Me conoces
Dos semanas habían pasado.
Dos semanas cargadas de la adrenalina de un lapso que se acaba. Los exámenes, las composiciones, exposiciones y el entrenamiento mantuvieron en un continuo estrés a los seis Primogénitos.
Ibrahim se había concentrado en sus estudios, dándole chance a Gonzalo a que se recuperara, mientras que el Segundo Custos no solo había dejado la silla y las muletas: sus costillas se comenzaban a mostrar en óptimas condiciones.
Por su parte, Saskia había estado tan ocupada en mejorar su promedio que el sacrificio le llevó a desprenderse de su padre. Cada noche, Dominick le llevaba de cenar y le explicaba ciencias.
La actitud del Primogénito de Aurum de tomar más comida de lo que comúnmente hacia comenzó a levantar sospechas en Zulimar, mas pensando en su abuela Marcela, no se atrevió a decir nada.
En cuanto a Itzel, olvidando el incidente del beso con Ignacio se avocó en demostrarle a Ibrahim que ella todavía era, académicamente, mejor que él. Luis Enrique le ayudaba con idioma extranjero, y en sus debates de historia. Sin embargo, la chica, de vez en cuando, no dejaba de ver a Ignacio.
De entre todo el estrés escolar, Aidan y Eugenia tomaron ese tiempo para acercarse cada día más. El joven pasaba a buscarla para asistir al colegio y la esperaba a la salida; le había prometido que jamás la dejaría sola, siempre y cuando los límites físicos se lo permitieran. Ella era feliz, pero dentro de esa felicidad existía un miedo patente a que su Primogénito despertara. Aun así, Aidan lucía como un chico enamorado, por lo que continuamente la chica se decía que estaba preocupándose de más.
De todos los miembros, el único que no se había tomado tan a pecho las pruebas finales era Ignacio. Sus intereses estaban puestos en los asesinatos, había recabado tanta infomación que terminó armando una especie de cuartel en el salón de ensayos de su tío Israel. Más de una vez Gonzalo había entrado a lo que el apodó "la guarida del terror", para ver como avanzaba la investigación de su hermano.
En todo ese tiempo, Amina jamás le miró tomar un libro.
Las lecturas, pasatiempos, estudios y conversaciones de su primo giraban alrededor del mismo tema, solo en los momentos de entrenamiento, Ignacio se desconectaba y volvía a ser el guerrero perfecto de la Fraternitatem Solem. ¡Qué si no lo sabía ella, cuyo cuerpo estaba amoratado por los golpes del Bô!
Y esa tarde no fue diferente al resto. Gitando el Bô sobre su cabeza para contraatacar, Amina terminó por recibir un duro golpe en las piernas, que la hizo caer.
No se quejaría, aunque ya había alcanzado el punto donde hasta una simple caricia la podría hacer llorar. No sabía si estaba bien flagelarse de esa manera, sin embargo estaba convencida de que debía ser fuerte, y para su suerte, Ignacio gustaba de pasar por alto sus dolencias.
—Un día de estos te pediré que me mates, y creo que gustoso aceptarás.
—Es lo que te mantiene junto a mí. Sabes que estoy dispuesto a hacer lo que me pidas, incluso darte el boleto al más allá.
—De verdad, no sé si recibir tus palabras como un halago o asustarme porque estás más loco que yo.
—¡Je! Soy tu Custos, es mi deber escucharte.
Amina detuvo su movimiento, recibiendo un fuerte golpe en la cervical. Sus piernas se estremecieron y fue a dar de rodillas al suelo. No esperaba unas disculpas, Ignacio no se las daría, tampoco correría a socorrerla.
—Creo que debemos descansar —le dijo.
La joven se apoyó en sus adoloridos brazos. Su cuerpo temblaba, no sabía cuanto más podía durar. Sintió un solido frío aligerar la aflicción de su cuerpo. Mirando que era lo que le producía tan increíble sensación, descubrió a Ignacio tendiéndole una botella con bebida hidratante.
—Te daría agua, pero te has deshecho de muchas sales, así que... —Le sonrió.
Tomó la botella, agradeciendo con una ligera sonrisa el gesto fraternal de su primo, quien se sentó a su lado, apoyando sus brazos en sus piernas para concentrarse en el suave movimiento del mar.
La joven lo contempló: no había derramado ni una gota de sudor, su níveo uniforme se mantenía con la misma pulcritud con la que salió de casa, su sedoso y abundante cabello negro comenzaba a rozar los pabellones de sus orejas, sus rasgados ojos en su piel de un tímido color canela le aportaban misterio y perfección.
Ignacio ya no era el chico desagradable que llegó en octubre y del cual quería huir, pero tampoco era el joven que se había acercado a ella presumiendo de un amor que terminó siendo tan débil, y que sucumbió ante las pocas esperanzas.
