Epílogo
Varios meses después
Estaba muy nervioso.
Era la primera vez que Ruby y yo celebraríamos Navidad con nuestros padres, pero antes de ir, tenía una pequeña sorpresa para ella. El mes pasado había sido su presentación en la Universidad y todo había salido demasiado bien. Mi Bizcochito había obtenido la nota más alta de su clase, lo cual fue motivo de celebración. Había decidido sorprenderla con un par de días en la playa para disfrutar de nosotros. Esos días lo pasamos de maravilla, jugando en la arena y tomando el sol por el día. La noche había sido muy especial, había sido el momento más fascinante de toda la velada, nadar con ella y cenar en el hermoso atardecer fueron cosas que también me gustaron, pero nada como pasar una noche a su lado, en la cama, disfrutando el uno del otro. Escuchando esos suaves sonidos que hacía y volviéndola loca, justo como me gustaba.
Ahora tenía una sorpresa más grande preparada para ella. Un regalo navideño que no sabía si le gustaría, pero aun así iba a dárselo con temor. Lo había guardado en una pequeña caja de terciopelo negro y esta estaba haciendo un agujero en mi pantalón para que se lo entregase cuanto antes.
—¿Ya estás listo? —preguntó Ruby llamándome mientras entraba a mi dormitorio. Aún no vivíamos juntos, y eso era algo que quería que cambiase. Ruby seguía viviendo justo debajo de mí, pero en este edificio no había escaleras de emergencia que conectaban nuestros balcones, así que verla implicaba que tenía que bajar las escaleras o el ascensor, sin poder colarme en su habitación como antes.
Me miré al espejo una última vez. En el reflejo noté a Kiwi dando vueltas por el suelo.
—Sí, ya estoy listo.
Cuando me giré, Ruby me miraba con una sonrisa divertida en el rostro.
—No puede ser que yo me haya alistado en tan poco tiempo y tú te hayas demorado tanto, ¿acaso hemos invertido papeles?
Me reí.
—Es que no tengo idea de qué ponerme. —Miré mi suéter rojo con verde y blanco, preguntándome si era mucho para la cena Navideña que tendríamos en casa de Ruby. Por suerte sus padres me aprobaban y estaban encantados conmigo, pero por supuesto, ¿qué padres no lo estarían? Era un yerno genial. Amaba a su hija más que nadie y era divertido en las reuniones familiares, siempre comentando algo, siempre siendo partícipe y por eso todos me adoraban. Y yo adoraba su familia, me habían acogido como parte de ellos—. ¿Está bien este suéter que parece tejido por una señora mayor de más de cien años y ciega?
El suéter me lo había regalado mi madre, al parecer estaba aprendiendo a tejer y aunque no era su fuerte, no quería hacerle el feo y rechazar su regalo, así que decidí que me lo pondría hoy para verla, justo después de la cena con los Graham. Ya que seguían viviendo en el mismo edificio, primero pasaríamos a cenar en la casa de los papás de Ruby, y luego, pasaríamos a mi casa. No tenía idea de dónde me iba a entrar tanta comida, porque esta noche estaba hecha para comer, pero ya me haría un espacio para eso.
—Te queda genial —murmuró Ruby riéndose—. Vámonos ya, no quiero perderme los villancicos por culpa del tráfico.
Refunfuñé. Ella era buena cantante y por eso le gustaba cantar los villancicos con su familia, pero si me oyera cantar a mí tendría que taparse los oídos o podría romperle un tímpano. Así de malo era para la música, mejor se lo dejaba a ella que le iba de maravilla.
Cogí las llaves de mi auto y caminé detrás de ella admirando su jersey rojo y sus piernas torneadas en aquellos vaqueros tan pegados que se les veía la forma de sus muslos. Me mordí el labio sin darme cuenta hasta que choqué contra ella. La correa de Kiwi se apretó en mi agarre.
—¡Los regalos! —Se acordó, retrocediendo y volviendo nuevamente a mi apartamento, donde había dejado los regalos para toda nuestra familia sobre mi sofá.
Eso me hizo recordar la cajita que guardaba en mi bolsillo.
Cuando Ruby volvió con las bolsas y cajas de regalo, no pude ayudarla. Estaba demasiado conmocionado preguntándome cómo le haría la pregunta. ¿Aquí mismo, al lado de las ventanas mientras veíamos la nieve caer? ¿En el auto? ¿O Tal vez más tarde, al regresar? No tenía idea y sentía que el tiempo se me acababa.
—¿Kem? ¿Estás bien, amor?
