El Final de la Guerra... El Final de la Maldición, Parte 7

Con los frenos activados, era cuestión de tiempo para que el tren se detuviera por completo... y también para que el ERENOR viniera en nuestra búsqueda. El estruendo del frenado resonaría por todo el valle montañoso. Era casi seguro que nos habían escuchado. Aquí no circulan muchas locomotoras. Solo era cuestión de tiempo...

— ¡Bullet, respóndeme, por el amor a la Diosa! —Tália me tomó del hombro con fuerza, obligándome a girarme hacia ella. Sus ojos reflejaban confusión y angustia—. Dime, ¿Qué sucede? ¡Entraste con una cara de preocupación como nunca antes! Luego frenas el tren. ¡Explícame qué intentas lograr con todo esto!

— Tiene nombre... —murmuré, evitando mirarla a los ojos—. Se llama Fio, y me pidió que los salvara...

— ¿Fio? —Tália frunció el ceño, su confusión se mezcló con un leve destello de celos—. ¿Quién es Fio y a quiénes tienes que salvar?

— La Diosa —respondí, tomando aire con dificultad—. Su nombre es Fio, y me pidió que salvara a los Colmillos.

— ¡¿Qué?! —exclamó, su incredulidad evidente—. ¡¿Salv... a los Colmillos?!

— Ahora que te lo he dicho, déjame ir —dije, liberándome de su agarre con rapidez—. Cada segundo cuenta. Queda poco tiempo para ellos.

Sin esperar su respuesta, salí corriendo nuevamente hacia donde estaba la Gran Colmillo. Cada paso que daba aumentaba mis dudas. ¿Realmente estaba haciendo lo correcto? ¿Guiarme por un impulso para ayudar a quienes me habían causado tanto dolor, todo bajo el pretexto de prolongar un poco más la vida de este mundo? ¿No era un hipócrita por haber albergado tanto odio hacia ellos y, ahora, cambiar de actitud tras comprender el daño que yo mismo les había causado?

— Aunque sea, salvaré un par de vidas... —susurré, una leve sonrisa escapándose de mis labios mientras aceleraba el paso entre los vagones.

— ¡Bullet, espera! —la voz de Tália resonó detrás de mí. Estaba intentando alcanzarme—. ¡Déjame ayudarte al menos!

— ¡Gracias, Tália! Gracias por todo lo que has hecho por mí hasta ahora —le grité por encima del hombro mientras corría.

Cuando llegamos a la puerta del vagón anterior al que contenía a la Gran Colmillo, me detuve. Me giré hacia ella, tomando sus manos, deslizando mis dedos sobre su piel y pelaje para finalmente, mirarla a los ojos.

— Una vez crucemos esta puerta, mantente tranquila. No nos hará daño. Pero, por favor, cálmate, ¿sí?

— Entendido... —respondió, aunque su tono no reflejaba del todo confianza.

Abrí la puerta, apreté su mano y la llevé conmigo hacia donde la Gran Colmillo esperaba. Al cruzar, la vista que nos recibió hizo que Tália retrocediera de golpe, casi tirándome hacia atrás en su instintivo intento de huir. La Gran Colmillo yacía recostada elegantemente sobre los restos aún humeantes del vagón, su imponente figura acaparaba nuestros ojos.

— Tranquila —Le recordé a Tália, soltando su mano y avanzando hacia la Gran Colmillo—. Traje ayuda para sacar a tus crías de los vagones. —Luego me giré hacia Tália—. ¡Vamos, acércate! ¡No muerde! —intenté animarla, mostrándole que la Colmillo no tenía intenciones hostiles.

Tália avanzó con cautela, dando pasos pequeños. Su cola estaba completamente esponjada y sus orejas en alerta máxima. Temblaba de pies a cabeza, sus ojos alternando entre mirarme a mí y a la Gran Colmillo. Sentí la necesidad de abrazarla, protegerla de aquel miedo que le provocaba la Colmillo, pero preferí permitirle enfrentarse a ella a su manera.

— ¿No nos hará daño, verdad...? —preguntó con un hilo de voz, al borde del llanto.

— Tranquila. Olvida por un momento lo de la estación. Todo va a estar bien —le sonreí, intentando calmarla. Me acerqué más a la Gran Colmillo y señalé hacia los vagones acorazados—. Es hora de que te reúnas con tus hijos.

Aunque Tália seguía nerviosa, en un acto de valentía extendió una mano hacia la Gran Colmillo y esta, con más confianza que ella, acercó su nariz y rozó suavemente la palma de Tália. El gesto pareció el torbellino de miedo que rodeaba a Tália. Sus ojos carmesí brillaron con emoción, y su cola comenzó a moverse lentamente, conforme el contacto entre ellas perduraba. Aunque su mano aún temblaba, logró bajar la guardia lo suficiente para relajarse frente a la Gran Colmillo.

