Capítulo XLIV
— ¿Sabes si Hugo recogió los archivos? Slader necesitaba revisarlos lo más pronto posible. — La albina a su lado asintió.
— Si. Deldrey me lo confirmó ayer en la tarde. — Complacido, el rubio terminaba de leer los correos llegados a su teléfono, sintiéndose tenso por una extraña razón. Había comenzado la mañana muy tranquilo y calmado, salvo una pequeña inquietud alertando sus sentidos: Elizabeth no había despegado su crítica mirada de él en cada segundo. Lo seguía juiciosamente, las preguntas desbordándose del brillo de sus ojos, el aire de sospecha que desprendía. No lo pasó por alto, pero tampoco se detuvo a preguntarle.
Hasta ahora que sentía su mirada pesando.
— ¿Qué? — cabeceó ligeramente a la izquierda antes de esbozar una sonrisa burlona y coqueta. — ¿Tengo algo en el rostro a parte de tu atención? — Un sonrojo se extendió sobre el pálido rostro de su esposa a la vez que fruncía el entrecejo.
Lo maldecía por ser tan sexi cuando intentaba descubrirlo. Soltó un berreo de reproche y le miró con exigencia.
— Ya, suéltalo. ¿Qué has estado haciendo? — El rostro de Meliodas se mostró impropio. — Oh, no me vengas con ese gesto de inocencia que ayer Zeldris salió corriendo después de que lo llamaras por teléfono. Me miró extraño, ¿sabes? Hasta parecía nervioso y algo burlón. ¿Qué es lo que me ocultas ahora? — Turbado, el más bajo analizó sus palabras mientras daba un trago a su café amargo. ¿Nervioso y burlón?
Cerró los ojos frunciendo las cejas y los labios mientras se daba un golpe mental. Debió suponer que su hermano menor no sería del todo menos factible para ocultar sus emociones. Era muy evidente, sobre todo cuando se trataba de euforia. Fue torpe de su parte no preguntar antes quien le acompañaba cuando lo llamó, pero estaba nervioso y determinado que olvidó procurarse.
— Nada en especial — logró carraspear y con ello actuar con tranquilidad. — Asuntos de hermanos. — Sin embargo, su mujer no le creyó pues su gesto sospechoso no había cedido. Ni siquiera parecía querer pestañear en caso de que se perdiera de un detalle. — Es en serio, es un asunto de negocios.
— ¿Y por qué siento que me tiene involucrada? — arqueo la ceja. — Te lo advierto, Demon. No me gustan las bromas, y por las malas ya lo has comprobado. — Sus ojos bicolores de pronto adquirieron un oscuro rencor que causó estragos en el hombrecito.
— Nada de lo que tengas que preocuparte. Es que quizás tenga que salir la próxima semana, pero aún no está confirmado — dijo con naturalidad, logrando encubrir su nerviosismo. — Mejor cuéntame. ¿Qué decisión tomó Merlín?
Había cambiado el tema a uno más incómodo; no la hacía tonta, sabía que trataba de encubrir lo que pasaba entre él y su hermano. Pero no había camino si insistía en altercar. Le miró con silenciosa desaprobación y soltó un suspiro volteando la mirada a la superficie de la mesa, como si las costuras del mantel blanco fueran lo más interesante.
Iba a ceder, por ese momento.
— Creo que por ahora estará en su mismo puesto. No me dijo nada en concreto. — Le volvió a mirar manteniendo seriedad en su voz. — Deberías hablar con ella y aclararlo.
— No quisiera, pero tengo que hacerlo. — Ladeo una pequeña mueca y se mantuvo pensando en: ¿Cómo pudo desatender las actitudes sospechosas de la peli negra? Sus actitudes eran tan misteriosas que no sabía cómo interpretarlas, aun cuando algunas eran cínicamente evidentes. — Por un momento creí que te lanzarías directamente a los insultos en ese instante.
