22. El recorrido.
Con los nervios hasta el cielo, Helen se mantiene firme delante de toda la realeza con los ojos puestos en ella. Con el peso de la corona de una princesa en su cabeza, al futuro rey de Francia como su prometido justo al lado y toda (o gran parte de su familia) en contra de esta decisión, mantiene los pies sobre la tierra y recuerda la razón por la que aceptó este compromiso por encima de todo.
— ¿Estás lista para el baile? — le pregunta al oído.
—No, estoy muy nerviosa. La gente no deja de mirarme. — responde en voz baja. Aunque por la melodía, nadie puede escucharla.
—Solo enfócate en mí. Olvida todo lo demás. — con mirarlo a los ojos es suficiente. Suficiente para inhalar hondo y seguir con su papel. El príncipe le extiende su mano y la guía hasta la pista de baile mientras todos se apartan para darles suficiente espacio. Helen se queda quieta en el otro extremo y Alan toca su corazón mientras camina hacia a ella a ritmo de la armonía. El penetrante contacto visual y la sutileza con la que la toca para bailar, hace que los invitados se sumerjan en el amor que muestran tener.
Mientras que el rey, sin poder controlar su evidente ira, se retira del salón.
— ¿Qué está pasando? ¿No era Turquesa la que debería estar aquí? — la reina le pregunta a Gertrudis mientras los observan desde el trono.
—Pasaron muchas cosas ayer, madre. Y Alan...solo tomó una decisión.
— Una decisión que aparentemente tú apoyaste. A tu padre no le gustará nada esto.
—Ya lo sé. ¿Dónde está? — nota su ausencia.
—Se retiró. Hablaré con él y trataré de calmar la situación, pero no te garantizo nada. Sabes que este tipo de compromiso es inaceptable ante la corte. — Gertrudis se queda en silencio y muy preocupada. — Honestamente, a mí no me desagrada. Todo lo que quiero es que mi familia sea feliz, y si Alan lo es con ella, no seré un obstáculo más en su camino. — escuchar esto de la reina era alentador, pero aun así, Belmont tenía el veredicto más fuerte.
— ¿Cómo puede ser posible? ¿Cómo se atreve? — grita el rey, dando vueltas en sus aposentos. La reina lo alcanza e intenta acercarse para apaciguarlo. — Le he pasado por alto muchas cosas que a nadie le perdonaría, pero esto... esto ya es el colmo.
—Tranquilízate, ni siquiera sabes la razón.
— ¡Desafiarme! ¡Esa es la razón! Es lo único que ha hecho desde que tiene conciencia. Esa necesidad de demostrarme que tiene el control de su vida y de que nadie lo pueda manipular.
— ¿Y eso está mal? — la princesa Gertrudis se les une. — ¿No es lo que siempre les has enseñado a mis hijos, a tener autoridad? No puedes culparlo de tomar decisiones cuando solo lo ha aprendido de ti.
—No estás en posición de decir nada al respecto. Lo único que has hecho es justificar su rebeldía contra mí. — el rey se le acerca.
—Tú puedes ser mi padre, ser su abuelo y ser el rey, pero yo soy su madre y por supuesto que puedo hacerlo. Y desde luego te advierto que, ya que me quitaste el derecho de ser la heredera del trono y planeaste toda mi vida solo para usar a uno de mis hijos como tu marioneta; no dejaré que se repita la historia. Si ya elegiste cómo y cuándo convertirlo en rey, al menos déjalo escoger a la mujer que morirá a su lado. ¿Cuál es el problema con eso? — está molesta.
—Sabes perfectamente cuál es el problema. — pasa la mano por su barbilla. — ¿Qué pasó con nuestra ahijada? ¿Qué falta de respeto es esta?
—Ella misma decidió romper el compromiso. No se sentía preparada y quería que Alan tuviera la oportunidad de casarse por amor. — Gertrudis sabía la verdadera razón, ya que por lo que restó de la tarde de ayer, el príncipe no tuvo de otra que decirle la verdad absoluta. Ella era la más testigo de que tanto como Josefina y su hija, estaban ansiosas por este matrimonio, pero tampoco lo revelaría. Mucho menos al rey. Hacerles creer a todos esta mentira era lo más conveniente para todos.
— ¿Casarse por amor? ¿Qué tonterías estás diciendo? ¿Cómo podría amar a una pueblerina?
—Tú te casaste con una pagana. Con la liga que hoy convertiste en tu enemiga. — mira a su madre, quien permanece en silencio sentada en un sillón. — Parece que los Rutherford están condenados a romper las reglas por amor. — el rey traga hondo, porque sabe que su hija, en esta ocasión, tiene razón.
— ¡Vittorio! — vocifera y entra de inmediato. — Trae a mi nieto hasta mí. Requerimos conversar. — ignora las palabras de su hija.
—Enseguida, mi señor. — se inclina y se retira.
—Con esa ira esta misma conversación con Alan no resultará bien. — le advierte. — Y tu salud puede empeorar en cualquier momento.