Una vez que ambas, Tália y la Gran Colmillo, establecieron esa conexión inicial, bajamos del vagón y comenzamos a recorrer el largo convoy hasta llegar a los últimos tres vagones acorazados. Tália no se separó de mí, aferrándose de mi brazo como si no quisiera despegarse. El vagón que buscábamos estaba justo en el centro del convoy. Desde allí emanaba un aura gélida, un frío sobrenatural que parecía impregnado en el metal. Era evidente que provenía de los llantos y llamados desesperados de las crías.

— Bien, es hora de abrir este vagón y sacar a las crías —dije en voz alta, evaluando la estructura del vagón mientras buscaba alguna forma de abrirlo—. Tália, échame una mano. Busca una palanca o algo para romper los candados. Con suerte encontraremos una forma de abrirlo.

Con la mirada ansiosa de la Gran Colmillo fija en nosotros, comenzamos a inspeccionar los alrededores del vagón. Su diseño era robusto, con un único armazón metálico reforzado. Las puertas estaban aseguradas con cerraduras mecánicas complejas, propias del ejército. Ganzuarlo sería imposible, y el tiempo apremiaba.

— Esto no va a ser fácil... —murmuré, frustrado al no encontrar nada útil.

— Quizás si le disparas funcione —sugirió Tália, con más incertidumbre que convicción—. Con suerte, las balas podrían romper los cerrojos.

— No tenemos una mejor opción... —asentí con una mueca, sacando mi pistola—. Aléjate y cúbrete los oídos.

Tália obedeció, aplastando sus orejas con ambas manos mientras se apartaba un par de pasos. Apunté al pequeño orificio dorado de la cerradura y disparé repetidamente.

"¡¡¡Pafff!!! ¡¡¡Pafff!!! ¡¡¡Pafff!!!"

El eco de los disparos resonó en el valle. Cuando el humo se disipó, empujé con fuerza la puerta. Por un momento, pareció moverse, pero un leve chasquido metálico indicó que algo dentro del mecanismo estaba obstruido. A pesar de mis esfuerzos, la puerta permaneció firme. Apenas logré empujarla más allá de unos pocos milímetros.

— ¡Por poco y se abría! —gruñí molesto, golpeando el metal con frustración.

—¿Y si intentamos con las otras cerraduras? —preguntó Tália, evaluando la situación.

—No servirá. Pasará lo mismo —suspiré, negando con la cabeza—. Lo importante es que se movió. Pero necesitamos más fuerza, y ni tú ni yo podemos hacerlo.

— Nosotros no, pero... ¿y ella? —Tália señaló a la Gran Colmillo, sus ojos reflejando una mezcla de duda y esperanza—. La vi abollar la cabina de Edelweiss. Si puede hacer eso, esta puerta no debería ser un problema para ella.

— Es una idea... interesante. —Lo consideré por un momento antes de asentir—. Vamos a intentarlo.

Nos giramos hacia la Gran Colmillo, que parecía estar observándonos con atención. Como si entendiera lo que planeábamos, dejó escapar un pequeño rugido, asintiendo con su enorme cabeza. Luego retrocedió con cansancio varios metros hasta posicionarse junto a una de las paredes rocosas de la montaña.

— Apartémonos —dije, tomando a Tália del hombro y alejándola del vagón, abrazándola con fuerza—. Algo me dice que esto va a ser intenso.

—Demasiado... —susurró ella, apoyando su mejilla sobre mi, moviendo felizmente sus orejas mientras observábamos cómo la Gran Colmillo se preparaba para arremeter contra el vagón.

La criatura extendió sus patas delanteras, flexionando su cuerpo para tomar impulso. Bajó ligeramente la cabeza, y justo antes de iniciar la carrera, rugió con fuerza, como si llamara desesperadamente a sus crías, avisándoles que ya había llegado. Luego arrancó a correr en línea recta hacia el vagón.

A medida que se acercaba, sus pisadas retumbaban en el suelo, aplastando la nieve bajo su peso. Su velocidad aumentaba con cada zancada, levantando nubes blancas que quedaban flotando como una estela de su paso. Cuando pasó frente a nosotros, flexionó aún más sus patas traseras y saltó con toda su fuerza.

El impacto fue inmediato y devastador. La Gran Colmillo chocó de lleno contra la puerta, arrancándola parcialmente y dejando un hueco lo suficientemente grande para que las crías pudieran escapar.

