Capítulo 13: Demíra. Inkális & Mayers.
«La brisa de mi tierra es tan fresca», me decía a mí misma mientras me encamino a casa.
Dejé a mi esposo en el mercado del pueblo, pues según él, hoy era el día que no podía dejar pasar. El mercado ofrecía productos frescos, naturales y robustos; vegetales emblemáticos de cada región en la que se divide Rázdergan, así como frutas exóticas, especiales y de sabores casi indescriptibles.
El trayecto de vuelta a casa transcurrió de forma tranquila.
A medida que me acercaba, recordé los primeros años que pasamos en ella, proyectando en mi mente una imagen de nosotros dos, pero más jóvenes. Incluso recuerdo lo que hubo antes de que iniciara esa bonita parte de nuestra historia de amor joven en mi vida.
Sin embargo, a pesar de la tranquilidad, Elyas sentía lo contrario en mí desde hace un tiempo... desde cierto punto; a partir de todo lo relacionado con Kérian.
Ese chico... De verdad lo amo.
De algún modo tenía el presentimiento de que pronto cambiaría algo... Algo que se volvía palpable en el ambiente.
Al cruzar el umbral de mi hogar, me encaminé directamente hacia nuestra acogedora. Anhelaba el consuelo de su familiaridad.
Con cuidado, me dejé caer en el sofá para proceder a liberar mis pies cansados del peso de las botas. Sin embargo, en medio de este simple acto, de pronto y como si emergiera de las sombras, Kérian apareció sin emitir el más mínimo sonido. Mi sorpresa fue evidente al notar su presencia, ya estando a mi lado.
—Claro —dije en mi mente, curiosa y atrapada por el asombro—. Apuesto que los dedos de sus pies son fuertes y flexibles, al igual que los músculos de sus pantorrillas.
Sus rasgos reflejaban una serenidad que no había visto en su semblante nunca; sus ojos brillaban con vitalidad renovada y los signos de agotamiento causados por la falta de sueño se habían disipado. Era evidente que estaba en el camino correcto, y mientras mantuviera esa mejora estaría preparado para enfrentar todo.
«No... para todos», pensé.
En ese momento, la voz de Kérian resonó en la habitación, primero con atención y luego con una gran duda. Así fue como de desarrolló nuestra conversación.
—Los Mayers no siempre fueron los malos —empecé a explicar al muchacho, mientras él me miraba con atención—. De hecho, en un principio eran reconocidos por su destreza en la caza, pero fue durante su época dorada; cuando eran contratados para eliminar ciertos tipos de criaturas. Creaturas que se han reducido en gran medida.
—¿Son pocos? —dijo Kérian, mostrando su sorpresa ante mi afirmación.
—Bueno, en realidad es un término relativo, lo reconozco, pero da una idea general —respondí—. Aprenderás más sobre estas criaturas cuando te prepares en Inkál. Cuando llegue ese momento te darás cuenta de que, en ocasiones, nuestras tareas actuales consisten en repeler a estas bestias.
—¿Cómo son? —preguntó Kérian de nuevo. Tal vez no se reflejaba en mi rostro, pero su curiosidad me parecía adorable.
—No tienen una apariencia fija, ni pertenecen a una única especie —expliqué mientras recordaba las ilustraciones de los libros que había consultado en mi juventud. Luego, esos recuerdos pasaron a las memorias de cuando los vi por primera vez en la vida real—. Nosotros los llamamos "Monstruos Centurias". Son enormes y su apariencia es una amalgama de dos o más especies distintas... Como si fueran las Quimeras de las mitologías de tu mundo.
Tras mi respuesta, Kérian guardó silencio. Aproveché ese breve momento de pausa para retomar la palabra y dirigir la conversación hacia donde deseaba.
—El punto es que los Mayers vivían de acuerdo con la función que desempeñaban —dije—. Por un lado, se criaban generación tras generación como guerreros endurecidos, pero, por otro lado, también eran vistos como un ejército peligroso... uno que debían temer en el futuro —comenté, adentrándome en el contexto de la conversación que necesitaba desarrollar—. Sin embargo, eso no fue el detonante, sino más bien una molestia. Lo que realmente provocó el declive en su relación con los demás, fue el hecho de que los seres humanos pecamos... Pecamos al no saber dejar el pasado atrás.