—Gracias por tu preocupación, hija mía. — contesta con ironía. En cuanto Alan se une, la reina y la princesa Gertrudis se retiran para dejarlos a solas, excepto Vittorio. El rey se acomoda en su sitial mientras Alan lo fulmina con la mirada y espera pacientemente a que empiece a hablar. — ¿Qué tienes que decirme al respecto, Alan? — lo mira a los ojos.
—No creo que tenga que darte ninguna explicación. — responde con mucha calma.
— ¿Por qué te empeñas en complicarlo todo siempre?
—No veo qué complique qué cosa aquí.
— ¡Acabas de dejarme en ridículo delante de toda la aglomeración! — golpea la mesa.
—No golpees la mesa de esa manera, te vas a lastimar. — dice sarcásticamente.
— ¡Basta, Alan! — su cara de seriedad hace que alce las cejas. — Quizás el error siempre fue mío. Por darte un poder que aún no te merecías.
— ¿Y cuál es la causa por la que puedas deducir eso? ¿Que sepa tomar mis propias decisiones?
—Cuando eres el heredero del trono sabes que hay decisiones que debes consultar primero.
—Dijiste, específicamente, que debía buscar a una doncella que sea digna de reemplazar a la reina. En ninguna parte imponía que serías tú el que decidiría quién. Con Turquesa hubo desacuerdos y ella misma renunció. Sencillamente tomé una rápida solución, ya que hoy debía darle a nuestra gente una cara nueva que venerar. — se acerca dos pasos más. — En vez de reprocharme deberías agradecerme. A menos que tu problema realmente sea con la hija del que tu perrito faldero asesinó. — lo deja en silencio, refiriéndose a Vittorio.
—Tú eres el único problema aquí. — evade el tema.
— ¿Yo? ¿El que simplemente pone en práctica todo lo que de ti aprendió? Entonces perdóname por no cumplir tus expectativas, abuelo. — aunque esté enfadado, es palpable la ironía entre sus palabras.
El rey resopla.
— ¿Qué sucedió con la hija de los Robledo? Y quiero la verdad.
— Ayer fui hasta la nobleza para visitarla y también me sorprendió que tomara esta decisión. De todos modos, es algo que deberías hablar con ella, no conmigo. — quizás es una de las primeras veces en la que el príncipe carga con seguir una mentira piadosa para salvar la reputación de Tessa.
— ¿Y crees que la hija de Benjamín pueda asumir todas las responsabilidades que la corona le exija?
— Sí. De lo contrario, jamás la preferiría. — luce muy seguro.
— Bien. Tráela hasta aquí, necesito dialogar con ella también. — le dice a Vittorio.
— No, ya la traigo yo. No quiero que tu... Vittorio, se acerque a mi prometida. — Alan lo detiene, le echa una mala mirada y se retira del salón hasta encontrar a Helen, quien estaba guardando la calma dentro de tanta gente.
— ¿Dulzura? — dice con una maliciosa sonrisa al notar su angustia. — El rey quiere hablar contigo. — acerca los labios a su oído para que pueda escuchar mejor.
— ¿Hablar conmigo? ¿Sobre qué? — esto la pone aún más nerviosa.
—Solo quiere ponerte a prueba. No te preocupes, te esperaré afuera. — intenta tranquilizarla. — ¿Lista?
Helen respira hondo.
—Lista. — contesta y caminan entre los invitados con una disimulada sonrisa hasta llegar a los aposentos del rey. Una vez dentro, tanto Vittorio como el príncipe se retiran, dejándolos a solas. Mientras Helen intenta lidiar con la tensión del momento, sus manos están sudorosas e intenta controlar su carácter. Aunque sienta rabia sabe que está delante del rey.
—Qué irónica es la vida, ¿no lo cree, señorita Laurent? — la fulmina con la mirada. — Primero escucho rumores de que eres una rebelde, de tu inusual cercanía con el futuro rey de Francia, luego le cortas media cara a uno de mis guardias y ahora llevas esa corona. ¿De qué otra manera podría tomarme esto?
—Puedo comprenderlo, señor. — mantiene la mirada baja. — Pero no soy alguien de quien deba preocuparse. — miente. Sabe perfectamente que sí.
—Por supuesto que no me preocupo, pero este "compromiso" no es correcto ante la corte. No cuentas con el perfil que una reina de Francia debe tener.
—Entonces lamento no cumplir con sus expectativas. — el rey sigue fulminándola con la mirada. Un incómodo silencio se apodera del momento y poco después, Belmont se levanta y se acerca a ella.
— Te haré una sola pregunta. — su cercanía la aterroriza más de lo que podría reconocer. — ¿Qué razón hay detrás de esto? ¿Cuál es el acuerdo entre ustedes dos? ¿Algún movimiento contra mí? Viniendo de Alan no me sorprendería. — por un instante Helen se asusta. ¿Cómo podría saberlo?
—No sé de qué habla.
—Podría decir que lo estás chantajeando con algo, pero no es una opción. Alan no es manipulable y eso me queda suficientemente claro. Podría considerar que todo esto es solo una buena estrategia tuya para de alguna manera sacar beneficio de la realeza, mucho más después de la muerte de Benjamín. — que mencione la muerte de su padre sin ningún remordimiento la molesta mucho, pero sabe controlar sus impulsos. A veces. — Pero si él fue quien te hizo esta propuesta tampoco le veo mucho sentido. — continúa caminando a su alrededor.
