Ha sido genial
Lo había conseguido, no que tuviera ninguna duda, aunque cosas peores había visto. Alumnos que conducían de forma impecable y, en el examen, debido a los nervios, cagarla en el último momento. Y otros que parecía que iban más inseguros, que yo no confiaba demasiado en ellos pero se habían empeñado en presentarse y salían bien parados. Había de todo.
Pero algo con ella me decía que no me tenía que preocupar. Y lo confirmé cuando, justo antes de empezar el examen, me miró retándome a que le dijera algo. Ahora en el coche estaba mucho más relajada que en cualquier otro momento, también porque yo era el conducía y no ella.
No dejamos de hablar en todo el camino, ella quería saber los fallos que había tenido para no volver a cometerlos. Sonreí todo el tiempo, porque la veía contenta, no lo podía evitar. A lo mejor se había quitado un peso de encima y se había liberado.
—Estás más habladora que nunca —observé.
Ella de pronto se calló, y me arrepentí en ese mismo instante de haber hablado.
—No, no, no. No pretendía reprochar nada. —Intenté retroceder en el tiempo, pero no era posible—. Simplemente quería... yo solo...
Resoplé frustrado. Y tomé una respiración honda para que mi cerebro volviera a activarse.
—Solo quería decir que parece que te hayas quitado un peso de encima —dije de nuevo, tratando de que volviera a hablar como antes.
Suspiró, y la miré de soslayo para verla sonreír, aunque ella seguía mirando hacia delante.
—Es que lo he hecho, Diego.
Apenas decía mi nombre, a veces me llamaba idiota, a veces profe, aunque la mayoría no hacía falta, porque no había nadie más a quien llamar, así que estaba claro que hablaba conmigo.
—¿De qué te ríes?
La miré rápidamente, un poco confuso, ni siquiera sabía que estaba sonriendo, así que tuve que negar con la cabeza.
—Solo te escucho.
No pareció creerme demasiado, pero entendí que me iba a dar el beneficio de la duda.
—Es mi casilla marcada, ¿sabes? —comentó, y esperaba que continuara porque no, no sabía—. Terminé periodismo. Me hice un máster, a la vez que escribía artículos para periódicos digitales y varias páginas web de información. Una de ellas deportiva, en la que tenía que ir comentando la jornada de la liga de fútbol o de baloncesto. Aquello fue horrible, no he usado más twitter en mi vida.
Estábamos llegando a su casa, pero no quería hacerlo porque ya que estaba lanzada no quería que parara. Aproveché que no miraba a la carretera y que me lo estaba explicando directamente a mí, aunque yo no pudiera mirarla más que en contados momentos, sobre todo para que supiera que la seguía escuchando, para girar en una calle que nos haría dar una vuelta. Esperaba que no se diera cuenta.
—Y termino el máster, hago mi currículum con toda la experiencia que he podido recabar, con todos mis conocimientos, con todo lo que sé, que no es que sea mucho pero aprendo rápido... y resulta que no tengo el carnet. ¡Que no tengo el carnet, Diego! El DNI no me lo piden, ese parece que no hace falta. Pero el de conducir sí. Así que tenía que marcar esa casilla como fuera. Aunque no tenga coche ahora mismo, ya tengo carnet, ahora que se inventen otra cosa para decirme que no.
—Me alegro mucho por tu casilla marcada —le dije sincero, sonriendo a la vez que lo hizo ella.
Llegamos a su portal, y paré el coche. Ya no podía demorarlo más, aunque me fastidiara.
—Vaya, ya estamos aquí —dijo mirando su edificio—. Creía que seguirías dando vueltas sin sentido —añadió sarcástica.
Ups, me había pillado. Y yo que creía haber sido de lo más sutil.
—Es que... —titubeé. No solía hacerlo, pero me sentí cohibido—. Estabas hablando tanto que me he despistado un par de veces. Ha sido algo completamente inocente y para nada deliberado. Es que estas calles son todas iguales —me excusé de la manera más tonta posible.
Sonrió. De nuevo no me creyó una sola palabra, pero no dijo nada. Estuvimos callados durante un momento, en el que solo se escuchó la música, que comprobé estaba puesta a un volumen bajo.
—Bueno... creo que me tengo que ir —dijo tras el silencio—. Muchas gracias por todo, Diego.
¿Era sano que me gustara escuchar mi nombre viniendo de ella? Mi nombre ya me gustaba de por sí, no podía reprocharle nada a mis padres por elegirlo, pero ella lo pronunciaba mucho mejor, sin duda.
—No ha sido nada —contesté—. Te tendría que haber podido vender cuarto y mitad de choped.
No sería yo si no dijera una chorrada que rompiera cualquier momento de seriedad a mi alrededor. Soltó una carcajada, aunque se tapó rápidamente la boca para acallarla.
—Dios, fui un poco idiota, ¿no? —preguntó escondiendo su cara entre las manos.
—Para nada —dije totalmente en serio. Su carácter era lo que la diferenciaba. Lo que nos diferenciaba a todos.
—Fue culpa tuya por atropellarme —recriminó.
No era la primera vez que me lo decía, y ya aquello parecía el "Nos estábamos tomando un descanso" de Friends. Reí y levanté los brazos en señal de inocencia. No quería entrar en esa guerra, porque sabía perfectamente que no la iba a ganar.
