6

Buenos Aires, Argentina

Barrio privado


Era una tarde de otoño soleada cuando Nieves y Luna, su pequeña perra de color blanco con manchas y pomposa, salieron a caminar por el barrio. La joven sujetaba de una mano la correa de su perrita para caminar con tranquilidad.

En el barrio era conocida como la altanera pero a ella no le importaba mucho. La muchacha pensaba que los demás no eran mejores que ella misma, así que no debían ni siquiera opinar de ella y su vida.

Luna atenta a todo y con un oído agudísimo escuchó el ladrido de otro perro cerca de su radar por lo que comenzó a tironear de la correa para soltarse, y lo hizo. Nieves gritó detrás de ella con desesperación y corrió para alcanzarla.

―¡No vayas ahí dentro! ¡Te vas a ensuciar toda! ―exclamó pero la mascota jamás le hizo caso―. Perra puta, ¿por qué tenías que entrar? ―apretó los dientes de rabia y cuestionándose aquello a solas.

Con labios apretados y nariz arrugada entró al taller y vio a su pequeña perra jugar con el monstruo que tenía el mecánico. Se revolcaban en el piso y Luna terminó por quedar gris oscuro.

―Si serás una desgraciada, perra puta ―gritó desesperada yendo detrás de ellos para sujetarla en las manos pero sentía que le era imposible llevarles el ritmo―. ¡Ven aquí! ―emitió gritando y chocó contra un estante haciendo caer una caja de herramientas.

La alcanzó y la sujetó del rabo para luego levantarla en sus manos.

―¡Eres una sinvergüenza! Estás hecha un asco y llena de grasa.

El hombre apareció en el taller por una puerta contigua.

―¿Qué pasó aquí? ―preguntó mirando todo a su alrededor.

Nieves se giró en sus talones para enfrentarlo.

―Mi perra entró.

―¿Tu perra o tú? ―la miró de arriba hacia abajo.

―Tu monstruo ladró y mi pequeña corrió a su encuentro.

―Se llama Júpiter y no es ningún monstruo. Deberías cuidar más a tu perra.

―La tenía sujeta de la correa, tu perro es el que está suelto ―escupió tenaz―, Luna ha quedado toda grasienta ―respondió con asco―, y su lindo pelaje se vio afectado por la mugre que tiene tu cueva.

―No la veo que se haya quejado por tener que entrar a una cueva mugrienta ―dijo irónico―. Su cara delata que se divirtió con mi perro ―miró el piso―. ¿Quién tiró todo esto?

―Yo choqué contra el estante cuando intenté agarrar a mi perra.

―Sería muy amable de tu parte que levantaras mis herramientas ―sugirió con voz calma.

―No soy tu mucama, guarro.

―Es lo menos que podrías hacer.

―¿Acaso me bañarás a la perra?

―Es tuya, ella solita se metió aquí dentro, por lo tanto, te corresponde a ti, yo no soy su dueño.

―Pues tampoco te pondré las herramientas en la caja ―dijo con desafío y levantando su barbilla con orgullo.

―Era obvio que la reina no se inclina ante nadie y menos para acomodar algo que ella misma provocó.

―Por favor, si tú me bañas a la perra, yo te acomodo las herramientas en la caja ―su voz no sonó muy convincente.

Él la observó con los ojos entrecerrados.

―De acuerdo. Te quedas con Júpiter y yo baño a tu perra.

―No, si esperas, vamos juntos ―admitió ella incómoda.

―¿Le tienes miedo? ¿A Júpiter? Pobrecito, él no es capaz de morder ni una ardilla.

―Es muy grande.

―Pero no muerde, solo quiere jugar, por eso es bruto ―acarició la cabeza del perro.

―¿Cómo tú? ―abrió más los ojos y preguntó con ironía―. Eres bruto y guarro.

―Exacto, pero a diferencia de él, yo sí muerdo ―confirmó acercándose un poquito más hacia ella sin dejar de mirarla a los ojos y le regaló una sonrisa de lado.

―Era de esperarse eso de un bruto como tú ―dijo ella recalcando la última palabra y terminando por poner su boca estirada y apretada.

―Esperaré a fifi. ―Se apoyó contra una mesa de madera y se cruzó tanto de brazos como de piernas.

Ella le entregó a su perra a él a regañadientes y el mecánico se rió por lo bajo mientras la miraba cómo levantaba cada herramienta y la ponía dentro de la caja.