—Quizás es porque no hay mucho que asimilar. — intenta arreglar la situación. — Simplemente... su nieto tomó una decisión. Una en la que estuve de acuerdo.
— ¿Por qué? Es la pregunta aquí. ¿Por qué accediste? — la mira con sospechas. A lo que Helen no sabe qué responder. ¿Qué podría ser suficiente excusa para ocultar la verdadera razón? ¿Cuál sería la respuesta correcta esta vez?
—Por amor. — confiesa sin más. Fue lo único que pasó por su mente. Cuando el rey lo asimila, no puede evitar reírse para lo que ante él, era una estupidez.
— ¿Amor? ¿Mi nieto enamorándose de ti? Es imposible. — más que decirlo, solo intenta convencerse a sí mismo.
—Bueno, recordando que llevo puesta esta corona en la cabeza esta noche, debería ser una clara respuesta. — alza la mirada y mantiene su postura. Lo que provoca que la sonrisa en el rostro del rey desvanezca.
— ¿Cuánto quieres? — está jugando con sus últimas monedas. — ¿Qué quieres para desistir de esta locura? ¿Una casa nueva para tu familia? ¿Tierras? ¿Viajar al exterior?
— ¿Intenta comprarme? — frunce el ceño. Está muy indignada.
—Lo que intento es asegurar que mi nieto no se salga con las suyas y darle a la corte la reina que merecen. — toda pizca de humor en el rey ha desvanecido.
—Ya le dije cuál es la única y exacta razón de mi decisión. De "nuestra", en realidad. Y honestamente no sé qué problema tiene conmigo. ¿Tengo tierras y una dote que pueda pagar? No. Pero a pesar de eso, lo que para usted y toda su corte es un imposible, Alan decidió darme a mí este lugar. Uno que con mucho gusto voy a disfrutar. — su actitud sorprende al rey, pero confirma que los rumores sobre su rebeldía eran ciertos.
—Yo que tú lo pensaría dos veces. Una buena oferta viniendo del rey siempre es buena.
—Entonces seré la primera en rechazarla. — contesta firmemente. — Sé que no cree que esté "preparada" para todos los deberes que esto conlleva, pero quizás lo pueda sorprender. Pero ni con toda su riqueza me hará cambiar de opinión.
—Muy bien. Me queda claro. — Belmont se resigna. — Al final cuando los días pasen y te des cuenta de que esto fue un error, desearás haber tomado la oferta que acabas de rechazar. — dejándola completamente en silencio, Vittorio irrumpe en la sala para avisarle al rey que los invitados estaban empezando a murmurar, por lo que Helen hace una reverencia y se retira del aposento.
— ¿Todo en orden? — el príncipe le pregunta en cuanto la ve salir.
—Eso espero. — contesta con incertidumbre mientras caminan hasta el pabellón del anunciamiento. Cuando están todos allí, Helen y Alan vuelven a colocarse frente al rey y la reina, mientras este, intentando culminar su papel ante los invitados, da su pública aprobación para el compromiso. Un inmenso pero a la vez preocupante alivio recorre por sus cuerpos y cuando se giran para observar a toda la soberanía presente, Alan la toma de las manos y la mira con una compasiva sonrisa.
Oficialmente estaban comprometidos. Oficialmente Helen acababa de convertirse en la prometida y futura reina de toda Francia.
Rato más tarde.
—Este será tu aposento de momento. Mañana tendremos muchas cosas de las qué hablar. — Gertrudis acompaña a Helen.
—Lamento mucho que todo haya ocurrido de esta manera. — está avergonzada.
—No te preocupes, Alan me explicó algo sobre esto. Esta semana estará algo cargadita para ti, no te atormentaré más. — bromea y ambas sonríen. — Si mi hijo te escogió fue por una razón. — acomoda uno de sus mechones detrás de la oreja. — Buenas noches querida.
—Buenas noches, princesa. — hace una reverencia y Gertrudis se marcha. Al cerrar la puerta y encontrarse completamente sola, siente todo el estrés mental recaer sobre ella. Las palabras del rey no dejaban de darles vueltas en la cabeza. ¿Tendría razón? Si solo esta noche tuvo que invertir horas de prácticas y autocontrol, a partir de mañana podría ser peor. Tranquila, Helen. Sabes porqué estás aquí. Recuerda el acuerdo. Se dice a sí misma. El aposento estaba rodeado de velones, cortinas corpulentas de tonalidad oscura y un sofisticado ambiente. Muy cómodo y nuevo para ella. Toca las encimeras hasta sentarse en la acolchada cama. Era la primera vez que dormiría en un aposento real.
El sonido y el movimiento extraño en uno de los ventanales la espantan. Al ver que es un hombre encapuchado, toma una de las cerámicas de las encimeras para lanzarlo.
— ¡Wow! ¡Cuidado con eso! — el príncipe alza las manos, ante lo que Helen, respira profundamente de alivio.
