Capítulo 5
La alegre música de las flautas, acompañada por una sinfonía de risas y exclamaciones inundaba el ambiente de aquella alocada fiesta en la que se bailaba alrededor de la hoguera como si no hubiera un mañana y se bebía como si la vida les fuera en ello.
Pues ese día, en el claro de cierto bosque se celebraba el retorno de uno de sus más antiguos y queridos compañeros, el cual estaba frente a la multitud explicando las aventuras que había tenido fuera de su hogar.
En algún momento todos los integrantes del festejo se reunieron alrededor del invitado de honor, quien estaba contando una muy hilarante historia que trataba sobre un joven y una ángel que partieron por separado en busca de venganza, que se aliaron en contra de un enemigo en común y triunfaron, solo para acabar peleándose por cumplir objetivo que era el mismo para ambos, el cual no pudieron cumplir precisamente por el hecho de haberse peleado...
Claro que cierta historia no contaba del todo la verdad, pues el narrador aprovechó para exagerar ciertos aspectos, subestimar otros y, por sobre todo, darse más mérito y participación en dicha historia de la que en verdad había tenido.
— ¡Os lo digo en serio! ¡Se quedó ahí sin darse cuenta mientras aguantaba el cadáver! ¡Jaja! ¡No me puedo ni imaginar la cara que pondría cuando se enterase! —dijo aguantándose el estómago de la risa.
A su alrededor, los habitantes del bosque se partían de la risa, ya fuesen faunos, centauros, espíritus, harpías, bestias sagradas u otras criaturas. Todos se divertían mientras compartían comida y bebida sin darle la más mínima importancia a cosas tan banales como el aspecto de quien estuviese a su lado.
— ¿En serio le hiciste eso? —dijo un hombre con brazos de oso y cabeza de serpiente que bebía junto a un minotauro.
Siora era una de las criaturas más peligrosas del bosque, pues, incluso sin hacer uso de los poderes divinos, su dominio sobre las fuerzas de la naturaleza, su capacidad de llamar a los espíritus y su destreza en batalla le hacían un individuo de temer. Por lo que cabrearle requería de una gran valentía o una gran estupidez, mientras que para salir de una pieza después de provocar su ira era necesario un auténtico milagro.
— ¡Pues claro! Yo no me corto a la hora de hacer las cosas, si hago una heroicidad, la hago bien —respondió con porte orgulloso.
Para los seres incapaces de morir, el miedo era algo extremadamente raro en sus eternas vidas. Por lo que en caso de un espíritu de semejante nivel como lo era Deiche, ese sentimiento era casi imposible de experimentar. Es por eso que su actuar acostumbraba a ser enormemente temerario y sus provocaciones hacía el joven druida carecían de cualquier tipo de sutileza o autocontrol.
Además de que para cuando volviese a Tyr nan'Óg, él ya habría disfrutado por completo de su momento de gloria y planeado una retirada táctica que evitase que el humano le trocease como si de un pedazo de carne se tratara.
— Solo tú dejarías a Siora solo en una montaña junto a una celestial demente —comentó calmada una mujer hecha de humo que comía tranquilamente.
Su preocupación para con el adolescente era nula. Es más, teniendo en cuenta el humor que debía de arrastrar, era más preferible preocuparse por los habitantes de las Tierras Decadentes, quienes podrían volverse fácilmente objeto de su enojo.
Suerte para ella que no acostumbraba a simpatizar con la raza humana.
— ¡Eso es porque yo soy único, soy el gran e inigualable Deiche después de todo! —exclamó arrogante.
— ¡Va! ¡Querrás decir el pequeño y diminuto Deiche! —gritó un centauro borracho, causando una oleada de risas.
Cada espíritu tomaba una forma final al alcanzar cierta antigüedad y poder, una que no se podría cambiar fácilmente ni revertir de ninguna de las maneras... O al menos eso es lo que se creía hasta que cierto señor de la escarcha lo consiguió, retornando a un estado pequeño como el de un espíritu de medio rango.