Tras recuperarse del golpe, la madre se acercó al hueco y comenzó a emitir sonidos suaves, casi como si exhalara aire hacia el interior del vagón. Poco después, pequeñas bolas de pelo blancas emergieron tímidamente de la oscuridad, haciendo sonidos débiles y quejumbrosos.

Al ver a su madre, las crías se lanzaron hacia ella, tropezando torpemente en la nieve. La Gran Colmillo las lamía con cariño, levantándolas una por una con su boca para colocarlas sobre su lomo. La escena era desgarradoramente tierna. Sentí un nudo en la garganta. Esa reunión, tan cargada de emoción, me hacía pensar en cosas que había intentado evitar.

— Tália... —dije con voz quebrada, no pude evitarlo.

— ¿Qué sucede, Bullet? —preguntó, girándose con sus ojos llenos de amor hacia mí.

— ¿Crees que si mis padres estuvieran vivos... me recibirían así? —Una lágrima rodó por mi mejilla mientras miraba a la familia reunida—. ¿Crees que sería digno de algo así?

Tália me miró con ternura, sonriendo cálidamente. Se pegó a mí, buscando transmitirme todo, absorbiendo mi tristeza como una esponja seca y provocando que mi cuerpo se llenara de una extraña calidez, difícil de sobrellevar.

— Por supuesto, Bullet. Todos merecemos un reencuentro como ese, sin importar lo bueno o malo que hayamos hecho. —Sonrió y capturó mi cabeza con sus manos, acercándose aun más para darme un beso en la frente y finalmente, un beso en los labios que ansié, fuese infinito—. Mira lo que has hecho. Has salvado a una madre y a sus hijos. Eso no es algo que cualquiera haría —susurró en mi oído, separándose apenas de mí.

— Supongo que sí... —sonreí, aunque mis lágrimas no cesaban—. Salvé la vida de estas crías...

Por primera vez en mucho tiempo, sentí una pizca de paz real conmigo mismo. Había cumplido con las promesas que había hecho: no busqué la muerte, ayudé a los Gran Colmillo, y tenía a Tália a mi lado. Pero todavía había mucho por hacer, y las consecuencias de mis actos aún estaban por llegar...

—¿Y ahora qué harás, Bullet? —preguntó Tália, esta vez con un tono más relajado, rodeándome con su brazos—. La Mayor Grant va a estar furiosa. ¿Tienes algún plan?

— Lo tengo. —Asentí, dedicándole una sonrisa liberaba mi brazo de su agarre, comenzando a revolverle el cabello y jugar apenas con sus orejas—. Pero necesito tu ayuda para llevarlo a cabo. Vamos a terminar lo que empezamos, a nuestra manera.

Con el vagón acorazados abierto y las crías reunidas con su madre, di un último vistazo a la escena. La Gran Colmillo y sus pequeños estaban listos para marcharse, pero mi tarea aún no había terminado.

Mientras caminábamos de regreso hacia el inicio del convoy, Tália permanecía en silencio a mi lado, su mirada fija en el horizonte nevado. Sabía que tenía preguntas, muchas preguntas, pero me daba el espacio que necesitaba para procesar todo lo ocurrido.

Finalmente, me detuve frente a la unión entre el vagón dormitorio y el resto del convoy. Tália me observó con curiosidad mientras sacaba una barra de metal del sistema de acople.

— ¿Qué estás haciendo? —preguntó, cruzándose de brazos.

— Desenganchando los vagones —respondí, mientras liberaba el acople con un sonido metálico.

Con un chasquido final, los vagones se separaron. Cerré las tuberías de vapor que los conectaban y me aseguré de que no hubiera riesgos de fugas.

— ¿Acaso piensas dejar la carga atrás? —me inquirió, dejando atrás cualquier duda cuando finalmente el ultimo atisbo de vapor se dispersó—. No vamos a completar el envío...

— No. Ya no importa el envío. Lo que realmente importaba eran las crías de Gran Colmillo, y ya las liberamos. —Señalé hacia la familia reunida a lo lejos—. Estos vagones... probablemente el ERENOR enviará otra locomotora para recuperarlos. Pero para entonces, Edelweiss ya no estará aquí. Por ahora, necesito que vayas a la cabina y busques una vía secundaria en el mapa. Tiene que haber un camino que rodee la fortaleza. Encuéntralo por mí.

— Entendido. —Tália asintió con firmeza y corrió hacia la cabina.

Esperé a que estuviera lo suficientemente lejos para que no pudiera escucharme, y entonces dejé escapar un suspiro pesado.

— Tália... Eres demasiado ingenua para entenderlo todo... Pero eso es lo que más amo de ti. Esa pureza, esa capacidad de no ver lo peor en todo, es lo que me mantiene aquí...

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