— ¿Cómo puede asustarme así? — coloca la mano en su pecho, en los acelerados latidos de su corazón. — Casi me muero del susto, recalcando que ya he estado lo suficiente nerviosa hoy. — Alan solo guarda silencio mientras la observa detenidamente, se acerca y le quita la porcelana que estuvo a punto de lanzarle de las manos.
—Relájate, lo peor vendrá mañana. — deja la porcelana en su lugar y se recuesta en la cama.
— ¡Vaya! Eso realmente es de gran ayuda. — Helen contesta con ironía. — ¿Qué es esto? — cruza los brazos.
— ¿Qué es qué? — mira a su alrededor como si no entendiera.
— ¿Qué hace en mi lecho?
—Nos acabamos de comprometer, ¿lo recuerdas?
—Sí pero también tenemos un acuerdo que cumplir, ¿lo recuerda?
—Estoy evitando los sermones de mis padres. Mi aposento no es un sitio seguro de momento.
—Su madre dijo que ya le había contado sobre...esto. Como si entendiera el porqué. ¿Qué le dijo? — siente curiosidad.
—No pude ocultarle nada. Lo sabe todo, incluso sobre nuestro acuerdo.
— ¿"Incluso"? ¿Por qué habla como si hubiera algo más?
—Porque lo hay, pero no sé si es correcto decírtelo.
— ¿Por qué no? — se sienta a su lado.
—Porque se trata de Tessa. "La señorita Robledo", como le llamas tú.
— ¿Qué pasa con ella?
—Cuando fui a su casa para anular nuestro compromiso, la encontré con uno de nuestros guardias en sus establos. Para mi suerte lo admitió pero estaba muy avergonzada. Aun así, a pesar de que fácilmente podría haberme lavado las manos y dejar la culpa en su consciencia, fui honesto y dije que aquello no había sido la verdadera razón, aunque...sí me decepcionó mucho.
— ¿Decepcionado por saber que no sería el único?
—Decepcionado porque mintió. Me hizo creer una cosa, no solo a mí, sino a toda mi familia, y resultó ser otra completamente diferente.
—Parece que es muy cruel con la gente que miente.
—Porque alguien que sea capaz de mentirte mientras te ve a los ojos no merece ninguna piedad. — estas palabras tocan algo en lo más profundo de su corazón. Se sentía como otra mentirosa más frente a él. — ¿Te gusta tu nueva alcoba? — cambia de tema.
—No. Sí es cierto que es grande y...lujosa, pero le falta alma. Se siente muy vacía. — observa todo lo que la rodea.
— ¿No será porque literalmente está construida con ladrillos y madera? — esconde una burlona sonrisa.
—Claro, debí suponer que no lo entendería. — pone los ojos en blanco. — Pero de todos modos aquí no se quedará.
— ¿Por qué no?
—Porque no es correcto. Y además, nada de esto es real.
— ¿Estás completamente segura de eso? — con esa pregunta, casi logra que cuestione toda su realidad.
— ¿Por qué no debería de estarlo? — un penetrante cruce de miradas es interrumpido cuando alguien toca la puerta. Helen, instintivamente se aparta de él y Alan se coloca detrás de unas enormes cortinas.
— ¿Quién es? — Helen pregunta, asomándose a la puerta.
—Soy yo, Claudia. ¿Puedo pasar? — respira de alivio y mira a Alan, quien le asiente con la cabeza.
— ¿Estás sola?
—Sí, no te preocupes. — ante su respuesta, abre una de las puertas y la deja pasar.
— ¡Qué locura todo esto! ¡Estuviste increíble! — dice con emoción hasta que ve al príncipe parado entre las sombras del aposento. — ¡Príncipe Alan! No sabía que estaba aquí, disculpe. — se inclina ante él.
—Tranquila, no pasa nada. — se acerca más a ellas.
—Si interrumpo algo puedo retirarme y volver mañana. — mira a Helen con una pícara sonrisa. Encontrarlos a solas en un aposento a esas horas daba mucho de qué hablar. O más bien, de qué pensar.
—No, yo ya me iba. — Alan contesta, lanzándole una mirada seductora a su prometida. — Prometida mía, no olvide descansar lo suficiente. Mañana será el doble de agotador que hoy. — vuelve a decir con una sonrisa mientras camina hacia la salida y se retira.
Helen resopla e intenta esconder su sonrisa (sin éxito).
—Parece que aquí está pasando más de lo que me quieres contar. — Claudia sospecha.
—Controla esos pensamientos, todo esto es solo un juego.
—Un juego que pronto se hará real, lo presiento.
—Que Dios no lo quiera. — vuelve a sentarse en la cama mientras se quedan en silencio por algunos segundos y Claudia observa el lujoso interior del aposento. — ¿Qué sucede? ¿Por qué tu emoción desapareció de repente? — lo nota.
—No es nada, es solo que...no sé cómo debería tratarte ahora que llevas una corona. Es que hasta hace poco compartimos quehaceres en la cocina y ahora...
—Sí, sé que es extraño todo esto, pero... no tiene porqué cambiar nada entre nosotras. Fuiste la primera persona que me ayudó cuando llegué a este lugar. Fuiste tan linda conmigo y ni siquiera me conocías. Estaré eternamente agradecida contigo. — se levanta y la toma de las manos. — Serás mi confidente mientras aquí esté.