— Ya, ya, al menos a este pequeño y diminuto le escogen para las misiones importantes —rebatió Deiche al comentario de su compañero.
— Sí, la misión más importante... hacer de niñera —dijo dramáticamente un fauno, provocando otra oleada de risas.
Por muy honorable que fuese el deber de cuidar al druida, no quitaba la verdadera identidad de ese trabajo, cuidar de una persona infantil y con graves problemas de inmadurez que a veces inclusive eclipsaban al propio Deiche.
— Decid lo que queráis, pero solo yo he conseguido batir el récord de Camila de enfadar a Siora. Harán odas sobre mi persona, las futuras generaciones hablarán de mi con admiración a sus nietos y así conseguiré la inmortalidad que tanto he buscado —explicó solemne y al instante casi todos los presentes no pudieron ni mantenerse de pie de lo mucho que se reían.
Esa era la vida en la tierra de dioses y espíritus, donde la vida era buena, la comida abundante y la compañía, si bien no era la más convencional, era por encima de todo la más amistosa que uno podría encontrar.
— ¿Y no tienes pensado disculparte con él cuando vuelva? —preguntó alguien, consiguiendo de alguna manera sobreponerse a los ruidos de la fiesta.
Tal vez fueran sus imaginaciones, pero la voz no parecía venir de una dirección en concreto, pero el desmelenado espíritu no prestó atención a ese hecho, pues solo estaba centrado en disfrutar.
— ¿Qué? Para nada, yo soy un héroe. Evité una desgracia después de todo. Es más, el tendría que pedirme disculpas a mí por hacerme perder el tiempo en algo tan aburrido ¡Sí! ¡Me tendrá que pedir disculpas postrado y suplicando que le perdone! ¡Eso hará! —exclamó con aires de grandeza.
No sabía el precio de decir aquellas palabras...
— ¿No tienes miedo de que busque venganza? —preguntó otra voz, una voz femenina.
Ni siquiera tuvo que hablar alto, pues no había voces a las que sobreponerse para ser escuchada.
— ¿De ese niño? ¡Ja! No podría hacerme daño ni en mil años, así te lo digo. Además yo soy un héroe, a los héroes se les alaba, no se les castiga —dijo confiado sin darse cuenta que todos a su alrededor habían dejado de reír y beber.
— Con que postrarme y pedir perdón ¿No?
— Así que un héroe...
Esas respuestas a sus afirmaciones le volvieron levemente consciente de su situación, siendo las expresiones asustadas de sus colegas una muy clara advertencia del peligro que se hallaba a sus espaldas.
Y así, lentamente el espíritu de escarcha se fue girando, encontrándose a un Siora y una Ladiel con ropas hechas girones y expresiones vacías, pero aterradoras en cierta medida.
— ¡E-ey! ¡Chicos! ¿Qué tal? H-hace tiempo que no nos vemos —saludó casualmente mientras retrocedía poco a poco.
— Sí, dos semanas —dijo Siora con ojos oscurecidos.
— Dos semanas... para venir aquí —le secundó Ladiel con el rostro lleno de sangre.
Estaba claro que algo realmente malo había pasado antes de llegar al bosque y que las bromas de Deiche no habían conseguido sino empeorar la situación.
— ¿A-a que vienen esas caras tan largas? Vamos... no me diréis que estáis mosqueados aún por eso... ¿Verdad? —comentó Deiche alarmado.
En el bosque él tenía un poder mucho mayor como espíritu, pero Siora era, en instancia el doble de fuerte en ese territorio, pues con la ayuda de los espíritus y dioses que abundaban por esos lares la batalla y la huida eran prácticamente imposibles.
Solo le quedaba convencerlos de no hacer lo que pensaban hacerle.
— Que va, para nada, no es que el matar a un importante serafín que una vez fue miembro de una de las potencias de ataque más poderosas de otra dimensión pudiese traernos problemas sin la protección que ofrecen las habilidades de ocultación que me prometiste utilizar para volver a casa... —explicó Siora dando un paso a delante.
