Capítulo 21 | La esencia que nos define

Regresé a mi forma humana y me senté por un momento sobre una gruesa raíz. Mi cuerpo ya estaba cansado y me sentía sofocada. El calor húmedo en esa selva se estaba convirtiendo en una molestia. Mi pelaje no me permitía regular lo suficiente mi temperatura corporal para estar a gusto.

—Con el tiempo te acostumbras —señaló Sin Nombre, o mas bien, Kailen.

—No creo, ni quiero, que eso suceda. Mientras más pronto me vaya de aquí, mejor —respondí. Con o sin Alan. Esa sería su decisión.

Al detallar la transformación de Anthony, un par de horas atrás, me percaté de que el grosor del pelaje era distinto. Y, de los recuerdos de Alan, las tonalidades de las transformaciones de los Darien eran en su mayoría color tierra; lo preferible para facilitar el camuflaje en la zona. Se habían adaptado a vivir en esas condiciones y pasado esa mejoría a su descendencia.

En cambio, Alan destacaba con facilidad. Le daba ventaja era su tamaño inferior.

—El chico está confundido. Debes darle tiempo —dijo Kailen como si supiera que mis pensamientos estaban relacionados con el rubio.

—¿Sí sabes que soy la que le mintió para regresar con su ex? ¿La que consideró usarlo para sacarse al ex de la cabeza? ¿La que casi perdona a su ex traidor y asesino? —pregunté desviando la mirada de los árboles hacia él.

Se trataba de un Maldito de Aithan, hermano de Arsen, y con quien estaba por primera vez completamente a solas. Estaba lejos de ser el indicado con quien desahogarme. Mucho menos por su especie de amistad con Alan. Sin embargo, ya no podía seguir suprimiéndolo; y, a la vez, eso último también lo volvía tentador para obtener algún indicio de lo que pasaba por la mente de Alan.

Kailen había preferido sentarse en el suelo, pero eso no lo hacía ver menos amenazante.

—¿La misma que hizo todo por salvar a su hijo y se sacrificó por intentar acabar con su ex traidor y asesino? —cuestionó.

Efectivamente, Alan le había contado sobre esos detalles.

—No estoy muerta como para decir que me sacrifiqué —contradije.

—Tampoco eres libre, ni estás absuelta de una ejecución. —Kailen se estiró hacia atrás y levantó la vista al cielo—. Alan no ha dejado de oler a miel. Todavía come esos dulces.

Sonreí ante ese recuerdo. Años atrás, cuando llegó por primera vez con los Cephei, yo me convertí en su apoyo. Ahora él era el faro que me mantenía cuerda. Esos caramelos de miel habían sido el inicio de nuestro lazo y no lo soltaba, pese al tiempo y las circunstancias. No nos soltaba.

—¿Por qué no decirle su nombre antes, ni mostrar tu forma humana? —interrogué. Esa acotación acentuaba también la cercanía entre ambos. A Kailen le importaba Alan.

—Nacer Maldito de Aithan fue nacer siendo un monstruo. Lo que he hecho antes de terminar en esta selva no me hace merecedor de más que eso, ni siquiera de una identidad. Ese es mi recordatorio —declaró.

Había gran pesar y remordimiento en sus palabras. Al haber nacido así, tuvo que suceder un evento desgarrador que sacudió su propia esencia y lo hizo apartarse de su hermano y vida previa. Kailen siempre se había mantenido reservado con Alan sobre su pasado y conmigo no iba a ser diferente. No obstante, lo primordial era que estaba de nuestro lado. Todos cargábamos con nuestros pecados.

—Eres bueno escuchando. Gracias —fue mi contesta antes de ponerme de pie—. Regresemos a ver si los demás tuvieron mejor suerte.

Volvimos a la tribu. Nos habíamos dividido para inspeccionar de nuevo diferentes sectores de la selva en busca de Arsen; luego de que Alan y Anthony hubieran ido al pueblo y regresado sin pistas. Era como si se hubiesen esfumado, incluyendo a Nolán, el sobrino exiliado de Darien que le cumplió su deseo a Joanne de embarazarla y sacarla de su realidad humana.