—Será un placer serlo. — sonríen.
Día siguiente.
Antes de que saliera el sol, la mucama junto con algunas seis siervas más, irrumpen el aposento de Helen y la despierta con dos palmadas. Espantada, se sienta en la cama y las observa poner y mover cosas por todo el lugar.
— ¿Qué sucede? — pregunta.
—Es hora de prepararse. Tiene muchas cosas que hacer hoy y no puede hacerse esperar.
— ¿Tan temprano? Pero ni siquiera ha salido el sol. — intenta encontrar algún rayo de luz a través de las cortinas.
—Bienvenida a tu nueva vida. — la mucama abre bruscamente los telones. — Las siervas te ducharán y te vestirán adecuadamente para las actividades de hoy.
—Pero puedo hacerlo sola.
—Puedes, pero no debes. Si eres la futura reina de Francia debes comportarte como tal y acostumbrarte a las comodidades que eso conlleva. — lo que para muchas personas sería una bendición, para Helen era un castigo. Había crecido con mucha autonomía para poder habituarse tan pronto a esta nueva forma de vida. — Bien, manos a la obra. — en un abrir y cerrar de ojos, las siervas la asean dentro de la bañera y luego le colocan el hermoso vestido rosado opaco que le han confeccionado.
— ¿Cómo sabían mis medidas? — les pregunta mientras atan los lazos a su espalda tras notar que le encaja perfectamente bien.
—El príncipe Alan se encargó de eso. Parece que ya la conoce muy bien. — la mucama responde, a lo que Helen frunce el ceño. ¿Cómo podría saberlo con tanta exactitud? ¿Desde cuándo era un experto en medir cuerpos? En fin, no era algo por lo que se preocuparía. Una vez lista, se mira en el espejo. Ahora su cabello tenía más volumen, el leve toque de maquillaje resaltaba aún más su belleza natural y los vestidos de princesa no le quedaban tan mal después de todo. Podría vivir con ello.
Mientras va de camino, Alan la espera pacientemente mientras come de las uvas que están sobre las pequeñas mesillas delante de los portones de la corte. Esta mañana iba más elegante y bien peinado que las demás. Las cadenillas que complementaban la impresión de su perfecto traje negro le sentaban bastante bien.
—Tranquilo, no te haré muchas preguntas. Al menos no hoy. — Aarón se acerca.
—No me molestaría que las hicieras. — Alan sonríe mientras sigue comiendo.
— ¿Alan de buen humor? Esto sí que es una novedad.
—No hay razón para no estarlo, al menos no aún.
— ¿Al menos no aún? ¿Qué tramas hermanito? ¿Quieres meterte en más problemas con el abuelo? — se queda en silencio. — ¿Sabes qué? Ya no sé qué más decirte. Al final siempre te sales con la tuya.
—Me satisface que lo sepas.
— ¿De verdad fuiste capaz de meter a Helen en todo esto?
—Ambos tenemos nuestros propios intereses, de los cuales aún no puedo hablar contigo. Solo debes saber que no es nada de lo que tengas que preocuparte.
—Siempre es muy mala señal cuando dices eso. — ambos sonríen.
—Deberías estar inquieto en vez de contento en este momento. — el coronel Cristóbal se les acerca. — No tienes ni idea de todo lo que tuve que soportar de tu madre anoche. Tiene los nervios de punta y no es para menos. — reprocha a Alan.
— ¿Y qué harás ahora? ¿Darme tu consejo como buen padre?
—Diga lo que te diga jamás caso me harás. He tratado de ser un buen padre para ustedes desde siempre, pero...
—Pero el abuelo tiene más poder sobre nosotros que nuestro propio progenitor. — Alan lo interrumpe, dejando el ambiente con un incómodo silencio.
—Mira quién viene por ahí. — Aarón mira en dirección a Helen, quien aparece junto a la mucama y todas las siervas detrás. Alan, aunque intenta disimular, se pierde plenamente en la belleza y lo radiante que lucía su prometida esta mañana. Con las manos en su espalda baja, se acerca a ella mientras la mucama y las siervas, luego de hacer una reverencia, se retiran de su presencia (al igual que Aarón y el coronel Cristóbal). Su reunión con la corte solo era cosa de ellos dos.
—Si no es mucho atrevimiento, déjeme elogiarla diciéndole que se ve espléndida esta mañana. Ese color le sienta bien. — la mira de arriba abajo.
—Lo sé, aunque definitivamente no es mi favorito. — ve los ruedos de su vestido.
— ¿Ansiosa por usar el negro que caracteriza a los Rutherford?
—Optaría por usar mi propio color, gracias. — intenta disimular su fastidio.
— ¿Y ya tienes un color? — frunce el ceño.
—Me gusta mucho el azul. — se mira una vez más en los cristales de algunos ventanales. Caminar con vestido le resulta fatal. — ¿Tengo que hacer o decir algo cuando entremos allí? — cambia de tema, algo angustiada.
—Eso es justamente lo que no debes hacer.
— ¿Entonces para qué se supone que vengo?