Las hojas de los árboles vibraron sonoramente como un grito de enojo y el viento se arremolinó a su alrededor como una reprimenda hacia el propio espíritu por su inapropiado comportamiento.
— Sí, los ángeles pueden ser muuuy rencorosos ¿sabes? Una vez reciben una ofensa, no pararán hasta devolver el golpe —dijo Ladiel sin despegar sus ojos de Deiche ni pestañear siquiera.
De alguna manera daba incluso más miedo que aquel con el poder de invocar a los dioses que gobernaban Tyr na n'Og.
— Sí, una vez que los enfadas, te persiguen allá donde vallas y nunca te dejan escapar —Siora sacó una cuchilla de piedra de su manga y se acercó a Deiche con obvias intenciones violentas.
— Te atacan por sorpresa... —Un conjunto de rayos dorados cubrieron las manos de Ladiel.
— Te hacen emboscadas cuando menos te lo esperas... —Apretó la piedra hasta que sus nudillos de volvieron blancos y su rostro se ensombreció siniestramente.
— Utilizan virtudes con recipientes humanos para inculparte de crímenes y obligarte a huir de cada ciudad que pisas —expuso Ladiel con una sonrisa para nada dulce.
— Ha sido un duro camino —dijo Siora agrandando el objeto corto-punzante de su mano.
— Sí... —le siguió subiendo sus manos por encima de su cabeza, donde formó una gran esfera de electricidad.
Uno parecía una sombra asesina y mortal surgida del mismísimo Inframundo y la otra la tormenta encarnada en una diosa de la guerra. Ambos amenazándolo furiosamente y a punto de cernir toda la ira y frustración que habían acumulado sobre su persona.
— Chi-chicos, ta-tampoco os lo toméis tan a lo personal —aconsejó como un último intento desesperado de dialogar con ellos— ¿Una ayudita? —susurró dirigiéndose a aquellos con quienes había disfrutado de la velada hacía unos minutos.
Pero no recibió respuesta alguna, pues aquellos amigos suyos ya hacía rato que huyeron despavoridos ante la aparición de dos entidades destructivas y cabreadas, cuya única intención era causar daño y sufrimiento, mucho daño y sufrimiento.
— ¿Últimas palabras? —dijo la ángel con una voz más propia de un demonio.
— ¿Perdón? —fue lo único que pudo pronunciar antes de que el bosque entero escuchase gritos y súplicas desgarradoras.
Pero aun así nadie se atrevió a ir en auxilio del espíritu.
Un nuevo día comenzaba en el bosque: los animales se despertaban animadamente con la claridad de la mañana, las flores abrían sus pétalos perezosamente ante la presencia de los rayos de luz que calentaban la tierra des del centro de la cúpula celeste y los cantos de las aves ya hacían presencia entre las copas de los árboles milenarios.
En esa gloriosa madrugada, una mujer caminaba a paso rápido entre las hierbas altas con el ceño fruncido, pues no era cosa de risa que uno de los más importantes guardianes hubiese salido del bosque para matar a un serafín de segunda, dejando sus labores a otros guardianes, solo para volver al cabo de las semanas y provocar un escándalo nada más pisar Tyr na n'Og.
Sus cabellos caían por su espalda como una cascada escarlata hasta llegar a la cintura y sus ojos claros pero rojizos brillaban con la intensidad de un incendio forestal. Así pues, la brisa mañanera movía levemente su vestido compuesto de hojas blancas cosidas con hilo rojo que poco o nada ocultaba su hermosa figura.
Ya en el claro, enlenteció el paso sin detenerse, pues a unas pocas decenas de metros dos figuras se podían encontrar tendidas tranquilamente en el suelo. Una de ellas se hallaba estirada y babeando sin vergüenza, mientras la otra estaba situada en posición fetal mientras ponía una sonrisa estúpida.