El panorama que comenzaba a configurar su destino, los rasgos y detalles que le daban un toque especial al posible rumbo de su vida; misterios y más preguntas que respuestas, eso es lo que Kérian sentía como suyo en ese momento.
Él escuchaba atentamente, observando en silencio, pero todo lo que albergaba en su interior se delataba a través de unas gotas de sudor que recorrían su frente, mientras otras se deslizaban por el costado de su cuello.
—El pueblo Mayer es el único en la historia de Rázdergan que ha albergado a dos figuras fundamentales —dije consciente de cómo me miraban esos ojos de azul índigo—. Ygvarr, él era "El Rey de las Llamas", un maestro del fuego, como ahora lo es Khénya. Este señor del fuego era alguien digno del título de "Rey" —añadí suspirando al final de la frase, y luego me recosté en el asiento, aflojando la rigidez de mi cuerpo—. Nunca lo conocí, obviamente, pero, sí sé de un par de personas que lo hicieron. Uno de ellos fue Vhíndar, y la otra es una maestra a la que aún no conoces... pero lo harás.
—¿Y quién era igual que Ygvarr? —preguntó Kérian después de recibir la información.
—Su nombre era Ritta. "La Reina de Hielo", Ritta —respondí, inhalando profundamente antes de agregar algo más—. Ella era el opuesto al Rey. Malvada, vengativa, rencorosa y cruel... Ella es la culpable de que mi pueblo, los Zaéntil, hayan enfrentado la extinción —añadí, suavizando mi voz hasta que se mezclara con la brisa que acariciaba las cortinas.
—¿La Reina mató al Rey? —me preguntó, y en verdad, en sus circunstancias, yo habría hecho la misma pregunta.
—No, no fue necesario. Además, Ritta nació 25 años después de que Ygvarr cayera en batalla con algo totalmente ajeno a Ritta... Algo mucho más antiguo.
—Escuché algo sobre Aetos —dijo Kérian, lo cual me sorprendió en cierta medida—. ¿También se enfrentó a eso?
—Según mi fuente... —añadí mientras reflexionaba durante unos segundos—. Sí. Aetos, Ygvarr, Threm... Muchos otros. Todos ellos eran poderosos, pero al final... no fueron nada para él.
—¿Cómo se llama él? ¿Quién es? —preguntó Kérian.
—No sé cuál sea su verdadero nombre, y tampoco sé quién era en un principio —dije contestando lo mejor que pude—. Pero, sé lo que ha hecho y lo que ahora representa... Y no es nada bueno. Él ha borrado pueblos enteros de la faz de la tierra, Kérian —repuse denotando preocupación contenida en mi voz, mostrándole, hasta cierto punto, mi temor. Luego añadí tras reflexionar brevemente—. Culturas humanas de tiempos remotos, y jamás sabremos algo de ellas porque él lo privó de nosotros para siempre. Me aterra saber que existe alguien que pueda hacer eso.
El chico no era tan bueno ocultando la intensidad de su espíritu cuando se refleja en sus ojos... Eso es algo que he notado en el poco tiempo que llevo conociéndolo. Por eso ahora sé que a veces, cuando él intenta reprimir eso, al esforzarse demasiado solo lo hace más evidente. Me encantaría contarle todo lo que sé, pero... no sé si eso lo va a terminar destruyendo, o si lo va a convertir en un destructor.
—Pero puedo hablarte de él desde la información recopilada de tu mundo, ya que él trasciende los planos de aquí y allá... Por eso es casi una fuerza imparable —dije mientras acomodaba mi cabello—. Por ejemplo, en el antiguo imperio persa fue nombrado como Ahriman, quien era alzado como la personificación del mal que engendraba... Sembraba la discordia en los corazones de los hombres ocasionando desgracias y tragedias a su paso. Decían que su poder aumentaba porque se alimentaba de los actos más oscuros que perpetraban los humanos.
—¿Ese es su nombre? —preguntó Kérian inmediatamente.