―Te queda linda esa posición. ―Rió con burla.

Nieves le clavó la vista enseguida en sus ojos, estaba ardida y apretó los labios con mucho enojo.

―Eres poco caballero, se nota, encima de guarro y bruto, eres insolente ―emitió haciendo sonar las herramientas en la caja.

―¿Estás histérica? Me gusta ―rió ante la pregunta y su propia respuesta.

La joven ni siquiera le hizo un comentario, bajó la cabeza para seguir con lo que estaba haciendo. El mecánico arqueó una ceja y puso a un costado su boca en señal de no ver del todo bien la escena. Se puso de cuclillas dejando a Luna en el piso y la ayudó.

―No tienes que hacerlo ―expresó ella tratando de ignorarlo―. Mi perra se escapará de nuevo.

―No lo hará, Júpiter está a su lado. Y lo hago, solo para que veas que no soy tan poco caballero.

―No necesito que te reivindiques ahora porque ya supe cómo eras desde la primera vez que nos conocimos.

―Si serías un poco menos estirada podríamos llevarnos bien. Pero casi siempre tus aires de fifi aparecen y hacen que sienta asco de ti.

―Qué maleducado eres.

―Soy sensato, reina. Aquí todos te conocen como la estirada del barrio, altanera y asquerosa.

―Y a ti te consideran un guarro, maloliente y bruto.

―Veremos el fin de semana de campamento... ―comentó dejando en suspenso sus palabras.

Ambos se miraron a los ojos sin decirse más nada, Eros acercó su rostro más al suyo y le sopló la cara. Ella en vez de molestarse con aquella actitud, sintió un escalofrío recorrer su espalda, quedó de piedra ante el gesto y olió el aroma a cítricos que salía de su boca.

―¿Qué has comido?

―Una mandarina.

―No pensé que...

―¿Qué no pensaste? ¿Que por estar casi siempre así, tendría que tener mal aliento? Ay fifi, te sorprenderías de muchas cosas, mi boca es afrodisíaca ―respondió con orgullo.

―No te eches tantas flores, guarro. No eres importante ni tampoco espectacular.

―¿Tú sí? ―acercó más su cara a la de ella.

―Terminé ―cerró la caja por el enganche.

―Gracias, tu actitud de hoy fue muy amable, así que ahora me toca hacer mi parte, bañar a este algodón de azúcar blanco con manchas ―tomó en sus manos a la perrita y la estrujó contra él.

―Trátala suavemente, es muy delicada y muerde.

―Esta cosita no es capaz de morder ―jugó con su hocico y la perra apretó sus dientitos en su dedo índice.

―Te lo dije ―sonrió de lado con sarcasmo.

―Fue un mordisquito, nada más ―admitió, besó la cabeza del animal y Luna le lamió la barbilla en señal de agradecimiento por el beso―. Es mimosa, no como su dueña ―clavó los ojos en la muchacha.

―No me restriego contra el primero que se me cruza, guarro.

―Yo creo que eso lo dices de la boca para afuera, me encantaría saber tu verdadero pensamiento ―sonrió de lado con suficiencia―. Vamos a echarte un baño Lunita.

Júpiter los siguió y ella no tuvo más opción que hacer lo mismo.


•••


Cuando el baño de Luna terminó gracias a ambos, él tomó un trapo limpio del lavadero y lo mojó con agua. Se acercó a ella para limpiarle el hombro y la joven se alejó.

―Ni te atrevas a tocarme con esas sucias manos ―admitió mirándolo.

Eros la sujetó del brazo y ella se soltó pero enseguida volvió a sujetarla hasta que dejó de forcejear y le limpió el hombro con suciedad.

Ambos quedaron mirándose y él clavó la vista en lo que estaba haciendo otra vez. Ella miró al frente y tragó saliva con dificultad.

Frunció el ceño creyendo que lo que estaba sucediendo era producto de su imaginación porque el mecánico no podía ser así de amable y delicado con ella, y mucho menos en cómo la estaba tocando.

―Listo.

―Gracias... Me gustaría secarla y ponerle perfume ―cambió de tema enseguida.

Júpiter no necesita esas cosas.

―Pues mi perra sí. ¿Tienes o no?

―Secador de pelo sí pero no perfume.

―Por lo menos tienes algo...