— Garvatcharsxevserz ¡No quiero!,... que se lo coma Deiche, ¡No quiero!, jadalupsat... —llegaba a decir entre balbuceos inentendibles al verse parcialmente ahogado con su propia saliva, la cual también había formado un considerable charco a un costado de su cabeza.
— Jajajaja... Que gracioso, tiene las alas del revés... —decía la chica mientras ponía una tierna sonrisa que en nada se asemejaba a su verdadera personalidad.
Por otra parte, a lo lejos se podía ver a un Deiche translúcido llorando entre unos arbustos. Solo los dioses sabían lo que le habían hecho ese par de dementes, pero no era algo por lo que sentir lástima en su opinión.
Casi sentía que se lo merecía por impertinente.
— Cael sagnis, ardet —pronunció, incapaz de esperar a que se despertaran por su propia iniciativa.
Inmediatamente después de recitar esas palabras, los traseros de Ladiel y Siora se prendieron en llamas escarlatas, despertándoles con un terrible y completamente inesperado dolor.
— ¡AAAAAAHHH! —gritaron los dos al unísono mientras intentaban apagar el fuego de sus posaderas y la responsable de semejante situación los miraba con indiferencia.
Al ver a la autora del hechizo, Ladiel se recuperó de la confusión y la somnolencia, para rápidamente apagar las llamas con su propio poder y ponerse en posición de batalla. A su vez, el fuego de Siora se extinguió por mano de su creadora, dejándose reconocer por el joven, quien inmediatamente palideció y empezó a temblar.
— ¡Muere, querubín! —exclamó mientras se lanzaba hacia la mujer con los puños electrificados.
Su fuerza y velocidad eran formidables, pero ninguna impidió que una fuerza invisible la detuviera y dejara paralizada en medio del aire, como si el tiempo se hubiera detenido en ella.
— ¿En serio tu mataste un centenar de celestiales? Como ha decaído el Cielo hoy en día... —dijo con una combinación entre incredulidad y decepción.
Cuando ella tenía alas, ser un ángel significaba ser poderoso, fuerte, grandioso... Pero tal parecía que con el gobierno de Metatrón esa cualidad de su especie se había esfumado por completo.
— ¡Suéltame! ¡Suéltame para poder matarte, maldita! —clamó histérica mientras intentaba alcanzarla moviendo dificultadamente las manos, fallando por unos escasos centímetros.
Su energía estaba inutilizada y su cuerpo se sentía como si lo hubieran sumergido en tierra. Podía moverse, pero le costaba una gran cantidad de fuerza el siquiera doblar un dedo.
— Vaya, que argumentos más válidos que me das —comentó con sarcasmo.
Ignoró los insultos e improperios de la caído, centrándose en el druida con el aspecto de un corderito asustado.
— Ho-hola Erilia —saludó Siora temblando de miedo.
De todas las personas que podían enviar a por él tenía que ser su antigua maestra de lucha... Estaba claro que a los sumos sacerdotes no les había agradado su escapada.
— ¡Siora! ¡Rápido, atácala mientras me libero! —gritó Ladiel mientras se retorcía a duras penas.
Estaba decidida a escapar de esa prisión invisible por sus propios medios.
— ¿En serio crees que va a atacarme? ¿Acaso no sabes dónde estamos? —Levantó una ceja por lo gracioso del asunto.
O Siora no le había comentado su posición en el bosque antes de permitir su entrada o la chica no tenía muchas luces. Porque nadie en su sano juicio se atrevería a levantarle maliciosamente la mano al elegido.
— ¡En tu tumba! —le gritó en respuesta.
Erilia hizo caso omiso de sus amenazas, decantándose de forma silenciosa por la segunda posibilidad, y la hizo levitar aún más alto, acción que informó intencionalmente al humano de la razón de su llegada.
— ¿Vamos, Siora? —preguntó la mujer.
— S-sí —respondió Siora, pues sabía que en realidad se trataba de una orden.