—No —contesté—. Como dije, no sabemos su verdadero nombre, pero se le han otorgado tantos que me atrevería a decir que ese detalle ha perdido importancia, pero bueno, siguiendo —añadí antes de aclarar mi garganta—. Eso lo dije desde la mitología persa, pero en la eslava también se le nombra; ahí se le dio el nombre del temible Chernobog. Para ellos era alguien que proyectaba su sombra sobre los campos y los corazones de aquellos que se atrevían a desafiarlo. Representaba el caos y la destrucción, evocaba tormentas y abismos insondables según las leyendas. Y al igual que con Ahriman, cada destello de maldad en el mundo le otorgaba mayor poder y dominio sobre las fuerzas primordiales. —Tras decir eso tomé un respiro más prolongado de lo usual. Después de dar un suspiro agregué—. Anansi en Africa, y así podría seguir... pero asumo que ya lo entiendes.
Kérian tenía una mirada que decía algo como «¿qué carajos?».
— Y así podría seguir contándote destellos de su presencia, y solo de tu mundo... Ahora imagina lo que hay por este lado— sentencié, y al hacerlo capté su atención, ya que su mirada pareció perderse por un momento... al igual que yo en mis pensamientos.
—Sí —respondió Kérian con sencillez—. Pero creo que mi imaginación no alcanza para ponerlo en alguna escala. —Yo asentí.
—Los Mayers, —dije regresando al tema inicial—, siempre se sintieron perseguidos y han tenido que mantener un perfil combativo y violento. Sumando eso, a Ritta y que empezaron a enemistarse con la gran morada Hemle, provocó que nosotros los Inkális nos convirtiéramos en la fuerza de ataque de los Hemle. Había cierta justificación, por así decirlo —agregué después de una pausa—. Los Mayers saqueaban innumerables veces las embarcaciones de la familia real, y a su vez participaban clandestinamente en los puertos como "puente" para llevar esclavos a las islas donde los mercenarios y piratas tenían sus fortalezas. En pocas palabras, hicieron cosas que no debían hacer.
—¿Qué pasó con Ritta? —me cuestionó Kérian, y luego añadió otra pregunta—. ¿Realeza? ¿Hay princesas, príncipes y todo eso?
—Bueno, con Ritta no se sabe qué habrá ocurrido —repuse mirando el gesto de Kérian—. Un día de pronto no se supo más de ella. No dejó rastro de algo parecido a "la última vez que la vi" o "emprendió un viaje del que jamás regresó" ni nada por el estilo. —Puse mis dedos en mi mentón—. Uhm... Esa, por cierto, es una de las grandes incógnitas de nuestra historia, Kérian. Pero, en fin, con respecto a tu segunda pregunta: No precisamente. Solo es un título decorosamente formal para su linaje; al cual no le niego ningún reconocimiento.
—¿Entonces qué son? —dijo Kérian sin poder evitarlo.
—Lo sabrás más delante de todas formas, pero, los Hemle son los seres humanos más antiguos originarios de Rázdergan. Su sangre —le expliqué—, posee genes derivados de otra raza, aún más antigua. Para ser precisos, con una de las primeras dos razas que habitaron el mundo en la Era Primigenia.
Antes de que Kérian hiciera otra pregunta preferí proseguir para no perder el hilo.
—El plan nunca fue matar a su líder, Érikas, la madre de la niña con la que hablaste... Pero sucedió —repuse con discreción—. Eso solo fue únicamente parte del plan de Vhíndar, ya que sabía que esa nunca era la intensión. Por eso es por lo que los Mayers nos odian, por eso es por lo que Khénya ansía venganza... por eso es por lo que el hermano de Elyas, Zoren, y la gran mayoría de los Inkális lo tienen entre ojos.
—Pero ¿por qué la asesinó? ¿Por qué tomó esa decisión? —preguntó el chico, y añadió—. No sé cómo es que tengo que ver algo con él, pero... no me agrada.
