Dos copas de sexo y humo

6 de septiembre

Quiero volver a Francia, quiero volver a París y quiero hacerlo ya. Me equivoqué cuando pensé que no se estaba tan mal. Ahora mismo, mientras escribo esto, estoy llorando como una puta cría pequeña. ¡Yo, que nunca lloro! ¡Yo, Faye, la que no tiene sentimientos! Pues se ha acabado, lloro y bien a gusto. No quiero ir a clase, no quiero ni pisar el campus. Solo quiero volver y fumarme un porro, porque creo que va a ser lo único que me tranquilice.

Está bien, me tranquilizo. Faye, respira. Muy bien, voy a empezar desde el principio y entenderéis por qué. Puede que mis recuerdos estén algo confusos, pues no bebí poco, y estoy convencida de que en mi bebida había algo más.

Llegamos a un famoso club de Múnich, llamado Rosette, sobre las once y media de la noche. El ambiente era tal y como me lo imaginaba: potente, alocado y aderezado con una música tecno que en condiciones normales me hubiese provocado un intento de suicidio. ¿Me sentía extraña? Por supuesto, quién no se siente extraña en mi situación. Silke me tomó del brazo y me sacó de mi éxtasis, llevándome hacia la barra. Allí, saludó con efusividad al camarero y empezó a conversar con él en alemán. Por supuesto, no me enteraba de mucho, así que empecé a mirar a todos lados cruzada de brazos, esperando a que me prestaran atención.

Allí lo vi a él. Era más mayor que yo, por supuesto, pero era joven. Tenía una cuidada barba de varios días que disimulaba su rostro angular y masculino. Casi parecía que su rostro estaba hecho a base de polígonos, os lo juro. Tenía el pelo oscuro oscuro y un aire de motero, no sé si me entendéis. No iba con camisa de Lacoste como todos los pijos de por ahí, iba con una camiseta clara que marcaba sus bíceps de una manera que no debería ser legal y unos vaqueros pitillo, que le marcaba otras cosas. Llamadme descerebrada, superficial o lo que queráis, me da igual. Soy humana y tengo necesidades. Me quedé observándole, porque sinceramente era el único chico que me llamaba atención de aquel antro lleno de alemanes pasados de rosca. 

Él me devolvió la mirada y no la apartó en lo que me parecieron horas. Por supuesto, no iba a perder aquella lucha de miradas; no era tonta y no era la primera vez que iniciaba un "rito de coqueteo" en una discoteca. Pensaba en pasármelo bien aquella noche y darme una alegría. Me sonrió y yo le sonreí, mordiéndome el labio.

—No te imaginaba como una rompecorazones, Fortier —exclamó Silke, casi gritando para que la pudiese oír con el volumen de la música. Me sacó totalmente de mi propia mente, dejándome desorientada y frustrada.

—¿Eh?

—Que está muy bueno —contestó, mirando a mi posible conquista. Sonrió y le saludó con la mano como si fuese imbécil, lo cual me molestó. Le di un codazo en las costillas, ante lo cual se resitió—. Que no te lo robo, calma. Mi amigo Marius —continuó, señalando al camarero— nos va a invitar a algo. ¿Qué quieres?

—Algo muy fuerte —respondí casi inmediatamente, casi desesperada—, necesitaré emborracharme.

Silke se echó a reír, dirigiéndose a ese amigo suyo, Marius.

Das mädchen ist verdammt verrückt! —rió. Arqueé una ceja, molesta. No me gustaba no entenderles, aunque por sus gestos y miradas estaba convencida de que hablaban de mi—. Tequila und wodka.

Probablemente, si les hubiese escuchado hubiese puesto el grito en el cielo por lo que Silke quería hacer que me tomase, pero estaba tan pendiente de aquel chico que simplemente tomé la copa y empecé a beber de la pajita. Al principio, mi cara de asco fue sublime. Tras un par de tragos o tres, era lo mejor que podía estar bebiendo. 

—Silke, voy a por él.

Mi compañera arqueó el ceño, casi riéndose. 

—¿Qué vas a hacer?

—Lo que me deje —contesté, con el alcohol palpitándome en las venas. 