— Lo hice. Internamente — admitió. Después de todo solo dejo que su lengua soltara lo necesario, pero no lo que su cabeza contenía en plena erupción. Aunque también se sentía orgullosa de su control temperamental; comenzaba a sentirse en calma consigo misma y sin la necesidad de insultar a quien respirara a su alrededor. Satisfecha, Elizabeth tomó un pan tostado (el quinto de la mañana) y lo cubrió con una enorme porción de miel. Babeaba de anticipo y rápidamente empezó a comer. — ¡Hmm! ¡Esto está delicioso! — incluso no se cansaba de decirlo.
El de ojos verde suspiró con ademán. Había hecho todo a su alcance para proporcionar su comida, pero no tanto para restringirla; sin embargo, no calmaba el apetito de su esposa. Dejó que terminara de comer su pieza, sin decir ni reclamarle.
— Suficiente — dijo apartando el plato pan de su alcance. — Te puede doler el estómago. Además, tienes que comer tu almuerzo. — Los ojos bicolores le fruncieron antes de mirar con poca empatía su comida. Tenía una imagen apetitosa y un aroma que seducía sus papilas gustativas, pero no era lo que su estómago pedía. Su cuerpo solo lo rechazaba en querer ingerirlo.
— Pero... — al verla tan indecisa, Meliodas tomó el tenedor por ella y pincho una de las verduras para acercarla a la boca de Elizabeth. Ella se sorprendió.
— A ver, a ver, a ver. Di: aaah — ánimo a que abriera los labios y aceptara el bocado provocando un sonrojo en las pálidas mejillas de la peli plata. La mujer miraba el tenedor en sus narices y luego al rostro jocoso del más bajo; se notaba impasible, despreocupado, e incluso... él también tenía un ligero color rosado en sus pómulos. Esa pequeña acción también era nueva para él y sabía que le tomó un gran esfuerzo hacerlo dado que nunca había hecho nada que lo pintara como un meloso.
Resignada, aceptó lo que Meliodas ofrecía, sintiendo ternura cuando la mirada verde brilló con silenciosa emoción.
— Gracias, pero no te preocupes, yo puedo continuar — dijo después de cuatro porciones seguidas. No quería parecer una mujer caprichosa y mimada, forzada a comer como si fuera una niña. Y, aunque Demon lo hacía con gusto, dejó que ella comiera sola.
— Que necia eres. — Rio entre dientes para después hacer una expresión un poco más seria. — Entonces, por ahora sigue Merlín en el área de contaduría. Honestamente me incomoda seguir procurándola, pero dudo que alguien más llene sus zapatos.
— Eso mismo pensé. Tendríamos que contratar a cinco personas para que hagan todo lo que hacía; aunque sinceramente creo que ella es la ideal para ocupar el puesto en la nueva industria exportadora. Al fin de cuentas, tiene la oportunidad de su vida.
— Sigo pensando que no es lo que merece — opinó el rubio. En su posición no hubiera dudado en despedirla y tratar el asunto con medios jurídicos. Seguía sin entender cómo Elizabeth podía pasar por alto esto. Incrédulo en su decisión de darle una segunda oportunidad en charola de plata.
Fueron unos segundos de silencio, solo el cubierto metálico golpeando contra el plato de porcelana cada vez que la mujer pinchaba su comida; ignorando los pensamientos del contrario. Su mente ya no deseaba aturdirse con ese tema ni darle mucha importancia.
— ¿Crees que debemos comprarle algún regalo al nuevo integrante? — Meliodas le miró interrogante. — Me refiero a nuestro sobrino. — En pocos segundos se relajó. Rascó su mejilla, pensativo frunció los labios, claramente reflejado inseguridad en su puchero y soltó un largo suspiro.
— Hmm. Podemos ir a comprar algo antes de ir a conocerlo. No te aseguro ser experto en infantes, pero nos haremos una idea. — Esto despertó el interés en Elizabeth. Le miraba en silencio y con curiosidad, esperando a que él se animara a compartir esa anécdota que le hizo afirmar su torpeza. — Cuando Amice fue recién adoptada yo le di una serie de libros de cuentos originales. Pero Gelda no lo tomó bien.