—Si te soy sincera, a mí tampoco me agradaba mucho —le confesé a Kérian, y la única reacción que percibí, fue una ligera elevación de una de sus cejas—. Pero cuando otros desisten, él ha demostrado ser la clase de persona que hace lo que debe hacerse... —dije, y luego agregué para complementar, ensimismada—. Lo que debe hacerse en el momento que debe ser... Sí.
Kérian esta vez no parecía tener deseos de hacer alguna pregunta, por lo que rápidamente seguí explayándome.
—¿Recuerdas el lugar en donde tuviste que poner tu mano en una gran roca? Bueno —repuse—. Supongo que prestaste atención en la parte cuando se habló sobre él.
—Sí —contestó el chico—. Algo relacionado con la visión, clarividencia, o no sé exactamente. Todo es tan confuso para mí, pero... lo que me quieres decir es que, ¿matar a esa mujer fue porque era algo que tenía que hacer? —dijo, y de inmediato añadió una segunda pregunta de forma más pausada— ¿Por algo que vio sobre el futuro?
—Sí, exactamente eso, y lo mismo sucede en tu caso —expliqué sin rodeos—. No quiero decir que él vendrá a matarte, pero... —vacilé.
—¿Pero? —insistió Kérian, y creo que fue capaz de ver algo en mí que le hizo preguntar otra vez—. ¿Pasa algo malo?
—No debo decirte esto, pero seré directa contigo ahora que estamos solos —repuse con temor en mi corazón—. Lo más seguro es que terminarás sufriendo de algún modo, Kérian... Es lo que siempre pasa cuando Vhíndar interviene —expliqué empezando a reflejar mis emociones en mi rostro—. Lo que quiero... es que la única persona que sea capaz de elegir el rumbo de tu vida, seas solamente tú, y no otros. Ni yo. —Hubo un momento de silencio, pero este era un silencio distinto a los que ya tuvimos. Era un silencio provocado por el arrebatamiento de mi aliento, pero al final seguí—. Si tu deseo es optar por otro camino y hacerlo tuyo, entonces podríamos irnos juntos muy lejos, desaparecer y olvidarnos de esto —le propuse sin evitar mostrar el apremio en mis palabras.
Tras ello, noté una perturbación en el chico; inocente de lo que no sabe y bondadoso como él no tiene idea. Y por la manera en la que apretó sus labios y tragó saliva, entendí que en su garganta se había creado un nudo.
—¿Abandonarías a Elyas? —me dijo, y ante ese posible hecho que estaba dispuesta a aceptar, cerré mis manos con ligera fuerza y...
—Sí —respondí, algo tétrica para mi gusto—. Lo haría.
Iba a decir algo... Ya sabía lo que iba a agregar. En serio lo sabía; lo tenía en la punta de la lengua, como dicen, pero... él robó mis palabras de algún modo.
—Ahora comprendo —dijo Kérian, a lo que yo no pude hacer más que aguardar—. Sé que debí morir aquel día que tomé la decisión de suicidarme, pero eso no pasó porque ustedes me salvaron. Me salvaron porque sabían que eso iba a suceder... gracias a Vhíndar.
Tras una pausa que hizo me quedé fija, mirándolo.
Dentro de mi cabeza estaba sorprendida por esa clase de lectura. En ese momento supe de lo aguda que es su mente para entrelazar los detalles. Ahora era su voz lo que me sacó de mi ensimismamiento para seguir prestando atención.
—Debí morir —dijo Kérian nuevamente, aunque esta vez parecía tan devastado de algún modo mientras mirando las palmas de sus manos... como si en ese instante estuviesen pasando un millón de cosas por su mente—. Por eso estoy aquí ahora. —Luego, levantó su mirada, y nuevamente sus ojos índigos me inspeccionaron—. Demíra, ¿qué es el destino para ustedes? —preguntó.
Esa pregunta en específico y en ese momento, me hizo sentir extraña, pero no pude hacer otra cosa que no sea contestar con sinceridad.
Primero, agaché la cabeza un poco, mirando el piso. Luego, levanté la mirada hasta el techo y respiré profundamente mientras recordaba fragmentos de aquellos días que pasé vigilándolo en su mundo.