—¿Me perdonarás? —le preguntó la chica con tristeza.
—¿Eh? —Su pregunta le había tomado desprevenido.
—¿Algún día me perdonarás por lo que te estoy haciendo?
—¿«Me estás haciendo»? —Sonrió—. No deberías hablarme en clave Morse. Podría aprender, pero no quiero, así que debes ser más directa.
—Siempre has inferido correctamente.
—Lo suelo hacer, pero estoy agotado.
—¿Agotado? ¡Mírate! Pareces diva, y yo una puerca.
—¡Ja, ja, ja! —Pasó su mano por los hombros de la chica—. No creas que no estoy padeciendo esto. Me siento soldado de oficina. No sé si es la poca actividad que hemos tenido, pero estoy algo oxidado.
—¿Te parece poca la actividad que hemos tenido? ¡Hasta terminaste en el hospital! —Estaba sorprendida, no podía creer sus palabras.
—No te negaré que los momentos de acción han sido muy intensos, pero que sean esporádicos ha hecho que me confíe y deje de practicar. Estoy que te como a besos solo para agradecerte que me estés haciendo entrenar. —Hizo una pausa, esperando algún gesto de ella, pero solo contempló una tímida sonrisa, y un par de tragos apurados a la bebida—. Pero, ¿por qué me pides perdón?
—Por esto.
—¿Por esto? ¡Si esto me fascina, bobita! —gritó, atrayéndola a él para darle un beso en su cabello—. De verdad que te estoy agradecido.
—Ignacio... —Su tono serio lo hizo mirarla con preocupación—. Sabes que esto va más allá de un simple entrenamiento.
—Sigues hablando en...
—Lo sé, lo sé. —Lo detuvo con la mano, cerrando sus ojos para aceptar que tenía que ser más explícita—. Esto no terminará aquí, ni esta noche, ni cuando nos vayamos a dormir. Sabes de antemano que vendrá algo más.
—Siempre hay algo más, Amina. Nunca ha sido diferente, ni lo será.
—Me convertiré en una persona que quizás aborrezcas.
—Jamás podré aborrecerte.
—Temo que lo harás.
—Princesa –murmuró, girando sus piernas para verla mejor. Frente a ellos la luna iniciaba su reinado, haciendo que la marea comenzara a subir, por lo que el sonido de las olas al romper en la costa se sentían más cercanos—, por más que quieras pertenecer a la oscuridad, tu corazón no podrá enlodarse. Si alguien puede descender y volver para limpiar su imagen, esa eres tú. No te seguiría si no te creyera capaz de tal proeza.
—Tengo miedo de no poder hacerlo, de decepcionarte.
—¿Por qué a mí, Amina? ¿Por qué temes decepcionarme a mí, cuando hay personas a las que amas y parecias más como Gonzalo, mis tíos, los Primogénitos de la Hermandad? Aunque no me equivoco al pensar que por lo menos estoy sobre Saskia. —Sonrió.
—¡Nacho!
—¡Hacía mucho que no me decías así!
—¡Iñaki, Iñaki! —Sonrió—. ¿Crees que hay una razón?
—Siempre hay una razón para todo, mi Promogénita.
—Tú eres el único que no espera más de mí. Eres el único con la fuerza suficiente para verme caer y tenderme la mano. Mis padres, Gonzalo, los Primogénitos de la Fraternitatem Solem, de todos ellos he percibido tristeza y desconcierto durante estos días.
—Te has comportado muy reservada y eso los ha sacado de su zona de confort.
—¿Acaso no deberían portarse conmigo como eran antes? Siento lastima cuando me les acerco. ¡Sí! Sé que sufrieron a su manera, pero no soy una lisiada.
—No es fácil para todos aceptar los cambios. Ellos deben hacerle frente a una Amina, una Maia —corrigió con una sonrisa—. Una Maia que ahora los puede ver, que casi no habla, y que cubre cada milímetro de su cuerpo para ocultar los moretones que su piel luce. Te has vuelto una chica extaña para ellos, y si no les permites conocerte, seguirán alejándote.
—¿Por qué debo permitirselo, si tú no me tratas así? ¿Por qué contigo no es igual?
—Porque fui forjado en el sufrimiento. —Sonrió compungido—. ¿O se te olvida lo que todos pensaban de mí cuando llegué a Costa Azul?
La respuesta de Ignacio golpeó su alma. Ella también estaba siendo forjada en el sufrimiento. Ella también se estaba transformado en la persona despiadada y recelosa que Ignacio una vez fue.
Gonzalo tomó su celular, mientras se recostaba en la cama. El último resquicio del poder de Amina no solo le salvó la vida sino que fortaleció su cuerpo al grado de que no necesitaría más reposo del que había tenido. Y, para él, un Custos de Ignis Fatuus aquello representaba la gloria, pues el dr. Montero le había dado luz verde para participar en los entrenamientos intensivos de la Fraternitatem.