— ¿Por qué?
— Eran la versión de los hermanos Grimm. — Elizabeth ahora comprendió la molestia de su cuñada. — Cuentos perturbadores, llenos de violencia y temas oscuros no son apropiados para una niña después de todo. Al final compré el oso de peluche más grande que encontré, pero resulta que Zel había comprado uno igual ese mismo día.
— Bueno, no eres tan terrible después de todo. Solo no sabías que regalarle. — No evitó soltar una risita con nerviosismo mientras tomaba algo de agua.
— ¿No lo soy? A causa de eso discutimos y el empezó a golpearme con el oso. — Por poco la albina se atraganta con esto. Tragó el agua y comenzó a carcajear por lo hilarante que era imaginarse al par de hermanos, ya adultos, peleando como un par de chiquillos a causa de algo tan banal. — No te rías. Zel tiene fuerza cuando se trata de pelear con almohadas.
— No creí que a esta edad Zel gustara pelear así. No me lo imagino. — Limpió una lágrima del rabillo del ojo y carraspeo, cesando su risa. — Dime que le devolviste el golpe.
— Claro que no. — Su respuesta no fue sorpresa. — No he jugado con mi hermano desde... — recordó con abatimiento —... los siete años. — Después del incidente con su madre, no sólo el silencio fue parte de él, también lo fue la soledad. Dejó de divertirse con su hermano, dejó de jugar en las tardes, dejó las travesuras y las niñerías. Dejó que toda esa energía revoltosa se comprimiera en un agudo dolor.
Se maldecía haber permitido que la indiferencia fuera la barrera entre él y su hermano. Fue un egoísta, siempre se lo recordaba.
— De vez en cuando es divertido olvidarte la edad que tienes y comportarte libremente como un chiquillo. — Opinó la mujer. — Yo lo haría. Con responsabilidad, claro.
— Nishishi~ Ya tendré tiempo para relajarme. Mientras, termina de almorzar, no quiero que pases hambre después y te me vayas a malpasar. — Dicho esto se dedicó a admirarla con la mejilla reposando en su palma, memorizando cada sutil gesto que lograba y la gracia de sus ojos al deleitarse con los sabores.
Simplemente la adoraba.
•
— Tengo una lista de lugares idóneos. Conociendo a Meliodas, sé que le gustara la idea. — La orgullosa mujer de cabello morado sonrió con firmeza y determinación. Estaba segura de que conocía a su jefe pelirrubio mejor que nadie y que sus opciones no serían cuestionadas; a diferencia del pelinegro.
— ¿En serio? — arqueó la ceja con poco optimismo. — Mela, este es el peor lugar para una velada. Es tan anticuado, aburrido, decimonónico... ¡Tan Meliodas! — afirmó dramáticamente.
— Es lo que quiere. — Aseguró la trabajadora social. Zeldris, necio, negó una y otra vez.
— Lo que él necesita es ayuda urgente; ¡No sabe de romance! Y tú tampoco. — Atacó de nuevo. Melascula rodó los ojos con ofensa y se cruzó de brazos.
— Por favor, el que le pidieras matrimonio a tu esposa antes de tiempo no fue mi culpa. — Recordaba el suceso con claridad: el menor de los Demon también había recurrido a los sabios consejos de Melascula con el afán de estructurar un plan para el día en que pediría la mano de su, ese entonces, novia; Gelda. Sin embargo, todo eso fue arruinado por los tremendos nervios del joven de cabello negro. — Y es por eso mismo que no deberías ayudar en esto.
Zeldris exhaló ofendido.
— No importa. Yo me haré cargo de esto — dijo para posteriormente tomar el teléfono y hacer una llamada mientras la mujer negaba con la palma en la frente. ¿Por qué los Demon eran tan voluntariosos empecinados?
— Buenos días a todos. — Anunció el carismático hombre de pequeños ojos color lima y cabello rojo. Sonriente, curioseó el semblante de su compañera y superior. — ¿Qué hacen?