—Solo quédate en silencio, yo me encargo del resto. — y antes de que pueda decir algo más, el príncipe Alan abre las puertas, obligándola a seguirle el paso. Todo el consejo real está sentado detrás de una mesa en forma de medialuna. A pesar de que salía el sol, aquel lugar permanecía oscuro y frío, siempre iluminado por los candelabros.
Helen y Alan se detienen justo en el centro del pabellón, guardando una respetuosa distancia. Ante las tenebrosas miradas del consejo, Helen empieza a temblar de los nervios. No saber lo que le espera y sin nada que pueda hacer, la atormenta. El príncipe lo nota, se acerca y entrelaza la mano con la suya para tranquilizarla. Cosa que logra cuando le transmite la seguridad que ahora precisa.
—Supongo que ya está algo hastiado de todos los sermones del rey, ¿no es así, príncipe? — uno de ellos habla.
—Algo así. De todos, en realidad. — contesta sosegadamente.
—Tenemos información de su rotura con la princesa Turquesa, pero no hablaremos mucho del tema. La familia Robledo lamentablemente dejó de ser esencial para el futuro de Francia. Ahora tenemos una nueva qué evaluar. — voltean hacia Helen paralelamente. — ¿Por qué dentro de tantas princesas aptas y dispuestas para este lugar escogiste a la rebelde? — le pregunta el príncipe. "Rebelde"; la palabra no dejaba de moverse en la cabeza de Helen durante los siguientes segundos, pero no podía decir nada según Alan y se esforzaría para no complicarlo más.
—Porque tiene carácter y es lo que necesito. No una sumisa que haga todo por mí. — lo mira con orgullo. Ha sido muy agradable escucharlo decir eso de ella.
— ¿La dote?
—No la necesito.
— ¿Sus modales?
—Recibirá una preparación adecuada.
— ¿Astucia? Es algo que se requiere bastante.
—La tiene y...confío en que nos sorprenderá. A todos. — la mira y ella sonríe. Los hombres de túnicas negras que forman parte del consejo se ven entre sí y asiente con la cabeza, como si se estuvieran poniendo de acuerdo con algo.
—Le daremos un voto de confianza. Trataremos de convencer al rey de lo mismo, pero si nos vemos obligados a anular este compromiso y conseguir a otra doncella, lo haremos. — Helen siente un profundo alivio al escuchar estas palabras.
—Muy bien. — lo que realmente sería un "jamás dejaré que lo hagan" del desafiante príncipe Alan.
12pm. Hora del recorrido.
En una formidable carroza, acompañados de muchos guardias (dentro de ellos Max), Helen y Alan llegan al pueblo que los esperan con mucho regocijo. Un escenario similar a la entrada del príncipe en su cumpleaños, pero esta vez, Helen estaba sentada a su lado. Muchas personas que la conocen festejan, mientras que otras, no tanto. Independientemente de eso, con aquel recorrido, todos ya sabían que Helen Laurent sería la próxima reina a la que tendrían que venerar.
Entre la muchedumbre, puede ver a su madre y a sus hermanos, pero el impulso de levantarse y correr hasta ellos es detenido por la fuerte mano que sujeta su brazo.
—Siéntate. — el príncipe le ordena.
—Tengo que ir con mi familia.
—No puedes, no ahora. Es muy peligroso.
— ¿Peligroso? Tenemos a cientos de guardias cuidando nuestras espaldas, no pasará nada.
—Helen, por una vez en la vida, hazme caso. — intenta disimular sus expresiones ante la gente. — Le pediré a Max que los lleve hasta el castillo más tarde pero no vas a bajarte de esta carroza ahora. — la mira firmemente. Jamás había estado tan frustrado. Tan asustado.
Helen respira hondo, libera su brazo y vuelve a su asiento. Y así el paseo continuó.
5pm.
Demasiada gente y lugares qué recorrer terminaron agotándolos demasiado (más a ella que a él). Así que se detuvieron en un restaurante de la nobleza para descansar mientras comen algo delicioso. Ver tantos platos en la mesa la hace sentir incómoda. Aún más mientras su familia seguía esperando por ella.
—No se acabará el mundo si te alimentas bien. — la saca de sus pensamientos.
—Quiero ir con mi familia.
—Y lo harás, pero primero come.
—Estoy cansada de que me diga qué hacer. Si no quiero comer antes de ver a mi familia, no lo haré. — contesta enojada.
—Muy bien, entonces no comas nada, pero cuando te estés desmayando del hambre, no te voy a sostener.
—Entonces no lo haga. — tira una servilleta de tela fina sobre la mesa y se retira. Todos los guardias arquean las cejas al ver su comportamiento. Incluso Max.
— ¿Voy tras ella? — le pregunta.
—No. Deja que haga lo que quiera. Mientras no salga de estas calles estará bien. — al contrario del pueblo, la nobleza contaba con mucha seguridad, así que era difícil salir o entrar sin previa inspección. Helen camina y camina hasta sostenerse de las barandillas del territorio mientras toma aire fresco. ¿En qué se había metido? Era la pregunta que daba vueltas por su cabeza. Pasó de ser una pueblerina a la prometida del futuro rey de Francia ocultando un gran poder en su interior que aún del todo no comprendía.
