DIANA


 — ¿Dónde está Florencia?

El volumen de la voz no se condecía con el tamaño de quien había hecho la pregunta. Al escucharlo, Diana corrió hacia él.

— ¡Dale! ¡Vení para acá, que te quiero hacer un par de análisi'! — Le agradeció a Culbert con un rápido gesto de la cabeza y se enfocó en el pequeño compañero de Florencia. Mientras el ex agente se retiraba, Tobermory insistió:

— ¡Florencia! ¿Dónde está? ¿Está bien?

— ¡Tranquilo, Michifuz! ¡Que tengo que hacerte un montón de cosas para poder solucionar todo este bolonqui!

— ¿Qué es un bolonqui? ¿Así se llama la enfermedad? ¿Y por qué quiere analizarme? ¿Estoy enfermo? ¿Y por qué no me contestó dónde está Florencia?

— No te contesté porque estoy apurada, ¿sabé'? ¡La nena está bien! ¡La están cuidando y necesita estar tranquila, así que por ahora mejor que la dejemo' en paz y nos concentremo' en esto. Y no, no estás enfermo. ¡Justamente por eso te necesito! — Lo alzó y se dirigieron hacia el lugar donde estaba sentado Caz. — ¿Y Sabé' qué? ¡Bolonqui es muy buen nombre para la peste esta que nos está embromando!

Caz y Tobermory se gruñeron mutuamente. Si en algo estaban de acuerdo era en que se detestaban. Sin embargo allí estaban, esforzándose por convivir, con tal de que aquello sirviera para salvar a los demás.

Diana les sacó sangre. Les escaneó el ADN. Les hizo un rastreo de enzimas y otra batería de estudios. Luego comparó los resultados con los de un paciente humano.

Finalmente lanzó un grito de triunfo.

— ¡Vamo' todavía! ¡Dianita vieja y peluda, nomá! ¡Ya está! ¡Ya te encontré!

— ¿Encontrrró la currra?

Diana sacudió su cabeza.

— Encontré qué es lo que nos enferma, que ya es algo. ¡Ahora tengo que averiguar cómo hacer para curarno'!

— ¿Curarnos? — Preguntó Tobermory, asustado.

— Sí, bichito. Curarnos a todo'. Todos estamo' contagiado'.

A veces se preguntaba por qué. Por qué de todas las tareas que podrían haberle tocado a bordo de aquella nave espacial la habían dotado con los conocimientos para convertirla en la doctora de la nave. Allá en la Tierra había sido una buena cocinera. También había trabajado de modista. Incluso podría haber sido una de las guardias de seguridad, ya que más de una vez había tenido que defenderse a golpes de puño de los golpes de la vida.

Allí, desarrollando la cura para aquel Bolonqui que los había dejado allí varados, comprendió finalmente el por qué.

Su hija, su amada Juli, había sido una chica muy enferma. Fuertes ataques de asma, alguna arritmia detectada a tiempo y una alergia nueva cada dos por tres. La presión y dedicación de atender a los necesitados no era algo nuevo para ella. Había sido una doctora sin haberlo sabido antes por casi veinte años. Y aquella dedicación y compromiso había sido lo que el sistema de la nave había visto en ella al momento de asignarle una tarea. Y mientras hacía malabarismos con proteínas y cadenas de aminoácidos, se permitió un segundo para reafirmarse aquel pensamiento:

— ¡Dale, viejita loca! ¡Dale que vos podé'!

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