RAÚL


 Iluminó el cadáver con su linterna. Si de algo podía estar seguro, era de que no se trataba de un cuerpo humano. La cabeza carecía por completo de ojos u orejas. Su cuello tenía tres abultamientos, similares a la llamada "nuez de Adán". Su pecho estaba perforado por varios tubos que salían de la estructura sobre la que estaba sentado. Una decena de pequeñas extremidades cruzaban los laterales de su cuerpo. Era imposible distinguir cuáles eran los brazos y cuáles las piernas. Nunca había visto una criatura semejante.

— ¡Willy! — Llamó— ¡Ven a ver esto, mi amigo!

Antúnez se asomó por la abertura. Preguntó si era seguro pasar, a lo que respondió encogiendo sus hombros.

— ¿Y eso qué es? — Preguntó el uruguayo, señalando al cuerpo.

— No lo sé. ¡Pero mira esos tubos! ¡Este ser ha estado aquí encerrado vaya uno a saber desde cuándo!

— ¿Habrá sido uno de los extraterrestres que trajo de regreso a Tomás?

Raúl giró sus ojos.

— ¡Y dele con Tomás! ¡Ya basta, William! ¡Que si no lo respetas como hombre, o como adversario político, al menos le debes el respeto por ser tu capitán! ¿No?

Antúnez inclinó su cabeza hacia un costado. Ese gesto no suele ser un buen signo. Usualmente es el prefacio de una discusión. Y en esa oportunidad no fue la excepción.

— ¿Y por qué lo defiendes tanto? ¡Ni siquiera sabemos si sabe a dónde vamos! ¿No?

Raúl entrecerró sus ojos.

— ¿Qué quieres decir?

— ¡Que al menos con Stern teníamos un objetivo! ¡Buscábamos un planeta Paraíso! A lo mejor era una mentira, supongamos que nunca lo encontrábamos... ¡Pero nos daba un objetivo! ¿Qué nos da Tomás? ¿Una mediación diplomática que casi nos mata a todos? ¿Una misión de rescate a un lugar infestado de bestias asesinas? ¿Qué nos da? ¿Y para qué? ¿Por qué no damos la vuelta y volvemos a casa? ¿No tenés familia? ¿No hay nadie que extrañes allá en la Tierra?

Raúl no quiso contestar. En especial porque algunos de los planteos eran acertados. Y él también había comenzado a extrañar a su disfuncional familia. Pero Tomás lo había perdonado después de lo de Olimpo. Y estaba en deuda con él.

— Hablas de Stern como si fuese un dios, William. Y te olvidas de que era un criminal. Yo creo en un sólo Dios, que volvió de la muerte para salvarnos. Stern está muerto. No era un dios. Sólo era un mero criminal con delirios mesiánicos.

— Yo no digo que sea un dios, ni nada parecido. Yo lo que digo es que mientras estuvo al mando no nos metió en problemas.

Raúl le dio la espalda. Era inútil discutir sobre el tema. O al menos no tenía tiempo en aquel momento. Habían encontrado un cuerpo y debían informarlo a Seguridad.

— No nos metió en problemas porque se alejó de cualquier planeta habitado, William. Por momentos parecía que estaba huyendo de algo. ¡Ahora basta de hablar y a trabajar! — Odiaba tener que hablar así, pero ya se estaba cansando de la actitud de Antúnez.

— ¡Perdón, Jefe! ¡Tiene razón! — el uruguayo se dirigió a la salida, sin mirarlo. Sólo hizo una acotación y con eso cerró la charla: — Pero cuando todo esto termine, quiero una explicación convincente acerca de lo que pasó en las elecciones. Y voy a exigir que se repita la votación.

— Me parece bien, Antúnez. — Mientras salía giró su cabeza para darle otro vistazo al extraño cadáver. — Creo que estás en todo tu derecho.

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