—Culpa mía total —reconocí.
—Después no ha sido tan malo, ¿verdad? No te he dado tantos dolores de cabeza... excepto porque me desviaba un poco —añadió.
—Ha sido genial.
No estaba filtrando nada de lo que decía, y no era momento, ni el lugar. Tenía que relajarme un poco y pensar lo que decía. Que habíamos limado asperezas era cierto, pero eso no implicaba que yo le cayera bien, ni que fuera correcto porque, aunque ella se riera de eso, yo era su profesor, y no quería aprovecharme de ello.
—En fin, imagino que nos veremos otro día, ¿no? Que tendré que pasar por la autoescuela y eso.
—Claro. Recogemos los carnet de los nuestros, así que te avisaremos cuando esté. Tienes mi número, así que si quieres, cuando vayas me llamas y así te hago la entrega de premios en directo —bromeé de nuevo.
Ella me dio un leve golpe en el brazo. Por suerte, en esa ocasión midió su fuerza.
—Lo has hecho muy bien —volví a hablar, ya un poco más serio.
—Muchas gracias. Por todo —contestó aún sonriendo.
Abrió la puerta y sacó la pierna derecha pero, antes de que saliera del todo la llamé. Giró la cabeza y me miró, con esos ojos que hoy parecían más marrones y que me descolocaban tanto. Abrí la boca para hablar un par de veces, pero no me salía lo que quería decir.
—Dime —instó cuando vio que no decía nada.
—Nada, nada... Déjalo.
—No, no, dime —insistió.
El corazón me latía a mil por hora. Tanto, que parecía un niñato adolescente en vez de un hombre de veintiséis años.
—Espero que tu casilla marcada te abra muchas puertas —dije al final.
Paloma apretó los labios, en una leve sonrisa y asintió. No esperaba que dijera nada, porque no había nada que decir. Salió del coche por completo y fue hacia su portal, andando con bastante calma.
Esperé hasta que abrió la puerta y, antes de irme, pude ver como se giraba y alzaba el brazo, diciéndome adiós con una sonrisa.
Fui directo hacia la autoescuela, aunque no tenía nada que hacer allí y podría haberme ido a casa. Podría haberme metido en mi habitación y haber dejado pasar las horas tirado en mi cama, porque era lo único que me apetecía. Pero sabía que vería a mi padre allí, y su serenidad callada me hacía más falta que las locuras de Marta, la que sabía que vendría a mi cuarto a fastidiar.
—¿Se puede? —pregunté tras haber pegado un par de veces y asomando en ese momento la cabeza por la puerta.
—¡Claro, pasa! —me dijo, haciendo además un gesto con la mano—. Creí que estarías en casa.
—Pues ya ves... —comenté tirándome de cualquier forma sobre la silla que tenía frente a él—. Estoy agotado —añadí.
Comencé a frotarme los ojos y a pinzarme el puente de la nariz con los dedos índice y pulgar. Había estado con mucho estrés y con la cabeza revuelta durante demasiados días, y eso me estaba pasando factura.
—Casi sería mejor que te fueras a descansar. No tienes muy buena cara del todo.
—¿Qué significa eso, Antonio? —pregunté frunciendo el ceño.
—Significa lo que he dicho. Tienes un poco de buena cara, porque eres así guapetón como tu madre, pero no del todo.
Genial. Mi padre y sus explicaciones de libro cerrado y con llave. Pregunté con un gesto que qué me estaba contando, pero le restó importancia con otro gesto y listo. Parecía que nos queríamos comunicar con mímica. No era lo ideal, porque no le pillaba la mitad de las cosas, pero me valía.
Estuvimos un rato largo en silencio. Yo con la cabeza echada hacia atrás y escuchando el lento pero constante repiqueteo de las teclas que mi padre pulsaba, como si se tratara de una vieja máquina de escribir, en vez de un ordenador de este siglo. Con la fuerza que le imprimía, en cualquier momento la teclas iban a atravesar la mesa.
—Te pasa que te has quemado, ¿no? —comentó de pronto, sacándome de mi propia cabeza.
Miré mi brazo, la camisa de manga larga escondía, una vez más, las cicatrices de la piel, pero noté el hormigueo y la quemazón en la zona.
—He sacado la mano a tiempo esta vez.
Puso su vista sobre mí, por encima de sus gafas, pero decidió que estaba demasiado incómodo en esa postura y se las quitó.
Resoplé, y le devolví la mirada, aceptando un duelo que sabía que no iba a ganar, porque siempre era yo el primero que parpadeaba o retiraba la vista. La única vez que le gané fue porque convencí a Marta para que le metiera el dedo en el ojo. Se lo tomó tan en serio que le provocó una úlcera en la córnea, y mi padre estuvo una semana con un parche en el ojo y sin poder trabajar. Nunca le confesé que yo le había dicho a mi hermanita de tres años que lo hiciera.
—Te has quemado —insistió.
—Me he quemado hasta las trancas.
No es que con esto pueda conseguir yo mucho, pero dejo mi pequeño granito de arena para tratar de que el día vaya un poco mejor. Por eso tenía que dedicar este capítulo a mi sister en la distancia, @Azzaroa la que además es en gran parte culpable de esta historia.
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