El resto fue borroso, confuso y sumamente complicado de explicar. Me acerqué a él y le saludé en el mejor alemán que pude. Él notó mi acento, y al saber de dónde venía comenzó a hablarme en inglés. "Perfecto", pensé, idiota de mí. Poco después, me estaba metiendo la lengua hasta la tráquea. Y cuando susurró a mi oído que fuese a su casa, no me negué.

No me acuerdo de su casa, porque para entonces ya estaba demasiado borracha. Solo me acuerdo de su piel rozando la mía, de una manera tan dulce como imponente. Sabía lo que se hacía, pero yo también, y no iba a dejar que me dominase. Acabamos haciéndolo en su cama, contra el armario, en la encimera de la cocina y en algún sitio más del cual no me acuerdo. Los moratones de mi piel me dicen que no fueron pocos. Era salvaje, muy salvaje. Pero yo soy más salvaje.

Cuando me desperté, acostada a su lado, me dolía tanto la cabeza que me iba a estallar. Estaba aún dormido, así que dándome cuenta de lo que había pasado, cogí mi ropa con sumo cuidado e intenté irme de allí con la mayor dignidad posible. Un ardor repulsivo recorrió mi esófago, así que fui corriendo buscando el baño, y una vez allí eché todo lo que había comido desde que nací.

Supongo que el ruido agónico le despertó, pues oí como tocaba la puerta del baño dos veces y entraba. Era la peor situación posible, pues verme inclinada sobre el inodoro más muerta que viva debía ser lo más anti erótico que pudiese haber pasado.

—¿Tan fuerte lo hicimos como para que ahora estés así? —dijo con socarronería. Por si la cosa no podía empeorar, era del tipo listillo.

—No es el momento —respondí, rezando a los dioses de todas las religiones para que no volviese a vomitar en su presencia.

—Que poco sentido del humor... ¿Bebiste mucho?

—¿Tú qué crees? —exclamé con fastidio, evidentemente molesta por su tono burlón y su media sonrisa. Eso sí, viéndolo sobria, era casi más guapo que en la discoteca. Tiene los ojos verdosos, por cierto.

—Tranquila, fiera. Te traeré una manzanilla, te sentará bien.

Nos acabábamos de acostar y estaba vomitando en su baño. Lo normal hubiese sido poner cara de asco y echarme, pero no, me estaba cuidando. Ese desconocido del cual no sabía ni su nombre me había tratado con más atención que cualquier gilipollas de este país. Era vergonzoso. 

Después de un copioso desayuno y una manzanilla, decidí volver a la residencia. Tenía esa misma tarde la primera clase de alemán intensivo. Me negué rotundamente a que me llevase en coche a mi casa, pues no me atrevía a decirle dónde vivía. ¿Y si era un maníaco? Llegué justo a la hora de comer en la cafetería, dónde Silke me esperaba con una sonrisa pícara. Puse los ojos en blanco, cogí mi bandeja con comida y me la subí al cuarto. Me fijé en que ella seguía con aquel grupo de imbéciles a los que suele llamar amigos, lo que redujo mis ganas de quedarme con ella.

Cuando llegó la hora de mi primera clase, me duché y me vestí con lo primero que vi en mi armario. Estaba aún al borde de la muerte por coma etílico. Bajé a dónde me había indicado la directora que tendrían lugar mis clases, en el despacho del tal Klaus Keller. Me detuve en frente de su puerta, observando la chapa de color plata con su nombre y llamé un par de veces. Cuando escuché un "adelante", me extrañó que la voz no me resultase desconocida. Pero cuando entré y vi aquel rostro anguloso y esa sonrisa de media luna, tuve ganas de salir corriendo. En su lugar me quedé ahí, paralizada y sin saber qué hacer. El chico con el que me acosté ayer me miró de la misma manera, como si hubiese visto un fantasma. Me observó desde su escritorio como si algo estuviese mal, y vaya si estaba mal.

No le he contado nada a Silke, no quiero que lo sepa. ¿Que qué quiero yo? Morirme y que me trague la tierra. Va a ser un curso muy difícil.

Las cosas siempre salen mal cuando quieres que te salgan bien. O quizás es que yo tomo unas decisiones de mierda.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top