— Planeado conquistar el mundo. ¿Tú qué crees? — Respondió Melascula con sarcasmo.
— Amaneciste de mal humor, ¿huh?— Balbuceó con los labios temblando. Aclaró su garganta antes de volver a insistir. — En serio, ¿qué tanto parloteaban? ¿A quién llama Zel? — Pero la mujer se cruzó de brazos y volteó la mirada.
— Sigo sin confiar en ti.
— ¿Sigues enojada conmigo? ¡Por favor! Ya paso un buen tiempo; ahora soy 100% honesto. — Afirmó Galand tratando de convencer a la resentida mujer que negaba a verle a los ojos. Más que lastimada por su traición, odiaba que fuera un sinvergüenza entrometido.
— Pero te encanta meterte en lo que no te concierne. — El pelirrojo no lo negó. Lo dio a entender con esa sonrisa burlona y nerviosa. ¿Qué debía decirle? Siempre terminaba en líos por culpa de su curiosidad y su ingenuidad, y también porqué su altanería lo mantenía en su sitio. Antes de que pudiese agregar algo para defenderse, Melascula chitó. — Y no insistas, o de nuevo voy a tener que...
— ¡Lo hice! — exclamó Zeldris, salvando la a su compañero de las vulgaridades de la oji negro. —Meliodas me matará, pero es una buena causa. Después me lo agradecerá — dijo inflando su pecho de orgullo. Galand arqueo una ceja al no entender lo que pasaba y Melascula le miró con reproche sabiendo que había hecho algo muy estúpido.
— ¿Qué es una buena causa? — apareció Ban, caminando con pereza mientras escondía las manos en los bolsillos. Casualmente escuchó la molestia de Melascula cuando pasaba por el pasillo y, por el entusiasmo de Zeldris, dedujo que algo pasaba entre manos. — Buenos días. No sabía que había reunión de chismosos.
— ¡Demonios! — Melascula maldijo con alharacas de disgusto. — ¿A caso es día de meterse en asuntos ajenos? Ban, esto es un asunto confidencial entre Zeldris y yo. Odiaría que el jefe nos recriminara por su insensatez. — La expresión del oji rojo brilló por curiosidad.
— Si se trata del capi, puedo ayudar. Es mi mejor amigo. Lo conozco perfectamente. — presumió.
— Yo opino que nos ayude. — Añadió el menor de los Demon. — Entre más, mejor.
— Lo siento, pero tres son multitud. Suficiente es contigo. — Su paciencia del día estaba terminándose en una sola mañana y aún no lograba hacer que Zeldris recapacitara. Soltó un suspiro y le miró fijamente. — Tu hermano confió en ti; no seas terco. Mientras ustedes dos... — señaló con violencia tanto a Galand como Ban. —... váyanse a su área. ¡Sáquense! — azuzó con ademán de rechazo hacia ambos varones logrando que Galand se marchara con la cabeza baja como si fuese un niño regañado.
— No importa. — A diferencia del pelirrojo, Ban se mostró indignado. — Igual me terminaré enterando de lo que traman — dijo para irse junto a su compañero.
— Pero que rencoroso. — Suspiró con la mano en la frente tratando de amortiguar el ligero dolor de cabeza. Nuevamente suspiró antes de prestar atención al de cabello negro. El menor le mostró, desde el teléfono, una página de internet abierta con la información del lugar y demás detalles. Los pobres ojos de Melascula se abrieron a más no poder. — ¡¿Qué has hecho Zeldris?!
— Me lo va a agradecer. — ¿Agradecer? Debía tener mucha confianza en si mismo como para suponer que Meliodas aceptaría algo como esto.
Apretó el puente de su nariz a la vez que hacía ejercicios de respiración que la mantuviera serena. Si antes estaba a punto de perder la paciencia, ahora no quedaba para el resto de la semana.