Entre la calma que cree conseguir, ve a alguien trepar entre los árboles y baja la guardia cuando nota que se trata de su hermano menor: Lucas.
— ¿Lucas? ¿Te volviste loco? ¿Cómo llegaste hasta aquí? — mira a su alrededor para asegurar que nadie los vea mientras le ayuda a terminar de subir.
—Los seguí. Noté que querías ir con nosotros y no te lo permitieron. Así que creo que entendí la señal. — tiene la respiración agitada.
— ¿De qué señal estás hablando Lucas? No te di ninguna señal. — cruza los brazos y su hermano se recuesta en el frío cemento.
—Quiero agua. Este camino ha sido muy largo.
—Qué bien, tú te lo buscaste. Es muy peligroso, no vuelvas a hacerlo.
— ¿Seguirás regañándome o abrazarás a tu hermano? — por más que quiera enojarse con él, es imposible. Deja su mal carácter atrás y lo abraza, aún tirado en el suelo. — No puedo creer que ahora seas la futura reina de Francia. — rompen el abrazo y se sienta a su lado. — Siempre pensé que te convertirías en otra enemiga del reino.
—Y lo soy. Sigo pensando lo mismo de todos ellos, aunque algunos se pueden descartar.
— ¿Como el príncipe, cierto? Si estás comprometida es porque algo bueno viste en él.
—Es más complejo de explicar que de pensarlo. Pero no es nada de lo que debas preocuparte.
—Helen, he cruzado medio pueblo por venir a verte. Por supuesto que siempre me preocuparás.
—Eres tan dulce. — sus ojos casi se llenan de lágrimas ante sus hermosas palabras. — Pero ahora tu prioridad debe ser mamá. Alan los llevará a almorzar mañana, así que prepárense para conocer la nueva vida que tendrán.
—No creo que mamá esté muy emocionada por eso. Quiere que estés bien pero no quiere asociarse con esta gente.
—Lo sé, no la puedo juzgar. Hace apenas unas semanas estaba en el mismo lugar y ahora mírame. Usando vestidos que ellos confeccionaron para mí. — baja la mirada. — Pero tú encárgate de subirle los ánimos como siempre haces. Motívala.
— ¿Podré comer lo que quiera mañana?
—Todo lo que quieras.
—Está bien, entonces puedo hacerlo. — sonríen. — ¿Qué haces aquí? ¿Cenando con el príncipe? — cambia de tema, observando el lugar.
—Sí pero la verdad es que no he tenido ganas de comer nada.
—Vi un puesto de comida no muy lejos de aquí, si quieres podemos ir.
—No estoy muy segura de que pueda hacer eso.
— ¿Por qué? ¿Le temes al príncipe?
— ¡Claro que no!
—Entonces vamos. — se levanta y le extiende su mano. A lo que Helen no se puede negar.
Otro largo camino después.
Como Lucas dijo, lograron llegar al establecimiento de comida (no tan ostentosa como la anterior) y se acomodaron mientras la mesera les servía. Las mesas eran circulares y los asientos igual, como troncos cortados de madera. Un área más humilde donde se sentía más a gusto. Cuando terminan de cenar, recorren las calles oscuras mientras disfrutan de su momento como hermanos. Helen necesitaba mucho esto. Necesitaba poder sentirse como en casa. Estar con Lucas le provocaba esa sensación.
Al caminar cerca de un grupo de señoras, nota que la miran de mala manera y comprende que se trata de su vestido. Aunque intente pasar desapercibida, es muy evidente lo que ya todos saben que es.
— ¿Por qué te ven así? — Lucas le pregunta en voz baja.
—Solo ignóralas. — siguen caminando hasta la salida, pero es obstaculizada por un montón de pueblerinos enojados. Todos viéndola con cara de pocos amigos.
— ¿Pueden dejarnos pasar? — pregunta Lucas amablemente.
—Hace tiempo que no permitimos a gente nefasta entrar aquí. — uno de ellos contesta.
—No comprendo. Somos pueblerinos al igual que ustedes.
—Ella ya no. Por lo tanto, no es bienvenida. — Lucas intenta avanzar, pero Helen lo detiene. No quiere que salga lastimado. — Debería decirle a su príncipe que venga por usted, antes de que sea demasiado tarde. — la amenaza.
— ¡No se atreva a amenazar a mi hermana! — Helen sigue reteniéndolo.
—Creo que son otros los que deben apartarse de mi camino. — empieza a mover sus dedos de una forma peculiar y su magia se envuelve en ellos. Ante su amenazante postura, aquellos pueblerinos resentidos corren hasta ella para atraparla, pero antes, libera una ráfaga de poder sobre un tanque de ácido que provoca una significante explosión que los obliga a retroceder. Anonadados por lo que acaban de presenciar (incluyendo a Lucas), creen saber de lo que se trata.
— ¡Es una bruja! — gritan e intentan alcanzarlos, pero corren lo más rápido que pueden. De este parecía ser el peligro del que el príncipe le discutía, pero como de costumbre, Helen solo aprende cuando lo experimenta por sí sola.