—El destino, Kérian —empecé a decir—. Al menos para mí es algo más simple de lo que se puede presuponer —dije mientras me ponía en pie, caminando hacia una ventana cuya vista daba al jardín trasero. Miré las flores, las mariposas revoloteando y la tierra... y luego añadí—. El destino no es lo que ocurre durante el camino, sino el final de éste. El fin de todo lo que tiene vida es la muerte. En este sentido el destino se resume en algo ineludible, al menos a mi parecer —mencioné, y tras eso hice una pausa de apenas unos segundos, pero solo los necesarios—. Es la capacidad de aceptación en nosotros mismos, y muchas veces expone nuestras fragilidades y miedos... Más aún cuando se tratan de momentos cruciales.
—De ser así —empezó a decir Kérian mientras lo miraba por el reflejo de la ventana—. Si la muerte es el fin de la vida... si el destino es el final del camino —repuso Kérian mientras se ponía de pie para acercarse un poco a mí. Yo solamente me quedé ahí, a la espera deseando escuchar lo que tenía que decir—. ¿Entonces en dónde me encuentro ahora?
Pese a ser una pregunta, no parecía ser esa clase de preguntas que solía lanzarme para que despeje sus dudas.
—No te confundas, chiquillo lindo —añadí sin evitar sonreír. Entonces volteé, lo miré, y mientras caminaba hacia él, dije—. Tu destino ahora es vivir, Kérian; así que vive para que seas tú el que responda tu propia pregunta. —Puse mi mano sobre su hombro—. Vive para amar y ser amado. Vive para crecer y aprender; para ser feliz; llorar y gritar... Pero siempre vive por y para ti, Kérian.
Nuevamente, nuestros ojos se encontraron, pero esta vez más cerca de lo que estuvieron en el inicio de la conversación. Luego quité mi mano de su hombro para colocarla en su cabeza y sacudir su melena.
—Kérian ¿entonces qué dices? —insistí—. Qué quieres hacer, ¿qué piensas al respecto?
—Sinceramente, no sé si irme o quedarme —contestó el chico mientras él colocaba su mano suavemente sobre la mía. Con delicadeza y sin ánimos ofensivos la tomó y la quitó de su melena, solo para ponerla entre sus manos, como si rezara—. Pero, de donde me sacaron solía huir, escapar y alejarme de lo que pude haber hecho, pero que nunca hice porque tenía mucho miedo. —suspiró—. Pero es curioso que la única vez que por fin hice lo contrario, sea lo que también provocara que llegara aquí... y estar así ahora.
Kérian, aun con sus manos envolviendo la mía, seguía mirándome a los ojos. Por algún motivo tuve deseos de llorar porque sus ojos me miraban con ternura, y con una clase de humildad que era capaz de acariciar mi alma.
Con lo que había escuchado salir de su boca era suficiente para intuir su respuesta definitiva... y así fue.
—No me iré a ninguna parte. Hace un tiempo había decidido que me cansé de correr, porque si sigo haciendo eso seguiré siendo lo que fui, evitando lo que deseo ser —respondió Kérian—. No habría sentido fingir y solo decir palabras sin ningún peso... porque entiendo que ese peso tras las palabras es algo que se obtiene con las acciones. —Sacudió su mano con la mía durante determinadas palabras. Eso me hizo recordar cuando lo vi hacer lo mismo con aquella anciana. Eso me hizo sentir una amargura que tuve que digerir a la fuerza.
Me agaché un poco... solo un poco, y lo abracé. Él luego hizo lo mismo.
—Me quedaré, además sería injusto para Elyas —lo escuché decir cerca de mi oreja.
—Es verdad —añadí mientras frotaba mi mano en su espalda, olía su cabello y sentía sus palabras, al igual que sus latidos; fuertes y tan valientes.
En eso, pasos se acercaban a nuestro hogar. La puerta captó nuestra atención ahora, pues se oyeron unos golpecitos tras un:
—Hola, ¿alguien me oye? Ya llegué. —Era la vozde Elyas, así que nos apartamos, nos dimos una mirada casi aprobatoria, casicómplice—. ¿Alguien me puede abrir la puerta? Creo que dejé mis llaves aquí ytengo las manos ocupadas.
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