— Solo pidió sugerencias, ¡no qué le armaras tú la cita! — exclamó inquieta; sin embargo, se dio por vencida. No tenía caso seguir regañándolo por lo ya hecho. Se convenció en dejar que pasara lo que tuviera que pasar; ya después asumirían culpas. — Esperemos no tenga terror a las alturas. Como tú. — Amargada y refunfuñando, se marchó a su cubículo a iniciar sus labores del día. Nunca antes había estado tan emocionada de estar encerrada en ese pequeño cuarto entre papeles, evitando a la gente.
"¡Zeldris Demon, eres brillante!" Se felicitó internamente.
Sonreía con orgullo mientras caminaba por los pasillos. Sus pensamientos no paraban de recordarle el buen trabajo que había hecho, o que era un excelente hermano al ser tan creativo. Un ego que solo cegada las verdaderas intenciones del rubio.
— Buenos días, Merlín. — Saludó a la mujer que recién llegaba con una fachada cansada. — Perdóname que te apresure, pero ¿tienes la agenda del siguiente mes? — recibió un suave asentimiento.
— Estaba por discutirlo con Meliodas. ¿Sabes si llego? — a Zeldris se le hizo extraño el cambio de actitud de la femina; de pronto estaba tensa, insegura, cansada, molesta. Incluso al mencionar el nombre de su hermano su voz se apreciaba lejano.
— Debe estar en la oficina. — Hizo ademán de que le siguiera, viéndola dudosa en cada paso cuando se acercaban al despacho donde Demon se mantenía atendiendo el asunto de esos malditos contratos que tanto intervinieron entre los apellidos.
Al menos la "señora de Demon" ya no era impedimento ni una excusa en su matrimonio; sin embargo, quedaba el que amenazaba con anularlo. Fueron días de discutirlo con Chandler y sus abogados, un proceso lento que tardaría el resto del mes, pero pronto podría ser libre de ellos. Al mismo tiempo, Elizabeth también se había tomado el tiempo de prevenirse y verificar que no existiera algún otro documento adjunto a algunos de los otros dos anteriores; detestaría una sorpresa más.
— ¿Elizabeth? — la mujer de voluptuosas curvas sonrió con cariño. — ¿Cómo has estado, nena? — la aludida acomodó un par de documentos antes de alzarla mirada y corresponder a su gesto.
— Con algunas inconformidades laborales, pero nada que no se pueda resolver. — Se levantó con cuidado de su lugar y se dirigió a abrazarla. — Hacía tiempo que no te veía.
— Como dices: inconformidades laborales, muchos inconvenientes, pendientes, trabajo tras trabajo... — suspiró antes de retomar el aire — ¡ugh! Ya imaginaras. Mejor dime, ¿Alguna novedad? ¿Qué te trae por aquí?
— Nada en especial. Mi madre dijo que quería hablar conmigo. ¿La has visto? — Nerobasta negó.
— Avisó que llegará en dos o tres horas. Tiene que supervisar campañas de este mes. — Elizabeth cayó rendida sobre el escritorio, resoplando sobre su flequillo. Hubo un momento de agradable silencio en el que la más joven sólo ideaba planes entre murmullos; hasta que... — Habló tu padre. — Su atención fue abruptamente tomada por la ojizarca, exigiendo silenciosa una explicación. — Parece que busca contactar a Inés, pero por lo que me dijo que pasó la última vez, dudo que lo reciba.
La albina bajó la mirada con decepción y consternación. Dudaba en que su padre tuviera una limpia intención al buscar a su madre; la última vez que lo hizo acabó en casi un caos.
— Trajo un caos consigo. No la culpo si no le interesa recibirlo. — Desde que era pequeña siempre fue consciente de la ausencia e irresponsabilidad de su padre, así como de sus mañas al dejar plantada a su madre en cada reunión familiar, evento laboral o una simple cita entre ambos. Nunca fue necesario que su madre hablara mal de su padre para darse cuenta de la terrible persona que era como progenitor y marido.
— ¿No piensas hablar con él?
— No cruzamos muchas palabras — se alzó de hombros. — Ha estado ausente gran parte de mi vida; no sirve de nada. Aún si lo intentara, no me respondería y yo estoy demasiado molesta con él como para insistir.