Aquella acción dejó a Ladiel patidifusa, pues ni ante poderosos enemigos había flaqueado de alguna manera, mientras que ante esa querubín se mostraba dócil y temeroso. Aquello la enfureció en gran medida, incluso mucho más de lo que había estado cuando discutió en la montaña.
— ¡Siora! ¡Maldito traidor! ¡Me las pagarás! —gritaba Ladiel, quien hubiera pataleado en el aire si pudiera mover las piernas.
Definitivamente iba a matar a Siora después de semejante humillación.
— Lo siento —murmuró cabizbajo.
No iba a mostrarse altivo ni confiado después de enojar a Erilia, antes muerto que enfrentar su furia en su máxima expresión.
— Creo que vamos a tener una muuy larga charla cuando acabemos, vamos —le dijo antes de girarse y volver por donde había venido, siendo seguida por un acobardado Siora y una flotante Ladiel.
— ¡Bajadme de aquí! ¡Os mataré!
— ¡SOCORRO! —chillaba Melchor, quien corría aterrorizado por una pradera.
Su huida estaba bastante justificada, pues detrás de él un grupo de lagartos bípedos lo perseguían con las fauces babeantes por el apetito mientras emitían terribles alaridos en su dirección.
La razón por la que estaba en dicha situación era que, en su huida por el bosque, había encontrado una extraña pradera cubierta por hierba azulada, la cual además de impresionarlo, le hizo pensar en aprovechar la gran altura de las briznas para esconderse más fácilmente del monstruo.
Pero para su desgracia, nada más dar dos pasos, el grupo de animales, antes ocultos en la misma hierba, surgieron amenazadoramente con la intención de cazarlo, a lo que, por alguna razón, en vez de huir hacia el bosque por el que había venido y que más o menos conocía, Melchor acabó corriendo entre un montón de matas y hierbas que, aparte de dificultarle el paso, era un terreno donde aquellas bestias tenían una enorme ventaja para correr.
— ¡Ayuda! ¡MAMA! ¡LIANESIA! ¡Socorro! —suplicaba mientras lagrimeaba y moqueaba a cascadas.
Los reptiles empezaron a acortar la distancia que los separaba de su presa a medida que esta se cansaba y tropezaba, hasta el punto en que ¡podía ver claramente sus tres hileras de dientes afilados como cuchillas que poblaban sus mandíbulas listos para arrancar y triturar su carne.
— ¡AAHH! ¡SOCORRO! ¡SOCORROOO! —gritaba con más fuerza y desesperación.
— ¿Necesitas ayuda? —dijo una voz desconocida venida de la nada.
— ¡¿Quién eres tú?! —preguntó asustado.
Estar a punto de ser devorado vivo no quitaba que se pusiera alerta si una voz misteriosa le llamaba.
— Eso da igual ¿Quieres ayuda? —ofreció de nuevo la intrigante voz.
Fue cuando uno de los lagartos saltó a una gran altura, precipitándose hacía Melchor con las garras extendidas.
Asimismo, al ver al verse entre Escila y Caribdis, perdió los estribos y se agarró al clavo ardiendo.
— ¡AAAAAAHHHH! ¡Sí, sí, ayúdame! —respondió poseído por el pánico.
— Vale~ —canturreó divertido por obtener una nueva fuente de entretenimiento.
Y entonces todo se volvió oscuro.
Desde la cima de una gran montaña se escuchaban los ecos producidos por los gritos de euforia que emitía una alegre y vivaz joven, quien saltaba de un lugar a otro de la enorme felicidad que sentía. Por fin sería libre de esa carga, ya no estaría atada a sufrir los sufrimientos que conllevaban tareas que ni eran su obligación ni su deber cumplir.
Así pues, a su alrededor un grupo de espíritus la observaban en silencio mientras se lamentaban por la tendencia a la malinterpretación de su amiga, a la que consideraban alguien terriblemente estúpida en ese mismo momento.