Corinne y Alan se habían ido por un lado, Joanne y Anthony por otro, y Kailen y yo por el que nos tocó.

Al regresar, Corinne estaba riendo y bailando acompañada de un grupo de niños. Recibía flores de los infantes y volvía a repartirlas una vez armaba un ramo en sus manos. Daban vueltas y saltos mientras nativos entonaban una melodía con instrumentos artesanales. Alan observaba sentado en los escalones de una cabaña. Parecía que ya tenían un rato de haber vuelto.

—Por lo menos alguien sí disfruta de su estadía —comentó Kailen.

La energía que transmitía Corinne era atrapante. Daban ganas de ser parte de esa diversión y objeto de su atención. Aires joviales y puros. Reconfortante. Esa luz definitivamente debía estar dentro de la descripción de ser una sacerdotisa. Y todos lo sentían. No importaba si Diana le había dejado de hablar hacía mucho.

—Así es nuestra sacerdotisa —repliqué con cierto orgullo.

Alan se puso de pie al percatarse de nuestra llegada y vino a encontrarse con nosotros.

—No creo que los hayamos ahuyentado. Tienen que estar planeando algo —dijo él cuando compartimos que tampoco hallamos ningún rastro de Arsen, ni de los humanos de la secta.

—Esta selva es bastante grande para poder esconderse. Habrá que estar atentos a su siguiente movimiento —respondí, pese a no agradarme la idea. Eso significaba alargar la estadía.

Una de las madres de los niños hizo señas en nuestra dirección, pronunciando unas palabras que no entendí, sonriendo y siendo obvio que quería que nos acercáramos. Miré a Kailen, pero él ya se había sentado en el lugar donde estaba sin apartar los ojos de Corinne. Interactuar con niños humanos debía estar más allá de sus límites; con excepción de Alan. Podía ser aterrador y peligroso.

—Vamos. Quieren que pruebes un dulce que hicieron para ti —explicó Alan.

Seguí a Alan y nos sentamos en el borde del círculo que había armado Corinne con los niños. La mujer acarició mi cabello y le entregó un bol a Alan que contenía unos cubos entre marrón y naranja brillantes. Reconocí el olor a coco, papaya y canela. Le di mis gracias a la señora.

—Se llama Cabanga —dijo Alan dándome el bol después de agarrar uno para él.

Actuaba natural, como si el episodio de la cabaña no hubiera sucedido. Lucía cómodo y tranquilo, a pesar de estar cerca de mí. Nuestros brazos rozaban y su rodilla estaba casi sobre la mía. Era un alivio que no estuviera incómodo a mi alrededor, pero eso no me hacía menos consciente de su más mínimo movimiento y efecto.

Probé uno de los dulces y el sabor fue agradable; diferente a lo que estaba costumbrada. Más natural y exótico. Mientras me deleitaba con otro, noté que uno de los músicos era el chamán de la tribu; la figura local semejante a lo que era Corinne para nosotros.

Alan estiró su brazo para agarrar otro dulce y su aliento impactando contra mi mejilla me hizo estremecer. Sin embargo, me mantuve erguida, con la atención fija en el baile. No lo presionaría, ni le daría importancia a las reacciones de mi cuerpo.

No obstante, sentir la mano de Alan acariciando mi espalda me obligó a apretar los labios. Era un toque sutil, mas no producto de mi imaginación.

—Es un alivio que tengas mejor semblante —murmuré con la intención de aferrarme a otros sentidos para no derretirme contra él.

Podía escuchar su corazón latiendo con fuerza; por su elección de no ocultarlo. ¿Qué era lo que...?

—Tengo que mostrarte algo, Alan —dijo la voz de Joanne haciendo pedazos nuestro momento.

El ligero toque Alan desapareció. Retomó su postura inicial y alzó la mirada hacia Joanne, quien estaba de pie junto a él.