— Igualmente, si en algún momento quiere hablar contigo, deberías escuchar. No por él; sino por ti — aconsejó la mujer y Elizabeth suspiró cabizbaja. ¿Por qué escucharlo cuando él nunca se detuvo a escucharla a ella?
Un par de toques llamaron a la puerta.
— Adelante — ingresó uno de los trabajadores más jóvenes. — Sariel, buen día. ¿Qué traes para mí? — el aludido aclaró la garganta y le entregó un papel de nota con una dirección escrita.
— Lo envía Verónica — aclaró.
— ¡Oh, cielos! Voy tarde — exclamó la albina tomando su bolsa y abrigo. — Le dices a mi madre que hablamos luego. Nos vemos — habló atropelladamente antes de salir casi corriendo pues, había prometido ser puntual, pero la oficina simplemente era una cápsula que absorbía el tiempo.
— ¡Con cuidado, querida! — alcanzó a decirle antes de verla huir por los pasillos. Soltó una risa y luego se dirigió al de cabello celeste. — Sariel... ¿Has visto al señor Ludociel?
— Me parece que en cafetería — dibujó un gesto burlón mientras se retiraba. — Te aviso que está sin compañía. — Nerobasta no evitó sonrojarse.
•
— ¡Elizabeth! — las hermanas Lionés recibieron con un cálido abrazo a la joven albina, dentro del restaurante que antes recurrían juntas.
— Verónica. Margaret. Fue mucho desde la última vez que nos vimos. — las tres tomaron un lugar frente a la mesa circular y se miraron con sonrisas. — ¿Qué tal su viaje?
— Más que vacaciones, fue arduo para Verónica. — Rio Margaret. — Aplicó para la Academia de Atletismo en Madrid.
— ¡Felicidades! Me alegro tanto por ti. — Elogio la albina a la orgullosa joven de cabello corto. Era sabido que era una amante de los deportes y la gran resistencia que tenían sus extremidades; sin embargo, Verónica era tan poco arrogante que la atención ahorita no le importa.
— Sí, sí. Pero no vengo a hablar de mi — dijo con indiferencia para después verla con desaprobación. — Más bien, tú nos debes una anécdota. ¿Cómo es que apenas me doy cuenta que seré tía?
— B- Bueno... — sudó en frío. — Solo pasó y...
— Oh, Vero, no la molestes. No es su culpa. — Trató de calmar a la testaruda de su hermana sabiendo que no se quedaría de brazos cruzados.
— ¡Pudo mandarnos un mensaje! — recriminó. Margaret solo negó y Elizabeth la comprendió; claro que pudo haberle dicho por otros medios, pero fueron tantas la circunstancias las que se encontraban de por medio.
— No le hagas caso, sabes que es muy sentida. — emitió una dulce risita y luego le miró con amor. — Estoy tan feliz por ti, Eli. ¡Y entusiasmada por mi sobrino! Tu marido debe estar igual de emocionado.
— Como él es tan expresivo — dijo Verónica con sarcasmo. Esta vez su hermana mayor le vio con un ceño fruncido por tan grosero comentario mientras Elizabeth solo esbozó una mueca. — ¿Qué? Meliodas me parece alguien poco expresivo.
— Verónica. — Le regañó nuevamente su hermana.
— Lo está; es seguro — dijo con gracia por la peculiaridad fama que su cónyuge adquirió gracias a su falta de expresión facial. — Y claro, no demuestra mucho, pero él es así. — Suspiró y luego miró a la de largo cabello. — ¿Cómo está Gil? También tiene mucho que no lo veo.
— Trabajando muy duro. — La mirada de Margaret fue algo melancólica por unos segundos. — Está buscando un ascenso en la marina. Aunque eso implique no vernos muy a menudo, estaría muy orgullosa de él. — Lo decía en un tono firme y determinada, pero el brillo de su mirada destilada preocupación y tristeza.