— ¡Sí! ¡Por fin ha vuelto! ¡Al fin podré descansar! —exclamó extasiada y aliviada a partes iguales.
Ya no más explotación ni trabajos irritantemente complicados... Solo paz y tranquilidad.
— Yo que tú no me haría tantas ilusiones, ha traído a una invitada —dijo cierta mujer hecha de humo, siendo la única que tenía lo que había que tener para iniciar la lluvia de verdades que diluiría la felicidad de la chica.
— Sí, y encima una celestial, eso seguramente lo mantendrá ocupado incluso más tiempo —le siguió una pequeña araña que flotaba mientras su cuerpo brillaba con colores rojizos.
— Más trabajillo, Camila —resumió divertido lo que parecía un niño compuesto por orbes verdosos, pues las reacciones dramatizadas de la chica ante cada mala noticia siempre se le hacían graciosas.
Tres oraciones fueron lo único necesario para que su alegría y buen ánimo cayesen por los suelos y su anterior felicidad fuese reemplazada por tristeza e ira...
— ¡Noooo! ¡No puede ser! ¡Quiero descanso! ¡Un día libre, solo pido eso! ¡Maldito seas, ascatle de pacotilla! ¡Es la última vez que te hago un favor! —gritó frustrada y enojada hacia el cielo.
Aquello alarmó a las tres entidades, quienes, a sabiendas de la próxima tarea que se le encomendaba a la guardiana provisional, temían que Camila acabase con matarlo en venganza por cederle tanta responsabilidad.
— ¿No puedes simplemente relegar a alguien más tus deberes? —aconsejó tranquila la mujer, intentando menguar la dificultad de su labor y con ello sus posibilidades de cometer homicidio.
— No, Nirmal y Palesdas están fuera, en el Océano del Norte, y el resto ya no quiere hacer más mi trabajo... Quiero morir —se lamentó, deprimiéndose aún más.
Estaba claro que ese problema no tenía solución a la vista y que muy probablemente cierto joven tuviera que huir a la otra punta del continente para escapar de una muerte horrible.
— Creo que eso es excesivo —dijo la araña, quien nunca había entendido la razón por la que el cansancio físico de los mortales influenciaba tanto su actuar.
— Tu vidita es muy ajetreada, pero... ¿No exageras un poquitín? Nos tienes a nosotros para ayudarte —le siguió el niño, intentando que las palabras de su compañera no acabasen de mosquearla.
Lo único que le faltaba ya era que menospreciasen sus problemas... Estaba claro que su compañera no tenía experiencia tratando con adolescentes.
— Pero no podéis hacer todo mi trabajo mientras yo no hago absolutamente nada —murmuró cabizbaja, siendo oída de todas formas.
— Somos tus ayudantes, no tus esclavos —le respondió secamente la mujer.
- Lo sé, Fial, lo sé muy bien, pero realmente estoy cansada... Primero se despierta el encantado, luego se avista a un grupo de caballeros santos rondando por la frontera, después la bestia sagrada de la montaña pierde a su huevo y ahora tengo que encontrar al encantado que perdió Tuthsaf a manos de otro espíritu y encargarme de tranquilizarlo... ¡Es una pesadilla! —expuso.
Era la última vez que le hacía un favor a ese maldito idiota... ¡La última vez que se dejaba engatusar!
— Tranquilita, Camila. Melchor es muy facilín de tratar, cuando era su sirviente me cuidaba bastante bien —dijo el niño.
Esas palabra sorprendieron a sus oyentes, pues lo normal para los espíritus esclavizados por los magos era procesarles un fuerte odio por el haberles arrebatado su libertad. Uno que apreciase el tiempo que pasaron juntos era extraño, realmente extraño.
— Me sorprende que no le tengas rencor... —le comentó la araña.
Incluso para su actitud inocentemente ingenua y despreocupada era demasiado, definitivamente ese humano debía de ser inusual entre los de su tipo.