Quizás el ambiente en el campo de concentración sería un poco intenso. Su Clan estaba, por primera vez en la historia, fraccionado, pero le hacía mucha ilusión volver a Valencia, así como la probabilidad de que su prima se desarrollara como líder, volviendo a ganar aliados y unificando a Ignis Fatuus.
Esa noche volvería a la casa de sus tíos. Extraña su habitación y la libertad que le daba estar en un hogar donde se le permitía ser quien era. No se quejaba del trato de sus padres, su relación con Ismael había mejorado notablemente, pero nada era igual que vivir con Israel. Su tío había suplido tan bien a su papá que lo extrañaba.
El teléfono repicaba del otro lado de la bocina. Estaba emocionado por contarle a su hermano y a su prima que desde mañana estaría con ellos, acompañándolos en el entrenamiento.
—¿Gonzalo? —La temerosa voz de Ibrahim sonó del otro lado de la bocina—. ¿Te encuentras bien?
—¡Maravillosamente bien! ¡Y tan feliz que estoy dispuesto a correr a tu casa y comerte a besos!
—¿Correr? —cuestionó con un dejo de voz. La insinuación que el Custos hizo provocó que su corazón latiera con tal velocidad que hasta se le olvidó pensar.
—¡Me ecnuentro bien, Ibrahim! Tan bien que podré asistir a los entrenamientos de Semana Santa.
—¿Irás a Valencia? —preguntó emocionado por la pronta mejora del chico.
—Sí. Ire a Valencia. Me imagino que te trasladarás al Amanozas.
—Sí, allí está nuestra sede, asi que tendré que ir con mi Clan a entrenar —contestó sin ánimos.
—No te escucho muy feliz.
—No era la semana que había planificado.
—¿Y qué era lo que querías?
—Ir a la playa con Aidan, conocer más a la persona que me gusta.
—¿Quieres conocerme? —preguntó, acomodándose en la cama—. Puedes hacerme cualquier tipo de pregunta, prometo que la responderé.
—¿Qué tipo de relación tenías con Teodoro?
—¡Uff! Esa fue una recta mortal, amigo. —Se rio—. No crees que sería mejor comenzar por cosas triviales.
—¿Cómo cuáles?
—¿Mi color favorito? La canción que me mueve, la película que me hace llorar, y la que me hace vomitar. La comida que me gusta.
—Creo que tienes una selección de las cosas que debo conocer. Lejos de plantearmelas para que yo te pregunte, ¿por qué no empiezas por responderlas?
—¡Vale! Me gusta el gris.
—¿El gris? No es un color muy propio.
—A ti te gusta el negro.
—Me gusta la ropa negra, no el color negro. Prefiero el verde, me da tranquilidad. Pero, ¿por qué el gris?
—Cuestión de lógica. Para Ignacio la vida es blanco o negro, yo prefiero el gris. Termino medio —explicó.
—Por lo visto parte de tu vida gira alrededor de Ignacio.
—Podría decirse. Creo que él y yo tenemos nuestro orden de nacimiento invertidos... Tipo que a mi me gustan los gatos y a él los perros.
—¿Qué tiene que ver eso con órdenes invertidos? —preguntó extrañado por el cambio de conversación—. ¿Te gustan los gatos? —Apenas lograba asimilar la información que el chico le estaba dando.
—Me gustan los perros.
—Acabas de decir que te gustan los gatos.
—Me gustan los perros con nombres de gatos.
—¿Cómo con nombre de gatos? O sea tipo Miaw, Misosito y eso.
—Mimosito suena a oso.
—Perdóname, jamás he tenido mascotas, menos un gato. ¡Y ni hablar de perros con nombre de gatos!
—¡Ja, ja, ja! Me querías conocer, este soy yo.
—Gonzalo —le llamó.
—Sip.
—¿De verdad te fijaste en mí?
—Puedes dormir tranquilo, Ibra, pues no solo me he fijado en ti. ¡Estoy enamorado de ti!
—¡Te quiero, Zalo!
—¡Y yo a ti, mi vida!
***
¡Holaaaaaaa!
Lamento muchísimo no haber podido publicar el sábado. He estado todo el fin de semana sin Internet. Desgraciadamente, esto es una constante en mi país, pero aquí están los capítulos del sábado y mañana subiré los que corresponden a mañana, je, je.
¡Gracias por su espera y su apoyo! ¡Les quiero mucho♥!
P.D.: Les dejó una imagen de Valencia, vista desde el Casupo, el cerro más importante de ese municipio (el de mayor altura) y Parque Municipal. No es una maravilla, pero bueeeh... Jajajaja
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