―¿Nunca bañaste a tu perra?

―Por supuesto que no, Luna solo es bañada por profesionales.

―No es una ciencia bañar a un perro, fifi. Lo acabamos de hacer... ―Dejó sin terminar la frase dándole una indirecta y le guiñó un ojo con una sonrisa de lado.

―No te hagas el tontorro ―respondió con seriedad al mirarlo a los ojos.

―Usted disculpe, reina ―se carcajeó.

El tono burlón que le emitió, puso furiosa a Nieves y teniendo al alcance la manguera corriendo agua, la tomó en su mano y la dirigió hacia él. Entre gritos, agua por todas partes y los perros que ladraban pasaron como cinco minutos correteando por el lavadero hasta que Eros la arrinconó contra una de las paredes para que se detuviera y finalizara con toda la bromita que había hecho.

―Creo que ya fue suficiente tu broma. La diversión ya pasó ―habló sujetándola de la cintura.

―Creí que te estabas divirtiendo. ¿Acaso no eres tú quien bromea siempre? ―alzó una ceja.

―Tu clase de broma no fue porque la quisiste hacer, fue por cómo te respondí antes.

―Precisamente por eso lo he hecho.

―¿Ves? No fue porque lo quisiste hacer.

―Vas a tener que tener cuidado en cómo te diriges a mí, porque puede venirte cualquier cosa de mi parte.

―No soy tu bufón, reina ―su aliento a limón golpeaba la cara de ella y quedó con la boca entreabierta.

―Entonces eres mi plebeyo ―respondió con altivez levantando la barbilla.

―Tampoco, no soy de nadie y mucho menos de una altiva como tú, fifi.

―Sinvergüenza y mugriento ―habló casi a escasos centímetros de su cara recalcando la o.

Fue él quien levantó una ceja y sonrió de lado.

―A mí se me quita con una ducha y el sinvergüenza no me afecta en nada. Por lo menos no soy selectivo como tú. Das asco a veces ―acercó más su rostro dejándolo a milímetros de los labios de ella―. Y estoy más que seguro que si te beso no vas a querer que me detenga.

―No te hagas el irresistible... ―dijo mordaz―. Y deberías fijarte en cómo me hablas.

―Fíjate tú primero en cómo le hablas a los demás y a mí también, no somos tus enemigos y tampoco gente mala. No seas tan estricta, pareces una celadora y ni debes pasar los veinticinco años.

Nieves quedó estupefacta y dolida por lo que le había dicho pero simuló no demostrarlo.

―Déjame salir ―su voz sonó con seriedad.

El mecánico dio un paso al costado y la dejó libre. Ella agarró a su perrita y se fue de allí. Molesta como estaba, hablaba sola por la acera hacia su casa, refunfuñando hasta abrir la puerta de la entrada y viendo a su madre leyendo una revista. La mujer la observó desde el filo de las páginas y alzó las cejas.

―Lindo aspecto ―acotó sin mirarla.

―Ni me hables. Ese mecánico es un idiota, primero por Luna que se me escapó y fue derechita al taller y luego él...

―¿Qué tiene él? ―recalcó el pronombre.

―Mugriento, sinvergüenza, desfachatado y afilado ―replicó con enojo.

―¿Afilado por qué?

―Me dijo que doy asco en cómo soy ―hizo un puchero sintiéndose afectada.

Su madre calló.

―¿No me dirás nada? ―preguntó indignada.

―Pues... lo lamento por ti pero tiene razón. Eres orgullosa y antipática con las personas. Y hasta a mí me da vergüenza en cómo eres con los demás, te crié bien y así pero no para que se lo demuestres a todo el mundo, deberías saber bien a quien mostrar esa cara tuya de altivez, orgullo y soberbia ―contestó seria y mirándola con atención.

―Nunca me dijiste con quién debía de ser así.

―Eso estaba en ti darte cuenta.

―Supongo que lo arruiné ―frunció la boca.

―Posiblemente... Eres demasiado selectiva con las personas, solo quieres lo perfecto en todo y no existe. Nieves, no te queda nada bien la postura de tirana.

Apretó la boca con disgusto porque sabía bien que su madre tenía toda la razón. Era un asco de persona. Dejó a su perra en el suelo y subió las escaleras. Su progenitora negó con la cabeza porque sabía que le había afectado lo que le dijo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top