— ¿Por? Lo más molesto de ser su sirviente era escuchar sus fantasías y sueñitos de fama. En serio, ese niñito tenía unos airecitos de grandeza increíbles —explicó el espíritu.
A él no le importaba realmente su personalidad o acciones, solo las cosas graciosas que hacía por atención o dinero. Aunque nunca llegase a entender esa obsesión suya por el oro y los halagos.
— Pues ahora vamos a escuchar sus penas, ya verás cuando se dé cuenta de todo el tiempo que lleva en el bosque —cortó Camila, molesta por escuchar buenas palabras sobre un mago.
— En serio eres muy insensible —protestó la araña.
Vale que odiase a los de su calaña, pero que al menos tenga sutilidad y delicadeza al explicarle que todo lo que conocía y quienes conocía ya no existían.
— ¿Por? Es un mago, los magos son enemigos del bosque. Ellos utilizan el poder del caos y no respetan ni a a los espíritus. En lo que a mí respecta, no tengo ninguna obligación de ser empática. Yo iré, le diré lo que ocurre, lo que pasó por su culpa y luego me marcharé a cantarle las cuarenta a Siora... —dijo Camila mientras se acercaba al borde de la montaña.
No iba a ser amable con un mago... Y menos con uno que prácticamente le había tratado como a un monstruo por su aspecto.
— Técnicamente ha perdido sus poderes —inquirió Fial, sin conseguir que cambiase de idea.
— Me da igual. Además, él es responsable de muchas catástrofes. Solo porque no quiso escuchar las advertencias de prácticamente todo el mundo —protestó Camila, recordando malos momentos.
La codicia y la ambición de los siervos de los demonios eran fuente de desgracias y él fue quien trajo la peor de todas, una que incluso golpeó Tyr na n'Og y cambió los mapas de Regona por completo.
— Yo creo que es más bien culpa de esa niña ¿Quién le mandaba partirse en dos? —defendió la araña.
— Pobrecilla, lo hizo por amor—respondió el niño.
Realmente era una historia llena de drama y tragedia la que había iniciado con su desaparición y acabado con la caída de un país y el nacimiento de la miseria constante que asolaría a incontables personas durante siglos.
— ¡Ya! Amor... Empiezo a pensar que los humanos son incapaces de tener un amor sano y bueno. Solo piensan en sí mismos y, cuando se enamoran, hacen todo lo posible por mantener a la otra persona atada a ellos cueste lo que cueste, sin importarles siquiera las consecuencias o el daño que provoquen con eso. Para ellos el amor es más una enfermedad que una virtud —escupió.
Justo a sus pies un precipicio de más de mil metros de altura era lo que se hallaba, animándola silenciosamente a precipitarse hacia la laguna que nacía de los arroyos que surgían directamente de la roca del acantilado y caían en pequeñas cascadas de agua fría.
Desde aquellas alturas se podían ver la tierras sagradas de los Dannan, ocupadas por un bosque gigantesco que como un mar verde que se extendía hacía el horizonte. Y entre esa infinita arboleda milenaria, como pequeños tesoros en medio del océano, se dejaban encontrar variedades de árboles de distintos y enigmáticos colores que relucían como bellas joyas en el fondo marino.
Alzándose hacia la cúpula astral, montes altos y aislados engendraban glaciares entre los mantos de nubes, de los cuales nacían ríos y afluentes que recorrían sus cuerpo hasta las tierras bajas.
Desde su altura pocas aves eran visibles, pues el viento fino y helado que la envolvía se hacía insoportable para una gran mayoría de las especies. Pero sus pulmones fuertes y resistentes nada tenían que temerle al aire frío.
Así pues, sin miedo ni cuidado se acercó al borde mientras cerraba los ojos e inmediatamente extendió las alas que ocupaban el espacio donde habrían de haber ido los brazos. Seguidamente flexionó sus cuatro patas y con todo el impulso reunido saltó al vacío para emprender un vuelo rápido hacia su siguiente objetivo.
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