—¿Sobre Arsen? —cuestionó.

—Sobre el árbol.

Alan suspiró y se levantó. Luego de anunciarme que regresaría pronto, siguió a Joanne al interior de una de las cabañas, como si lo que tuviera que decirle no pudiera ser oído por nadie más. Como si fuese un secreto entre ellos. Como si tuvieran ese pacto. Joanne se lo había llevado como si tuviera ese poder.

El baile terminó casi a la vez que me acabé los dulces. Los niños se dispersaron para ser reemplazados por las jóvenes de la tribu, con sus rostros pintados y ejecutando sus propios patrones de movimiento. Corinne se quedó con el ramo de flores y se sentó a mi lado.

—Joanne no hace muy feliz a Diana —dijo la sacerdotisa de los Cephei con la atención puesta en el nuevo espectáculo. Sus mejillas estaban coloradas y había sudor en su rostro.

—Mas bien a mí —murmuré. No entendía por qué tardaban tanto con ese intercambio de información.

—La diosa me habla de nuevo —resaltó más claro Corinne.

—¿Qué? ¿Desde cuándo?

—No lo sé precisamente, pero su voz y sensación están allí.

Aunque lo decía con esa calma, yo supe muy bien cómo le afectó el haber perdido esa facultad de sacerdotisa. Le sucedió cuando su corazón se llenó de rencor hacia mí debido a mi romance con Drake. Ella misma me lo había contado en un intento por alejarme de él. Que volviera significaba que algo cambió; quizás esa relación cordial que ahora teníamos.

—¿Y es como tener una conversación con ella, o algo por el estilo? —pregunté.

—No exactamente. Es difícil de explicar.

Lo asocié a lo que debía experimentar Amanda. Era una conexión ajena a lo que cualquier otro pudiera comprender. No era una habilidad atractiva para alguien más terrenal como yo.

—Nadie es más merecedor que tú de tener ese privilegio —contesté de la mejor manera posible, con el objetivo de darle la importancia que merecía en su contexto—. Hasta un Maldito de Aithan lo nota.

Kailen continuaba en su puesto manteniéndose en una distancia prudente. Corinne posó su mirada en él cuando lo mencioné, lo que hizo que Kailen se pusiera de pie. Después, se alejó hasta perderse en la selva.

—No son muy comunicativos, ¿cierto? No me respondió cuando le he hablado —comentó ella todavía viendo en la dirección que había tomado el Maldito de Aithan.

—No, no suelen serlo —concordé—. Tampoco tan malvados y salvajes como nos suelen enseñar.

Corinne se acomodó la falda del vestido y giró a mirarme—. El poder de Drake es haberse bajado del pedestal de los Hijos de Diana y visto con otros ojos a nuestros enemigos históricos. Cambió el odio por compresión y concluyó que el problema era el sistema de los cazadores que nos dividen y restringen para mantenernos sometidos a sus mandatos. Les dio atención a las creaciones de Priska y las unió con promesas revolucionarias.

—Tiene sentido y es tentador creer en ello, ¿sabes? Perdí un rato mi postura estando con él. Ahora estoy segura de que el precio a pagar por el camino que escogió es demasiado alto. No importa la justificación detrás —respondí con la confianza de estar rodeadas de personas que no entendían mi idioma, y la convicción de tener mis ideales firmes.

—Ninguna creación es perfecta y hay reglas que están para cuidarnos de nosotros mismos.

Asentí. Hasta cierta medida era cierto, porque también debía haber espacio para modificar esas reglas para que fueran más justas. Y los cazadores no eran buenos escuchando a otros para la toma de sus decisiones.

Estuve por cambiar el tema de conversación, cuando el grito agudo de aves y la tierra estremeciéndose me alarmó. Se oyó la fuerte sacudida de árboles cercanos. La tribu dejó de tocar música y de bailar. Corinne y yo nos pusimos de pie. Fuera lo que fuera el origen del estruendo y la conmoción de los animales, era algo que se acercaba.

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