— Oh, Margaret... No me imagino lo difícil que debe ser para ti aceptarlo, pero...
— ¡Por amor a los dioses!, Margaret, se nota a kilómetros que Gil vive enamorado de ti como el primer día. Te lo he dicho miles de veces — interrumpió Verónica el momento deprimente. — Algo de distancia no creo que sea obstáculo para ustedes.
— Claro que no. Somos una familia, solo que... — Apretó los labios y llevó las manos al pecho. — Él ha sacrificado tanto por mí que yo estoy dispuesta a hacer lo mismo.
— Y yo sé que él lo valora tanto como a ti — ánimo Elizabeth.
— Ugh, que cursi. — chistó Verónica. — ¿Y si pedimos algo de comer? Muero de hambre.
— Veo que el viaje no te quitó lo inoportuna — comentó la albina, sudando en frío por su expresión de burla en los labios.
— Luego hablamos de eso. Yo solo vine a hablar de mi sobrino.
•
Esa tarde, la señora Goddess había llamado con anticipación a su compañera y mejor amiga al trabajo, pidiéndole de favor tener preparado su taza de té de hierbabuena y los expedientes en su escritorio. ¡Estaba muerta de agotamiento! De puro milagro aún podía mantenerse de pie y caminar rápidamente por los pasillos hasta la oficina, esperando atender también algunos asuntos sueltos con su única hija.
— Nerobasta. ¿Has visto a Elizabeth? — La mencionada soltó un ademán de pena mientras dejaba el par de tazas en el escritorio.
— Se fue hace ya un tiempo a encontrarse con tus sobrinas. Estuvo esperando casi toda la mañana y tarde.
— ¡Que olvidadiza! — maldijo entre dientes. Se lo había dicho con tiempo, pero su conversación con sus colegas se extendió más de lo que imaginó. — No importa. Hablaré con ella otro día, ahora estoy tan atareada que no creo que duerma en las próximas 72 horas.
— Tienes que al menos descansar. Ya te has desvelado. — Inés se dejó caer cansada en la silla. Los zapatos altos estaban matando sus tobillos. Agradeció la taza de té qué Nerobasta le había ofrecido y le dio un suave sorbo. — Llamó Olliver. — Su trago no fue del todo dulce. — Parece que quería comunicarse contigo mientras no estabas.
— ¡Dios! — exclamó — Me pregunto qué querrá ahora. ¿Recriminarme? Tal vez. — La contraria se alzó de hombros.
— ¿Tendrá algo que ver con tu madre, Isabel? — La platinada negó enseguida.
— Ella se regresó a Irlanda; lo dudo mucho. No me sorprendería que me desconociera como hija después de todo lo que ha pasado. Ella estaba en contra de mi amistad con Demon. — dio otro sorbo a su taza esperando aclarar su garganta y relajarse. — Sin embargo, siento curiosidad por la llamada de mi ex marido — admitió. — Él no llamaría, a menos que se tratara de mi madre, o buscar algo a cambio, y dado que mi madre no me llamará seguramente en años...
— ¿Entonces? — curioseó la voluptuosa mujer dando un sorbo a su té sin despegar su mirada del gesto dubitativo de su jefa.
— Si llama nuevamente mientras no me encuentre notifícale que me marque este viernes. Esperaré para hablar con calma.
— Aunque dudo que te quedes tranquila — Hizo una mueca y esperó tomarse en calma el té antes de continuar con sus obligaciones.
.
.
.
Bueno, aquí estoy reportándome después de un mes xD. No me maten, tengo mil excusas, pero prefiero ahorrarlas QwQ
Espero les haya gustado. ¿Qué les pareció el capítulo? Honestamente a mi me gusta escribir a este Meliodas intentando ser romántico, pero ya se vendrán más fracasos xD
Debo decir que poco a poco se retomará el humor y el carisma que la historia tenía cuando inició. Y hablando de eso... ¡Está historia está a poco de cumplir dos años! 0v0
Y pues, ya... xD
Sin más, gracias por leer.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top