿Vienes? —me preguntó el chico, entregándome un volante en donde el título, The Circus of Dreams, ocupaba el espacio casi en su totalidad. Junto con: Un espectáculo alucinante que despertará tus fantasías.
Ahí estaba el motivo de toda su exhibición. Debía formar parte del evento.
—Te espero. —Con un guiño de por medio, se alejó a trote.
Otro gran descubrimiento: estaba descalzo, y sus pantalones holgados de color crema palidezco colgaban de su cintura para relucir un trasero fenomenal.
¿Qué clase de circo y espectáculo eran con exactitud?
Al recordar que me encontraba negociando con el extraño de sombrero, volteé en su búsqueda, pero ya no estaba por ningún sitio.
Al cabo de diez minutos, de regreso en frente de la carpa del circo, la aglomeración era difícil de evitar.
Con la entrada en una mano y el volante en la otra, avancé lo más rápido posible entre la gente entusiasmada por entrar primero. Me habría gustado saber cuál era el motivo de tanto arrebato.
Por más que busqué, no encontré a mi familia. La gente tampoco me lo puso fácil.
Me desplacé hasta un rincón, hacia una caja de madera que conseguí trepar con un poco de esfuerzo. Desde ese lugar tuve una vista perfecta de todo alrededor.
—Creí que no vendrías. —La reconocida voz desplazó mi inspección al chico que me entregó el volante minutos atrás—. ¿A quién buscas?
De forma curiosa y un poco desagradable, casi como una araña, trepó la misma caja que yo. No era tan grande ni espaciosa, por lo cual, di un paso hacia un lado, procurando mantener distancia de su espectacular torso desnudo, pero terminé pisando el aire.
Mi cuerpo se balanceó en un intento desesperado por sujetarse de lo que sea con tal de no caer, y en el momento indicado encontró su brazo, el mismo que consiguió apretarme de regreso contra él. Su tacto era áspero, diferente a lo que pude imaginar.
Pegada a su figura, me quedé quieta. Habría evitado tocar su piel, pero él era tan descuidado.
—¿Buscamos juntos? —se ofreció.
Y como si no estuviera lo suficientemente alterada, escuché que alguien pronunció mi nombre a la distancia.
—... Por favor —agregó esa misma voz.
Se me ocurrió buscar en la oscuridad más próxima, hasta que por fin lo encontré.
Ese sombrero de copa alta, y gracias a la posición relajada de su cuerpo que fingía descansar en uno de los soportes de la carpa del circo, no pude confundirlo.
Era Ashton.
—Aléjate de él, Zara.
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El circo de los sueños 💤
¿Se imaginan ver una silueta con sombrero en medio de la oscuridad? En realidad Ashton es un poco creepy ja ja 😨
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