— ¿Qué fue eso, Helen? — Lucas pregunta.
—Te lo puedo explicar después. — siguen corriendo, pero varios de ellos los alcanzan. — ¡Lucas! — grita cuando los sujetan violentamente. Ante la desesperación, a Helen solo le importa salvar a su hermano, y por consiguiente, libera parte de su poder para asesinar a los que la sujetan y agredir a los que lastiman a Lucas. Usando ambas manos como mediadoras, consigue exterminar a cuatro de ellos para salvar sus vidas.
— ¡Helen! ¡Cuidado! — Lucas grita, pero ya es demasiado tarde. Otro de ellos la golpea fuertemente en la cabeza, haciéndola flaquear al instante.
—Si no queremos que los Rutherford se adueñen del mundo, una bruja menos. — dice el mismo acercándose a ella y levantándola del cabello. Su hermano intenta ayudarla, pero otros más lo sujetan fuertemente. — Si traicionaste a tu gente para convertirte en una de ellos, eres una ingrata. Y por lo tanto, debes ser juzgada como tal. — Helen intenta abrir los ojos y mantenerse de pie.
— ¡Ella no les ha hecho nada! ¡Déjenla en paz! — Lucas está preocupado y en parte, se siente culpable.
— ¿Es que acaso no viste lo que acaba de hacer? — está enfadado. — La sangre que derrame nunca será suficiente. — vuelve a centrar sus ojos en ella y frunce el ceño cuando se percata de que sus lesiones están sanando. La sangre que salía de la herida en su frente se regresa de donde ha salido como si de una reproducción inversa se tratase. — ¿Qué demonios? — se apartan de ella cuando notan los siete puntos en su antebrazo izquierdo brillar. Lucas tampoco puede creer lo que ve. ¿En qué se había convertido su hermana menor?
— ¿Qué sigue ahora? — Helen ladea la cabeza, lista para desatar una batalla de ser necesario. La luz de su brazo disminuye cuando así lo quiere. Parece que esta vez tiene más control de su magia.
—Morirás. — va hacia ella, pero retrocede cuando ve a alguien más revelarse hacia él. Alan Rutherford. Con sus guardias acorralando a los demás "opositores", avanza firmemente con sus ojos llenos de furia sobre el que ha lastimado a su prometida. Por cada paso, todos se alejaban rápidamente aún más.
— ¿Quién morirá esta noche, según tú? — tan solo su voz, hace que tiemble de miedo.
—Yo...ella... — titubea.
— ¡Ahora no eres tan brabucón verdad! — Lucas protesta y Max lo tranquiliza.
— ¿Estás bien? — mira de reojo a Helen.
—No, no estoy bien. Me lastimó y a mi hermano también. — aunque sus heridas desaparecieron, dice la verdad porque quiere castigar al responsable de lastimar a Lucas. O siquiera intentarlo.
— ¡Está mintiendo señor! ¡Está bien! ¡Mire! ¡No tiene ninguna herida! — refuta, pero Alan le rompe la nariz de un fuerte puñetazo.
—Está claro que olvidaste tu lugar, pero voy a disfrutar mucho recordártelo. — aprieta su ya lastimada mandíbula y lo empuja contra el suelo. — ¡Llévenlos a las mazmorras! ¡A todos! — les ordena a sus guardias, lo que hacen de inmediato.
—Helen, ¿qué está pasando? — Lucas pregunta, sabiendo perfectamente a lo que se refiere.
—Puedo explicártelo después. No le cuentes a nadie de esto, ¿de acuerdo? — le pide en voz baja.
—Pero tú...
—Estaré bien. Tú regresa con mamá. — lo interrumpe y logra convencerlo.
—Llévenlo a casa, por favor. — les pide a otros de los guardias.
—Háganlo, y que esto no se repita nunca más. — Alan los regaña con la mirada. Lucas se siente culpable pero, aun así, hace caso y permite ser acompañado hasta su hogar. Helen voltea a ver al príncipe, quien evidentemente está enojado, pero sabe cómo controlarlo. Sin decir una palabra, corre hasta él y lo abraza fuertemente, gesto que sorprende al príncipe significativamente.
—Lo siento tanto. Prometo escucharte más la próxima vez. — dice mientras sus fuertes brazos casi la cubren por completo.
—Tranquila. Ya lo veía venir. — disminuye su dureza con ella. — ¿Dónde te lastimó? — inspecciona su cara.
—En la cabeza, pero no es nada grave. Estoy bien.
—Enviaré un doctor a tus aposentos en cuanto lleguemos.
—De acuerdo. — mira cómo los guardias se llevan los cuerpos de las personas que han muerto en sus manos en defensa propia. — ¿Podemos irnos ya? No me siento bien aquí. — empieza a sentir culpa.
—Hay cuatro cuerpos totalmente carbonizados, ¿cómo pasó esto? — Max se acerca y le pregunta, a lo que Helen no sabe qué responder.
—Creo que no es el momento. Helen necesita descansar. Larguémonos de aquí. — interviene, lazando una mirada sospechosa a Helen en cuanto da la espalda. ¿Sabrá el príncipe más de lo que puede decir en voz alta?
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