Tomé los regalos que ella sostenía y los dejé en el suelo alrededor de nuestros pies junto a Kiwi, que parecía emocionado por salir. La nariz y mejillas de mi Bizcochito estaban rojas debido a la calefacción de aquí dentro. Estábamos muy bien abrigados porque íbamos a salir, y eso hacía que el calor en nuestros cuerpos aumentara. Aunque sabía que mis mejillas rojas eran por motivos distintos y no por la calefacción del apartamento.
—Quiero darte tu regalo —murmuré mirándola a los ojos. A pesar de que ella llevaba botas para la nieve con plataforma, me llegaba a los hombros así que ella tenía que echar la cabeza hacia atrás y yo bajar el mentón para mirarnos directamente.
—¿Aquí? —preguntó—. ¿Ahora?
—Sí, ahora, Bizcochito.
Saqué la cajita de terciopelo de mi bolsillo y se la tendí.
Su rostro rojo de un momento a otro pasó a estar blanco al ver lo que llevaba en la mano.
—Kem, ¿qué...?
—No es lo que piensas. —Me apresuré a decir—. Ábrelo.
Ruby, con miedo, lo hizo. Abrió la caja de terciopelo revelando una llave. La tomó entre sus dedos y la levantó.
—¿Qué es?
—La llave de mi apartamento.
Mis mejillas estaban más que rojas. Mi corazón latía tan fuerte que sentía un zumbido en los dos oídos, como si la sangre se hubiera aglomerado en mi cabeza por la vergüenza que sentía.
—¿Para qué? —dudó.
—Quiero que vivas conmigo.
Pasó un latido. Dos, antes de que respondiera.
—Pero... —Alzó la mirada de la llave y la clavó en mis ojos—. Nosotros no... tú tienes que... Ay, Dios mío.
—¿Te quedaste sin palabras, Bizcochito?
—Me has sorprendido. —Rio nerviosa. Pero luego se mordió el labio inferior sopesando su respuesta. Cuando estuvo segura de responder, lo hizo—. Sí, me mudaré contigo.
—¿De verdad? —Mi corazón volvió a latir con rapidez.
La emoción embargándome.
—Sí, claro que sí.
Grité como un poseso alzándola en mis brazos, cargándola hasta que ella rodeó mi cintura con sus piernas y yo deposité besos alrededor de todo su rostro. Ruby empezó a reírse mientras yo daba vueltas alrededor hasta que me mareé y volví a depositarla en el suelo, esta vez besando sus labios y demorándome más de lo debido en saborearla. Kiwi saltaba en dos patitas por nuestra emoción.
—Quiero que te mudes ya mismo —murmuré emocionado—. Puedes dormir esta noche conmigo y mañana empezar a traer tus cosas.
—Kem, tranquilo. —Rodeó mi cuello con sus manos y me jaló contra ella para estar a su altura—. Tenemos todo el tiempo del mundo para mudar mis cosas aquí. Sabes que he estado viniendo más seguido a tu apartamento a pesar de vivir abajo y eso ha hecho que ya tengas algunas de mis cosas aquí, así que no será difícil mudar todo. Solo hay que esperar a que pasen las fiestas. Podemos mover todo en enero.
Hice puchero.
—Pero faltan dos semanas.
—La paciencia es una virtud.
—Pero no es mi virtud.
Mi Bizcochito rodó los ojos.
—Pues ejercítala, necesitas más de eso. —Palmeó mi hombro—. Ahora vámonos, quiero cantar villancicos en el auto para practicar.
Me reí.
—Como digas, Bizcochito.
Estaba tan feliz que no me importó cantar junto a ella a pesar de que mi voz desafinaba con cada palabra. Ella no comentó nada acerca de mi fea voz, pero aun así fue divertido cantar junto a ella mientras manejaba hacia nuestro antiguo hogar, hasta el edificio donde nos conocimos y nos enamoramos.
Mirar atrás, a los meses pasados, me daba una perspectiva de todo lo que había sucedido hasta este momento fue todo gracias al destino, que me llevó a Ruby. De una forma u otra, a pesar de las circunstancias malas, todos los caminos me llevaron a ella. A mi Bizcochito. Y no era para nada una coincidencia, sino un destino.
Ella.
Ahora podíamos mirar atrás juntos y darnos cuenta de que lo peor ya había pasado.
Ahora solo quedaba el ahora y el futuro, y juntos podíamos enfrentar cualquier cosa. Con amor, todo se puede.
Y vaya que nuestro amor era más fuerte que cualquier otra cosa.
FIN
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